XIV - Actos de desesperación
En algún lugar del bosque, cerca del llamado Infernuko Erreka. Mayo de 1072
El lecho de hojas secas cruje suavemente al ritmo del paso cauteloso de los dos hombres. El olvidado sendero, prácticamente engullido por la voracidad de las zarzas y los matojos tras varias estaciones de abandono, debe ser reabierto aquí y allá mediante secos golpes de hacha, tarea a la que el primero de los hombres se dedica con sombría decisión. Crujir de hojas y ocasionales golpes de hacha son los únicos sonidos que rompen el silencio del bosque en esta brumosa mañana. No hay trinar de pájaros, no hay roedores que salten sobresaltados ante el avance de los hombres y abandonen sus actividades para correr en pos de la seguridad de sus refugios. Ningún animal de gran tamaño, digno de una cacería, osa aventurarse jamás en esta zona particular del bosque. Algo flota en el ambiente, una sensación ominosa, de advertencia, que impele a quien se acerca a dar media vuelta para no perturbar la extraña paz del bosque. Aparentemente ajenos a ella, los dos hombres avanzan.
... los exploradores han vuelto de hacer su examen de la zona sur de las murallas, y han encontrado que aquí, a unos cien codos de la puerta de Valencia, el terreno... pero, ¿Qué hacéis aquí, monje? Ordenamos que nadie entrase en esta sala durante las planificaciones!
- Majestad, lamento interrumpir el consejo, pero traigo graves nuevas desde la corte en Nájera y se me ha ordenado informar sin demora. Vuestros hijos...
Con dos golpes secos, el primer hombre despeja el sendero, condenando el futuro de la joven haya que buscaba ascender hacia la escasa luz presente en el fondo de la quebrada. El avance de los caminantes les ha llevado ya al fondo, junto al cauce del arroyo que, a pesar de la época, todavía no ha incorporado las aguas del deshielo y discurre perezoso por un lecho de pizarra mohosa. La mezcla de agua estancada, hojas en descomposición y barro negro y pastoso se adhiere a las botas, pero no frena a los peregrinos.
-¡Y tú te llamas hombre! ¡Si fueses siquiera la mitad de uno a estas alturas ya volvería a estar embarazada!¡Hasta un eunuco tiene más virilidad que tú!¿Hago que nos traigan uno para que te enseñe cómo se hace? ¡Inútil! ¡Impotente! ¡Medio-hombre!
El ambiente ominoso parece haber hecho mella en el ánimo del primer hombre. Conforme avanzaban por el lecho de la quebrada, su semblante ha ido mostrando cada vez más los signos de la preocupación y la incomodidad. Si hace un rato aun mostraba una indiferente estoicidad, ahora el ceño fruncido, los labios convertidos en una fina franja oculta completamente por la poblada barba, y la faz empalidecida indican que este hombre, que lo ha visto todo, que ha soportado los horrores de la guerra sin perder el ánimo en ningún momento, está muy próximo a dar media vuelta. Solo la presencia del segundo parece retenerle.
- Majestad, como indicaba Galeno, deberéis consumir durante un mes en exclusiva carne roja para recuperar vuestro humor sanguíneo y potenciar vuestra masculinidad, y para potenciar el efecto, siguiendo las sabias palabras de Teofrasto, acompañarlo con la toma al alba de este preparado a base de...
- Tonterías, lo más indicado para estos casos es seguir los dictados de Hipócrates, hacer una sangría para equilibrar el humor y reconducir la potencia varonil, y tomar hacia las nonas este preparado que...
El segundo hombre avanza por la senda ajeno a todo lo que le rodea. La capucha de su capa de cazador oculta su rostro, pero a pesar de ello transmite un aura de fría determinación que ni siquiera la atmósfera de este lugar ha sido capaz de quebrar. Ha llegado hasta aquí con una decisión tomada, y ya ninguna voz de la razón le hará cambiar de opinión. No obstante el primer hombre aun hará una última llamada a la cordura. Ya casi han llegado al final del camino, donde el arroyo que han estado siguiendo alcanza la boca de una gran cueva y se interna en las profundidades de la tierra. El primer hombre rompe el silencio que ha mantenido desde que salieron, antes del alba, del campamento de caza.
- Mi señor Sancho, casi hemos llegado. El lugar está en la gran cámara a la que se accede por esa abertura de ahí.
- Gracias Aitor, puedes quedarte aquí y esperar hasta mi salida.
- Mi señor, por favor, aún no es tarde. Podemos dar media vuelta y olvidarnos de todo esto...
- No he llegado hasta aquí para dar media vuelta, Aitor. Me he quedado sin opciones, solo ellas me ofrecen una solución ya.
- Siempre quedan opciones, mi Señor. Esto es una locura.
- Vaya Aitor, te has convertido en todo un filósofo en estos meses. Veo que Ramiro tomó la decisión correcta cuando te dejó en Nájera.
- Vos mejor que nadie sabéis la razón por la que me quedé en la corte en lugar de acompañaros en la campaña, señor.
- No necesito un servidor respondón, Aitor, sino uno que cumpla mi voluntad. Y mi voluntad es ahora entrar ahí y volver con la solución a mis problemas.
- Lo que ahí encontraréis no es una solución, majestad. Os lo ruego, hacedme caso. Volvamos a Nájera, los monjes y herbolarios...
- ¡ESTOY HARTO DE MONJES, HERBOLARIOS Y SUS PALABRERÍAS INÚTILES! ¡QUÉ SABEN UNOS MONJES DE PROCREAR! Toda esa sabiduría de los antiguos, esos tomos polvorientos, no sirven para NADA. Los sabios me han fallado, la Iglesia me ha fallado. ¡Soy rey, y no tengo heredero! Y, entérate bien, Aitor, haré LO QUE SEA si con ello consigo un vástago de mi sangre que ocupe mi puesto en el trono cuando yo no esté. ¡Lo juro ante Dios y todos sus Santos! ¡HARÉ LO QUE SEA PRECISO!
- Mi señor, por todo lo que es sagrado, recapacitad. No seré más que un humilde siervo, pero para tener descendencia hacen falta dos, y la reina, vos sabéis...
- ¿Qué pasa con la reina, Aitor? - Éste todavía no se ha percatado del cambio en la mirada del rey, de ahí que ose comenzar una respuesta.
- Me destinasteis a Nájera para que custodiase a vuestra reina y a la duquesa de Navarra, majestad, porque los rumores...
- Si, los rumores, esos rumores...
- Y una mujer como Munia, en aquella situación, puede que hubiera recurrido a...
-¿A? - Los ojos de Sancho ya son solo dos rendijas en su semblante, pero arden con el fuego de una fragua.
- Bueno, existen remedios y brebajes que, quizá...
Aitor no termina la frase. Tarde, pero se da cuenta de que ha cruzado una barrera que debía haber dejado tranquila. No ha sido hasta este momento, en que una sola pulgada separa su cuello de la punta de la espada del rey, que Aitor comprende por fin que Sancho está más allá de todo razonamiento. Es hora de acallar la voz de la razón. La conciencia, la certidumbre de que todo esto es un tremendo error y que desde el primer momento debiera haber negado todo conocimiento de la forma de llegar a este lugar y de lo que en él podía conseguirse, tendrán tiempo de asaltar sus pensamientos más adelante.
- Os ruego me perdonéis, mi señor. He hablado fuera de lugar, y de cosas que no entiendo. Si estáis dispuesto a entrar, recordad lo que os dije ayer sobre qué debéis hacer una vez dentro, y como hacer la petición.
- Bien Aitor, perdonado quedas. Pero no vuelvas a olvidar cual es tu lugar. ¿El contenido de esta bolsita será pago suficiente?
- Como pago material por la mediación sí, mi señor, será más que generoso y digno de vos. Pero recordadlo, un don como el que vais a solicitar se os conceda exigirá otra clase de pago. No sé lo que os pedirán, ni si os lo dirán siquiera antes de que accedáis, pero tened por seguro que su valor será equivalente al de vuestra petición.
Sancho se da media vuelta, vuelve a ajustarse la capucha que cayó sobre sus hombros durante la discusión, y se interna en las profundidades de la cueva, donde la luz fantasmal de unas antorchas acaba de aparecer.