XVI - Non plus ultra?
Tortosa, primavera-verano de 1076
Extractos de "Una historia de la Reconquista Navarra". J. Valente y C.M. Roger (eds.). Ediciones Universidad de Navarra, Valencia, 2003.
En el ultimo cuarto del siglo XI, la balanza de poder en el valle del Ebro parecía ya completamente decantada hacia el lado cristiano. Tan sólo quedaba bajo el control de Moctadir la antigua Taifa de Tortosa (la que, irónicamente, había sido su última conquista hacía menos de una década), y el hecho de que su señor llevase más de un año ausente de ella, por estar recorriendo los palacios del Norte de África, tratando de conseguir un ejército, contribuía muy poco a la moral de las guarniciones. El tema de conversación principal en las fuentes y a la salida de los rezos, no era ya sí o cuándo llegaría el ataque definitivo cristiano, sino quién lograría llegar primero ante los muros de la Medina de Turtusha: los hasta el momento imparables ejércitos pamploneses, veteranos curtidos en 6 años de campañas ininterrumpidas contra la Taifa, o la nueva y flamante mesnada que el joven Conde de Barcelona había logrado trabajosamente reunir.
En 1075, los condados catalanes eran los convidados de piedra de la Reconquista. Todo intento de expansión se había visto frustrado, por una parte, por la reclusión de Ramón Berenguer I en su palacio de Barcelona durante los últimos años de su vida, aquejado de una dolorosa enfermedad y, por otra, por la fortaleza mostrada por Moctadir, quien había logrado reducir a la obediencia a la Taifa de Lérida en 1071, y conquistado la de Tortosa en 1073. La situación no cambió sustancialmente tras el fallecimiento de Ramón
el Vell tras una larga agonía en 1074, a causa de las disputas entre sus dos hijos, Ramón y Berenguer, por la supremacía en el condado. La parálisis catalana no comenzaría a desvanecerse hasta bien entrado 1075, cuando Ramón Berenguer II se convirtió en gobernante único (3) tras la muerte de su hermano en extrañas circunstancias (y por lo que, en las crónicas escritas durante estos primeros años de su gobierno fue frecuentemente denominado como "el fratricida").
Existe un consenso general en que la guerra contra las Taifas del Bajo Ebro fue relanzada por Ramón como forma de conseguir asentar su autoridad sobre el resto de nobles catalanes (1). Éstos desconfiaban de él (la mayoría de ellos, abiertamente), ya que se le consideraba poco capacitado para el gobierno y la milicia, si bien se le reconocían grandes dotes para la intriga y el subterfugio (2). No obstante, la caída de Lérida y su fértil comarca ante las tropas pamplonesas, y el evidente desmoronamiento de la taifa zaragozana, hicieron patente la imperiosa necesidad de unión entre los nobles catalanes si éstos no querían verse privados de futuras expansiones territoriales en terreno musulmán. Así, cuando en febrero de 1076 Ramón Berenguer II convocó en Barcelona a los nobles para levantar un ejército con el que tomar Tortosa, éstos respondieron a la llamada con relativa rapidez.
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Primera batalla. 26 de abril de 1076.
Comandado por el propio Ramón, el ejército conjunto salió de Barcelona en abril del mismo año, avanzando rápidamente en un principio, y tomando la casi despoblada Tarragona sin oposición digna de tal nombre. A comienzos de mayo el ejército estaba a las puertas de Tortosa, y fue allí donde encontraría la primera oposición seria. Al tener noticia de la llegada de Ramón, el gobernador de la medina organizó las poco motivadas fuerzas que estaban bajo su cargo, una heterogénea mezcla compuesta por las tropas de la provincia, mercenarios beréberes y los restos de las huestes taifales que habían tomado refugio allí tras las derrotas sufridas en Zaragoza (1072), Fraga (1074) y Lérida (1075). Mutarrif, a quien Moctadir había sido puesto a cargo de Tortosa poco antes de embarcar hacia Túnez en busca de aliados, tenía la misión de resistir hasta la llegada de refuerzos al mando de su señor, y sabiendo que Moctadir estaba próximo a regresar, decidió recibirlo con una victoria y salir al encuentro de los invasores.
La batalla tuvo lugar a media jornada de la propia ciudad y, según las crónicas, se prolongó durante todo un día. Mutarrif, pese a todo, no había logrado levantar la moral de su ejército y tras de un poco decisivo primer choque, vio como se hundía su frente, por lo que terminó huyendo con los restos de la caballería hacia la costa, donde se suponía que Moctadir estaba pronto a arribar.
La huida de Mutarrif supuso un golpe mortal para la moral de la guarnición que defendía la ciudad, y decidieron capitular en la esperanza de un trato clemente. Sin embargo, el pueblo, convencido de la inminente llegada de refuerzos se sublevó. En las horas siguientes, se pudo ver cómo los derrotistas eran arrojados por las murallas, y la ciudad se preparaba para resistir. El asedio propiamente dicho comenzaría al día siguiente.
Segunda batalla. 10 de mayo de 1076.
El esperado ejército de Moctadir arribó al fin escasamente una semana después de la primera batalla. Compuesto por un reducido núcleo de fuerzas propias leales, así como por tropas procedentes de Denia y, sobre todo, de mercenarios tunecinos, el ejército era lo bastante grande como para presentar una seria amenaza y hacer creíbles las proclamas de Moctadir de que con él iba a recuperar el terreno perdido y devolver la afrenta. El ejército condal, sorprendido por su llegada, levantó rápidamente el asedio y salió a su encuentro con la esperanza de derrotarlo antes de que lograra organizarse tras el caos del desembarco. Ciertos comentarios en algunas de las crónicas posteriores sugieren que los informes de exploración catalanes habían subestimado considerablemente el tamaño real de la fuerza taifal, y que ese sería el motivo real por el que Ramón dispuesto a terminar definitivamente con Moctadir y cortar de raíz cualquier intento posterior de rescate. Al parecer, tal fue la prisa y la confianza que apenas se desplegaron exploradores y, cuando el ejército estaba a poco más de media jornada de Tortosa, fue sorprendido por la vanguardia de Moctadir. Desprevenido, y en formación de avance, el ejército condal no pudo presentar un frente coordinado y terminó desbaratado en poco tiempo. La tropa condal salió huyendo en dirección al norte, y sería perseguida por Moctadir hasta Tarragona. La fácil victoria musulmana obtenida en esta segunda plaza, de la que Ramón huiría en pleno combate, presa del pánico, tendría su dolorosa consecuencia final a comienzos de agosto, con la conquista y creación de la Taifa de Barcelona. En la propia Tortosa Moctadir dejó una nutrida retaguardia que debería esperar a la inminente llegada de Ramiro, al mando de la tropa pamplonesa.
Tercera batalla. 3-4 de agosto de 1076.
La tropa del Mariscal y Duque de Navarra, reforzada por el contingente castellano al mando del Conde de Zaragoza, llegó a las inmediaciones de Tortosa a finales de julio. De esta tercera batalla, presumiblemente la más equilibrada en fuerzas de las tres, sorprendentemente poco se sabe aparte de su resultado final. La veteranía de la fuerza atacante, curtida en seis años de campaña continua, así como la habilidad de sus comandantes al parecer fueron los factores decisivos que lograron decantar el resultado a favor de Ramiro tras dos días de combate. El derrotado ejército taifal, en lugar de refugiarse en la ciudad, partió en la dirección de Tarragona para reunirse con su señor. Este movimiento resultó mortal para la moral de Tortosa. Descabezada, desmoralizada, aislada, y sin medios con los que defenderse del asedio, los notables decidieron capitular y obtener con ello el mismo trato que Ramiro había concedido hasta ese momento a todas las ciudades que caían en su poder. En los acuerdos de capitulación firmados el 10 de agosto, la ciudad recibiría el fuero de Tudela.
La conquista de Tortosa marcó el fin de la Taifa de Zaragoza propiamente dicha, aunque no la de su antiguo gobernante, Al-Moctadir, quien...
Finis secunda pars
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(1) Lo que comúnmente se denomina "desviar la atención", vamos
(2) Y si en la campaña algún que otro de los públicamente desafectos recibía una fatal herida, miel sobre hojuelas
(3) Butterflies, butterflies