CAPITULO 3º
Estella, 13 de Julio de 1836.
Los informes que el rey Carlos tenia en sus manos eran muy prometedores. Si bien era verdad que se había perdido Teruel sin visos de recuperarla, del frente de Cataluña llegaba la noticia de la recuperación de Morella, de donde las tropas al mando del general Miguel Gómez Damas habían tenido que huir precipitadamente pocos meses antes tras una contundente derrota en Teruel. También era verdad que se había perdido Lérida, pero según lo dicho por el alto mando, Gómez se dirigía hacia allí al frente de sus tres divisiones esperando encontrarse con la caballería real al mando de Narvaez, responsable de tal perdida. Las posibilidades de éxito eran grandes, y si se conseguía tal, se esperaba que el camino hacia Barcelona estuviera expedito.
Por otro lado, Cabrera, al mando de sus tres divisiones había partido camino de Burgos, esperando conseguir lo que no pudo hacer el general Eguia, tomar la ciudad. Según los informes, el encargado de proteger Burgos no era otro que ese maldito liberal de Serrano que tantas veces había intentado tomar Estella sin éxito, gracias precisamente a Cabrera. Ahora se medirían en terreno cristino, y al igual que en el frente catalán, las posibilidades de victoria eran grandes, pues la defensa de la ciudad estaba en manos de solo 10000 hombres frente a los 30000 leales carlistas.
Movimientos militares en el frente norte.
Mientras el rey se encontraba en su gabinete saboreando estos previsibles triunfos llamaron a la puerta con gran precipitación. Tras dar permiso para entrar a quien quiera que fuese, resulto ser uno de los jóvenes oficiales que servían de correos con el alto mando. Tras cuadrarse e inclinar la cabeza respetuosamente dio a conocer las noticias que traía:
- Majestad, traigo noticias de Zumalacarregui.
- ¿De Zumalacarregui? Bien, ¿y de que se trata?
- Santander ha caído, Majestad.
- ¡Excelente! Una noticia magnifica, ¿y como ha sido?
- Parece ser que la ciudad no presentó ningún tipo de resistencia, pues no había tropas liberales cerca.
- Vaya, así que Zumalacarregui no se equivocaba, los cristinos han concentrado todos sus ejércitos en Vascongadas y en Cataluña para impedirnos cualquier posibilidad de dirigirnos a Madrid.
- Eso parece Majestad, el general Zumalacarregui tiene intención de seguir hacia el oeste, según a dicho tiene la intención de llegar hasta La Coruña...
- ¿Cómo? Hum... El general sabe perfectamente cuales son nuestros planes, tenemos otras dos divisiones formándose en estos momentos y esperamos que él se ponga al frente de estas para dirigirnos a Madrid, si se dedica a pasearse por la costa cantábrica podemos perder mucho tiempo,... un tiempo que no tenemos.
- Majestad, el general dijo que si no se equivocaba, el oeste del país esta totalmente desprotegido y que dicha expedición no le llevaría mucho tiempo. Cuando las nuevas divisiones estén dispuestas, el general estará de vuelta.
- Bueno, es posible... y pensándolo bien, si la costa cantábrica cae en manos de Zumalacarregui, a los cristinos no les quedara otra que dividir sus fuerzas para intentar recuperarla, dándonos un respiro a nosotros... Bien, oficial, puede retirarse.
- A sus ordenes Majestad.
El oficial salió inmediatamente de la sala mientras que el rey Carlos volvía a la gran mesa donde se encontraban extendidos los diferentes mapas en los que se podía ver la situación de la guerra. Tras observar el recorrido que debería hacer Zumalacarregui y calcular el tiempo en el que las nuevas divisiones estarían formadas, el rey se dio por satisfecho.
Burgos, 7 de Agosto de 1836.
La detonación de los disparos de mosquetón llegaban hasta lo alto de la colina. Cabrera seguía la batalla que se decidía unos centenares de metros mas allá. El movimiento de los batallones se llevaba en perfecta formación siguiendo sus ordenes al pie de la letra. En verdad eran soldados carlistas.
Las tropas de Serrano, que tantas derrotas habían sufrido frente a sus hombres desde la recuperación de Bilbao, se retiraban en desorden tras perder una de las cosas más importantes en el campo de batalla, la moral. Pronto Burgos estaría en manos legitimistas y volvería a la buena España.
Gracias a Dios, las cosas habían cambiado en los últimos meses. Por fin y después de muchas suplicas, sus divisiones habían sido totalmente reforzadas. Según le dijo unos de los altos oficiales que formaban parte del gabinete de guerra de Su Majestad, esto se debía a que las importantes aportaciones monetarias que recibíamos de los que simpatizaban con la causa carlista. Austria y Prusia habían contribuido enormemente, incluso nobles franceses, leales a la causa y enemigos de las ideas liberales y masonas habían contribuido para con el rey Carlos. La gran cantidad de dinero disponible había permitido aumentar al máximo los gastos bélicos del gobierno del rey, permitiendo llamar a filas a nuevos y fieles hombres de todas las provincias.
- Mi general- dijo uno de los oficiales de su estado mayor que se encontraba junto a él en la colina- ¡¡El ejercito de Serrano se retira por fin!!
- Eso parece. No creo que Serrano acabe acostumbrando a estas derrotas.
- No lo creo mi general, pero apuesto que volverá a intentarlo.
- De eso estoy seguro.
- Pero ahora que haremos mi general, ¿nos quedaremos a defender Burgos?
- No, tenemos ordenes de dirigirnos a Estella. Hay que mantener protegida la capital. Estas acciones no son mas que para marear a los cristinos y obligarles a concentrar sus tropas en reconquistar sus plazas para que dejen las nuestras tranquilas.
Mientras decía esto, Cabrera vio como comenzaban a acercarse los oficiales al mando de los diferentes batallones del ejercito para pedir ordenes ante la actual situación. Cabrera lo tenia claro, volver a Estella lo antes posible, pues bien sabia que había cristinos en Huesca que podían realizar una intentona sobre la capital. En verdad esperaba que Zumalacarregui consiguiera lo que se proponía.
Barcelona, 27 de Septiembre de 1836.
El general Miguel Gómez sabia perfectamente que esta oportunidad no podía dejarla pasar. Tenia superioridad numérica, disponía de buena artillería y de una división de caballería. Delante de él esperaba Narvaez al frente de sus coraceros, atrapado en Barcelona como estaba, presentaría feroz resistencia, pero si caía derrotado, seria el fin de los coraceros reales, serian aniquilados.
- ¡Mi general! ¡Los coraceros reales han sido avistados por una de nuestras avanzadillas! ¡Parece ser que se preparan a presentar batalla! – Un capitán de caballería había llegado al galope junto al grupo del general.
- ¿Sí? Bien, pues como caballeros que somos, no dejaremos que sus expectativas se vean defraudadas. No podemos rechazar tal invitación.- Gómez se dirigió a otro de los oficiales- ¡Comandante! De la orden de batalla a los hombres. Que se preparen de forma inmediata.
El oficial, tras saludar marcialmente, espoleó a su caballo y puso dirección a las columnas de soldados impartiendo órdenes entre sus oficiales al mando. Gómez esperaba una gran victoria, tan grande como tomar una de las más importantes ciudades españolas. Sin duda seria un gran golpe para los liberales y un gran soplo de moral para los ejércitos de Don Carlos.
La batalla de Barcelona.
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Un saludo.