CAPITULO III: CHARTA EUROPAE
Aquí podemos encontrar al reino de Jerusalén tras su creación.
Los dominios reales del primer rey de Jerusalén, el joven Hugo I de la casa de Anjou-Gastinois, son su capital Jerusalén, mas las tierras meridionales de Hebrón y la fortaleza de Monreal, donde cayó su padre, junto a los dominios a los que el rey de Francia Jaime I Capeto renunció al coronar a Hugo, la fortaleza de Tiro y la arenosa provincia de Darum.
Guigues de Aquitania, el lider más aparente de la cruzada, volvió a Francia, furioso por no haber recibido la corona, y en sus últimos años lideró una revuelta contra el rey Jaime, en la que fue derrotado, viéndose forzado a huir del país para acabar sus días exiliado en el condado de Montferrato, protegido por un vasallo de los viejos enemigos de los Capeto, los Trencavel. Las ciudades de Acre y la región de Tiberias, que le pertenecían por derecho de conquista, fueron entregadas al señor Louis de Lorena, un caballero alemán que había acompañado al rey de Francia y se había comportado con gran valentía.
Tanto Mario de Tolosa como Jean de Gastinois regresaron a Francia para ocuparse de sus ducados de Tolosa y Anjou, y notablemente ayudaron al rey Jacques a vencer a su antiguo compañero cruzado. Sin embargo la casa de Tolosa no abandonó Outremer. El hermano bastardo de Mario, que se había ocupado del gobierno de Tolosa entre la muerte del anterior Duque y el regreso de Mario, acudió a Outremer en lugar de su hermano, y fue nombrado Duque de Ascalon.
Una de las decisiones más controvertidas del joven Hugo fue el nombramiento de un caballero de origen árabe, el jeque de una de las ciudades de Galilea que más había ayudado a los cruzados, y el primero que había cumplido la promesa de convertirse a la verdadera fe si los francos vencían, tomando el nombre de Jacques de Galilea, como Duque de los territorios de más allá del Jordán. Sin embargo Hugo nunca tuvo que lamentar esta decisión, puesto que durante su vida 'Jacques' se comportó con una lealtad y fiereza en la protección de tan delicada frontera, más que encomiable, y tomó una esposa franca de una casa noble menor.
Las fronteras del reino eran difíciles, pero excepto en un frente fueron muy fáciles de mantener e incluso de expandir.
Gran parte de las fronteras se encontraban cubiertas por tribus apenas seminómadas de origen árabe, agrupadas en múltiples tribus y bajo los más diversos jeques, muchos de ellos bandidos que robaban a cristianos y musulmanes por igual. Para ello se construyeron las increiblemente imponentes fortalezas del Krak de los Caballeros y Monreal, imponentes fortalezas que pronto ganaron fama de inexpugnables.
Al sudoeste, el califato fatimí daba sus últimos estertores, moribundo y decadente, habiendo su último canto de cisne la expulsión de los cristianos que habían ocupado los puertos del Delta durante la primera cruzada.
Al sudeste, el emirato de Medina y la Meca guardaba los santos lugares del Islam con celo. Más no disponía de la fuerza para desafiar al nuevo reino cruzado, más aún ante la amenaza permanente de las fortalezas de la Jordania cristiana.
La mayor amenaza vendría del nordeste. Allí dos poderosos enemigos aguardaban. El emir de Damasco era un poderoso señor de origen turco, pero de costumbres árabes y sirias, que había formado parte de la alianza que había intentado detener sin éxito a los cristianos. Desde su rica capital de Damasco pagaba un nominal vasallaje al gran sultán de Seljuk, pero mantenía una marcada independencia y un gran odio a sus nuevos vecinos.
Y el propio sultanato de Seljuk controlaba de forma directa todo el Líbano, desde donde amenazaba por igual a bizantinos y a francos. El sultanato era poderosísimo, cubriendo toda Persia y contando al propio Califa Abbasí entre sus vasallos... pero una demasiado descontrolada expansión habían detenido sus avances y ambiciones... por un tiempo.
El 26 de Agosto de 1122 el emperador bizantino enfrentó sus tropas a la horda turca que había invadido el centro de Anatolia para aposentarse, tras haber recibido la aprobación del sultán de Seljuk. El encuentro se produjo cerca de las 'puertas armenias', cerca de un importante puesto comercial llamado Manzikert.
El resultado fue un desastre total.
Los turcos exterminaron a los griegos y el emperador murió. Las tribus turcas ocuparon entonces todo el centro de Anatolia y llegaron a ocupar hasta las ciudades de Nikomedia y Bursa, a la vista del Cuerno de Oro mismo. Aunque se recuperaron ciertas ciudades de la Armenia, el imperio tuvo que aceptar que los turcos habían llegado para quedarse.
Así que, de forma característica, se enfrentaron entre sí. El trono imperial pasó de manos de forma frenética, las intrigas palaciegas se sucedían con las revueltas, tanto de nobles como populares. Y el hecho de que los francos hubieran triunfado al sur hería de modo particular el orgullo de muchos de los príncipes.
En 1140, la situación parecía aún sostenible por el emperador Isaac de la casa de los Angelus... pero los señores de las fronteras del imperio, indignados por la clara debilidad de su señor, que había reconocido a los cruzados y había pagado tributo a los turcos, había hecho que se rebelaran. Tanto los Conmeno de Antioquía como los príncipes de Serbia y de la costa de Anatolia se rebelaron, intentando proclamar a Miguel Conmeno en el trono. Más a pesar de las victorias de Miguel en el Este, las tropas leales al emperador pudieron contener al resto, e incluso avanzar sobre Armenia...
Lentamente el imperio se iba desangrando... mortalmente.