Pues aqui os dejo un nuevo capitulo de las aventuras del Duque de Provenza. Para los que esperabais una muerte cruel del Principe Arzobispo de Vivarais... os vais a quedar con las ganas. Nuestro malo malisimo continuará maquinando desde su castillo de Viviers.
CAPITULO 7. EL BANQUETE
Mientras en el cielo resuenan, por encima de las torres de la fortaleza de Arlés, las campanadas que anuncian la hora sexta, o sea mediodía, los invitados al banquete del Duque Bertran comienzan a tomar asiento en la Gran Sala del Castillo. Bertran ha preparado una gran fiesta que se extenderá desde después de Navidad hasta la festividad de Reyes y a la que ha invitado a todos sus vasallos, que podrán disfrutar con las diversiones que el Duque les ha preparado, banquetes amenizados por juglares y acróbatas, y bailes cortesanos.
Aunque las arcas ducales no están muy llenas debido a los gastos ocasionados por la guerra civil y las revueltas del Vivarais que han consumido gran parte de su tesoro en sueldos para los soldados, el Duque ha decidido gastar buena parte de la plata de que dispone, cinco libras y media de las 22 que tiene, en agasajar a sus invitados con este gran banquete.
Bertran ha tenido que darle un lavado de cara al palacio, adecentar las habitaciones donde pernoctaran sus invitados, contratar servidumbre, lo que le ha supuesto un desembolso de casi seiscientos deniers*, a los que hay que sumar los 442 deniers que le ha costado contratar a los acróbatas y juglares que amenizaran las veladas. Por otro lado también ha tenido que llenar llenar sus despensas comprando los más finos manjares para sus invitados, lo que ha reducido en 295 deniers más su riqueza. Con este importe la mesa del duque se llenará de ricas viandas como el pato, el venado o el jabalí, que ha cazado el propio Bertran, y los más exquisitos quesos, dulces y postres, suficiente para llenar el estomago de sus huespedes.
Bajo las bóvedas de piedra del viejo castillo de Arlés reina un ambiente de alegría y jolgorio mientras Bertran da una acogida cordial a sus invitados. Han venido todos sus vasallos vestidos con sus mejores galas, sus más lujosos jubones, túnicas y gorros, y los más ostentosos mantos. Ahí están su primo Jaufret, Conde de Forcalquier y Copero de la corte ducal, acompañado por su esposa Geneviva de Gap, Guigues “El Joven”, Conde del Delfinado de Vienne, y su esposa Ursula, Tibaud, Magistrado Mayor de la ciudad de Marsella y Mariscal del ejercito ducal, el Obispo Girard d’Aix, Capellán de la corte, y el Barón Robert de Grimaud, acompañado de su esposa Garcenda.
Pero no solo han acudido los vasallos que profesan una declarada amistad al duque, sino también los enemigos, a los que se envió invitación esperando que la declinasen pero que han decidido acudir, no se sabe si en un acto de reconciliación o con intención de molestar. Por ello también ocupa su lugar en la Gran Sala del Castillo de Arlés el Príncipe Arzobispo Girard de Viviers, liberado en agosto de la cárcel ducal, y la Princesa Ermesinda de Navarra, Condesa del Veniassin y viuda del traidor Conde Rainaud , acompañada por su hijo, de solo 5 años, y que es Conde titular bajo la regencia de Aymer d’Orange.
Aunque el Duque está deseando estrangular con sus manos al Principe Arzobispo sabe que eso no seria bueno para sus futuros planes, para los que necesita paz en la Provenza, por lo que decide darse el beso de la paz con Girard de Viviers, tan falso por ambas partes como el beso de judas, pero que es útil para ambos en este momento.
Así las jornadas discurren apaciblemente en la corte de Bertran, entre bailes y acrobacias, entre comidas animadas con las payasadas del bufon y las historias de los juglares. El duque, durante esos días de final de diciembre y principio de enero, estrecha sus lazos de amistad con algunos de sus invitados, como con el Obispo Girard d'Aix, mientras que con otros, como con su primo Jaufret, tiene algún encontronazo, pero Bertran no solo ha preparado este gran banquete para disfrutar de la comida y los espectáculos, sino para exponerles a sus vasallos su último proyecto.
Así, durante estos días, ha mantenido charlas informales con algunos de sus vasallos con los que tiene mayor confianza, exponiéndoles su proyecto, y cuando se ha asegurado que tendrá un claro apoyo, en uno de los primeros días de enero, después de la comida y mientras los comensales están rebajando sus estómagos a base de animadas conversaciones en la Gran Sala, decide hacer participes a todos sus huéspedes de la idea que ronda su cabeza desde hace meses.
- Como sabéis, queridos amigos, hay un tema que me preocupa mucho y al que llevo tiempo intentando poner solución. Se trata de la piratería en el Mediterráneo que dificulta nuestras relaciones comerciales y que hace de nuestro mar un lugar peligroso para nuestras naves. El Káiser Heinrich, que dios guarde muchos años, solo se ha preocupado hasta ahora por luchar contra las herejías en Pomerania y Pomeralia pero no ha prestado atención a nuestros problemas con los infieles que dificultan nuestro comercio. Creo que debemos ser nosotros quienes arreglemos este asunto con nuestros medios.- dice Bertran mientras sus invitados están atentos a sus palabras, que a muchos parecen exageradas.
Realmente el comercio de la Provenza se dirige sobre todo al Reino Franco y hacia el Sacro Imperio, realizándose por tierra. Las pocas naves que se arriesgan al largo viaje por mar bordeando la Península Ibérica para llegar a Inglaterra, Dinamarca o Noruega, tienen más problemas con el clima y las tormentas que con los piratas. Pero aun así todos los asistentes se mantienen en silencio porque saben que hay una razón oculta detrás de este discurso.
- Por ello ha llegado la hora de declarar la guerra a los piratas e infieles, destruyendo sus bases y yo, Bertran II Duque de Provenza por la gracia de Dios, levanto mi pendón y os pido que me sigáis para ir contra ellos en sus bases de Mallorca.
Todos los invitados aplauden esa declaración de guerra, unos con mayor entusiasmo como el Obispo Girard d’Aix, inspirador de la idea, y otros menos efusivamente como el Principe de Vivarais y la Condesa de Veniassin. Pero a nadie se escapa que una victoria sobre el Emirato de Mallorca, aunque no supondrá mejorar la seguridad de la navegación por el Mediterráneo de forma ostensible, si que reportará más tierras, títulos y riquezas para los vasallos que se hayan mostrado más fieles al duque, a costa de los derrotados infieles, por lo que todos aprueban la propuesta y se muestran partidarios de participar en esta campaña militar.
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* La unidad monetaria de la época era la libra instaurada por Carlomagno, dividida en 20 sous (sueldos, chelines...) que a su vez se componian de 12 deniers (dineros, peniques...). Puesto que la libra era una unidad muy grande, se utilizaba solo como moneda de cuenta, siendo los deniers la moneda circulante más corriente.