El camino de la guerra
(1936-...)
Prólogo: El Azote del Terror (1871-1914)
2ª Parte: El terror neojacobino
Tomado de “
Ghost Terror: The Secret History of Neojacobinism”, de
Steve A. Clavell, Offspring Editions, 2003, (”
El terror fantasma: La historia secreta del Neojacobinismo”, traducido por J. F. Martín y publicado por editorial Ñorkis, 2004)
Influidos por los escritos de Max Stirner, para quien sólo mediante la más completa violencia se puede salvar al mundo de la total decadencia, y los de Nechaiev, discípulo de Bakunin y que glorificó el terrorismo, el neojacobinismo entró en una nueva fase de violencia aleatoria y destrucción irreflexiva. Incluso si la etiqueta “anarquistas” no les es propia, cierto es que para este tiempo el neojacobismismo se había alejado definitivamente de sus raíces originales y se fusiona con el anarquismo más violento y demogagogo hasta hacerse indistinguible. En los años que siguieron sus ideas se extendieron como una plaga por Europa, encontrando gran eco en España e Italia. Esta difusión de sus ideas dio pie a un hermoso poema del poeta español Rafael Alberti que comienza
Un fantasma recorre Europa, el mundo,
ellos le llaman camarada.
Alejandro II, zar y autócrata de todas las Rusias, gran duque de Finlandia y rey de Polonia
Así, una temporada de violencia atribuida a los radicales neojacobinos sacude el mundo durante casi treinta años. Sin ningún propósito aparente en sus acciones, el terror neojacobino transformará, efectivamente, el mundo, pero no como los adalides del terror ciego tenían planeado. El primer objetivo es la realeza: Wilhelm I de Alemania es tiroteado mientras iba en carroza con su hija, la Gran Duquesa de Baden, el 11 de mayo de 1878. El autor de los disparos, Max Hödel, sería decapitado por ello. Apenas un mes después, apenas recuperado del anterior intento de asesinato, el 2 de junio, el káiser es herido por un disparo que efectúa Karl Nobiling, para después suicidarse. Alfonso XII de España sufre dos atentados fallidos en 1878 y 1879 y Humberto I de Italia es atacado por un neojacobino, Giovanni Passannante, durante un desfile en Nápoles el 17 de noviembre de 1878. El monarca pudo contrarrestar el primer golpe con su sable, pero pese a ello fue herido de gravedad en la cadera antes de que la guardia real pudiera intervenir. Por su decisión de hierro de acabar con sus enemigos por todos los medio Umberto fue atacado de nuevo por Pietro Acciarito, que intentó apuñalarle cerca de Roma el 22 de abril de 1897. Este no sería el último intento.
En 1881, el zar Alejandro II (1818-1899) sobrevive a un atentado neojacobino. Cuando el zar regresaba de pasar revista a los regimientos de la Guardia de Corps, tres neojacobinos, Nikolai Rysakov, Ignacy Hryniewiecki e Ivan Emelyanov, lanzan sendas bombas contra el monarca. Alejandro resultó herido de gravedad -perdería una pierna como consecuencia-, pero sobrevive. Este fue el sexto atentando que sufrió desde 1866. El zar, sangrando, llega al Palacio de Invierno, donde se recupera del ataque. A pesar de las críticas y exhortaciones de su hijo y heredero aparente, Alejandro (1845-1894), no anula su proceso reformista y continúa con su programa, que incluye planes para un parlamento reducido o Duma, que alcanzará su completo desarrollo bajo el reinado de su sucesor, su nieto Nicolás II
Este asesinato, tan espectacular como exitoso, inspiraría numerosos actos similares contra gobernantes y aristócratas por todo el mundo. En la noche del 7 de noviembre de 1893 estallan dos bombas mientras se representa en el Teatro Liceo de Barcelona, Catalunya la ópera “Guillermo Tell”, que figuraba en el programa de la Ópera de París la noche en que Luis XX fue depuesto en 1871. El efecto fue devastador: 23 muertos, incluídas 9 mujeres, y 40 heridos. Este atentado fue seguido por una larga serie de detenciones tanto en Catalunya como en los países vecinos, España y Francia. El terrorista, Santiago Salvador, es ejecutado el día 20.
La furia neojacobina prosigue: en 1887, cuatro estudiantes rusos son ejecutados por su papel en otro fallido atentado -el septimo, por cierto- contra Alejandro II. Un quinto miembro, un tal Alexander Ulianov, salva su vida porque su hermano menor, Vladimir Ilyich, delata la conspiración a la Okhrana a cambio de la vida de su hermano. En este estado de cosas un extraño suceso añade más madera al incendio: la muerte, en extrañas circunstancias, del heredero austrohúngaro el archiduque Rodolfo de Austria, que es hallado muerto en el pabellón de caza de Mayerling, el 30 de enero de 1889. Las explicaciones oficiales, que se contradicen y crean confusión, acaban anunciando que Rudolf había fallecido por una aplopejía súbita. Muchas historias corren sobre esta muerte, desde las que apuntan a un asesinato político –unas indican como culpables a los servicios secretos de la monarquía dual, que matan a Rudolf por sus simpatías pro-hungaras, y otras al Deuxième Bureau francés, que habría matado al archiduque al negarse a participar en un complot para deponer a su pro-germano padre Por supuesto cabe añadir que los periódicos de la época comentaron la posiblidad de que el asesino fuera un “vengador” neojacobino. No es necesario recalcar lo infundado de este rumor que, sin embargo, es muy popular todavía entre los teóricos de las conspiraciones ocultas.
El Archiduque Rodolfo (1858-1889), heredero del trono austro-húngaro.
Mientras tanto, España sufre una plaga de atentados por todo el país desde 1893 a 1897, que se repetiría nuevamente en 1906; Francia sufre el mismo castigo en 1893-94 a manos de Koënigstein (“Ravachol”) (1859-93) y Auguste Vaillant (1861-94), que culminarían con el ataque a la Cámara de Diputados en diciembre de 1893. Poco después del fin de estos ataques, otro neojacobino, el italiano Sante Geronimo Caserio, intenta asesinar al presidente Marie Francois Sadi Carnot en 1894, pero fracasa. Esto motivaría a que el ejército francés, harto del caos y de la impotencia gubernamental, amenace con intervenir. Para evitarlo, el gobierno desencadena una durísima campaña antiterrorista que, efectivamente, acaba con los nejocabinos franceses.
Marie Francois Sadi Carnot (1837-1898)
Hasta entonces, Gran Bretaña había permanecido tranquila, salvo por algunos atentados de los Fenianos irlandeses en la écada de 1860. Sin embargo, el 15 de febrero de 1894 el Real Observatorio Greenwich Park, Londres, es objeto de un ataque con bomba por parte del neojacobino francés Martial Bourdin (1868-1894). En junio de 1896, una bomba estalla durante la procesión de Corpus Christi en Barcelona. Ambos atentados generan una feroz represión contra neojacobinos, socialistas y republicanos, cerrándose la crisis con más de 150 detenidos en el Reino Unidos y 400 detenidos en Catalunya, de los que un número considerable fallece por las torturas. De los 87 juzgados, 8 son condenados a muerte y 9 a largas penas. Como venganza por esto, Michele Angiolillo procedente de París, llega a Barcelona dispuesto a matar a algun miembro el gobierno catalán. Al fallar, huye a Madrid para matar a algún miembro de la familia real, y acaba asesinando a Cánovas del Castillo.
Antonio Cánovas Del Castillo (1828–1897)
En esta cadena de sangrientos sucesos hay que incluir el asesinato de la emperatriz austriaca Elisabeth, ‘Sissi’, el 10 de septiembre de 1898. La emperatriz estaba paseando por la orilla del Lago Ginebra camino de abordar un vapor para Montreux con su dama de compañía, la condesa Sztaray, cuando fue apuñalada en el corazón por Luigi Lucheni. Aparentemente el asesino iba en busca de un miembro de la casa de Orléans y, al fracasar en su empeño, asesinó a Elisabeth. Antes de su ejecución Lucheni afirmaría “
Quería mata un miembro de la realeza. No me importaba cual”.
El 4 de abril de 1900, Albert Edward, príncipe de Gales, es asesinado por Jean-Baptiste Sipido, que le dispara en protesta por la Guerra Boer. Sipido escapa a Francia; la tardanza de las autoridades belgas para obtener la deportación de Sipido, junto con la repulsa que causaban las atrocidades belgas en el Congo, debilitaron fatalmente las ya difíciles relaciones entre el Reino Unido y el continente. Así, cuando muere Victoria y su nieto se convierte en Jorge V, un cambio radical se abre en la política inglesa. Pese a que el rey y su esposa, la reina May, viajaran por el imperio, Jorge optó siempre por quedarse en casa, con su colección de sellos, viviendo lo que, según sus biógrafos, fue una vida convencionalmente aburrida, lo que no ayudó, precisamente, a mejorar las malas relaciones de Gran Bretaña con el continente. Cabe mencionar que, a la muerte de la reina Victoria, el 22 de enero de 1901, durante gran parte del final de sus días estuvo su devoto nieto, el kronprinz Wilhelm II, y su padre, el Káiser Frederick III (1831-1902). Muchos británicos se sintieron emocionados por este acto de amor filial del heredero imperial alemán.
Funeral de Albert Edward (1841-1091), príncipe de Gales
En 1901, tras numerosos intentos, Umberto I de Italia es asesinado por un neojacobino italoamericano, Gaetano Bresci, cuya hermana había muerto al ser disuelta a cañonazos, en Milán, una pacífica manifestación. Bresci, que vivía en New Jersey, regresó a Italia y, estando el rey en Monza, el 29 de julio de 1900, le disparó mortalmente. Este asesinato contribuyó a incremente la histeria colectiva ya existente. En América surgió un pánico colectivo hacia los neojacobinos, animado por la prensa sensacionalista. Sin llegar a los límites que se dieron tanto en los Estados Unidos como en los Estados Confederados, algo parecido sucede en Europa, como podemos ver en los sucesos de la mañana del 15 de noviembre de 1902, cuando Leopoldo de Bélgica, al regresar de una ceremonia en memoria de su fallecida esposa, Marie Henriette, es tiroteado por Gennaro Rubino. Leopoldo escapó ileso, y Rubino fue inmediatamente capturado por la masa, que comenzó a golpearlo. Pese a los esfuerzos de la policía, la multitud, al grito de “
Matarlo!” y “
Viva el Rey!”, lincha a Rubino, que es colgado de un árbol.
Pese a no estar relacionado con el fenómeno neojacobino, el atentado sufrido por el kronprinz Wilhelm el 6 de febrero de 1901, cuando Dietrich Weiland le dispara durante una visita que el príncipe hacía a Bremen, el cual libra milagrosamente la herida, pues Weiland no es un buen tirador. Detenido inmediatamente, Weiland, un epiléptico, dio respuestas confusas sobre porqué había atacado al futuro emperador alemán, justificando su acción con un absurdo “
el carpincho me dijo que lo matara, ¿sabe usted?”. Asombrosamente, dando muestras de una magnanimidad desconocida, Wilhelm perdonó la vida de su asaltante. Asombrado por estos hechos luctuosos, el mundo se estremecería nuevamente. El 5 de septiembre de ese mismo año, el presidente de Estados Unidos, William McKinley, es herido por Leon Frank Czolgosz. McKinley escapó ileso, sólo para morir atropellado ocho días después por un taxi en Nueva York, siendo sucedido en el cargo por Theodore Roosevelt el 14 de septiembre de 1901. Dos semanas después, un desconocido tirador intenta, sin éxito, asesinar al primer ministro español, Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903).
Incluso el rey, Alfonso XIII, no escapa de la ira homicida. Mateu Morral, un neojacobino catalán, intenta matarle junto a su esposa, Victoria Eugenia, el 31 de mayo de 1906, el día de la boda de ambos. Los monarcas salieron indemnes del ataque, pero diversos transeúntes y caballos mueren por la bomba que Morral lanza. Tras esto; Morral intenta escapar, pero es reconocido y perseguido. Cuando parece que se rinde, saca una pistola y dispara contra uno de los guardianes, para suicidarse a continuación.
Jorge I de Grecia (1845-1916)
Por unos años, parece que el terror cesa, para regresar de nuevo con violencia. El 12 de noviembre de 1912 el primer ministro español, José Canalejas Méndez, es asesinado por Manuel Pardiñas Serrano, que le disparó tres veces, para suicidarse luego. Apenas un año después, el 18 de marzo de 1913, Alexandros Schinas intenta matar a Jorge I de Grecia (1874-1916). El rey, que paseaba sin escolta por Tesalónica, cerca de la Torre Blanca, no advierte que el asesino se le acerca hasta estar a menos de cinco metros. Entonces, Schinas dispara, pero se le atasca el arma. Lanza un grito terrible (los presentes dicen que escucharon un tal "
joroña con el carpincho!!!") y se da a la fuga. Diversas teorías sobre los motivos de Schinas surgieron en ese tiempo, desde una venganza búlgara por los territorios perdidos en la última guerra balcánica o los posibles motivos políticos de Austria-Hungría. El último estallido de rabia neojacobina estaría marcado por el intento de asesinato de Eduardo Dato (1856 –1930), primer ministro español, el 8 de enero de 1913, cuando tres pistoleros neojacobinos, Pedro Mateu, Ramón Casanellas y Lluís Nicolau, le disparan en venganza por la represión desatada contra su movimiento. Increíblemente, pese a que los tres pistoleros efectúan veinte disparos contra Dato, éste sólo es herido ligeramente por dos balas. Mateu y Casenellas fueron abatidos por la escolta de Dato, logrando Nicolau escapar. Este hecho, que enturbia ligeramente las relaciones catalano-españolas -los asesinos eran neojacobinos catalanes-, aumenta las tiranteces entre estos países vecinos no muy bien avenidos.
Tras estos sucesos, perseguido, acosado y casi aniquilado, el terrorismo neojacobino desaparece defintivamente de escena. Impactado por esta cadena de dramáticos y sangrientos hechos, el mundo juró no volverse a hundir en tal clase de locura nunca más. Sin embargo, como todo historiador sabe, otras clases de horror estaban ocultas en el futuro.
La emperatriz Elisabeth de Austria (1837-1898), llamada Sissí.