Introducción.
Cuando se habla del horror de la guerra civil, varios nombres vienen automáticamente a la cabeza: Gernika, Paracuellos, Badajoz o Málaga. En los últimos años se han ido sumando otros, como San Pedro de la Cardeña, Miranda de Ebro, Albatera, Lerma, Deusto o Castuera. Son algunos de los campos de concentración de la dictadura franquista.
Si la España de Franco comenzó a labrarse con el terror y la violencia, no cabe la menor duda de que, para asentar su poder, durante y una vez terminada la contienda civil, Franco hizo uso de una extensa red de campos de concentración y de explotación de mano de obra cautiva.
Los campos de concentración franquistas no pueden ser clasificados de otro modo con eufemismos varios. En estos campos (más de 180, de estos 104 estables) se machacaba ferozmente a los prisioneros de guerra para convertirlos en la legión de esclavos que reconstruyeron la devastada infraestructura nacional. Fue su castigo por formar parte de la "anti-España" que se había enfrentado a la "verdadera".
Estos campos formaban parte del poder que los puso en funcionamiento, de manera que su función "concentradora" tiene un carácter eminentemente bélico, pues surgen de la guerra civil española. Eran la solución que el Estado y el Ejército proporcionaban ante la llegada masiva de cautivos.
Fueron campos meramente preventivos, pues en ellos no se cumplió pena alguna, sino que fueron usados para internar y clasificar a los prisioneros. Eran un primer paso en la cadena depuradora del régimen franquista que éste aplicaba sobre el enemigo derrotado. No fueron establecimientos penitenciarios, sino causados por las necesidades bélicas. Surgidos de la ilegalidad de un alzamiento militar, no podían reflejar legalidad alguna.
Los primeros campos aparecieron en noviembre de 1936 para ocuparse de los prisioneros de guerra, y fueron clasificados a partir de marzo de 1937 y centralizados en la llamada Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros. Los primeros comenzaron a ser clausurados en 1939, aunque algunos alargaron su existencia hasta la Segunda Guerra Mundial (el de Miranda de Ebro, concretamente, hasta 1947).
Una red de campos por el que llegaron a pasar medio millón de prisioneros en unas deplorables condiciones de vida y con unas humillantes políticas de reeducación y depuración.
Cuando se habla del horror de la guerra civil, varios nombres vienen automáticamente a la cabeza: Gernika, Paracuellos, Badajoz o Málaga. En los últimos años se han ido sumando otros, como San Pedro de la Cardeña, Miranda de Ebro, Albatera, Lerma, Deusto o Castuera. Son algunos de los campos de concentración de la dictadura franquista.
Si la España de Franco comenzó a labrarse con el terror y la violencia, no cabe la menor duda de que, para asentar su poder, durante y una vez terminada la contienda civil, Franco hizo uso de una extensa red de campos de concentración y de explotación de mano de obra cautiva.
Los campos de concentración franquistas no pueden ser clasificados de otro modo con eufemismos varios. En estos campos (más de 180, de estos 104 estables) se machacaba ferozmente a los prisioneros de guerra para convertirlos en la legión de esclavos que reconstruyeron la devastada infraestructura nacional. Fue su castigo por formar parte de la "anti-España" que se había enfrentado a la "verdadera".
Estos campos formaban parte del poder que los puso en funcionamiento, de manera que su función "concentradora" tiene un carácter eminentemente bélico, pues surgen de la guerra civil española. Eran la solución que el Estado y el Ejército proporcionaban ante la llegada masiva de cautivos.
Fueron campos meramente preventivos, pues en ellos no se cumplió pena alguna, sino que fueron usados para internar y clasificar a los prisioneros. Eran un primer paso en la cadena depuradora del régimen franquista que éste aplicaba sobre el enemigo derrotado. No fueron establecimientos penitenciarios, sino causados por las necesidades bélicas. Surgidos de la ilegalidad de un alzamiento militar, no podían reflejar legalidad alguna.
Los primeros campos aparecieron en noviembre de 1936 para ocuparse de los prisioneros de guerra, y fueron clasificados a partir de marzo de 1937 y centralizados en la llamada Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros. Los primeros comenzaron a ser clausurados en 1939, aunque algunos alargaron su existencia hasta la Segunda Guerra Mundial (el de Miranda de Ebro, concretamente, hasta 1947).
Una red de campos por el que llegaron a pasar medio millón de prisioneros en unas deplorables condiciones de vida y con unas humillantes políticas de reeducación y depuración.