Capítulo ochenta y uno: Elecciones en Gran Bretaña
Una vez se supo del final de la guerra una sensación de alivio recorrió todo el mundo. Fue como un suspiro colectivo tras cuatro años de carnicería sin fin. Por todas partes los cañones dispararon salvas de honor y las campanas tronaron mientras multitudes ebrias de felicidad llenaban las calles de toda Europa.
En el frente también hubieron celebraciones. En algunos campamentos de descanso los soldados se saltaron las guardias y vaciaron cubos de agua fría sobre la cabeza de algún sargento antes de escaparse sin permiso para un tour por los bares de la ciudad más cercana que duró 48 horas. Más cerca del frente la situación varió un poco. El soldado Cushing recordó "no lanzamos nuestros cascos al aire, ni gritas. De hecho, nuestro comportamiento no varió". El cabo Fielding afirmó: "mientras que los boches lo celebraban, pocos ingleses lo hicieron". Algunos, como el soldado Bradley, sufrieron la "peor depresión de toda mi vida". De repente los soldados tenían que hacer frente a vivir sin la guerra, algo que les parecía inaudito. La guerra había durado demasiado, y se habían acostumbrado a la amenaza de morir en cualquier momento. De repente este peligro se desvaneció.
Y con el peligro se fue la disciplina, como el coronel y los oficiales del 10º de Londres descubrieron: cuando a la mañana siguiente la corneta llamó a los soldados a formar, apenas un puñado hicieron acto de presencia, de manera que el desfile se tuvo que cancelar de inmediato. Haig remarcó la importancia de mantener la disciplina, escribiendo más adelante que ‘a menudo el mejor soldado es el peor a la hora de tratar con él en la paz!’ Luego, los generales se presentaron ante la presa para ser inmortalizados. Así comenzó el largo camino hacia la desmovilización.
Haig y sus generales en la última foto de la guerra.
Primera fila, de izquierda a derecha: Plumer, Haig, Rawlinson Segunda fila, de izquierda a derecha: Byng, Birdwood, Horne Tercera fila, de izquierda a derecha: Lawrence, Kavanagh, White, Percy, Vaughan, Montgomery, Anderson.
Aunque millones de soldados alemanes se alegraron de regresar con vida a su casa, no todos podían aceptar la derrota. Por supuesto que existía un sentimiento general de amargura, pero más contra el coste humano del conflicto que por la derrota. Sin embargo, todos tenían un proposito común: volver a sus vidas anteriores al conflicto.
El nuevo gobierno alemán.
Cerca de 65 millones de personas vistieron un uniforme militar durante la Gran Guerra. Aunque todavía no se conocen las cifras definitivas, se estima que para el final del conflicto cerca de 7 millones de soldados y oficiales habían muerto, y 16,4 estaban heridos: un coste inaudito en la historia humana. Las bajas aliadas sumaban 4,5 millones, incluyendo unos 1,65 millones de rusos, 1,1 de franceses, 594.000 británicos (incluyendo a 30.000 irlandeses), 500.000 italianos, 125.000 rumanos, 135.000 norteamericanos, 60.000 canadienses, 56.000 australianos, 50.000 belgas, 45.000 serbios, 35.000 hindúes, 25.000 sudafricanos y 15.000 neocelandeses. Las perdidas de las Potencias Centrales rozaban los 2.5 millones de muertos, incluyendo casi 1.5 millones de alemanes, 0.8 de austrohúngaros, 250.000 turcos y 80.000 búlgaros. Tanto los supervivientes de uno como de otro bando tendrían que vivir con las cicatrices que la guerra había dejado en sus cuerpos y sus almas.
Soldados alemanes del 238º regimiento de infantería de reserva rezan frente a la tumba de un camarada. Dos diías después de que se tomara la foto, el segundo soldado contando por la derecha murió en combate.
En Gran Bertaña, una vez aprobada la Representation of the People Act de 1918, que permitía votar a las mujeres de más de 18 años, abolía las consideraciones de riqueza para votar y reformaba los distritos por primera vez desde 1885 (triplicando de paso el número de votantes), Lloyd George para pedir al rey Jorge V que se disolviera el parlamento y se pudieran realizar las primeras elecciones generales desde 1910. El 6 de mayo la coalición que había liderado el país durante la guerra se unió para enfrentarse con las elecciones, para seguir con el gobierno realizado por el gobierno durante las hostilidades, y enfrentarse a un futuro "lleno de peligros, huelgas, descontentos y espíritu revolucionario que los cuatro años de patriótico autocontrol han liberado".
Las elecciones marcaron la ruptura final del partido liberal. Con el ascenso de lo laboristas y de los unionistas, Lloyd George vio claramente que los liberales estaban acabados, y por eso se alió con los unionistas de Bonar Law, que estaba encantado de colaborar con el líder que había derrotado a los alemanes. Así la Coalición pidió que le dejara construir un paz duradera, para evitar más calamidades en Europa y para convertir a Gran Bretaña en un país "en el que puedan vivir sus héroes".
Por supuesto, la guerra fue el gran tema de las elecciones. Los británicos querían vengarse y ver colgar del árbol más próximo al exiliado emperador germano. Y Lloyd George se mostró partidario de juzgarlo en un tribunal internacional. Entonces se enfrentó con un dilema curioso. los británicos, como los franceses, exigían que los alemanes pagaran el coste de la guerra, pero esto podía hundir la economía germana y, de rebote, afectar a la británica. En esa tesitura tan delicada, sir Eric Geddes, miembro del gabinete, tuvo que torpedear sus esfuerzos al declarar con aires demagogos que “Alemania va a pagar las reparaciones e indemnizaciones para reparar todo el daño causado por la guerra, y me aseguraré de ello personalmente, aunque tenga que estrujarles como un limón.” Por suerte para Guillermo II, el gobierno holandés no estaba por la labor de entregarlo a los aliados. Sin embargo, este discurso servía para que los británicos estuvieran convencidos de que su gobierno estaba listo para conseguir una paz beneficiosa para Gran Bretaña.
Lloyd George en un mítin.
Pero Alemania no era el único tema de la campaña. El primer ministro prometió reorganizar el sistema de la seguridad social, reformar la educación, ayudar a los veteranos a integrarse en la sociedad y rehabilitar a aquellos a los que la guerra hubiera roto. Sobre Irlanda puso énfasis en la importancia de poner en marcha la Autonomía (Home Rule) e insistir que no se permitiría que se gobernara desde Dublín al Ulster si éste no quería.
Opuesto a la Coalición, Asquith criticó las elecciones como innecesarias y apresuradas, y remarcó su propio papel como primer ministro durante la guerra y los logros liberales desde 1910. Demandó, asimismo, una paz "limpia", sin venganzas, con Alemania, y la creación de una organización internacional para facilitar la resolución de las disputas entre naciones. Además, reclamó el autogobierno para Irlanda.
El 12 de junio de 1918 los británicos se prepararon para votar por primera vez desde hacía ocho años.