• We have updated our Community Code of Conduct. Please read through the new rules for the forum that are an integral part of Paradox Interactive’s User Agreement.

zeltiko2018b

Recruit
Jul 23, 2023
7
1
El Egipto post napoleónico



Capítulo I: el nuevo Jedive Ibrahim al -Alawi -1861

Captura de pantalla 2023-11-28 041524.png


Habían pasado unos meses después de que el ya anciano Jedive Muhammed había dejado la jefatura de Estado a su hijo Ibrahim. El país estaba confuso. El nuevo rey seguía la misma política aristocrática que su padre, pero el ejército, liderado por un nuevo hombre, y no por la antigua aristocracia, creía que el país debía cambiar de rumbo.



Los tres consejeros del Jedive, representados en el gobierno por el ulema Shukru Farid Bey, el noble Ali al Hasi, y el jefe del ejército, un anciano general al-Habashiya, se acercaron a él y entraron juntos en el ostentoso Palacio de Abdin. . El representante del poder militar casi parecía que se apoyaba en el Jedive para pasar andando por la grandiosa puerta de entrada.



Entrando en la cámara real y sentado el Jedive detrás de una gran mesa, el Consejo se reunió de pie en frente del primero. El militar tenía una fachada muy seria.

-Señor -dijo al Rey–, le sere fiel hasta el final, pero si el país no se moderniza, su propia existencia será dañada como ocurrió hace veinte años cuando los turcos llegaron hasta las puertas de El Cairo.

-¿Modernizarse? -saltó al Hasi-, lo único que usted quiere es robarnos nuestras sagradas tierras y despreciar a nuestro Dios como lo hacen los franceses y los ingleses.

Al Hasi llevaba una auténtica coraza de lancero, pues había participado en la defensa de Alepo y aun se distinguía entre los nobles a los que se presentaba como un mártir de los egipcios que había sacrificado todo por su patria ante el imperialismo otomano.

-Al Hasi! -reaccionó el anciano, mientras tensaba su cara y sus labios esputaban algunas gotas de saliva-, te tengo aprecio por lo que hiciste hace tiempo, pero si el ejército no se renueva a los hábitos de Occidente, no duraremos mucho y seremos unos parias, unos sin tierra, la nada absoluta!



El noble terrateniente, que era dueño de las tierras de cultivo de El Cairo y disponía de rentas derivadas de las grandes plantaciones de frutas del delta del Nilo, no se amedrentó:

-Tú no sabes lo que es luchar, no sabes lo que es perder tierras y que tus enemigos te insulten cuando retrocedes. No tienes derecho a darme clases de asuntos militares.

-Lo sé muy bien, al Hasi -respondió el anciano-. Yo también sentí la humillación de hace veinte años. Pero trabajo para que no vuelva a ocurrir. Fue idea mía la de ceder las tierras jordanas a los franceses para formar un Estado tapón que evitase que los otomanos nos atacasen por tierra. Si hubiésemos perdido esas tierras, de nosotros no quedaría nada.

Al Habashiya bajó la cabeza mientras miraba a Farid.

-Eso fue una equivocación -dijo el ulema -, pero al menos los franceses nos dejan ir a rezar a los santos lugares.

-Si hubiésemos perdido las tierras sagradas, los otomanos también nos hubieran dejado ir a rezar allí! -exclamó un enfurecido al Hasi.

-Si, pero hubiéramos perdido la patria, no seriamos más que perros sin un lugar donde dormir. Somos una gran nación, milenaria. Llevamos siglos aquí, somos fuente de sabiduría: hasta aquí llegaron los grandes científicos y filósofos que huyeron de al Andalus.

-Los otomanos nos hubieran respetado, al Habashiya -introdujo al Hasi.

-Sabes tú que eso no sería así -se levantó Farid -, tus tierras desaparecerían en favor de un bajá turco. El pasado no se puede cambiar. Creo que al Habashiya cometió un pecado al dejar las tierras a los cristianos, pero la ambición de los turcos va más allá de lo que se puede tolerar. Tienen las tierras de los libios, también quieren las tierras de Constantina y Orán, y llegar hasta Marruecos. El mundo musulmán es muy diverso, hace tiempo que se dividió lamentablemente. Y volver a unirlo ahora es imposible, traería un gran baño de sangre y muchas madres tendrían que llorar a los mártires de uno y otro lado -. Farid dejó de hablar y se dirigió al Jedive -. Su excelencia, Ibrahim al Alawi, ¿cuál es su opinión?



Ibrahim se levantó. Era un Jedive bastante alto para la media egipcia. Mesó su barba. Y dijo:

-De acuerdo. Haremos lo que dice el general. Haremos del Reino un país con una industria potente. Traeremos a inversores extranjeros, alimentaremos al pueblo, pero no se nos olvidará reforzar nuestro ejército real. Si ahora somos veinte, seremos mil y luego diez mil, hasta recuperar las tierras que se nos arrebató.

-Pero Majestad, -dijo al Hasi -, para los infieles la tierra no es sagrada, lo sagrado es el capital, el dinero sucio y maloliente!

-¡Basta! -saltó el Jedive -, tu tierra te aporta grandes beneficios, sucios para ti, ¿no es así? Tus esclavos comen gracias a ti, tus lacayos viven en la pobreza absoluta. No creo que Dios piense que eso está bien. Libera tus esclavos, invierte tus rentas en Industria en vez de en joyas de tu palacio, atrévete a hacerlo!

-Pero lo que quiere el general no es modernizar el país, es echarle a usted!

-Mientes!! -al Habashiya desenvainó el decorado sable que portaba y lo puso en la garganta del noble-. Solo tengo que apretar…



El cuello del terrateniente egipcio sangró levemente por la casi rozadura que le había provocado la presión.

Farid intermedió entre el general y al Hasi, y el primero se apartó lentamente caminando hacia atrás hasta chocar con la mesa del Jedive.

-¡Eso no quedará así! -al Hasi se llevó la mano al cuello y salió de la sala real.



La reunión había sido realmente dura, pero la parte reformadora del Consejo había triunfado. En adelante, se acometerían las reformas pertinentes para modernizar el país. El Jedive sabía que no quedaba otra opción. Desde ahora en el Consejo estarían los pocos poseedores de capital que había, el clero musulmán y el ejército. Lo primero que el gobierno iba a hacer era una reforma agraria para que las personas libres pudieran cultivar las tierras no trabajadas por los nobles. Tal medida, no tardó en suscitar el odio de los terratenientes.



No pasaron ni dos semanas desde la reunión, y al Hasi, enfermo de avaricia por ostentar el gobierno ahora él solo, dio un golpe. Había ulemas que lo apoyaron, porque no creían en la renovación del país. Pero el Jedive no había sido ni arrogante ni poco inteligente. Había puesto en los puestos de mando de su aún pequeño ejército a miembros del ala capitalista de la sociedad y a muchos beys miembros también del estamento militar.


Captura de pantalla 2023-11-28 041218.png

Rebelión de los Nobles, Ad-Damazin, Provincia del Nilo Azul, 2 de Junio de 1861

Capítulo II: el golpe



Al Hasi había tenido éxito en muchos lugares que no disfrutaban de la luz del Norte. Eran pocos, pero molestos porque obligaban a movilizar un ejército aún muy débil en las provincias aledañas al Bajo Egipto.



El Jedive siguió con su estratagema de aprobar leyes de liberalización económica y social. El líder de los industriales junto con los reformistas liberales y los campesinos libres se reunió en Abdin con el Rey.

-Excelencia -dijo uno de los pajes al Jedive -, le presento a Ravif Bey, dueño de una fábrica de conservas en al sur de Alejandría y de varias minas de hierro en el Sinaí.



Ravif bajó su cabeza en muestra de respeto al Jedive. Tenía una barba pelirroja, y el cabello escondido por un pañuelo rojo que colgaba en sus hombros. Era de tez delgada; no parecían aquellos capitalistas occidentales que eran gordos y grasientos.



-No son necesarios cuentos de adoración -dijo el rey-. Dentro de poco será Jefe de Estado y no un monarca absoluto.

-Bueno -respondió Ravif-, aún tendrá poder sobre el ejército que le es plenamente leal.



La nariz aguileña del capitalista brillaba sobre el bigote rojo con algunas canas que le hacían más viejo de lo que parecía. Estaba sonriente. Al Hasi había metido la pata, había llevado a los suyos a la catástrofe al dar el golpe y el veía una oportunidad de obtener mucho dinero de las reformas que con la presión de los terratenientes no podría hacer.



El paje presentó al líder de los agrarios. Había estudiado en el extranjero gracias al apoyo de un noble altruista. Al Bujuri era de mediana edad y había peleado desde siempre por el derecho a una tierra libre que sembrasen campesinos fuera del control terrateniente. Se notaba que también trabajaba en el agro por su piel oscura, más de lo normal para un egipcio.



-Señor -dijo Bujuri tendiendo su mano al Jedive.

-Ja, ja, ja,… -se rio Ibrahim ante la insolencia y el atrevimiento del campesino.

-Perdón, señor, en Francia se hace así, es una muestra de igualdad y de respeto.

-¿Incluso a un Rey? -preguntó el Jedive.

-¿Perdón?? -dijo Bujuri-, nunca me encontre con uno.



Ibrahim no se molesto. Le caía bien el campesino. Sabía que entre ellos había muchos monárquicos, muchos más que entre los propios nobles, que eran leales pero que, como al Hasi, habían dado un golpe en el Sur del Imperio. Bujuri se echó hacia atrás y el paje presentó a Mustafa Pasha, que representaba al ala liberal de la sociedad.



Mustafa era un hombre de cara alargada, bigote y falta de pelo en el techo. Sus ojos verdes en una cara sin arrugas ni cortes y muy blanca hacían ver de él a alguien que pasaba más tiempo estudiando que trabajando. Había leído las obras de los autores griegos filosóficos mientras que había servido como soldado en Creta. Ilusionado con las ideas de libertad y democracia, debía de ser la persona a la que más temiera el Jedive. Este se acercó a él y le saludó mientras se postraba en señal de respeto:



-Buenos días -le dijo Ibrahim-. ¿Vienes con ganas de trabajar?

-Perdóneme excelencia, no le entiendo -respondió Mustafa.

-Sé que entre ustedes no soy muy adorado, pero no ha de temer por mi.

-Nuestro objetivo es cambiar el país de forma pacífica. No disponemos de generales en el ejército como algunos ulemas y nobles. Queremos cambiar el Imperio Egipcio de arriba a abajo, pero sin sangre -dijo Mustafa muy serio.

-Por el momento, la tan ansiada reforma agraria ya es suya, señores -dijo el Rey -. Lo malo es que el golpe puede desangrar el país.

-Un toque seco en el Sur será suficiente para salvar el Imperio -entró al Habashiya bastón en mano.

-No nos quedaremos ahí -replicó Mustafa-. Sé que los capitales también ansían una reforma democrática. Por el momento nos contentamos con ello -miró a Ravif.



El Jedive dirigió también su mirada a Ravif. El capitalista asentió. Era la muestra de que algo más querían.



-¿Y qué reforma quieren? -preguntó el Rey.

-Usted seguiría en su puesto, pero el Consejo no lo elegiría usted, si no unos representantes elegidos entre las grandes fortunas del Imperio -contestó Mustafa.

-¡Pero eso significa que los nobles continuarían teniendo el poder! -exclamó el Jedive.

-Eso es un riesgo que tenemos que correr -dijo Mustafa-. Solo hay que esperar y la modernización de Egipto hará el resto. Si fundamos universidades, protegemos a los industriales y damos a las clases populares la oportunidad de ser libres todo se andará.

-Podríamos tardar años -se mesó la barba el Rey -. ¿Y qué pasa si algo se tuerce?

-El poder está en el pueblo. Si no respetamos el camino, el pueblo sabrá que hacer. Es lo que pasó en Francia, y aquí también pasará. Por el momento tenemos el ejército imperial de nuestro lado. Le pido a Usted que confie en las fuerzas armadas y nombre generales solo a los miembros de sectores reformistas -dijo Mustafa.

-Será difícil, pero posible. Espero no calentar demasiado los ánimos de la nobleza -pensó para sí el monarca.



En ese momento, entró Yusuf Bey, secretario de asuntos militares del Rey. Parecía alegre a la vez que asemejaba decir algo que no salía de sus labios.



-¿Qué ocurre, Yusuf? -pregunto el Jedive Ibrahim.

-Es, es, es la guerra. ¡¡Ha acabado, ha acabado!! -decía contento el secretario, mientras saltaba.



Los representantes de los estamentos se miraron; la guerra no habia casi comenzado y ya habia terminado!!



-Al Hasi, se ha entregado en Dongola. Sus hombres no iban a luchar contra un ejército de su mismo país -inquirió Yusuf.

-Que Dios nos guarde -dijo el Jedive.

-Es hora de realizar la reforma democrática que exigimos antes de que la nobleza se organice -dijo Mustafa Bey.

-Si quiere modernizar la industria la hemos de proteger del capital extranjero -apresuró Ravif.

-Vamos por partes -dijo el Jedive-. La reforma democrática dele por echa, señor Mustafa. Salvaguardar nuestras fabricas nos alargara en el tiempo, pero es posible en unos meses.

-Recuerde, su Majestad Ibrahim -amenazó Mustafa-. Estaremos expectantes.


Captura de pantalla 2023-11-28 040817.png

Voto después de la rebelión de los nobles

Capítulo III: Egipto, potencia reconocida - 1876-1877



Habían pasado diez años desde la tímida democratización del país. El Partido Consevador gobernaba el país con los Industrialistas del Primer Ministro Ravif Bey. La industrialización había causado sus efectos con diferentes acuerdos con otros países del entorno. Ibrahim había tolerado las medidas anti revolucionarias con una gran inversión en una Policía Secreta, la AAA, alshurtat alsiriyat almisria, con el fin de infiltrarse entre los poderes del Partido Conservador en el ejército.



El Jedive visitó con miembros de su gobierno la nueva Sociedad de Grano Egipcio, una de las más productivas de Oriente Próximo. El capital invertido para ello había sido inmenso, pero ello significaba que la población del Imperio dejaría de pasar hambre. El jefe del almacén en el que se encontraban en el puerto de Alejandría era un viejo conocido de Ravif Bey. Los sacos de grano venían de todos los sitios, pero era en tierras del Delta del Nilo donde más se producía.



-Los barcos de mercancías vienen de todos los puntos a lo largo del Nilo, Excelencia. Aquí -dijo señalando las grúas del puerto -lo descargamos y lo almacenamos. Lo metemos en sacos, hechos de lino, y lo distribuimos entre los minoristas. El restante... -le corto el Jedive.

-El restante lo exportamos a Francia y al Imperio Otomano, según sé.

-Exacto, Excelencia.

-Los antes enemigos son ahora cooperantes para atacar el hambre. Curiosidades de la Historia -habló con el Primer Ministro Ravif.

-La conservación de la paz hace extraños compañeros de cama -contestó Ravif.



Un individuo con uniforme se acercó al Ministro de Guerra. Traía un sobre cerrado y sellado con el emblema imperial. El Ministro de Guerra se acercó al Jedive y le dijo mientras leía el contenido del sobre, “Grecia ha caído”. Una cara de ilusión se adueñó de Ibrahim. Hacía tiempo que ese país financiaba el terrorismo secesionista en la isla de Creta. Grecia no pudo con el poder militar del Imperio.







Las elecciones de Noviembre llegaron. El Jedive nombró Primer Ministro de nuevo a Ravif Bey con el apoyo del Partido Liberal de Yusuf al Tahtawi. El crecimiento económico había acercado el PIB del país al de su anterior enemigo turco. Su potencia militar también era similar y eso prometía nuevos horizontes. Ibrahim al Alawi juntó a su Gobierno:



-Señores, como saben, somos una potencia en Oriente. Pero queremos que se nos reconozca en el mundo entero.

-¿No será eso, Excelencia, contraproducente para con nuestras industrias? -preguntó Ravif Bey.

-¿Y a quién presionaremos para ello, mi Señor? -dijo uno de sus ministros mientras apuntaba con una pluma en un papel sus anotaciones. La pluma no dejaba de ir del papel al tintero.

-En estos momentos y según tengo entendido hay una guerra abierta entre Francia y uno de sus vecinos. Una guerra en la que no nos vamos a meter. ¿Cómo se llama el otro país, Yusuf?

-Prusia, mi señor -dijo el secretario real.

-Nos han ofrecido mucho a cambio de entrar en la guerra, pero no picaremos. Tienen las de perder. Esperaremos a que se desangren, y solo entonces actuaremos -dijo el Jedive.

-Pero tenemos negocios con Francia -dijo Ravif.

-Según mis conocimientos, nuestros aliados europeos nos ayudarán a compensar las pérdidas de mercado. El Rey de Dos Sicilias, Francisco de Borbón, nos compraría lo que Francia no quiere y nos ayudaría a controlar el mediterráneo -señaló al Ministro de Guerra-. ¿Cuánto supondría en gasto corriente la guerra?



El ministro de Guerra, un viejo liberal, no disponía de datos económicos, pero su colega de Economía, un joven elegido entre los industriales respondió:

-Tendremos que subir los impuestos si movilizamos a todo el ejército, y quitar ayudas sociales, pero el dominio del mediterráneo nos vendrá muy bien para que no destruyan nuestras líneas de suministro.

- Entonces, está bien. Anunciaré al Mariscal al Nahas que prepare el país para lo que viene.



Los miembros del Gobierno se levantaron y esperaron a que el Jedive saliese y cerrase la sala del Consejo del Palacio de Abdin. Ravif y Al Tahtawi se miraron. Ravif sudaba.



-Sabes que si no ganamos supondrá el fin del país. Una cosa es conquistar Grecia y otra es hacerlo contra la primera potencia mundial -dijo Ravif.

-El Rey debe tener más información que nosotros, Ravif. A mí tampoco me gusta la idea, pero hay que contentar a los generales -al Tahtawi se tocaba la nuca.

-Espero que tengas razón. Estos veinte años de prosperidad no se pueden perder por decisiones tomadas a la ligera.



Ambos salieron de la sala con gestos preocupados. Se dirigieron en una berlina a sus casas y durmieron apenas dos horas, dos horas de sudores fríos ante lo que se avecinaba.



La guerra comenzó el uno de enero de 1876. Al mismo tiempo se firmaba un acuerdo comercial con el todopoderoso Reino Unido. El Reino de las Dos Sicilias ayudó a controlar el Mediterráneo como dijo el Jedive. Francia apenas hizo caso a esa guerra. Tenía asuntos más importantes con Prusia. Egipto conquistó la isla de Córcega y desembarco tropas en el Norte de Argelia. En terreno europeo no tenía nada que hacer contra el poder francés. Este Status Quo duró un año. Entonces Francia de boca de su Rey Absoluto se ocupó de los temas del Sur. La verdad es que no pudo hacer mucho. Era hora de firmar una paz favorable a los intereses egipcios.



En febrero, el día dos, con unas temperaturas bajísimas ambos reyes se reunieron en Nápoles. Del primer carruaje tirado por cuatro caballos salió Francisco de Orleans, hombre apuesto de mediada estatura y un auténtico psicópata que creía que era la encarnación de Dios en la tierra. Tenía un lema, decir es hacer . En el segundo carruaje iba Ibrahim al Alawi, casi tiritando y envuelto en pieles de castor en un abrigo importado del Gran Canadá. El rey de Dos Sicilias hizo de anfitrión del lujoso palacio real de Caserta. Los dos reyes europeos se saludaron, el Jedive, serio, extendió el brazo y dio la mano al francés, pero este, con cara de asco, no acepto su saludo cordial.



Las negociaciones comenzaron. El Ministro De Exteriores egipcio, que era el propio al Tahtawi comenzó su discurso:



-Nos reunimos hoy aquí, no para conquistar territorios, si no para reconocer la grandeza del Imperio de Egipto, un Imperio que tiene históricamente tanto derecho a tener un lugar bajo el Sol como el Francés. Nunca hemos puesto objeciones a que Francia se expanda más allá de sus fronteras e incluso hace treinta años cedimos territorios para nosotros sagrados con el fin de evitar una guerra entre musulmanes con nuestros vecinos del Norte -al Tahtawi bebió un vaso de agua para aclarar la garganta -. Ahora pedimos a ustedes que nos reconozcan como Estado de Sujetos Libres y civilizados y que no nos humillen como a los pueblos hermanos del Norte de África a los que tienen como dominios.



Los representantes franceses se miraron entre sí y parecía que iban a aceptar aquello si no fuese por la posición del monarca absoluto que con un gesto de negación tiró todo al traste. El Rey francés se levantó, justo cuando parecía que iba a salir de la sala, el Jedive, de una forma inusual en una monarca, le cogió de la mano.



-No permita más muertos entre los suyos. Sé de buena fuente que su país está en suspensión de pagos. No deje que Francia se arruine y cale la revolución de nuevo en su Imperio.



El rey francés recordó que hacia apenas ochenta años su antecesor, familia de los Borbones sicilianos, había sido pasado por la guillotina. Un trago de saliva fue la señal que al arrogante rey hizo cambiar de opinión.



-Está bien, pero no será gratis. Os reconoceremos a cambio de un puerto francés en tierras de Egipto.



El Jedive llevó su mirada a sus ministros. Ellos lo miraron con gesto de asentimiento.



-Esta bien, Egipto será reconocido a cambio de un puerto francés en el Sur del país, en Dongola.



Egipto era un país reconocido a la altura de las potencias europeas. Nunca más nadie se atrevería a humillar a los descendientes de un Imperio de más de cuatro mil años.



descargamap.jpg




Acuerdos de Nápoles, 2 de febrero de 1877. Dongola, en el mar Rojo, puerto abierto francés a cambio de reconocimiento



Capítulo IV: un país moderno y soberano - 1928



Esad al-Alawi se despertó en su habitación del palacio de al Maryan. Como Rey su situación no había cambiado desde que permitiese cierto sufragio entre los más ricos del país. Ahora no solo votaban los aristócratas y parte de los ulemas del Imperio, también lo hacían parte de la burocracia, el ejercito y sobre toda la alta burguesía que había crecido con la prosperidad.



Hoy el día parecía como los demás, pero no lo era. Los rayos de luz cruzaban el cristal de las ventanas del Palacio Real. Apenas había nubes en el cielo azul y una multitud de edificios de viviendas era mirada por el joven Jedive. El rascacielos Jedive Ibrahim, en honor a su padre, cortaba la silueta de la ciudad de El Cairo. Brillaba como ninguna otra edificación. Había sido construido a base de vigas de acero reforzado obtenidas de las fábricas del Norte cuyo dueño era la Sociedad de Aceros del Bajo Egipto. Era una muestra de la gran prosperidad que hacía más ricos a los ricos, aunque las clases populares seguían con sus dificultades cotidianas para vivir.

Captura de pantalla 2023-11-28 035909.png


El secretario real se acercó al Jedive:

-Excelencia, tenemos ya el coche preparado para dirigirnos a la Península -dijo hablando del Sinaí.

-Está bien, deja que me prepare. Hoy seremos un gran ejemplo para la Humanidad, muestra de que entre todos, si queremos, podremos progresar hacia un mundo en el que solo Dios ponga los límites -el Jedive comenzó a ponerse un frac de color negro al modo de Occidente. Aún así, llevaba un corte de barba como su padre y su abuelo -. Dígame, ¿qué tal van las cosas en el Sur?

-El reino de Shewa nos ha pasado el cupo anual de tributo, los cretenses siguen leales pese a la rebelión de sus hermanos griegos hace un mes y hemos conseguido nuevos socios que incorporan a nuestra Unión.

-Esa es una noticia fantástica. ¡Los persas por fin han cedido! Ahora ya somos cuatro en nuestra Unión. Con ello conseguiremos controlar la producción y exportación de petróleo mundial -dijo mientras acercaba una taza de café con leche a su boca.

-Sí, señor. No pueden ser mejores las noticias.

-Y a nivel interno, alguna novedad -el Jedive cogió el AlAhram mientras trataba de separar dos hojas.

-Ayer se votó a favor de erradicar el trabajo infantil y… -el secretario fue interrumpido por el Jedive.

-Magnífica noticia. Los niños no deben trabajar, si no estudiar.

-Exacto, y eso se consiguió ayer, Excelencia.

-No nos puede ir mejor. Con reformas de ese tipo mejoramos a las clases populares que aún siguen en gran parte pauperizadas, sobre todo en el Sur del Imperio -el Jedive acabó su café y ya preparado se dirigió a la puerta de su habitación.

-No solo eso, señor, -dijo el secretario real -hemos conseguido que el Ejército entre en las instituciones de Gobierno con el Partido Librecambista del Primer Ministro al Habashi.

-Perfecto -musitó para si Esad-. ¡Venga!, Es hora de coger el coche.



El Jedive sabía que la entrada del Ejército suponía estabilidad para el país. Salió engalanado con aquel frac negro y con un fez rojo sobre su cabeza del que colgaba un hilo negro. Fuera le esperaban tres coches azul marino oscuros. Dos eran para miembros de la Seguridad del Jedive y el otro, el del medio, era en el que él iba a dirigirse hacia el Sinaí. Los coches de la Seguridad eran importados de Francia, el suyo había sido fabricado en una pequeña fábrica al Sur de la ciudad capital. El Hisan era la marca del vehículo. Era un coche de unos cinco metros de longitud con dos rudas de repuesto, una a cada lado de la carrocería tintadas de blanco, y disponía de modelo descapotable, pero éste era de techo rígido. Los anarquistas habían atentado contra los miembros del gobierno y la oposición conservadora recientemente, y había salido de ello herido su líder al Bajuri hacía apenas cuatro años.



El anarquismo era una preocupación para la sociedad egipcia, aún muy conservadora. Su jefe había surgido entre los estudiantes de La Universidad de El Cairo y había calado entre miembros opositores de la extrema izquierda liberal. Ahora eran aún un 10% del voto, pero eso preocupaba y mucho a Esad por el futuro que se avecinaba.



La carretera al Sinaí era un logro de la Ingeniería Egipcia. Iba a lo largo de la costa en medio de un desierto implacable. Un sol anaranjado en la cima del cielo daba con fuerza. Al Jedive le acompañaba su mujer Malikka y dos miembros del ejecutivo, a saber, Habashi, líder industrial, y el mariscal Hakim, jefe de las fuerzas militares.

Habashi iba de un frac negruzco y con un fez rojizo que engalanaba su cabeza. Hakim tenía un atuendo de militar, que había pasado del traje adornado con galardones de finales de siglo anterior a uno verde oliva de arriba a abajo. Fumando en pipa, espolvoreaba las trazas de tabaco dentro de ésta. Miraba por la ventanilla del coche al mismo tiempo que iba echando el humo que inspiraba por su nariz.

Los tres coches se pararon. Miles, o incluso decenas de miles, de personas, obreros la gran mayoría chocaban sus palmas aplaudiendo a la comitiva. El Jedive salió el primero del coche, le siguió su mujer y los miembros del Ejecutivo. Allí se acerca el Ministro de Obras públicas. Se llamaba el Sadat; era un hombre bajo, pero muy inteligente, una de las fortunas del Imperio dueño de la compañía de ferrocarril que unía el Bajo Egipto con las provincias del Nilo Azul.

-Excelencia -le dijo mientras le ofrecía unas tijeras-. Es para mí un honor tenerle aquí.-Hace un día maravilloso -Esad se reunión con varios obreros que pico en mano habían aprovechado para beber un poco de agua en la mitad del desierto. Los obreros mostraron timidez ante el Jedive.

Los obreros portaban botellas de agua que bien les servían contra el calor húmedo. Las obras habían finalizado y ellos estaban allí solo por razones de casualidad. Si algo salía mal, el capataz les ordenaría actuar en consecuencia. Los ingenieros trigonometraban el canal construido. Uno estaba en el lado Este y el otro en el Oeste. Y no faltaban los que habían aportado el dinero para tan magnánima obra, que no solo era pública.

-¿Cuánto ha costado esto? -preguntó el Jedive a Habashi.

-Del orden de diez veces lo que cuesta una línea férrea entre El Cairo a Luxor -respondió el Primer Ministro.

-Bueno, es algo que se amortizará rápido, o eso espero.

-Los americanos están interesados en él también.

-Hemos de tener cuidado con ellos -dijo el Jedive con expresión preocupada -. Se creen que son dueños del mundo; no aguantan los asuntos que van en contra de sus intereses. No me gustaría ser su vecino.

-Lo mismo pienso yo, Jedive -interrumpió el mariscal pipa en mano -. Nuestros aliados, sobretodo los rusos deben de saberlo. Ellos también están interesados.

-La política internacional es un asco; un nido de buitres dispuestos a acabar con uno cuando comete un error -argumentó el Jedive -. Mi padre ya sabía, y también mi abuelo, que con los occidentales había que andar con pies de plomo. Habashi, hay que declarar este canal como bien prioritario del estado egipcio.

-Así lo haremos, Jedive, excelencia.




La conversación fue cortada por una señal que envió el secretario del Rey. Este acudió a la señal con tijeras en mano y se dispuso a cortar una cinta inaugural. Al lado, su esposa lloraba de alegría y las caras de los miembros de su gobierno estaban de satisfacción. Nada más cortar la cinta, un conjunto de tres buques de guerra comenzó a pasar por el canal. Sus sirenas tocaban con un ruido ensordecedor. El rey estaba serio. Era uno de esos momentos cruciales de la Historia de un país. El canal de Suez era el futuro para Egipto, para lo bueno, pero también para lo malo. Y pensaba en los occidentales; Ahora eran aliados, pero el porvenir nadie lo conocía.



Inauguración del canal de Suez, 6 de enero de 1928
descarga1cs.jpg
 
Last edited: