3º GENERACIÓN: EL PAÍS EN GUERRA
Capítulo 70
Afueras de Inazawa
15 de julio de 1523
Lameng, a lomos de su vieja yegua, seguía con atención las evoluciones de Sasuke. El muchacho estaba llamado a ser un gran guerrero, a pesar de que en los corrillos cortesanos (de los cuales él era informalmente excluido) se ponía en duda su valía por sus antepasados humildes. Qué forma tan hipócrita de pensar ¿Y qué si su bisabuelo fue pescador? Los antepasados de Lameng eran pastores y conquistaron medio mundo.
El mongol sólo desvió la mirada de su pupilo un momento, al percibir que se aproximaba una figura a caballo. Era el franco. Lameng sintió cierta simpatía por aquel extranjero que, a juicio de un japonés, tenía costumbres toscas y descorteses... como las suyas. Aún recordaba la frialdad con la que le acogieron aquella fría mañana de invierno.
Frey Witten bajó de la barca, notando cómo el agua congelada penetraba en sus botas de fieltro. Los toscos marineros chinos le lanzaron su equipaje y se marcharon sin decirle adiós. Los orientales eran especialmente recelosos de aquellos hombres altos de ojos grises y cabellos amarillos que venían de tan lejos. Witten se dio cuenta por fin de que había llegado, e hincándose de hinojos sobre la arena dio gracias al Todopoderoso. Hasta que oyó el relincho de un caballo. Un joven a caballo le observaba pasmado. Su mirada iba nerviosa de su cara al imponente arma que llevaba al cinto: un estoque toledano. Witten se alzó para saludarle, pero el chico se asustó y espoleó a su caballo en dirección a sus acompañantes, repitiendo una retahíla incomprensible de las que sólo acertó a distinguir una palabra: ¡Gaiyin, gaiyin!
El franco había sufrido muchas dificultades. A principios de 1522 se había visto forzado a abandonar Rodas tras la capitulación de su Orden de caballería ante el invasor turco. Su gran Maestre había ordenado a sus camaradas más jóvenes dispersarse por el mundo para llevar la Palabra a todos los rincones. A él le tocó la remota Cipango, y tras un largo viaje lleno de sinsabores, después de haber estado a punto de ser ejecutado junto a uno de sus compañeros de la Orden en Persia, después de estar a punto de ahogarse en el estrecho de Malacca, al fin había llegado.
Los hombres que le encontraron en aquella playa de Inazawa pertenecían a la familia Yamashita, a la que, superada la desconfianza inicial, serviría lealmente. Y el niño, Sasuke, pronto se convertiría en un gran amigo con el que Witten compartió información y practicó el idioma, que nunca llegó a dominar del todo... De todas formas a él siempre le llamarían “Viden”.
La experiencia le decía a Lameng que un hombre que viene sólo a caballo no suele traer buenas noticias. Y esta vez no sería distinto. Witten lucía un aparatoso vendaje en el hombro izquierdo y traía el rostro sombrío. Sasuke, sin pedir permiso a su maestro de equitación comenzóa a cabalgar hacia él.
-¡Viden-san!¡Habéis regresado!¿Cómo fue la batalla? –Witten suspiró.
-Sasuke, tu padre ha muerto.
La mente de Sasuke volvió atrás en el tiempo aquella noche. Recordó que se había declarado la enésima rebelión en Nishikuni en enero de 1522. Las rebeliones eran cada vez menos frecuentes, sobre todo en Corea, y a los rebeldes cada vez les costaba más reclutar voluntarios. Aún así, los Qing y los Joseon dieron muchos problemas durante 1522.
La guerra en Nipon era otro cantar. En marzo, Los Hojo lanzaron un nuevo ataque por el norte. Las tropas del shogún se desplazaron allí y pusieron en fuga al daimyo rebelde, para comprobar que no había sido otra cosa que una maniobra para alejar a la guardia imperial de Kyoto, que quedó a merced de la coalición Yamana-Mori, que entraba en la provincia de Yamashiro en junio.
La guardia Imperial tardó un mes en volver a Kansai a hacer retroceder a Yamana, y aunque Kyoto quedó a salvo, el shogún nunca podía saber cuándo asestarían los daimyos el próximo golpe.
Fue en este escenario, un tenso alto el fuego, cuando llegó Witten. Sasuke le descubrió arrodillado en la orilla en el transcurso de sus ejercicios de equitación y fue apresado. El caballero franco fue prisionero al principio, huésped después, y finalmente invitado y aliado leal. Witten tardó seis meses en ganarse la confianza de aquellos pequeños hombres aguerridos y feroces, educados hasta el extremo y orgullosos hasta la muerte. Fue su discurso de paz y hermandad, de sacrificio, el que cautivó a sus anfitriones. El propio Tamba ofreció la armadura de su abuelo, Yamashita Taro, para que participase junto a ellos en la gran batalla contra las tropas de Yamana, que habían sido perseguidas hasta su propio territorio.
Shingo decidió entonces dividir su ejército en dos, y mientras que el personalmente se dirigía al sur para intentar rodear a las tropas imperiales y atacar la desprotegida capital, Kyoto. Sin embargo el shogún advertido de esta maniobra, dividió asimismo el ejército en dos, dejando a Hosokawa Sumiyuki al mando de las tropas del clan Shibata, que continuaron su avance hacia Inaba, mientras la guardia imperial se dirigía a detener a Shingo.
Sumiyuki llegó a un valle que estaba dominado por una colina boscosa. Destacó allí un grupo de vigías que le alertaron de que el enemigo estaba maniobrando al otro lado del valle. El ejército rebelde estaba dirigido por Mori Komatsumaru. Éste heredó el mando del clan al morir su hermano Okimoto, y rápidamente rompió sus lazos con el clan Ouchi. Finalmente llegó a un acuerdo con el clan Yamana y juntos atacaron Kyoto, pero fueron rechazados y ahora Komatsumaru se encontraba en una situación difícil. Tras realizar una ofrenda en un templo cercano, bajó la colina y se puso al frente de su caballería. Dispuso su en su flanco derecho la mayoría de su infantería, protegidos por el bosque, mientras que él personalmente se colocó reforzando el flanco izquierdo.
Por su parte, Sumiyuki se colocó al frente de la caballería del shogún, más abundante, en su lado izquierdo, pensando que Komatsumaru se colocaría allí, al amparo del bosque, y puso la infantería de Oda Nobusada en el centro, flanqueada por los Yamashita a la derecha.
Al avistar al ejército enemigo, los rebeldes comenzaron a disparar sus flechas, causando grandes bajas en la línea imperial. Apenas se pusieron los arqueros de Yamashita a distancia de tiro, Komatsumaru dio orden a su infantería de avanzar, y lanzó a la caballería al galope. Era un movimiento suicida, pero así cubriría el avance de sus hombres, y tal vez pondría en fuga a los arqueros del shogún. Gakuyoshi, que estaba al mando del extremo izquierdo, hizo avanzar a sus piqueros, Mientras Tamba, al mando de sus Ryo-Mon en una posición más central, se encontraba sin oposición. Tamba decidió entonces intentar rodear a la caballería de Mori antes de que llegase su infantería. Era un movimiento arriesgado, porque quedaría expuesto a los dardos enemigos, pero daría la opción de terminar la batalla por la vía rápida.
Mientras, en la izquierda, Nobusada pasaba por serios apuros. En desventaja numérica, con la pendiente en contra y los arqueros enemigos protegidos por las ramas de los árboles, sus hombres caían como moscas. Mientras, Sumiyuki había acabado de rodear el bosque, y cuando llegó a la vista del templo, que estaba en la cima de la colina, comenzó a virar para atacar el flanco derecho enemigo por la espalda.
Witten en medio de la vorágine, rezaba por que los dardos que estaban diezmando el Ryo-Mon no le alcanzasen. Ya casi habían completado el movimiento de flanqueo, y Tamba dio la orden de cargar contra la retaguardia de la caballería enemiga, y Witten se lanzó como un poseso con sus compañeros. Dudaba de si sus armas occidentales serían efectivas en estos campos de batalla. Afortunadamente no tardó en descubrir que sí. Un caballero, alertado por los gritos a su espalda, giró la grupa de su caballo y cargó contra él. Witten usó su daga toledana para esquivar el yari enemigo, y la cazoleta le salvó de perder el brazo. Inmediatamente se tiró a fondo, y su largo estoque penetró fácilmente la cota de láminas del jinete, que quedó ensartado en el filo y arrastró al propio Witten al suelo. En la caída se dislocó el hombro izquierdo, pero aún le quedaron fuerzas para levantarse y ver que la infantería enemiga estaba a punto de llegar.
-¡Cuidado!¡A retaguardia!-Al ver la expresión de extrañeza en los rostros de sus compañeros, comprendió que había hablado en alemán.
Sin embargo logró llamar la atención de sus camaradas que comenzaron a formar en cuadro para repeler los ataques que ya venían por todas partes. Witten, sorprendido por la maniobra, comenzó a correr hacia el cuadro mordiéndose el labio para soportar el dolor del hombro. Al llegar, vio la figura imponente de Tamba que repartía órdenes enérgicamente... Hasta que una flecha se le clavó en el costado, derribándolo. Usando su propio caballo como parapeto, Tamba se intentó incorporar, pero las piernas le fallaron y volvió a caer. La situación era insostenible, el cuadro del Ryu-Mon estaba sufriendo mucho. Witten intentó examinar la herida de Tamba. Le salía sangre por la boca y respiraba con dificultad, así que probablemente tuviese perforado un pulmón. Tres Ashigaru enemigos penetraron en el cuadro, y entre Witten y otros compañeros lograron reducirlos, pero era la señal de que se estaban desmoronando. Entonces se oyeron gritos de júbilo a sus espaldas. Los hombres de Gakuyoshi habían capturado y dado muerte a Komatsumaru, y los soldados enemigos comenzaban a recular.
En el otro flanco, Sumiyuki perseguía a los restos de la infantería de Mori, que huían en desbandada.
Los agotados hombres del Ryu-Mon unieron sus voces al coro de victoria, excepto Witten, que asistió a Tamba en sus últimos momentos.
-Ha...sido un honor...<coff>... combatir contigo- Dijo en un susurro.
-El honor ha sido mío, mi señor.
Y la cabeza del samurai Yamashita Tamba, hijo de Akira, nacido en Edo en 1476, caía sobre el regazo de Witten mientras expiraba su último aliento.