Albion needs you!
Mi primer AAR, jugando con Inglaterra en 1399, el país renombrado a Albion y sustituida su bandera, que podría ir cambiando según se desarrollen los acotencimientos
Dificultad: Normal
Agresividad de la IA: Normal
Mercaderes, espías y demás en normal también.
Naciones afortunadas: Desactivado.
Cualquiera que haya jugado a Fable III reconocerá inmediatamente la bandera xD
¿El por qué del cambio? Me apetecía
Objetivos: Expandirme hasta convertirme en una gran potencia y crear una historia entretenida en el proceso.
Además de viciarme a los juegos de Paradox, también me gusta mucho escribir, así que voy a intentar narrar el AAR por capítulos, como si de una novela se tratase.
Pero sin hinchar demasiado la narración, que yo soy el primero que sabe lo incómodo que es leer en un monitor. (Dónde se ponga un buen libro...)
En este AAR el argumento está por encima del juego, quiero decir que si Francia me da de hostias hasta hacerme perder la partida, eso tendré que narrarlo también y dar por terminada la historia. (Al menos tendrá un final dramático )
También aviso de que soy bastante noob, así que en alguna screenshot veís alguna locura, por favor, avisadme xDD
PRÓLOGO, EL REY SOLITARIO
Larga vida al rey, el ungido por Dios, Enrique IV de Lancaster, señor de Inglaterra e Irlanda, gobernante del reino de Albión.
El rey se recostó melancólico en su trono. Conforme el siglo se iba acercando a su final, la torre blanca se le antojaba cada vez más fría y silenciosa.
Él, que había sido un magnífico jinete en su juventud, sabía de sobra que aquellos días de gloria y aventuras ya habían quedado atrás.
En su soledad, se permitió un breve suspiro al darse cuenta, de que el trono se había convertido en prisión. Nunca volvería a luchar contra los paganos en Lituania, y jamás volvería a ver las murallas sagradas de Jerusalén.
Pasó una mano regordeta por la barba espesa y desaliñada mientras con la otra llamaba a los criados.
Tres doncellas vestidas de blanco acudieron con rapidez a su llamada, y se inclinaron con cortesía con cuidado de no manchar las faldas de sus vestidos.
-Vino.
Fue la orden del monarca. Al instante las mujeres corrieron a las cocinas sin mediar palabra. Solo una vez más, Enrique se recostó aún más en su trono y cerró lentamente los ojos, quizá el sueño pudiese apartarlo un poco de su melancólica realidad.
-Su majestad... -Susurró temerosa una de las criadas, cuando el rey abrió los ojos observó a la muchacha con la mirada fija en el suelo, mientras le tendía una reluciente bandeja de plata, con una gran copa en su centro.
Enrique tomó la copa, de oro pulido y multitud de pequeñas piedras preciosas engarzadas, abundaban rubíes y esmeraldas.
Justo antes de llevarse la copa a los labios, se tomó un instante para mirar a la chica.
Joven y esbelta, el cabello color zanahoria recogido en una elegante redecilla.
Por un momento la joven alzó la vista y su mirada se cruzó con la rey, inmediatamente volvió a bajar la mirada. En ese tiempo Enrique se deleitó con sus preciosos ojos de aguamarina, brillantes y tímidos.
Sonrió y pegó un buen trago al vino, bebió tan indecorosamente que el líquido cayó de sus labios hasta empaparle la barba.
Devolvió la copa a la bandeja y eructó.
-Levántate. -Ordenó a la criada.
La joven obedeció de inmediato, nerviosa, temblorosa incluso.
Sin previo aviso el rey propinó tal guantazo a la mujer que la hizo caer salvajemente contra el suelo. El golpe resonó hasta en el último rincón de la torre blanca.
-A ese caldo infernal no se le puede llamar vino, la próxima vez que alguien me haga beber algo así no seré tan indulgente.
La doncella se incorporó entre toses para recoger la bandeja y la copa, que habían volado por la sala. Su rostro ensangrentado disimulaba las lágrimas.
-¿Otra vez golpeando a las criadas? -Preguntó una voz casi burlona desde el portón que daba acceso a la sala. -Así no llegaréis al corazón de vuestros súbditos.
-Prefiero ser temido a ser amado, Robert. -Respondió el monarca al ver de quién se trataba.
-Por desgracia, majestad... -El que hablaba era Robert Knolles, general del ejército real. Un hombre de mediana edad, robusto e imponente en su armadura de placas y su brillante capa escarlata. -...Los franceses no son como las doncellas de la corte.
-Ah sí... Francia... -Había un matiz oscuro en la voz del rey. -¿Qué nuevas hay?
-Malas, me temo. -Respondió el general caminando hasta el trono y ofreciendo un pergamino a su señor. Enrique lo tomó y empezó a leer, con cada nueva línea de texto, sus rostro iba enfureciéndose más y más. -Carlos VI de Valois... -Prosiguió el general. -...Anuncia ante los ojos de Dios y de los hombres que no hay más rey en Francia que él, y desprestiga a vuestra persona. Os llama usupardor, e incluso asegura que tenéis cuernos y patas de cabra...
-¡BASTA YA! -Bramó furioso el rey haciendo mil pedazos el pergamino.
-...Por lo que sabemos, han distribuido copias en las puerta de cada iglesia desde Calais hasta Bayona.
-¡INADMISIBLE! -Enrique golpeó el reposabrazos izquierdo de su trono hasta hacerlo temblar. -¡Si Carlos quiere guerra, por Dios que la tendrá!
-Sin embargo... -Añadió Robert con cautela. -Haríamos bien en considerar otras opcioens, además de la guerra abierta.
-¿Qué sugieres? -Enrique nunca había sido un hombre sutil.
-Ayer llegó esta carta con el sello de Felipe de Borgoña. -Robert mostró al rey un nuevo pergamino. -A grandes rasgos, nos conmina a mantener nuestra alianza y prestarle nuestra ayuda en la guerra que mantiene con Bar.
-¿Qué nos importa a nosotros? -Refunfuñó el rey. -No tenemos nada que ver con los delirios de grandeza de ese bastardo.
-Aún así... -Robert Knolles, parecía tener una paciencia inagotable. -Bar está aliado con el ducado de Saboya, si intervenimos podríamos invadir Niza, y ganar un puerto en el mediterráneo.
-Entiendo... -Al fin el cerebro del viejo rey comenzaba a funcionar.
-¡Cargad!-La infanteria italiana apenas pudo contener la marea roja que era el ejército real. Y cuando la caballería desembarcó, recorrió la playa dejando tras de si una nube de polvo y arena tan grande que el día a punto estuvo de convertirse en noche.
Algunos cayeron por las traicioneras flechas de los italianos, pero la mayoría golpearon el frente Saboyano con tal ímpetu que destrozó sus líneas y provocó una estampida general. Con sus ejército presa del pánico, Amadeo de Saboya dio el día por perdido y se retiró al norte para combatir a Bretones y Borgoñones.
Francia apenas pudo hacer caso de lo ocurrido, demasiado ocupada estaba entonces guerreando con sus vasallos...
"Pero cuando Carlos ponga orden en sus propias tierras... mirará a las de los demás, y no verá con buenos ojos nuestra presencia en italia..." -Pensó Robert desde las ruinas humeantes de lo que había sido el campamento Saboyano durante el desembarco.
Ya no había vuelta atrás.
Mi primer AAR, jugando con Inglaterra en 1399, el país renombrado a Albion y sustituida su bandera, que podría ir cambiando según se desarrollen los acotencimientos
Dificultad: Normal
Agresividad de la IA: Normal
Mercaderes, espías y demás en normal también.
Naciones afortunadas: Desactivado.
Cualquiera que haya jugado a Fable III reconocerá inmediatamente la bandera xD
¿El por qué del cambio? Me apetecía
Objetivos: Expandirme hasta convertirme en una gran potencia y crear una historia entretenida en el proceso.
Además de viciarme a los juegos de Paradox, también me gusta mucho escribir, así que voy a intentar narrar el AAR por capítulos, como si de una novela se tratase.
Pero sin hinchar demasiado la narración, que yo soy el primero que sabe lo incómodo que es leer en un monitor. (Dónde se ponga un buen libro...)
En este AAR el argumento está por encima del juego, quiero decir que si Francia me da de hostias hasta hacerme perder la partida, eso tendré que narrarlo también y dar por terminada la historia. (Al menos tendrá un final dramático )
También aviso de que soy bastante noob, así que en alguna screenshot veís alguna locura, por favor, avisadme xDD
PRÓLOGO, EL REY SOLITARIO
Larga vida al rey, el ungido por Dios, Enrique IV de Lancaster, señor de Inglaterra e Irlanda, gobernante del reino de Albión.
El rey se recostó melancólico en su trono. Conforme el siglo se iba acercando a su final, la torre blanca se le antojaba cada vez más fría y silenciosa.
Él, que había sido un magnífico jinete en su juventud, sabía de sobra que aquellos días de gloria y aventuras ya habían quedado atrás.
En su soledad, se permitió un breve suspiro al darse cuenta, de que el trono se había convertido en prisión. Nunca volvería a luchar contra los paganos en Lituania, y jamás volvería a ver las murallas sagradas de Jerusalén.
Pasó una mano regordeta por la barba espesa y desaliñada mientras con la otra llamaba a los criados.
Tres doncellas vestidas de blanco acudieron con rapidez a su llamada, y se inclinaron con cortesía con cuidado de no manchar las faldas de sus vestidos.
-Vino.
Fue la orden del monarca. Al instante las mujeres corrieron a las cocinas sin mediar palabra. Solo una vez más, Enrique se recostó aún más en su trono y cerró lentamente los ojos, quizá el sueño pudiese apartarlo un poco de su melancólica realidad.
-Su majestad... -Susurró temerosa una de las criadas, cuando el rey abrió los ojos observó a la muchacha con la mirada fija en el suelo, mientras le tendía una reluciente bandeja de plata, con una gran copa en su centro.
Enrique tomó la copa, de oro pulido y multitud de pequeñas piedras preciosas engarzadas, abundaban rubíes y esmeraldas.
Justo antes de llevarse la copa a los labios, se tomó un instante para mirar a la chica.
Joven y esbelta, el cabello color zanahoria recogido en una elegante redecilla.
Por un momento la joven alzó la vista y su mirada se cruzó con la rey, inmediatamente volvió a bajar la mirada. En ese tiempo Enrique se deleitó con sus preciosos ojos de aguamarina, brillantes y tímidos.
Sonrió y pegó un buen trago al vino, bebió tan indecorosamente que el líquido cayó de sus labios hasta empaparle la barba.
Devolvió la copa a la bandeja y eructó.
-Levántate. -Ordenó a la criada.
La joven obedeció de inmediato, nerviosa, temblorosa incluso.
Sin previo aviso el rey propinó tal guantazo a la mujer que la hizo caer salvajemente contra el suelo. El golpe resonó hasta en el último rincón de la torre blanca.
-A ese caldo infernal no se le puede llamar vino, la próxima vez que alguien me haga beber algo así no seré tan indulgente.
La doncella se incorporó entre toses para recoger la bandeja y la copa, que habían volado por la sala. Su rostro ensangrentado disimulaba las lágrimas.
-¿Otra vez golpeando a las criadas? -Preguntó una voz casi burlona desde el portón que daba acceso a la sala. -Así no llegaréis al corazón de vuestros súbditos.
-Prefiero ser temido a ser amado, Robert. -Respondió el monarca al ver de quién se trataba.
-Por desgracia, majestad... -El que hablaba era Robert Knolles, general del ejército real. Un hombre de mediana edad, robusto e imponente en su armadura de placas y su brillante capa escarlata. -...Los franceses no son como las doncellas de la corte.
-Ah sí... Francia... -Había un matiz oscuro en la voz del rey. -¿Qué nuevas hay?
-Malas, me temo. -Respondió el general caminando hasta el trono y ofreciendo un pergamino a su señor. Enrique lo tomó y empezó a leer, con cada nueva línea de texto, sus rostro iba enfureciéndose más y más. -Carlos VI de Valois... -Prosiguió el general. -...Anuncia ante los ojos de Dios y de los hombres que no hay más rey en Francia que él, y desprestiga a vuestra persona. Os llama usupardor, e incluso asegura que tenéis cuernos y patas de cabra...
-¡BASTA YA! -Bramó furioso el rey haciendo mil pedazos el pergamino.
-...Por lo que sabemos, han distribuido copias en las puerta de cada iglesia desde Calais hasta Bayona.
-¡INADMISIBLE! -Enrique golpeó el reposabrazos izquierdo de su trono hasta hacerlo temblar. -¡Si Carlos quiere guerra, por Dios que la tendrá!
-Sin embargo... -Añadió Robert con cautela. -Haríamos bien en considerar otras opcioens, además de la guerra abierta.
-¿Qué sugieres? -Enrique nunca había sido un hombre sutil.
-Ayer llegó esta carta con el sello de Felipe de Borgoña. -Robert mostró al rey un nuevo pergamino. -A grandes rasgos, nos conmina a mantener nuestra alianza y prestarle nuestra ayuda en la guerra que mantiene con Bar.
-¿Qué nos importa a nosotros? -Refunfuñó el rey. -No tenemos nada que ver con los delirios de grandeza de ese bastardo.
-Aún así... -Robert Knolles, parecía tener una paciencia inagotable. -Bar está aliado con el ducado de Saboya, si intervenimos podríamos invadir Niza, y ganar un puerto en el mediterráneo.
-Entiendo... -Al fin el cerebro del viejo rey comenzaba a funcionar.
-¡Cargad!-La infanteria italiana apenas pudo contener la marea roja que era el ejército real. Y cuando la caballería desembarcó, recorrió la playa dejando tras de si una nube de polvo y arena tan grande que el día a punto estuvo de convertirse en noche.
Algunos cayeron por las traicioneras flechas de los italianos, pero la mayoría golpearon el frente Saboyano con tal ímpetu que destrozó sus líneas y provocó una estampida general. Con sus ejército presa del pánico, Amadeo de Saboya dio el día por perdido y se retiró al norte para combatir a Bretones y Borgoñones.
Francia apenas pudo hacer caso de lo ocurrido, demasiado ocupada estaba entonces guerreando con sus vasallos...
"Pero cuando Carlos ponga orden en sus propias tierras... mirará a las de los demás, y no verá con buenos ojos nuestra presencia en italia..." -Pensó Robert desde las ruinas humeantes de lo que había sido el campamento Saboyano durante el desembarco.
Ya no había vuelta atrás.