3. Operaciones militares en 1704
En 1704 Carlos, archiduque de Austria, salta a la palestra polìtica, visitando Holanda y Gran Bretaña, para sostener el ánimo de sus aliados. De ahí, viaja a Lisboa, a donde llega el 7 de marzo, donde es recibido con gran afecto. Un puñado de exiliados españoles se le unen. El más importante de ellos era Juan Tomás Enríquez de Cabrera, Almirante de Castilla, uno de los pocos castellanos que lucharon contra los Borbones.
Pero la situación en Portugal no era tranquililzadora, pues habían grupos neutralistas e incluso borbónicos que se oponían a la guerra. El generalísimo de los ejércitos, el duque de Cadaval, era de los menos decididos a combatir, y la iglesia veia con horror la ayuda de los protestantes, materializada en los 8000 ingleses al mando de Schomberg y 4000 holandeses a las ordenes de Fegel. No tardaremos en ver que estos dos generales eran mediocres.
Felipe V, al enterarse de la visita de su rival, montó en cólera, llego su furia a tal punto que ordenó una medida puerial: que se reformaran las copias del testamento de Carlos II para que borraran cualquier mención de los derechos del archiduque austríaco.
Finalmente, el 30 de abril declara la guerra a Portugal, y, con grandes efectivos a la frontera y abundantes tropas francesas, se prepara para atacar. James Fitz-James, duque de Berwick, comanda los ejércitos. Para la invasión Berwick lanza una ofensiva de tres puntas: El centro y principal, por la derecha del Tajo, bajo su mando directo y con la presencia del monarca; la del norte, al mando del general Ronquillo, debía ejecutar una maniobra de distracción por la zona de Ciudad Rodrigo. La del sur, al mando del príncipe de Tserclaes-Tilly, flamenco al servicio de España, avanzaría en dirección noroeste y debía conectar con Berwick dentro de Portugal.
El avance inicial no tuvo demasiadas resistencias en su camino. Las fuerzas británicas evitaban el combate y el holandés Fagel fue sorprendido y perdió 500 prisioneros. Los portugeses, por su parte, no podían enredarse en una batalla abierta por la escasez de efectivos.
Mientras ocurría lo narrado, el príncipe de Darmstadt llega el 27 de mayo con una flota considerable frente a Barcelona, confiando en que la ciudad abrazaría la causa de Carlos III con su mera presencia. Pecava de exceso de optimismo. El virrey Velasco, por su parte, tenía en Barcelona una fuerte guarnición, mientras que Darmstadt, aparte de 60 desertores españoles reclutados en Portugal, no contaba con más que 1600 marinos que le prestó el almirante Rooke, tras mucho rogar el príncipe.
Tras una entrevista con algunos agentes secretos de los austracistas de la ciudad condal, Darmstdat desembarcó con fuerza tan exigua cerca del río Besòs y exigió que se rindiera Barcelona, pero Velasco, aunque alarmado por la actitud de los barceloneses, contaba con fuerzas superiores y enmuralladas, y no le hizo caso. Como medida de precaución, Velasco hizo encerrar a gran numero de austrófilos, como Jaume Carreras, mientras que otros, como Antoni de Peguera i Aimeric, huían e intentaban abrir una puerta de la muralla para que entraran los ingleses. Considerada demasiado temeraria esta opción, y por creer que la insurrección catalana requería, como paso previo, una posición reconocida en el bando aliado, la operación no salió adelante. Cuando Darmstdat se convecnió que Velasco no se rendiría sin lucha, se reembarcó.
En Portugal, Berwick se movía a su antojo. El 8 de junio tomaba Portalegre y enlazaba con Tserclaes. Entonces, una decisión inesperada del marques de las Minas, gobernador de Beira, salvó la situación. Habia concentrado fuerzas en Almeida y, desde esta plaza y esquivando a Ronquillo, avanzó gallardamente hacia el sur, entró en la Beira Baja y atacó de flanco los centro de provisiones franco-españoles, que tuvieron que retirarse para prevenir el ataque, con lo que se paralizó la ofensiva. La llegada de 6000 soldados al mando del marqués de Villadarias consiguió la toma de Castello da Vide. Pero la gran ocasión había pasado, y el calor aconsejaba un descanso. En este momento, Schomberg fue reemplazado por el duque de Galway.
La situación aliada mejoraría con la toma de Gibraltar por parte de la flota que regersaba de Barcelona. Poco guarnecida, la plaza cayó facilmente el 4 de agosto. La cercania con Portugal permitió la rápida llegada de refuerzos, que consolidaron las defensas. Este hecho causó gran impresión en los españoles, y Villadarias retiró numerosas fuerzas de Portugal para recuperar la plaza, estableciendo un asedio en toda regla, pero a finales de año la situación seguía igual.
Falto de efectivos, Berwick tuvo que ponerse a la defensiva. El Archiduque, entonces, concentró fuerzas al oeste de Ciudad Rodrigo, y cruzó la frontera cerca de Fuentes de Oñoro, pero su avance fue contenido enseguida.
Mientras, la suerte sonría a los aliados en los otros frentes. Decididos a acabar con el elector de Baviera, Malborough dejó el frente de flandes inactivo y pasó a Alemania, donde se unió con el príncipe de Baden y el príncipe Eugenio de Saboya, generalísimo imperial. Los tres atacaron a los bávaros y les rechazaron del sur del Danubio. La persecución llegó hasta Augsburgo, donde el elector fue intimado a dejar la guerra, a lo que se negó y, reuniendo sus fuerzas, se retiró hacia el noreste, siendo atrapado en Hochstedt, donde perdió 30.000 hombres en una desastrosa batalla. Con los castigados restos de su ejército se retiró abandonó su país y se retiró primero hacia el sur, y luego al oeste, para reunirse con los franceses, siendo sometido a una persecución tenaz. Villars retiró a la margen izquierda del Rhin sus tropas y las del elector y los aliados les persiguieron, penetrando en el Palatinado y asediando Landau, que cayó tras una dura resistencia. La caída del año traía como balance favorable para los aliados a Baviera vencida, aunque el elector y parte de los suyos estuvieran refugiados en Francia.
En Italia, la iniciativa era francesa. Luix XIV había guarnecido especialmente este frente, donde Vendome contaba con 62000 hombres frente a los 30.000 del duque de Savoya y 8000 imperiales en el bajo Po. El Milanesado fue reconquistado y gran parte del Piamonte permaneció en manos francesas.