1ªGENERACIÓN: HIJOS DE LA DESGRACIA, PADRES DE LA VICTORIA[/CENTER]
Capítulo 4
Sora, Kasuza
Invierno 1430
El guerrero mongol penetró en la plaza del pueblo. Sus pesadas botas hacían crujir el fino manto de nieve que cubría el suelo arenoso. Aunque solía nevar en esa zona, la nieve no solía acumularse, pero ese invierno estaba siendo particularmente frío. Hizo una señal a sus compinches, que entraron también en el desprevenido pueblo. De repente, tres pequeños guerreros salieron a su encuentro.
-Esta vez tampoco lo conseguiréis, sucios bárbaros- espetó Akira, desafiante.
-Esta vez no tenéis el kamikaze de vuestro lado- dijo el mongol con su acento de ultramar.
-Esta vez NOSOTROS somos el kamikaze.-respondió Taro.
Y los tres muchachos se lanzaron al unísono contra los invasores. En la primera embestida, cayeron los tres más próximos. Entonces, Taro se enzarzó en violento combate contra otro mongol que blandía dos grandes sables. No tardó en dar buena cuenta de él y fue en ayuda de Shaoran, que combatía con otros tres fieros enemigos.
Mientras, Akira luchaba ferozmente con otros dos. Traspasó al más bajo con su sable, mientras esquivaba las acometidas del más alto, que parecía el líder del grupo. Por desgracia, al esquivar el último mandoble tropezó y cayó de espaldas, pero aun así pudo parar los dos primeros tajos del salvaje. Sin embargo, éste se alzó para descargar un último golpe con toda la fuerza de su descomunal cuerpo, pero entonces la punta de una lanza brotó de su pecho. Tras desplomarse hacia un lado, apareció tras él Shaoran, que con la ayuda de Taro, había acabado con los otros tres. Los tres niños se abrazaron y empezaron a bailar. Entonces un tintineo y una voz familiar, aguda y lejana, hizo desaparecer los cadáveres de los mongoles, las armaduras de los niños, y transformó sus armas en ramas de árbol.
-¡Es Tsuneo!
-¡BONIAAAAAATOOOOOOOS! ¡BONIATOS CALIEEEEENTEEEEEES!¡PAÑUELOS DE SEDAAAAAA!¡CUERDA DE CÁÑAMOOOOOOO!
Tsuneo, el viejo buhonero, acudía puntual a la cita con la aldea de Sora. Realizaba el trayecto desde Edo hasta Tateyama, pasando por toda la costa oeste de la bahía, comprando y vendiendo todo lo que cupiese en su carro, del que él mismo tiraba, y quedándose con un jugoso beneficio, claro. A pesar de su cara arrugada tenía el cuerpo musculoso de un jovenzuelo. De hecho, ni él mismo sabía qué edad tenía. “Más de cuarenta y menos de cien”, solía bromear. Tenía una perenne sonrisa en su boca desdentada, y sus ojillos nerviosos te escudriñaban de arriba abajo, en busca de algo de su interés que pudieses venderle, o de algo que te faltase y pudieses comprarle. Tsuneo era el único vínculo de Sora con el resto del mundo. Mientras hacía sus trapicheos con los habitantes del pueblo, les mantenía puntualmente informados sobre cotilleos, revueltas, decretos del shogún, etc. También llevaba cartas a los familiares que habían marchado a Edo, y los manuscritos que Gengaru enviaba a otros monjes. A cambio de un precio razonable, por supuesto.
Los aldeanos tenían en gran estima a aquel hombrecillo menudo y simpático del que tanto dependían.
-¡Brrrr! Qué frío hace esta mañana ¿Eh, chicos?- dijo con su vocecilla chillona.
-Voy a buscarte un poco de té caliente-dijo Taro.
-Que los dioses te bendigan, hijo. ¿Y tú, Shaoran, cómo te encuentras?-El chico sonrió- Aún no dices nada ¿Eh? Bueno, te voy a dar algo con lo que a lo mejor no podrás hablar, pero por lo menos harás ruido.
Metió la mano bajo su capote y sacó un pequeño trozo de bambú con un orificio en su parte superior. Se la llevó a los agrietados labios y sopló. Del instrumento brotó un agudo silbido que rebotó en la colina. Después se lo entregó a Shaoran, que con una sonrisa de oreja a oreja lo tomó, haciendo enérgicas reverencias de agradecimiento, pero sin soltar palabra.
Después de encontrarle en la plaza del pueblo, como una fierecilla hambrienta, las mujeres del pueblo decidieron apodarle Shaoran. Pasó cinco días inconsciente, y después dos semanas más hasta que pudo levantarse. Tras unos dos meses de lenta recuperación ya corría por el pueblo como otro niño más. En principio estuvo en casa de Taro, pero después se fue a la cabaña se Suzuna. Era una viuda joven, cuyo marido fue engullido por las aguas de la Bahía durante una tormenta que pilló por sorpresa a los pescadores. Cualquier mujer de su edad habría marchado hace tiempo a Edo para escapar de la miseria, pero ella insistía en que su marido pronto volvería, y todas las tardes se acicalaba y se iba a la playa a esperarle, hasta bien entrada la noche. Shaoran y Suzuna eran dos víctimas del mundo que habían sido adoptados por el resto del pueblo, y vivían de la caridad de sus vecinos.
Desde los cinco años que habían transcurrido desde su aparición en la aldea, Shaoran no había dicho una sola palabra.
Las matronas se agolpaban frente al carro de Tsuneo. El producto estrella eran los elegantes (y caros) pañuelos de seda que había traído de los mercados de Edo. A las pueblerinas les encantaban esos avalorios. Les hacía tener la impresión de que su vida no era tan triste, de que no vivían en una aldea perdida, de que sus maridos no eran pescadores... Ilusiones.
-¡Qué bonito!
-¿Te gusta, Hitomi? A una señora de la capital le costaría una fortuna, pero yo te lo dejo por 2 ryo.
-Estás de broma ¿Verdad? Te doy un par de pescados en salazón.
-Pero bueno, Hitomi, a ti no te hacen falta adornos- Tsuneo le guiñó un ojo, era una forma elegante de decir que no podía regatear. O pagaba los 2 ryo o no le saldría rentable.
-Tsuneo, necesito un saco de sal.
-Yo necesito aceite.
-Paciencia, paciencia, de una en una, señoras.
Akira, Taro y Shaoran sonrieron viendo a Tsueno batallar con aquel grupo de gallinas. Después se fueron al bosque a probar el silbato de Shaoran. Cuando empezaron a subir adelantaron a Suzuna, que iba a buscar leña. La mujer trataba de pagar la amabilidad de los aldeanos ayudándoles con algunas tareas domésticas.
Cuando llegaron al templo, Akira entró en la sala. Gengaru y Tetsuya charlaban en voz queda mientras tomaban té. Akira saludó a ambos con una reverencia.
-Sen-pai ¿Comenzamos la clase?
-¿No ves que estoy ocupado? Hoy no habrá clase, lárgate.
Taro se puso el silbato en la boca y aspiró. Pero cuando fue a soltar todo el aire unas hábiles manos le quitaron el silbato y sólo pudo exhalar una especie de sonora pedorreta.
-¡Eh!¿Qué haces?¿Es que no tienes clase?
-No, eres tú el que tienes clase. Te voy a enseñar a silbar Taro-chan.
Taro empezó a perseguir a Akira por todo el bosque, hasta que le agarró del manto y lo derribó sobre la nieve, quitándole de nuevo el silbato.
-Trae acá ¿Cómo es que no tienes clase?
-Esa vieja gárgola de Gengaru está hablando con Tetsuya.
-De nada bueno, supongo- Taro lanzó un sonoro silbido que se propagó por el silencioso bosque invernal.
Shaoran sintió un escalofrío. Lo sentía siempre que era pronunciado el nombre del doshin. Recordaba las cada vez más frecuentes visitas nocturnas, completamente ebrio, en las que hacía proposiciones cada vez más deshonestas a Suzuna. Su mente infantil no podía imaginar para qué había ido Tetsuya a ver a Gengaru.
Tetsuya comenzó a caminar ruidosamente sendero abajo. Estaba satisfecho. Gengaru le había dado su bendición. Ahora tenía acceso legítimo a lo que tanto ansiaba. Elle tendría que aceptarle, era el único del pueblo que tenía un caballo y el que tenía más dinero, de hecho utilizaba el caballo para ir a buscar su paga a Kimitsu. Y le que satisfacía más era el haber demostrado que su madre se equivocaba. Sonrió amargamente. Caminando sobre la crujiente nieve, su mente empezó a volar. Voló lejos en la distancia y el tiempo...