Capítulo 2
En algún lugar de la provincia de Vientiane
9 de agosto de 1589
Ujinao se palmeó la nuca. Condenados mosquitos. Prefería vérselas con un ejército rebelde con con aquellos malditos insectos. Habían pasado seis años desde su primera misión en la que, apenas adolescente, había hollado aquellos mismos parajes. Era joven e impresionable, el mundo era nuevo y excitante para él, tanto que no recordaba la voracidad de los mosquitos vietnamitas. Había llovido mucho desde entonces.
Nada más regresar a Japón de la campaña de Indochina, Shimazu Yoshihiro abandonó el bakufu tras unas desavenencias con Nobunaga. Ese mismo verano se retiró a sus dominios de Kyushu, y aunque no se declaró formalmente en rebeldía, renunció a sus privilegios en la corte y se aisló en su castillo de Bungo.
El shogún era justo, pero terco y poco diplomático. A sabiendas de que el clan Shimazu había sido un poderoso enemigo del shogunato en tiempos de la Guerra de los Daimyos, el señor Uesugi pidió permiso a Nobunaga para desplazarse a Kyushu. Ante su sorpresa, el shogún accedió. Nobunaga parecía cansado, muy cansado. Kenshin aconsejó a su amigo descansar de la ajetreada vida gobernante durante un tiempo, su hermano menor Nobukane podía ocuparse de mantener el orden y en caso de problemas, Nobunaga volvería con fuerzas renovadas. El shogún se despidió agradeciendo las palabras de su amigo.
Sin embargo, el viaje no duró demasiado. Apenas unos días después, antes de embarcarse para Kyushu, un mensajero llegó a galope tendido y se postró ante el general. "¡Mi señor, terribles noticias!" exclamó.
Los funerales por la muerte del shogún se celebraron inmediatamente, y toda la corte asistió con un gran pesar, real o fingido. A Ujinao le sorprendió que Nobuteru no ocupase un puesto en el velatorio junto a la familia Oda. Más tarde le explicó que al ser hijo de una consorte, prefirió estar junto a su verdadera madre, una dama que Ujinao no conocía, pero que le resultaba familiar..
Uesugi Kenshin quedó desolado ante la noticia de que su gran amigo Nobunaga había muerto. El hombre que había logrado la expansión en Indochina, que había puesto fin a ciento cincuenta años de luchas internas y mantenía unida la nación, había dejado de existir ¿Aguantaría el país la ausencia de su líder? ¿A la ambición de los codiciosos cortesanos qa los que Nobunaga mantuvo a raya? La respuesta a esa pregunta, como Kenshin temía, no tardó en aparecer.
En el siguiente consejo del bakufu, Nobukane comunicó que se mantendría como shogún regente hasta que el hijo de Nobunaga y legítimo heredero, Nobukatsu, estuviera listo para gobernar. Nobukatsu, que apenas tenía diez años menos que su tío, era perfectamente capaz de gobernar, pero calló, consciente de que la mayoría del bakufu apoyaba al usurpador, más complaciente con las demandas de los nobles. Kenshin comprendía la actitud del joven heredero. Lo que menos necesitaba el país era otra disputa por el poder. Sobre todo teniendo en cuenta los informes que al consejo llegaron desde Manchuria.
La recientemente adquirida provincia de Ninguta se había sublevado. No era un hecho aislado, otras provincias manchúes en poder de China también estaban siendo azotados por las rebeliones nacionalistas. El ejército rebelde, sin embargo, no se dirigió al sur, contra las posiciones japonesas, sino al norte ¡Contra el reino independiente de Manchuria! Al parecer los rebeldes no sólo deseaban escindirse de sus amos para volver a unir a Manchuria. También deseaban un cambio de gobierno en su reino. Sin embargo, los rebeldes estaban desunidos, y fruto de esa desunión, los rebeldes de la provincia de Ussui decidieron unirse al Japón antes que al reino de manchuria o al imperio Ming.
Nobukane preparó diligentemente el contraataque sobre los rebeldes de Ninguta. Sin embargo, dos atentedos casi consecutivos contra el shogún evidenciaron la falta de seguridad que reinaba en la corte. Ante la sorpresa del bakufu, Nobukane restó importancia al asunto, insinuó que era un problema que su hermano no supo solucionar y que pronto él le pondría fin, y continuó con los preparativos para invadir Ninguta.
Kenshin estaba consternado por la falta de respeto del shogún hacia su antecesor y hermano, y por la ausencia de visión pragmática de Nobukane. En la corte se respiraba nerviosismo, aún se recordaban los días de la guerra civil. Un conflicto que había dejado profundas huellas en el país. La situación se calmó brevemente con la rotunda victoria en Manchuria.
Sin embargo, la zona estaba lejos de pacificarse. Las provincias alrededor de los dominios japoneses no cesaban de alzarse en armas contra China.
La inestabilidad continuaba, y la debilidad de Nobukane recordaba los tiempos del shogunato Ashikaga. Hecho que aprovechó el clan Shimazu para dejar de pagar sus impuestos. Poco después, se declaró en rebeldía y armó un ejército.
El shogún ordenó a Kenshin ponerse al mando de la Guardia Imperial y aplastar la rebelión. El veterano general, resignado, aceptó el "honor" y se dispuso a arreglar un desaguisado que consideraba culpa íntegramente de Nobukane.
Yoshihiro se rindió ante la superioridad táctica del ejército de Kenshin, y aceptó desplazarse a Kyoto para convertirse en huésped forzoso del shogún, que no toleraría nuevas sublevaciones en el interior.
Y así fue. El ejemplo dado con Shimazu Yoshihiro surtió efecto y se vivió un breve período de paz. El gobierno aprovechó la calma para reorganizar el ejército, de forma que se tuviese una mayor presencia en Nishikuni, y un mayor control en las Islas Sagradas.
Sin embargo, la tranquilidad no podía durar mucho, y mientras el gobierno se ocupaba de sus posesiones en el norte, la población vietnamita disidente en Indochina pe preparaba para otro ataque. En marzo de 1589, la populosa cuidad de Vientiane ejecutaba a los gobernadores japoneses.
De nuevo, Nobukane confió al general Uesugi la responsabilidad de acabar con los rebeldes. Kenshin aceptó, aliviado por una vez de verse lejos de la corte. El general se embarcó con un destacamento rumbo al puerto de Bihn Tri Thien para ponerse al mando del ejército de Indochina. Con él viajaron, entre otros guerreros de su confianza, Ujinao y su amigo Nobuteru, que ya se habían fogueado en la campaña contra Shimazu.
Los jóvenes samurai lucharon con gran valentía y la derrota de los rebeldes fue inevitable. Sin embargo, al llegar el verano, una grave enfermedad aquejó al gran general Uesugi. Impotentes, los médicos de campaña vieron como la salud de Kenshin empeoraba.
Los pensamientos de Ujinao se vieron interrumpidos por la insolente irrupción de un mosquito que, con su agudo zumbido se le había posado en una oreja. Se dió una palmada en el rostro tan fuerte que el sonio llamó la atención de varios soldados que descansaban cerca. Ujinao les miró, contrariado, y ellos sonrieron, comprendiendo. La escena se vió interrumpida por el criado del general Uesugi. Kenshin reclamaba la presencia de sus amigos.
Muy deteriorado por la fiebre y la fatiga, Kenshin aconsejó a sus comandantes que, a su regreso a Japón, dieran parte de su éxito al shogún. Los samurai protestaron ante la insinuación de que su general no iba a volver con ellos, pero Kenshin se mantuvo firme, pues sabía que desde la guerra contra China le debía una tumba a esa tierra. E incluso hizo más. Opinó que Nobukane no era el mejor shogún que podía tener japón y que actuaran en consecuencia, en clara referencia a que apoyasen a Nobukatsu si éste reclamaba finalmente el título.
Poco después, cuando todos se retiraban para dejarle descansar, llamó aparte a Ujinao y Nobuteru. El general, haciendo un supremo esfuerzo, dijo que, dada la proximidad de su muerte, había un secreto que deseaba desvelar al joven Oda. Nobunaga no era su verdadero padre. Nobuteru nació con el nombre de Yamashita Naomori y era hijo de uno de los cabecillas de la rebalión contra Nobunaga: Yamashita Naosuke. Pidiendo perdón por haberlo mantenido en secreto tantios años, Kenshin expiró su último aliento ante los anonadados jóvenes.