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Capítulo 6

Palacio Imperial, Kyoto
2 de abril de 1618

Ujinao y Nobuteru llevaron al inconsciente shogún a sus aposentos, entre las exclamaciones ahogadas del servicio. El samurai del clan Yamashita nunca había visto perder así el control al supremo líder del Japón, pero había que reconocer que la tensión a la que estaba sometido hubiese podido con cualquiera, y estaba claro que alguien estaba intentando desalojarle del poder por todos los medios y le atacaba en todos los frentes. Y lo peor es que el shogún , por más esfuerzos y recursos empeñase en ello, no lograba averiguar quién era.

Desde hacía seis años, una serie de rebeliones se extendía por los territorios de ultramar, y ya no eran sólo los tercos tailandeses los que se negaban a someterse al sabio dominio del Imperio, sino que Corea, la joya de Nishikuni, también se había alzado contra sus legítimos amos.

Todo había parecido comenzar con la guerra de sucesión de Ayuthia, que había desestabilizado toda la zona. En el sur de China, los alzamientos campesinos estaban a la orden del día, y el enorme ejército del gigante oriental serpenteaba por el norte de indochina, de matanza en matanza, como un depredador voraz.

Fue ese mismo verano cuando comenzó una sublevación en Corea que, aun empezando como un simple alzamiento nacionalista de unos pocos campesinos, traería al imperio innumerables quebraderos de cabeza.

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Hasta Donde los espías del shogun pudieron investigar, agentes infiltrados entre la población habían estado envenenando el ambiente. Sin embargo, los ninjas de Koga no habían podido averiguar para quien trabajaban dichos espías, pues se suicidaban antes de ser capturados. La falta de progresos supuso un varapalo para la ya maltrecha reputación de Nobukatsu en el bakufu. Los nobles consejeros del shogún cuestionaban su liderazgo, y esto contribuía a desestabilizar el país. A Ujinao no se le escapaba que se estaba formando un peligroso círculo vicioso, y que sería necesaria una tremenda inversión para estabilizar al país .

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Para otoño, los rebeldes chinos habían extendido su alzamiento más allá de las fronteras chinas, y amenazaban también las posesiones japonesas en la zona.

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El rey Soutika, en un movimiento poco inteligente, negó a las tropas chinas el acceso por su territorio para combatir a los rebeldes. El imperio japonés consideró un insulto a su aliado formal esta actitud, y el shogún barajó declarar la guerra al pequeño estado, pero los verdaderos problemas del imperio eran otros, y dado que los chinos desestimaron finalmente perseguir a los rebeldes más allá de la frontera, pronto se desechó la idea.

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Era necesario centrarse en aplastar la rebelión de Corea, que era cada día más preocupante. El general Komyo Kiso era incapaz de frenar a los rebeldes, ni de cortar sus rutas de suministro. En el seno del bakufu comenzaban a circular rumores sobre la fidelidad del general al emperador, ya que su valía en el campo de batalla había sido hasta ese momento intachable.

La situación de Komyo Kiso, objetivamente, no era fácil. Moviéndose por un terreno bastante montañoso, con una población de dudosa fidelidad al imperio, la guerra era un tira y afloja de norte a sur. La norma era que cuando Kiso lograba doblegar al ejército rebelde, surgía una nueva rebelión a sus espaldas y debía dar la vuelta para asegurar su retaguardia.

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No fue hasta diciembre de 1613 que el general Kiso pudo doblegar a los coreanos, aunque no pudo evitar que gran parte del ejército rebelde huyese hacia el norte, donde se refugiaron en las montañas para iniciar una guerra de guerrillas.

Una vez pacificado el imperio, el shogún disfrutó de un breve período de paz. El comercio florecía, las relaciones con China iban mejorando y poco a poco la estabilidad volvía a Japón. El colofón de tan idílica situación vino al concertar el matrimonio entre una dama china y el emperador. El anterior emperador, Go-Yozei, había abdicado dos años antes en su hermano Hachijō-no-miya Toshihito, que se convertiría en el emperador Go-Yoshizaku.

Refinado y culto, el emperador destinó parte de los escasos recursos de la casa real a financiar las artes, y construyó la villa imperial de Katsura. Como los demás nobles de Kyoto, decidió tomar una consorte que fortaleciese los lazos de su familia con los de otras estirpes nobiliarias, así que la corte le buscó una digna esposa en las casas reales próximas.

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Se dectretó una semana de festejos por todo el país, y la ceremonia se hizo con todo el fasto que las arcas locales se podían permitir, aunque no fue suficiente para contentar a los sibaritas invitados de la casa real china, como era de esperar.

A pesar de todo, la ceremonia fue la más cara y vistosa que se recordaba, y durante el año siguiente las relaciones entre los dos imperios fue tan cordial que todo presagiaba un futuro brillante para todos, excepto para los enemigos de la alianza del norte.

Durante ese tiempo, el emperador gozó de la compañía de la joven noble china, con la que compartía gustos musicales y la pasión por la literatura, la poesía y las artes escénicas. Se dice que incluso representaban funciones teatrales privadas en palacio, con obras escritas por ellos mismos.

En verano de 1616, estalló una nueva rebelión en Indochina, y dado el estado de paz en que se encontraba la metrópoli, el propio shogún, en una decisión sin precedentes, viajó hasta Bihn Tri Thien, para dirigir a las tropas personalmente. Sin embargo, algo le haría volver precipitadamente.

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Go-Yoshizaku, el divino mikado, la luz que alumbraba las Islas Sagradas, había fallecido en lo que parecía un trágico accidente doméstico. El emperador y su joven consorte representaban una adaptación de un cuento clásico de aventuras, con algunos miembros del bakufu como espectadores. La segunda esposa del monarca, en su papel de héroe, debía asestar una estocada a su marido, que representaba a un demonio. El selecto y escaso público asistente tardó en darse cuenta de que la agonía de Go-Yoshizaku sobre el escenario era real.
En un principio, alguno de los samurai asistentes echaron mano a sus espadas para ajusticiar a la dama china, de la que desconfiaban ya antes de la boda con su soberano, pero otros miembros más juiciosos del bakufu, como el hijo adoptivo de Kenshin, Uesugi Kakegatsu, consiguieron calmar los ánimos y recluir a la princesa en sus aposentos hasta la llegada del shogún, que decidiría su destino.

Nobukatsu, bien informado por sus espías, sabía que no había sido un accidente. Todo había sido un maquiavélico plan desde la corte china para incitar al imperio a una nueva guerra para la que no estaba preparado. Por ello, el shogún echó tierra sobre el asunto, y ordenó que la princesa fuese recluida en un monasterio para “poder llorar a su marido”, mientras organizaba un consejo de regencia que presidiría él mismo, mientras el hijo de el emperador retirado Go-Yozei, el príncipe imperial Kotohito. El joven, de unos veinte años, era manifiestamente incompetente y torpe para las dignidades de su rango, y Nobukastu le sometió a un curso de diplomacia y protocolo.

El shogún vivió los siguientes meses en una tremenda tensión. Los comentarios sobre su afán de poder y su incapacidad para estabilizar la nación y evitar las revueltas se elevaron a un tono audible en el bakufu cuando en marzo de 1618 los rebeldes coreanos volvían a la carga.

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En la sesión de aquella tarde se había presentado el informe de la situación enviado desde Corea por el general Komyo. EL ejército imperial había sido desalojado del norte del país por un ejército muy inferior, y retrocedía por la península hacia el sur, debido a que una rebelión había estallado en Gangwon y amenazaba sus líneas de suministros. El general solicitaba el envío de la flota por si era necesario reembarcar a las tropas hacia Kyushu. Varios miembros del consejo mostraron abiertamente su descontento y exigían soluciones al shogún, cuando Fukushima Masanori, amigo personal de Komyo Kiso, acusó abiertamente al shogún de estar perdiendo la contienda por su ineficacia.

Nobukatsu montó en cólera. Acusó a Masanori de traidor, alegó que el general Kiso era un incompetente y que podía estar recibiendo sobornos de los rebeldes para perder la guerra, y finalmente mandó ejecutar a Masanori y sus asistentes en el acto. El resto de daimyos quedaron sobrecogidos por la dantesca escena. El shogún, con el rostro aún congestionado por la furia, levantó la sesión y salió precipitadamente de la sala de audiencias, seguido de cerca por Nobuteru y Ujinao. Nobukatsu había perdido completamente los papeles, pero sabía que hacía falta un golpe de efecto para mantener a sus nobles consejeros a raya, aunque pronto reaccionarían contra él. Tan pronto se halló a salvo de miradas indiscretas se desplomó presa de una súbita lipotimia.

Después de acomodar al mandatario en sus aposentos, Ujinao y Nobuteru se miraron. Parecían decir “¿Y ahora qué?”. Nobuteru, que parecía extrañamente frío, ordenó que les sirvieran té. Iba a ser una noche muy larga.
 
Ante todo pedir perdón por el enolllme retraso en actualizar, y porque me temo que a partir de ahora la cosa va a ser así. Es lo malo que tiene mi nuevo curro y mi nueva vida de casado, que casi no tengo tiempo para jugar y menos para aarizar lo jugado.

Como habréis visto el estilo también se ha resentido, muchas sorrys.

Gracias a los que aún me aguantan: Tatowei, el incondicional VIden y otros que me sufren en silencio:D
 
Si la historia es buena, es buena.

Me alegro de que haya vuelto, lo daba por perdido ya (Estas mujeres, solo traen problemas :p).
 
Es que es casarse y lo de frikear se hace imposible, ¿ein? ;)

Acabo de terminar una partida en el STW, en el escenario de la invasión mongola (creía que no acabaría nunca), Así que creo que ya puedo dedicar mis diez minutillos libres diarios al AAR:D

EDIT: perdón por el post de mosqueo, la próxima es una actualización, prometido.
 
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Capítulo 7
Provincia de Echigo, Japón
12 de julio de 1623



La puerta de la taberna se abrió de golpe, y una bocanada del sofocante aire exterior se mezcló con el enrarecido ambiente del local. Los parroquianos, mayoritariamente milicia de la guardia imperial, giraron sus afeitados cráneos para examinar al recién llegado. Era un soldado veterano, barbudo, de largo y despeinado cabello que brotaba como ramas de enredadera de su casco. Apestaba a campaña prolongada y a la sangre seca que adornaba su coraza, cubriendo con una capa granate los tomoes que atestiguaban que había luchado en Corea, Mongolia e Indochina.

El samurai tomó asiento e inmediatamente las moscas que revoloteaban perezosas por el local pusieron rumbo a su cabeza. La muchacha que fue a servirle vino, apenas podía contener las arcadas ante el nauseabundo olor. Un par de soldados fanfarrones comenzaron a hacer comentarios despectivos referentes al recién llegado, pero sin dirigirse a él directamente. Molesto, el samurai se puso súbitamente en pie. El silencio se apoderó del local, excepto por los dos soldados, que se levantaron pausadamente, con una sonrisa burlona. El samurai, sin embargo, no les miraba a ellos, parecía seguir el errático vuelo de las tres moscas que dibujaban órbitas imposibles alrededor de su cabeza. Los soldados hicieron ademán de rodear la mesa para encararse con el samurai, echando mano a sus sables. De repente, el samurai desenvainó su katana a una velocidad inaudita y se quedó quieto, con el brazo extendido sosteniendo la espada. Sobre la mesa, seis puntitos negros se agitaban de forma agónica. Los dos soldados palidecieron al darse cuenta de que el samurai había cortado por la mitad a las tres moscas de un solo tajo, y volvieron pausadamente a su sitio, sin perder de vista al prodigioso guerrero. Con una lentitud teatral, el samurai volvió a envainar su arma y se sentó, dejando después un par de pistoletes sobre la mesa, como última advertencia.

El samurai se llamaba Musahi Miyamoto.

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El ejército había llegado a la ciudad tras vencer a los rebeldes, y la mayoría de los soldados se habían dedicado a asearse, descansar y dejarse la paga en las tabernas y burdeles más próximos. Miyamoto, sin embargo, era de otra pasta. Él vivía la guerra como un método de mejorar sus habilidades de lucha, algo que había convertido en el sentido de su vida.

A los dieciséis años fue admitido en la guardia imperial, cuerpo en el que pronto destacó por su innata habilidad de lucha. Se ganó también fama de pendenciero, a pesar de que él nunca buscó pelea, su talento despertaba envidias dentro de la comunidad guerrera, y esto le convertía en un imán para los problemas. Sin embargo, pronto entró a formar parte de la escuadra del general Komyo Kiso, que se quedó impresionado por sus calificaciones.

Acompañó pues, al general en la dura campaña de Corea, cuyo capítulo final se desarrolló en Gangwon.

Tras vencer a los rebeldes del norte en la batalla de Hamgyong, Komyo Kiso destacó un contingente que se encargase de asediar Pyongyang, mientras el resto del ejército volvía al sur.

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En Gangwon, Miyamoto presenció la que sería la masacre más cruel que vería en su vida, y que modificó drásticamente el concepto que tenía del general al que servía. Cansado de los tercos rebeldes y de las insinuaciones que se entreveían en los mensajes y órdenes desde Kyoto, Komyo Kiso se encargó concienzudamente de cercar al ejército rebelde y, tras la batalla, ejecutó a todos los prisioneros. Era un doble mensaje para todo aquel que pensase en rebelarse de nuevo, y para los chupatintas de la corte.

Tras un breve período de descanso, el ejército fue movilizado de nuevo. Luang Prabang continuaba su ofensiva diplomática contra Japón, y el shogún decidió cortar por lo sano, preparando una nueva guerra en Indochina. Sin embargo tuvo que posponer sus planes al llegar un emisario desde Nishikuni. Nobukatsu leyó el mensaje: “Mi señor, dos de tus aliados han entrado en guerra, y no puedes permanecer aliado con los dos ¿Deseas permanecer aliado con la Horda Oriat? Esto invalidará tu alianza con el Janato Mongol”. Cogiendo el pincel, el shogún trazó un enorme “no” sobre el pergamino y se lo entregó al emisario. Japón había entrado oficialmente en guerra.

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Tras el esplendor del pasado, los khanes mongoles habían perdido el control de su extenso imperio, quedando de nuevo reducido a las agrestes estepas mongolas. El Janato Mongol había controlado la extensión durante varios siglos, hasta que hacía unos años, una tribu rebelde, la Horda Oriat, había provocado una guerra civil que se saldó con la independencia de ésta última. Tras numerosas refriegas, la Horda Oriat se había adueñado del centro del país, controlando las rutas comerciales entre las dos mitades del Janato Mongol. Un territorio que dominaban con puño de hierro con una población que manifiestamente no les apoyaba. Ahora, una nueva guerra les enfrentaba, y Japón decidió devolver a Mongolia aquellos territorios que durante años les había rapiñado la tribu secesionista.

El ejército de Kiso, pues, inició el largo viaje hacia Mongolia. Para atravesar el territorio chino, empero, hacía falta ganarse la confianza del pueblo chino, algo molesto tras las veladas acusaciones (que por veladas no dejaban de ser ciertas) acerca de la muerte del anterior emperador. Para ello, el propio príncipe Kotohito sugirió un nuevo matrimonio real con China. La petición cogió por sorpresa a Nobukatsu, que creía al príncipe imperial incapaz de tomar la iniciativa en asuntos como aquél. Sea como fuere, la boda tuvo lugar con mayor derroche si cabe que la del anterior emperador. Después, Kotohito dispuso personalmente ciertas medidas de seguridad alrededor de su flamante esposa.

Sin duda, fue un acierto que Nobukatsu nombrase mentor del príncipe a su consejero y hermanastro Nobuteru, que consiguió enderezar al joven como una caña de bambú. Al año siguiente, Nobukatsu permitió, complacido, que se coronase emperador a Kotohito, que reinaría con el nombre de Reigen. Sus capacidades, pulidas y potenciadas por el sabio Nobuteru, eran impresionantes.

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A partir de ahí, todo fue viento en popa. La guerra era un paseo para el ejército japonés, que se limitaba a asegurar el terreno tras el paso del ejército mongol, que cargó con todo el peso de las operaciones. Las tropas eran recibidas como héroes y los gobernantes locales juraban inmediatamente lealtad al gran Khan.

Apenas un año después de iniciada la guerra, y habiendo luchado solo en una batalla, el ejército japonés recibió la rendición total del la Horda Oriat, que se negó a negociar la paz con los súbditos del Khan.

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Tras esto, el Janato Mongol recuperó sus territorios, excepto Tannu Tuva, que pasó a dominio japonés, y Tshiyet Noyan, que conservó su independencia bajo soberanía de la Horda, aunque como vasallos de Japón.

No había tiempo para la paz. En febrero de 1622 Brunei entraba de nuevo en guerra con Ayuthia, y el plan de dominación japonesa de Indochina peligraba. Sin duda, el sultanato sería el próximo rival a batir.

El shogún hizo uso de sus bazas. Las fuerzas de seguridad capturaron varios espías laosianos que llevaban meses operando en Bihn Tri Thien, y que llevaban tiempo siendo controlados por los ninjas de Nobukatsu. La excusa perfecta para declarar una nueva guerra al pequeño reino. Al instante, sus aliados Tannugu y Ayuthia se les sumaron, a pesar de que éste último reino ya estaba inmerso en una guerra devastadora con una alianza indonesia liderada por Brunei.

El ejército siamés, desbordado, firmó presuroso la paz con el sultanato de Borneo, con la esperanza de expulsar a los japoneses. Pero fue en vano. Komyo Kiso dividió su ejército en dos y atacó por el norte y el este. Una gran tenaza aplastó al enemigo, que rindió sus armas en menos de un año. Tres nuevas provincias se unían a los dominios japoneses, y además se forzó a Ayuhtia a renunciar a sus pretensiones sobre las provincias del emperador y a conceder la independencia a Jemer.

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Miyamoto notaba en la moral del ejército japonés un exceso de euforia, sin duda provocado por tantas victorias consecutivas tras unos años de seria incertidumbre. La guerra fue un extraño bálsamo que unió a los pueblos dominados por Japón, hasta tal punto que en cuanto acabó, algunos se rebelaron. El enésimo levantamiento del pueblo Ainu pilló a todos por sorpresa, tanto que los rebeldes cruzaron el estrecho y tomaron grandes extensiones en el norte del país.

El general Kiso y su guardia tuvieron que embarcar a toda prisa hacia la metrópoli, y llegaron justo a tiempo de comandar el ejército que el shogún había mandado formar a toda prisa. Salvo sus hombres y un nutrido grupo de samuráis del clan Hosokawa, la mayoría eran prácticamente novatos, pero Miyamoto sabía que sería suficiente si lograban encontrar un punto donde detener el avance de los rebeldes.

Ese punto se encontraba en el valle de Echigo, en el río Chikuma. Durante dos días, los mosqueteros imperiales mantuvieron a raya a todo aquél que quiso cruzar el río. Mientras la caballería de Komyo Kiso lo vadeaba más al sur. Al tercer día los rebeldes se vieron atacados por la caballería a retaguardia y la infantería por el río. La victoria fue total, y su efecto sobre el país fue revitalizante. Japón aplastaba a los rebeldes y vencía en todos los campos de batalla, los kami les habían enviado un mikado sabio y poderoso, las relaciones con China habían mejorado sensiblemente.

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Miyamoto, sin embargo, no las tenía todas consigo. Miraba los cadáveres cercenados de las moscas que yacían sobre la mesa, mientras jugueteaba con la sopa que le habían servido, sin atreverse a probarla. ¿De verdad éste era el inicio de una era de prosperidad?
 
Capítulo 8

Palacio Imperial, Kyoto
3 de noviembre de 1630


Musashi ayudó a levantarse al desconsolado Iemitsu. El samurai había abandonado muy pronto su casa, a la que nunca volvió y no echó de menos, por lo que se consideraba huérfano y no sabía lo que era perder a un padre. Y menos a un padre y un abuelo la misma tarde.

Miraron alrededor, y vieron el cuarto sembrado de cuerpos sanguinolentos. Susurros y silbidos agónicos impregnaban el aire ya cargado de muerte. Musahi miró al joven Yamashita Ichiro, que también parecía compungido. Ya no era aquel joven juerguista que conociera cuatro años atrás.

El bakufu había convocado una reunion de urgencia aquel invierno de 1626. El único punto del día era la situación en Mongolia. Tras la anterior guerra, la Horda Oriat había aceptado someterse al vasallaje del imperio, y el Janato Mongol había recuperado su anterior esplendor, excepto por la provincia de Tannu Tuva, que había permanecido bajo gobierno japonés. El Khan Usakhal había prometido a su pueblo acabar con la Horda Oriat, y le declaró la guerra. Ambos contendientes pidieron ayuda al imperio.

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Ujinao, extrañado por la ausencia de su hijo, mandó llamar a un guardia de palacio para que le buscase en su casa, pero el general Kiso le detuvo, indicándole que él sabía su paradero. Envió a Musashi a una taberna del extrarradio de la capital, y cuando llegaba, vio salir del local a tres jóvenes canturreando una tonadilla subida de tono. Se trataba de Ichiro, su amigo Jubei (un samurai de la guardia del clan Yamashita), e Iemitsu, el joven nieto del daimyo Tokugawa, el anciano Ieyasu. Musashiro instó a Ujinao a acompañarle, y los tres jóvenes hicieron caso omiso. Pensando ya en sacar su espada para obligarles, Musashi mencionó que había sido convocada una reunión urgente del bakufu, y fue entonces cuando Iemitsu reaccionó. Parecía que se le había pasado la borrachera de golpe, y a empujones llevó a sus confusos compañeros a sus caballos. Musashi observó divertido cómo el joven Tokugawa les decía a sus amigos “Si no asisto, mi honorable abuelo me pateará el trasero”. Sea como fuere, el argumento pareció convencer a sus compañeros de correrías.

No fue una sesión normal. Los emperadores normalmente no asistían a las reuniones del bakufu o lo hacían parapetados tras un bimbo, que les permitía holgazanear sin prestar atención a los importantes asuntos que se debatían. Pero Reigen era distinto.

Desde la última regencia, Nobukatsu había convertido el bakufu en un órgano muy restringido. Los cinco principales señores tenían un puesto en primera fila: Uesugi Tomonori, Kanrei de Kanto (aunque delegaba en Tokugawa Ieyasu), Hosokawa Katsumitsu, Kanrei de Yamashiro, Mori Moritomo, Kanrei de Kansai, Chosokabe Naoyori, Kanrei de Shikoku, y Shimazu Tadafusa, Kanrei de Kyushu. A éstos grandes señores, se les unía el Shogún y el Mikado, que habitualmente delegaba su voto en aquél, completando el místico número siete. Asistían también, con voz pero sin voto, otros señores del imperio y gobernadores de ultramar, como Matsudaira Kageie, gobernador de Hokkaido, o Sadamura Katsuuji, señor de Nishikuni.

El único punto del día era decidir si el imperio tomaba parte en el conflicto mongol, y en ese caso, de parte de quién. El primero en tomar la palabra fue Shimazu, quien apostó por no abandonar al aliado en la última guerra de Mongolia, y apoyar al Janato. El señor Chosokabe se manifestó de acuerdo, sin embargo el señor Mori discrepó, aduciendo que en la anterior guerra ya se satisfizo el honor del Janato y el ataque a la Horda era cruel e innecesario. Tokugawa apuntó además que Japón se resentiría en su imagen si abandonaba a su vasallo.

Por su parte, el señor Oda opinó que Japón no debía inmiscuirse en asuntos internacionales, que el Janato ya recelaba de ellos al apropiarse de la provincia de Tannu Tuva y que cualquier intromisión en el conflicto podría desestabilizar aún más la zona. El señor Hosokawa se mostró conforme con la opinión del shogún, y cuando éste se disponía a ordenar la redacción del acuerdo, algo insólito sucedió. El emperador Reigen hizo uso de la palabra. Expresó su deseo de ayudar a su vasallo, y mantener así el satus quo al que se había llegado tras la anterior guerra en Mongolia. Esto, además de desautorizar públicamente al shogún, significaba un vuelco en la votación, que era ahora favorable a los partidarios de la Horda.

Nobukatsu, masticando su incredulidad, ordenó redactar el acuerdo. Japón iría a la guerra contra el Janato Mongol. Tras levantar la sesión, se dirigió airadamente a los aposentos del Mikado. Entró hecho una furia, increpando al emperador por su falta de tacto y de cortesía. Le había ridiculizado, dijo. Sin perder la calma, Reigen le dijo que podía haberle consultado, a fin de que sus opiniones fueran acordes antes de la celebración de la asamblea, y que si no soportaba la vergüenza, lamentaría mucho tener que asistir a su sepukku. Rojo de ira, Nobukatsu echó mano a su katana, pero varios criados desenvainaron sus espadas, redujeron a la guardia del shogún y le desarmaron fácilmente.

Ante el asombro de Nobukatsu, Reigen confesó que había estado reclutando a una guardia privada, pues temía por su seguridad tras el atentado que acabó con la vida de su padre.

Con toda la cortesía posible, despidió al shogún, devolviéndole sus armas. Nobukatsu se sentía superado por todo aquello. El anciano shogún hizo acopio de lo que quedaba de su orgullo para regresar con cierta dignidad a sus aposentos.

Le llevaría meses averiguar que el emperador estaba recibiendo ayuda de monasterios y daimyos fieles que deseaban la restauración. Aquel día se había dado el primer paso, y Nobukatsu no lo podía permitir. El asesinato de un emperador no era tarea fácil, a pesar de todo. Demasiadas bocas que callar y demasiadas apariencias que guardar.

Mientras, el ejército de Indochina, al mando de Komyo Kiso comenzó a cruzar China hacia el norte. Por su parte, el clan Sadamura envió dos mil hombres para que apoyasen la invasión desde el este. Tardarían semanas en alcanzar la frontera mongola, pero una vez allí serían imparables.

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Tan sólo se luchó una gran batalla, en la capital Ulaan Chab, que atrapó el ejército mongol entre los ejércitos de Komyo y de Sadamura. La victoria fue total, aunque por desgracia, en ella murió Ujinao, que había sido enviado para apoyar al general Sadamura.

El Janato se mostró contento de que las exigencias de Japón se limitaran a cederles una provincia y renunciar a sus pretensiones sobre la Horda Oriat.

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A pesar de la aplastante victoria, Nobukatsu estaba más cuestionado que nunca. Al bakufu y al pueblo no se les escapaba que el período de esplendor y expansión que vivía el imperio no era fruto de los discutibles méritos del shogún, sino que coincidían con el ascenso al trono del nuevo emperador.

La muerte de Mori Moritomo y el atentado contra Tokugawa Ieyasu, ambos defensores de una mayor participación del emperador en el bakufu, no hizo sino manchar aún más la maltrecha reputación de Nobukatsu. Ichiro y Jubei supieron, por parte de Iemitsu, que su abuelo había salvado la vida de milagro, gracias a que contaba con una guardia de shinobi siempre a punto para actuar. Los espías de Tokugawa acabarían por saber de quién era la mano que movía los hilos contra los intereses del emperador. Cuando Ichiro puso esto en conocimiento de Nobuteru, éste no informó al shogún. Tal vez ya sabía la respuesta.

Los años 1627 y 1628 transcurrieron sin más novedad que la guerra comercial que se desató contra Deva Bengala, pequeño reino del este de la India, cuyos comerciantes poseían el monopolio del comercio en las Islas Sagradas. Los espías de Japón tuvieron que azuzar los mercados internacionales contra los advenedizos bengalíes para recuperar el control del mercado de Settsu.

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En el bakufu, Nobukatsu trataba de guardar las apariencias, a pesar de que todos sospechaban de su juego subterráneo. El shogún no dudaba en aprovechar cualquier ocasión para recordar a los consejeros los logros de su shogunato, pero cada vez era más evidente que el crédito del shogún estaba totalmente agotado.

Por el contrario, las iniciativas del emperador eran cada vez más numerosas. Como colofón, Reigen propuso la anexión definitiva de los reinos de Luang Prabang y Tannugu, antiguos vasallos que nunca debieron abandonar el manto protector del Imperio. La cuestión se aprobó con el único voto en contra del shogún. Nobukatsu estaba totalmente desacreditado
 
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Capítulo 9

Nakhon Ratchasima, provincia de Khorat, protectorado de Brunei en Indochina
21 de noviembre de 1639


Musashi saltó a la barcaza y se desplomó en el suelo resollando. Ya estaba mayor para correr grandes distancias y a esa velocidad. Ichiro y Jubei, que habían llegado unos segundos antes, empujaron el muelle con los remos, alejando la barcaza del puerto fluvial. Lo difícil ya estaba hecho, ahora solo les quedaba un plácido viaje hasta Thakhek, río Mun abajo.

Mientras el veterano samurai recuperaba el aliento, se congratuló de haber salido con vida e ileso de una misión tan difícil. Promover una rebelión no era tarea fácil. Demasiadas lealtades que comprar, con pocas garantías de éxito. Demasiadas variables.

Pero en los últimos años el panorama en Indochina había sido así. Un crisol de revueltas y contrarrevueltas. Mucho poder cambiando de manos, con el imperio japonés expectante, sin poder usar su imponente fuerza militar para acabar de dominar la zona, temiendo una reacción adversa por parte del imperio Ming, con el que le unía una agridulce alianza.

Apenas calmados los ánimos tras el atentado fallido al emperador, el imperio Chino entró en guerra con Manipur. El diminuto reino birmano había tenido la osadía de rebelarse unos años atrás, consiguiendo su soberanía gracias a la vorágine independentista que asolaba el oeste de China. Cuando las rebeliones fueron controladas, las tropas de Ming pusieron rumbo al indefenso estado.

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El emperador Reigen, por supuesto, aceptó la solicitud de ayuda del imperio chino, aun a sabiendas de que no necesitaba ninguna. El emperador sabía que era simplemente un cebo para calibrar la lealtad japonesa. Reigen envió mil hombres a Manipur, todos reclutas salvo el general Kiso y su guardia, con la orden estricta de apoyar el asedio de la capital y permanecer en retaguardia a menos que fuese necesario entablar combate. El mikado era consciente de que los chinos no repartirían el botín con sus aliados, así que no le interesaba que sus hombres se esforzasen y muriesen por nada.

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Apenas seis meses después, el reino bengalí pedía la paz al imperio japonés. Aunque Manipur continuaba su desigual contienda, se quitaba un enemigo de encima, y Reigen estuvo contento de poder traer a sus tropas de vuelta con la obligación de ayudar a su aliado perfectamente cumplida. Como muestra de ello, el imperio chino envió una misión diplomática para acordar un nuevo enlace dinástico.

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Reigen se encontró unos meses después en la obligación de volver a enviar tropas en apoyo de su aliado. En un ataque de locura, el diminuto reino de Assam le había declarado la guerra a China.

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La respuesta del emperador fue igualmente diplomática pero sin entrar en compromisos. La intención del Mikado era estabilizar el país y mantener bien atadas las provincias ganadas en los últimos años.

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Sin embargo, los dioses no estaban dispuestos a dar una temporada de descanso a Japón. En marzo de 1633, la provincia de Tannu Tuva se rebelaba contra el imperio. La situación aislada de la provincia mongola no permtía una acción simple de pacificación. Nobusada, asistido por el anciano general Kiso, aconsejó sabiamente a su emperador que no tomase medidas al respecto. Estaba claro que el Khanato Mongol no iba a permitir pasar a las tropas japonesas para que masacraran a los rebeldes de una provincia que consideraban suya, y el imperio no se podía permitir una nueva guerra por una provincia tan poble y apartada como Tannu Tuva. Sería el último consejo del bakufu en el que participaría el anciano general, al que un simple resfriado le envió a la tumba al mes siguiente. Toda la corte y el estamento militar lloraron la irónica muerte del bravo samurai que había sobrevivido a tantas batallas.

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Fue un mazazo para Musashi, que al perder a su mentor sentía no tener ya objetivo en la vida. La familia Yamashita le acogió y le puso al servicio de Ichiro.

Después de casi un año de conlicto, Assam pidió la paz a Japón. China había arrasado por completo el reino Birmano, y poco podían ofrecer ya. Pero Reigen se sintió aliviado de verse nuevamente libre de apoyar al imperio chino en sus ambiciosas emresas. Sobre todo cuando el ambiente por el sur de Indochina volvía a enrarecerse.

De nuevo el pujante reino de Brunei atacaba Ayuthia. El otrora orgulloso reino siamés veía impotente como la coalición indonesia le iba comiendo terreno con el paso de los años.

Esta vez Japón no podía intervenir sin el riesgo de desencadenar una guerra de considerables proporciones, en la que el imperio Ming, a buen seguro, no les prestaría apoyo, a pesar de los gestos de buena voluntad que constantemente tenía Japón para con ellos.

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En otro orden de cosas, la provincia rebelde de Tannu Tuva finalmente oficializó su unión con el Khanato Mongol, confirmando las sospechas del difunto Komyo Kiso. Todo fue una maniobra de los mongoles para rrecuperar la provincia sin verse oficialmente implicados.

Se suele decir que no hay mal que por bien no venga. En la convulsa Indochina, la provincia de Udong, que había conseguido su independencia y luego fue reabsorbida por Ayuhtia, decidió rebelarse y unirse al imperio Japonés. La rica provincia del sur ofrecía además un puerto de una gran importancia estratégica. Ayuthia, por su parte, se veía reducido a una única provincia.

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Japón salió ganando en el cambio, aunque la zona seguía siendo muy inestable. Las provincias se rebelaban una y otra vez, hasta que un movimiento político logró unificar esfuerzos por un objetivo común. Los rebeldes de la provincia de Prey Nokor convencieron a los demás líderes rebeldes de la zona para reintaurar el reino de Champa.

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Sus ejércitos avanzaron imparables por todo el sur de Indochina, hasta que el ejécito japonés les derrotó en Tenasserim, y sus dominios se derrumbaron como un castillo de cartas, volviendo bajo el cobijo de sus anteriores amos. Brunei y sus aliados, pues, seguían controlando la mayor parte del la costa suroeste de Indochina.

Hacía falta detener la soberbia del reino de Borneo, sin embargo el emperador no quería una nueva guerra que amenazase la estabilidad que el imperio había construido con tanto esfuerzo en los últimos años.

Nobusada pidió la palabra en el bakufu, y sugirió una operación encubierta. Japón había perdido Tannu Tuva por una rebelión promovida por los mongoles, y en los últimos años, los rebeldes indochinos habían mantenido en jaque a los reinos que dominaban la península. Era hora de aprovechar ese espíritu sedicioso para hacerse con algunas provincias del mismo modo que se logró la soberanía sobre Udong. Nobusada miró a Ichiro, y éste afirmó con la cabeza, aquiescente y agradecido por el honor que se le confiaba.

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Un par de mese después, Ichiro, acompañado por sus fieles samurai Jubei y Musashi, se deslizaban en barca mientras el tranquilo río reflejaba la escasa luz de la luna menguante, tras haber convencido a un oficial de una guarnición de Korat, para que se uniese al imperio Japonés. La incursión había sido tan rápida que no habían dado opción a los guardias a verles siquiera. Ichiro, con voz queda, felicitó a sus hombres.

Recostado contra la borda, Musashi se sumió en sus pensamientos.
 
¡Ha vuelto!

Este AAR se resiste a morir. Lo acabo como sea, tarde lo que tarde, prometido;)

Baal Catalunya said:
Buen capitulo. Por cierto, si no es molestia, ¿podrias poner un mapa de las posesiones japonesas en Indochina? Es que siempre me he liado

Faltaría más. He aquí un escrinchó tomado antes de que la provincia de Udong (al sur) se uniese al glorioso imperio.

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Capítulo 10

Palacio Imperial, Kyoto
16 de enero de 1647


-Mi señor, lo saben.

Ichiro ya era veterano, y sabía a lo que se exponía al reportar su informe al shogún con toda sinceridad. Si su amo consideraba que había fallado en su misión, podría reclamar su vida. Pero el samurai estaba preparado: si el shogún le ordenaba cometer sepukku, su hijo Tanezane aseguraría su honor. Nobusada, sin embargo, era justo y tenía los pies en la tierra (algo que le diferenciaba de sus predecesores). Hizo un gesto displicente con la mano, dando a entender que la furtiva reunión había terminado, e Ichiro se apresuró a salir de los aposentos del shogún.

La misión en Brunei no había ido como se había previsto, aunque todos eran conscientes de reclamar una provincia que ni por asomo había sido nunca territorio japonés era complicado. Aún así, Ichiro aceptó la misión, y tras consultar a juristas e historiadores urdió una trama poco convincente que explicaba que la isla de Palawan había sido colonia japonesa en un pasado tan remoto, que se remontaba a tiempos del divino Jimmu, primer emperador de Japón.

Era un contragolpe necesario, pues el sultanato indonesio estaba extendiendo sus dominios por Indochina con un descaro insultante. Militarmente, había sacado fruto de la debilidad del reino de Ayuthia, dominando la costa sur, el delta del Mekong y la provincia de Korat, que se había convertido en una irritante mancha en la esfera de poder del Imperio. Por otra parte, Brunei había urdido una magnífica red de espionaje, que isntigaba revueltas por todo el norte de Indochina, haciendo que las tropas niponas distrajesen gran parte de sus efectivos de la frontera sur.

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Es curioso como la astucia del emperador y el sabio consejo de su shogún consiguieron sacar partido de esta situación. Las rebeliones en el sur de China despertaron escaso interés en el gobierno Ming, que dejó a la población a merced de los rebeldes. Por ello, dos de esas provincias decidieron solicitar el cobijo del Imperio. Los rebeldes entregaron sus armas y Japón se hizo cargo de los territorios.

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Evidentemente, el ambiente se enrareció con el gigante aliado. Hecho que empeoró al morir el emperador Reigen por causas naturales en noviembre del año siguiente.

El luto se estableció en todo el Imperio, pues tanto nobles como plebellos veían en el difunto monarca al hombre que había conseguido suceder la empresa que iniciara Oda Nobunaga, y mantener a la nación fuerte y unida, y reestablecer el poder divino que residía en el Mikado. A su hijo Tshuguhito, aunque solo tenía diez años, se le coronó emperador con el nombre de Misunoo, y el gobierno efectivo descansaría en manos de Nobusada, hasta su mayoría de edad.

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Para relajar las tensiones con China, la primera medida de Nobusada fue acordar el matrimonio del jovencisimo emperador con la hija de un importante noble de la corte Ming.

Para formalizar el acuerdo, y terminar de limar asperezas por el tema de los provincias del sur, Ichiro acompañó a su amigo Tokugawa Iemitsu en misión diplomática a la corte Ming.

Los samurais de casta más noble no se dejaron impresionar por la megalomanía de la corte china, sin embargo Jubei, y en menor medida Musashi, se quedaron embelesados con la rica ornamentación de los palacios y estancias de sus anfitriones. Para Ichiro e Iemitsu, era un derroche innecesario.

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Cuando llegó el día de conocer al emperador Chongzen, los dignatarios entraron en la sala del trono. El monarca era un hombrecillo de gesto distraído, con un evidente estrabismo divergente, cuya imagen aún quedaba más patética sentado en su enorme trono tapizado en hilo de oro sobre una tarima de casi dos metros de alto.

Al ver a los embajadores, Chongzen se puso en pie de golpe y bajó de la tarima del trono para saludar a sus invitados entre los murmullos de desaprobación de sus asistentes. El emperador trastabilló en la empinada escalera y estuvo a punto de caer de bruces al suelo.

Ichiro e Iemitsu estaban intercambiando una significativa mirada, cuando Chonzen abrazó efusivamente al heredero de Tokugawa, de nuevo ante un coro de murmullos reprobatorios. Repitió el gesto con Ichiro, al que susurró al oído: “¡Por favor, sacádme de aquí!”.

La mirada de extrañeza de Iemitsu le convenció de que también había recibido el mensaje del emperador chino, que volvió a subir de forma precipitada la escalinata de su trono, tropezando de nuevo con los faldones de su túnica, y cayendo estruendosamente sobre los escalones.

Mientras el chambelán del emperador soltaba la tradicional ristra de elogios y parabienes a los invitados, Ichiro no paraba de observar el gesto resignado del Chongzen, que lucía una escandalosa línea color escarlata en la frente, fruto de su encuentro no deseado con el maderamen de la escalera. Sin duda, el emperador chino tenía problemas en su propia corte.

Un rudo general llamado Dorgon les acompañó en una visita oficial por la capital china, mientras el emperador “se retiraba a descansar”. Dorgon simpatizó enseguida con los samurai, y les confió que la posición del emperador era tremendamente precaria, pues las rebeliones y el poco interés de Chongzen por ponerles fin estaban poniendo la corona en grave peligro. Se rumoreaba que se estaba organizando una nueva revuelta, esta vez en el norte, y que los rebelder podrían llegar a la misma capital si el emperador no actuaba a tiempo.

La paranoia del emperador había ido en aumento, posiblemente porque los rebeldes contaban con elementos perturbadores dentro de la corte. Según Dorgon, Chongzen ejecutaba a cualquiera por la más mínima falta, y a veces en base a una simple sospecha, lo que le estaba haciendo perder los pocos apoyos que le quedaban.

EMPERADOR CHONGZEN (1611-1644)
Creció en un ambiente relativamente tranquilo, al ser el hijo más joven del emperador Taichang, no era un candidato a disputar la lucha por el poder. En cambio, su medio hermano mayor Tianqi, sí lo había soportado. Los hijos de Tianqui murieron en la infancia, y al fallecer el propio Tianqui a los 22 años, Chongzhen lo sucedió en el trono a la edad de 17 años. Cambió su anterior nombre de Zhu Yujian por el de Chongzhen, y eliminó al eunuco Wei Zhongxian (que tenía un gran poder en la corte). A diferencia de su hermano Tianqi, trató de gobernar a solas e hizo todo lo posible para salvar la dinastía.
Durante su mandato, el 22 de octubre de 1633 se produjo la Victoria de la armada china, dirigida por Zheng Zhilong, sobre la flota de galeones de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y piratas aliados, en la Batalla de la bahía de Liaoluo,(Fujian), una de las más importantes batallas navales del siglo XVII.
En las décadas 30 y 40 del 1600, la dinastía Ming se estaba marchitando rápidamente. Los alzamientos populares continuos estallaron por todo el país y los ataques intensificados de los manchues agravaron la situación más aún. En abril de 1644, el ejército popular dirigido por el rebelde Li Zicheng, se abrió paso por las defensas de Ming y finalmente habitó Pekín. Chongzhen reunió a toda su familia imperial y les ordenó que se suicidaran (menos a sus hijos). Desesperados y temerosos, muchos lo hicieron, incluyendo la emperatriz que se ahorcó. Finalmente, después de múltiples arrebatos de rabia e impotencia, Chongzhen se ahorcó entre lamentos, sin poderse explicar cómo sus súbditos podían abandonarle en una situación tan adversa. De esta forma, puso fin a la dinastía de los Ming.
En cuanto a su legado personal, muchas son las fuentes que nos hablan de su vida cotidiana llena de paranoias y sospechas infundadas. Se le ha juzgado de tener una mente estrecha, de ser impulsivo, de no plantearse con demasiada serenidad los criterios y de ser propenso a la continua sospecha de todo aquel que le rodeaba. Aunque la dinastía Ming había estado en decadencia durante muchos años atrás, sin duda él fue quien vivió en primera fila la desagradable escena de su desintegración.
Tras la muerte de Chongzen, el noble Dorgon ocupó la regencia del imperio hasta que su sobrino Shungzi fuese mayor de edad.
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Ichiro no estaba seguro de por qué Dorgon los había puesto al corriente de la situación, pero sosopechaba que también quería parte del pastel. El shogún Nobusada tomó buena nota y sacó el mejor partido posible a la situación, cuando en febrero del año siguiente, algunas provincias del sur de China se independizaron, formando el reino de Tierra Shan. El precario gobierno regente del imperio chino declaró inmediatamente a guerra al joven reino, pero no tenía tropas en la zona, así que el shogún acudió, oficialmente, al auxilio de su aliado.

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La estrategia de Nobusada sin embargo era otra. Puso al mando del ejército de Indochina al general Adachi Kuninobu, veterano de las rebeliones de Indochina, y marchó a la provincia de Mongnai. En la desigual batalla, Ichiro perdió a su gran amigo, Miyamoto Musashi, del que había aprendido tantas cosas. Ya hacía varios años que Musashi sólo buscaba morir con honor, y en cierto modo, Ichiro se alegró de que lo consiguiera.

Derrotado el ejército enemigo, Kuninobu puso sitio a la capital del joven reino, peor por orden del shogún negoció una paz secreta: El rey Binnya Ran renunciaría a la provincia de Mongnai y se convertiría en vasallo de Japón, y a cambio se le permitiría conservar su corona. El monarca de Tierra Shan aceptó, y el Imperio japonés volvió a ensancharse a costa de su aliado, que además tuvo que darle las gracias por el “favor”.

El dominio japonés sobre Indochina era un hecho, y sólo Brunei y sus aliado malayos obstaculizaban la completa anexión de la península.

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Tras casi dos años de paz bajo el sabio gobierno de Nobusada, el emperador Misunoo se hizo cargo del gobierno al fin, y el shogún Oda continuó trabajando para afianzar su poder. Nobusada, al que no movía ninguna ambición personal, estaba decidido a ser el último shogún gobernante. Aunque eso supusiera cierta inestabilidad transitoria entre los miembros más tradicionales del bakufu.

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El emperador Go-Komyo, aquí renombrado como Misunoo I

Nobusada, en su papel de primer consejero imperial y general en jefe de los ejércitos, envió una última orden directa: Ichiro debía crear un motivo de guerra con Brunei, que asegurase que el pueblo no viese con malos ojos las acciones militares que a buen seguro se iban a poner en marcha para expulsar al sultanato de Indochina.

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Caray, como pasa el tiempo:p

Bueno, como me he quedado en paro (otra vez), creo que le podré dedicar algo de tiempo al AAR. Si aún hay algún interesado... pues eso, que la cosa va lenta (mucho) pero va.
 
Da gusto ver que esto no ha acabado. :)
 
el AAR mola mucho, me lo he leido del tiron, ahora voy a leer el volumen I, si esta tan bueno como este, me lo pasare muy bien
 
el AAR mola mucho, me lo he leido del tiron, ahora voy a leer el volumen I, si esta tan bueno como este, me lo pasare muy bien

El volumen 1 lo empecé muy bien, pero me fui desinflando por falta de tiempo. Ains.

Bienvenido y gracias.
 
El volumen 1 lo empecé muy bien, pero me fui desinflando por falta de tiempo. Ains.

Bienvenido y gracias.

gracias a ti por dedicar tiempo y esfuerzo para hacer un AAR, tambien estoy leyendo el tuyo del SW Battlefront II, ese mola mucho tambien, aunque es una pena que no puedas tomar capturas, creo que hay una version para PC quizas si la consigues puedas hacer un Vol 2 y reescribir o continuar la historia ¿que opinas?