3º GENERACIÓN: EL PAÍS EN GUERRA
Capítulo 69
Inazawa
13 de marzo de 1520
Llegaron corriendo al patio y vieron a varios guardias formando un perímetro alrededor de dos cadáveres. Tamba se arrodilló junto al emisario y comprobó que estaba muerto. Notó que debía haber algo en su cuello y al darle la vuelta comprobó que tenía un kunai clavado en la nuca. Arrancó el arma arrojadiza y la examinó en busca de pruebas, pero nada delataba su origen. El otro cadáver aparecía atravesado por tres flechas. Vestía de forma sencilla y llevaba una capucha improvisada con un pañuelo, que Gakuyoshi examinaba con curiosidad, aunque sin tocarlo, en busca de algún indicio sobre la identidad del supuesto atacante.
-Tu- Dijo Tamba señalando a un soldado, que se puso rígido- ¿Es el asesino?-Señaló con la cabeza al cuerpo no identificado.
-Sí mi señor, estaba oculto en el sauce que hay junto a la entrada. No nos dimos cuenta hasta que lanzó su puñal. Cuando estaba a punto de saltar el muro y huir a la calle lo abatimos y trajimos su cadáver aquí.
-Esto nos traerá problemas. Los Uesugi son desconfiados, y es la segunda vez que matan a un emisario suyo en nuestra casa.
-¿Dónde he visto este dibujo antes?- La voz ronca de Lameng atrajo la atención de Tamba.
El cadáver del asesino estaba desnudo de cuerpo para arriba, y en su torso lucía un imponente dragón rojo. En ese momento alguien pasó a caballo entre las puertas, que permanecían abiertas.
-¡Eh! ¿Ese no era Gakuyoshi?-Observó Lameng. Tamba estaba tan absorto en sus cavilaciones que no había reparado en la ausencia del heredero.
-¡Alto!¡No disparéis!-Gritó a los guardias del muro que no le habñia reconocido, y ya se aprestaban a abatirlo con sus arcos.
-¿Dónde va?- Inquirió el mongol, sin comprender la reacción de su amigo.
-A servir a su clan. Los Uesugi recelarán de nosotros, pensando que hemos llegado a algún pacto con los Takeda. Gakuyoshi va a ofrecerse como rehén a Nagao Tamekage.- Lameng suspiró.
-Un acto de valentía.
-Y de temeridad. Si no convence a los Uesugi le matarán y el clan perderá a su principal heredero.
El veterano Ouchi Yoshioki, al mando de la guardia imperial, puso en fuga al ejército de Chosokabe, que ya se paroximaba a Kyoto. La diferencia de fuerzas era abismal, pero se necesitaba reestablecer la paz en la capital.
Ouchi envió entonces siete mil jinetes a Shikoku para poner sitio la plaza fuerte de Chosokabe. La estrategia se demostró correcta al estallar una nueva revuelta en Kansai, cuyo responsable era un viejo conocido...
Ya hacía años que los Yamana habían permanecido inactivos, en una tensa neutralidad. Atrapados entre los Ouchi y los dominios de Hosokawa Sumiyuki, el anciano Yamana Koretoyo, que ya había cumplido los noventa años, languidecía en su castillo de Inaba. Había visto con tristeza cómo todos sus herederos habían perecido en combate o presas de atentados y enfermedades. Tan sólo su hijo Shingo sobrevivía para continuar su linaje.
Aquella mañana, Koretoyo se encontraba en su estancia, de la que hacía tres años que no salía debido a que la edad había atrofiado sus piernas. Un criado le trajo el desayuno, frugal, que comenzó a ingerir con desgana.
-Buenos días, padre.-La súbita aparición de Shingo sobresaltó al anciano.- ¿Me permites servirte un té ?
-Por supuesto, hijo, siéntate. Te conozco.- Le dijo sin mirarle, mientras removía el arroz de su cuenco, sin atreverse a comerlo- Imagino que tu visita no es simple amor filial ¿Qué te ronda por la cabeza?
-Lo sabes muy bien. Soy el legítimo señor de Hitachi. Esas tierras deben ser mías.-Dijo, dando un sorbo a su té.
-Esas tierras pertenecen a los Nohara, que ahora son vasallos de los Hojo.
-Ya no. Los Hojo han acabado con los Nohara y me reconocen a mí como dueño de esos dominios.-Koretoyo no podía disimular su asombro.
-¿A qué se debe ese cambio de actitud? No lo comprendo.-Dijo, tras apurar su taza de té.
-Ujitsuna está buscando apoyos para combatir a los Yamashita. Como ves, tenemos enemigos comunes.- Espetó Shingo con una sonrisa malévola, mientras mostraba una diminuta ampolla de cristal. Koretoyo notó que su espalda se cubría de un incómodo sudor frío.
-¿Qué es eso?- Shingo abrió la ampolla y se bebió su contenido.
-Un antídoto.-Dijo, sin perder la sonrisa. El anciano empezó a notar un súbito calor en las entrañas.
-¿Un... un antídoto?¿Para qué?-El calor de su vientre ya era abrasador.
-Para el veneno que acabamos de tomar. Sabía que si no me lo tomaba yo primero tú no lo harías, maldito viejo desconfiado. Mis hermanastros fueron más fáciles de eliminar. Y estaba aguardando que la Naturaleza acabase contigo, pero me he hartado de esperar. Es hora del relevo. Es hora de que los Yamana renazcan de sus cenizas.
Koretoyo se debatía en el suelo, presa de terribles convulsiones. Sus manos huesudas se agarraban a los faldones de su kimono, como si intentaran aferrarse a la vida. Mientras, Shingo metió los dedos en el té y se humedeció la parte inferior de los ojos.
-Mis leales súbditos, tengo una mala noticia que daros...- Comenzó a ensayar.
Yamana puso en pie de guerra a sus tropas del bando de los Hojo, y comenzó los preparativos para marchar sobre Kyoto.
Era una locura intentar vencer la defensa de la guardia imperial en campo abierto con tan sólo catorce mil hombres, pero el objetivo de Shingo sólo era distraer la atención del shogún, y cortar la comunicación entre los Ouchi y los Shibata, manteniendo además incomunicadas a las tropas que continuaban el asedio en Shikoku.
Finalmente, en marzo de 1521, el asedio concluyó con la rendición de Chosokabe, y los siete mil hombres destinados allí regresaron a Kyoto, para encontrarse al mes siguiente con un nuevo ataque por sorpresa de Hojo Ujitsuna.
Takeda se unió rápidamente a la rebelión, añadiendo once mil soldados a las tropas de Hojo.
Hasta verano de ese año no se ultimaron los preparativos para marchar hacia Tohoku, y al pasar por Kanto, varios señores menores añadieron sus tropas a la Guardia Imperial, entre ellos los Yamashita. Tamba se puso de nuevo al frente del Ryo-Mon y se puso a las órdenes de Oda Nobusada, que fue designado por el shogún para dirigir las tropas en esta campaña.
El problema que planteó Tamba era si los Uesugi darían su consentimiento para que el ejército imperial cruzase sus tierras hacia Tohoku. Sorprendentemente, el emisario de los Uesugi comunicó el beneplácito de sus señores y el ejército del shogún aplastó a los rebeldes.
Después de la victoriosa campaña, Tamba regresó a Inazawa con su unidad, que brilló de forma extraordinaria por su valor y técnica incomparables. Nada más bajar del caballo notó un hondo pesar en el rostro de los criados.
-¿Se puede saber qué sucede?
-Mi señor- Dijo el mayordomo, mirando al suelo- El señor Gakuyori ha muerto.
A Tamba se le cayó el kabuto de las manos, que se estrelló con estrépido sobre la gravilla del patio.
-¡Por todos los kami! Nuestro daimyo está en poder de los Uesugi.