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Gabrielillo

Mariscal de la Marca
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En este hilo me propongo contar una historia relativamente poco conocida hoy en día pero que conmocionó a la opinión pública en su momento. Es la historia del buque ballenero Essex, de Nantucket (EEUU), que zarpó en 1819 para un viaje normal y corriente de pesca de cetáceos en el Pacífico, que debía durar de dos a tres años. Algo sucedió, no obstante, que dio al traste con las esperanzas de una productiva cacería. Un cachalote, en un acto sin precedentes (aunque no sería el último) atacó al barco y lo hundió en medio del océano, obligando a los 20 hombres de la tripulación a embarcar en tres lanchas balleneras y enfrentarse conn una dramática escasez de provisiones, a miles de millas de difícil viaje contra el viento hasta las costas de Chile.

Me voy a basar principalmente en el libro de Nathaniel Philbrick "En el corazón del mar", que recoge un detallado estudio de los acontecimientos, documentado en las crónicas de los supervivientes y aportando interesantes datos sobre todo lo relacionado con esta historia.
 
Nantucket, capital ballenera del mundo.

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La isla de Nantucket se encuentra a unas veinticinco millas de la costa de Nueva Inglaterra y pertenece al estado de Massachusetts. Su extensión es de unos 123 km². La práctica totalidad de su litoral está compuesto por playas de arena, destacando la ausencia de accidentes geográficos reseñables, el punto de mayor altitud se eleva a solo 33 metros sobre el nivel del mar. El nombre de esta isla pequeña o banco de arena grande, según se mire, procede de la denominación que le dieron sus primitivos habitantes, los indios wampanoag y significa “tierra lejana”. Los primeros colonos ingleses que empezaron a instalarse en Nantucket a partir de 1659 pretendían utilizar sus prados y suaves colinas para el pastoreo y la agricultura, pero pronto comprendieron que en el mar había muchas más posibilidades de prosperar que en las granjas que empezaban a agotar los recursos del suelo.

Todos los años, desde el otoño a la primavera, grandes manadas de ballenas francas , aparecían en las aguas cercanas a la isla y los habitantes empezaron a dedicarse a su pesca a partir de la década de 1690, cuando un tal capitán Ichabod Paddock, procedente del cercano Cabo Cod, enseñó a los isleños cómo hacerlo. Navegaban en botes de unos seis metros de eslora propulsados a remo con una tripulación de cinco indios y un patrón blanco; arponeaban y alanceaban las ballenas y las remolcaban hasta la costa, donde extraían la grasa para elaborar el lucrativo aceite. En 1712, un bote se vio arrastrado por los vientos hasta alta mar y su capitán, en plena tormenta, logró dar caza a un gran cetáceo negro que proporcionó, además de un aceite de gran calidad extraído al hervir su grasa, un depósito de otro aceite que no necesitaba ser procesado: el spermacetti o esperma de ballena, que los cachalotes almacenan en la cabeza. Tan importante llegó a ser este animal para la economía y aún para la propia identidad de la isla que aún hoy, la bandera del condado de Nantucket presenta, sobre campo azul, un cachalote blanco atravesado por un arpón.

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Pronto, los esfuerzos de Nantucket se concentraron en esta ballena dentada que si bien resultaba más difícil de capturar que la plácida ballena franca, reportaba muchos más beneficios. Además, las ballenas francas de las aguas costeras eran cada vez más escasas debido a la pesca intensiva. Por lo tanto, los balleneros de Nantucket empezaron a utilizar embarcaciones más grandes con las que poder adentrarse muchas millas mar adentro en busca de cachalotes, incorporando hornos para poder fundir la grasa a bordo y no tener que arribar a puerto tras cada captura. En la década de 1720, la isla ya era uno de los mayores puertos balleneros del mundo, y a lo largo del siglo XVIII, sus buques llegaron desde las aguas del Ártico a las islas Malvinas. En los años posteriores a la Guerra de Independencia instalaron una base en Dunkerke (Francia). Para entonces, Nantucket ya se había convertido en una próspera población y en la indiscutible capital ballenera del globo, posición que mantendría hasta mediados del siglo XIX. Un visitante describió la isla como “un yermo banco de arena, fertilizado solamente con aceite de ballena”.

La sociedad de Nantucket resultaba chocante a los que llegaban del continente, aun aquellos de la cercana costa de Nueva Inglaterra. No era sólo el peculiar acento o el constante uso de términos marineros en el habla cotidiana; se trataba de una comunidad íntimamente relacionada por lazos familiares, debido a la consanguinidad, en la que todos se conocían (en 1819, el año en que zarpó el Essex, unas siete mil personas habitaban la isla), dirigida por las normas de conducta del cuaquerismo arraigado desde 1702. Por ello, a pesar de que Nantucket se enriquecía enormemente con la pesca de ballenas, no se encontraban en sus casas y habitantes signos externos de lujo, y los beneficios eran reinvertidos en nuevas expediciones. Los “hijos de Nantucket” demostraban un gran orgullo e incluso un sentimiento nacional, que les hacía considerarse un pueblo superior (como dice Philbrick “desarrollaron una conciencia británica de sí mismos”), con la misión divina de matar cetáceos, y por lo tanto, despreciaban a los forasteros que se dedicaban a la misma actividad aun en la propia Nantucket, negándoles la pertenencia a la comunidad.

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Porque todo Nantucket se dedicaba a la actividad ballenera. Hacía tiempo que el suelo se había agotado y toda la economía de la isla dependía por completo de los inciertos viajes de aquellos veleros de madera. Desde niños, los hijos de Nantucket crecían aprendiendo todo lo referente a su sangrienta misión y es conocida la anécdota del orgullo con que contaba una madre que su hijo de pocos años había arponeado al gato con un tenedor, al grito de “¡Por allí resopla!”.

Otra peculiaridad de la isla es la libertad y poder que tenían las mujeres. Al encontrarse los hombres alejados durante dos o tres años, pasando en sus hogares sólo unos meses cada vez, eran las mujeres las encargadas de dirigir muchos negocios y mantener vivas las vitales relaciones de la comunidad. Por supuesto, esta libertad tenía su precio: la soledad. Para combatirla, hay indicios de que las mujeres requerían al consumo de opiáceos y en una casa del siglo XIX se encontró escondido un pene de yeso, que parece confirmar los rumores de la época sobre el uso entre las mujeres de Nantucket de un objeto conocido como “él está en casa”, aunque esto no parece concordar con la recta mentalidad cuáquera, tan presente en otros aspectos.

En verano de 1819, en pleno auge de la industria ballenera, un viejo buque de Nantucket, el Essex, se preparaba para emprender un lucrativo viaje al Pacífico en busca de cachalotes. Pocos en la isla podían imaginar que la expedición acabaría convirtiéndose en un infierno para sus 21 tripulantes.

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Vista actual de Nantucket
 
Muy interesante e informativo. :) Ahora que en unos meses viviré en Buenos Aires me interesa saber cuanto pueda del mar, hay que voy a tener que volver a acostumbrame a visitar. ;) :D


¡Espero con impaciencia que continúe!
 
El Essex y sus hombres

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Desde los últimos años del siglo XVIII, los capitanes de Nantucket se habían adentrado persiguiendo a los cachalotes hasta el Océano Pacífico, a través del temido Cabo de Hornos, que doblaban a la ida y a la vuelta, a bordo de embarcaciones todavía mayores que las goletas y bergantines que faenaban en el Atlántico. Fue en este aun inexplorado mar donde se abrieron nuevas pesquerías frente a las costas de Sudamérica, pues cada vez se encontraban menos cetáceos y más balleneros en el Atlántico. De hecho, la última vez que los habitantes de Nantucket, habían visto ballenas en sus aguas, en 1810, la captura de dos de ellas, dos ballenas francas, causó una enorme expectación y casi toda la isla pasó por el muelle a admirar ese animal al que debían su prosperidad y su fama y que a muchos les resultaba totalmente desconocido.

Pero, a pesar de excepciones como ésta, el objetivo principal de los balleneros se había trasladado al Pacífico, especialmente con el descubrimiento que el capitán Gardner, del Globe, había hecho en 1818: la Pesquería de Alta Mar, una región a más de mil millas de la costa peruana donde se reunían las manadas de cachalotes. Esta noticia aun no había llegado a Nantucket en verano de 1819, cuando el Essex se preparaba para hacerse a la mar.

El Essex era un barco de tres palos, con aparejo redondo en todos ellos (aparejo de fragata, aunque entonces esta denominación se restringía a los buques de guerra). Había sido construido en 1799, así que se trataba de un buque bastante viejo, aunque conocido por los buenos resultados de sus anteriores viajes. Medía 26,7 metros de eslora por 7,62 de manga, con un calado de 3,8 metros y, desplazaba 238 toneladas, lo que lo convertía en un barco relativamente pequeño, cuya capacidad no llegaba a los dos mil barriles de aceite que podían almacenar otras naves mayores. Su casco de 10 centímetros de grosor y su estructura eran de madera de roble. Entre las reparaciones que se hicieron al Essex tras su última arribada a Nantucket, se encontraba una nueva cubierta de pino y una cocina que sustituiría a la anterior. También se había colocado un revestimiento de cobre en la obra viva del barco (es decir la parte del casco que queda por debajo de la línea de flotación) para evitar el ataque de parásitos que ablandaran y destruyeran la madera, causando peligrosas vías de agua. Aunque pueda parecer que, con estas reparaciones, el Essex se encontraba en su mejor momento, hay que tener en cuenta lo complejo que es el mantenimiento de un buque de madera, sobre todo a partir de cierta edad, más aun cuando este barco pasa largas temporadas en alta mar navegando por zonas tan peligrosas como el Cabo de Hornos. Si sumamos a esto la proverbial capacidad ahorrativa (cuando no, abierta tacañería) de los armadores de Nantucket, podemos asegurar que las reparaciones no eran más que las indispensables.

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A- Vela mesana; B- Juanete de mesana o perico; C- Sobremesana o gavia de mesana; D- Juanete mayor; E- Gavia mayor; F- Vela mayor; G- Juanete de proa H-Velacho o gavia de trinquete; I- Vela trinquete; J- Contrafoque; K- Foque; L- Foque volante o petifoque.

La tripulación del Essex se componía de 21 personas y hasta los últimos días antes de zarpar, no estuvo completa. Su capitán era George Pollard Jr. y éste era su primer viaje al mando de un ballenero, aunque llevaba varios años como primer oficial en el Essex y lo conocía bien. A su antiguo superior, Daniel Russel, como premio por sus buenos resultados en el viejo Essex, los armadores (Folger & Sons y Paul Macy, principalmente) le habían otorgado el mando del Aurora, un ballenero nuevo y más grande, lo que había significado el ascenso a capitán de Pollard, de veintiocho años, y del ambicioso arponero Owen Chase, ahora primer oficial a sus veintidós años. El segundo oficial era Matthew Joy, de veintiséis. Completaban el rol los tres arponeros, uno para la ballenera de cada oficial, y los quince marineros que debían maniobrar el barco, remar en las balleneras y procesar el aceite a bordo. Sería Chase quien escribió la que, hasta hace unos años, se consideraba la única crónica de primera sobre el caso que nos ocupa titulada Narrative of the Most Extraordinary and Distressing Shipwreck of the Whale-Ship Essex. No obstante, en los años ochenta del siglo XX, se descubrió en Nueva York el manuscrito de otro de los miembros de la tripulación del Essex, titulado The Loss of the Ship Essex Sunk by a Whale. Su autor no era otro que Thomas Nickerson, el grumete de a bordo, que se embarcaba por primera vez a sus catorce años, junto a tres amigos, entre ellos Owen Coffin, el sobrino del capitán, de dieciocho años.

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Owen Chase, años después.

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Thomas Nickerson, más años después.


Los balleneros no cobraban un salario fijo como los marineros mercantes. Recibían una parte o quiñón de los beneficios logrados en el viaje, dependiendo de su puesto a bordo. Por ejemplo, el anterior grumete del Essex había percibido una 198ª parte de la venta de los 1200 barriles de aceite obtenidos (unos 150 dólares, una vez descontados gastos, por dos o tres años de servicio). Los armadores eran especialistas en ofrecer quiñones muy “largos” (exiguos), sobre todo a los forasteros y novatos más incultos, que creían que un número más alto en la fracción significaba más dinero.

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A- Cabrestante; B- Tambucho de proa; C- Palo trinquete; D- Horno; E- Escotilla del combés; F- Palo mayor; G- Cocina; H- Ballenera de repuesto; H- Palo mesana; I- Tambucho de popa; K- Rueda del timón; L, M, N y O- Balleneras y botes.

A los marineros novatos se los llamaba en Nantucket “manos verdes”. Mientras para un nativo de la isla, embarcarse, aun como marinero raso, era un primer paso en la carrera hacia capitán, la mayoría de los forasteros que llegaban en paquebotes desde Boston o Nueva York recurrían al ingrato empleo de ballenero como último recurso. La pequeña población de Nantucket no bastaba para alimentar las tripulaciones de la siempre creciente flota ballenera por lo que eran muchos los que venían del continente, y como capitán novato, Pollard tuvo que conformarse con muchos manos verdes pues sus compañeros más veteranos se llevaban a los buenos marineros autóctonos. Para completar la dotación del Essex, los armadores contactaron con sus agentes para que les enviaran siete marineros negros que llegaron de Boston. Debido a la antigua relación con la población wampanoag nativa de la isla, que hasta bien entrado el siglo XVIII había constituido la principal fuente de mano de obra ballenera, no se hacían distinciones en el sueldo de los balleneros por su color de piel. Nantucket era, además, un importante baluarte del abolicionismo. Esto no significa que hubiera igualdad; los hijos de Nantucket, aun una vez a bordo, formaban una comunidad cerrada que no admitía ni a los forasteros blancos como iguales, no digamos ya a los de raza negra, que ocupaban los alojamientos más incómodos (en el castillo de proa, mientras los marineros de Nantucket dormían en el rancho, hacia el centro del barco, y los oficiales en al popa) y cuya dieta era peor, antes y quizás también después de embarcar.

En cuanto a la dieta, no era sólo mala para los negros. Debido a la imaginativa (y sin duda efectiva) economía practicada por los armadores, los balleneros nunca solían cargar suficientes provisiones para el largo viaje, confiando en que el capitán ahorrara en las raciones y aprovisionara el barco en las escalas (para estos gastos se le otorgaban unos fondos normalmente más que insuficientes, que la tripulación tenía que completar de sus propios quiñones). En la carga del barco participaban los marineros sin cobrar, cosa que no solía ocurrir en otros puertos, pero en Nantucket los armadores cuáqueros se ahorraban así pagar a los estibadores.

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Ballenero de Nantucket Sarah, en Nantucket o en New Bedford (c. 1850).

Durante el tórrido mes de julio de 1819, mientras el Essex se preparaba en los muelles, que apestaban a aceite derretido, diez balleneros zarparon de Nantucket. Ese año, estaban ocurriendo fenómenos que excitaban las supersticiosas almas de marinos de los habitantes: un cometa se dejaba ver por las noches, lo que para muchos significaba algún tipo de presagio paranormal; incluso los periódicos se hacían eco de los avistamientos de una extraña serpiente marina, y a principios de agosto una nube de langostas se cernió sobre los cultivos de la isla. Todo parecía anunciar algún suceso extraordinario.

El 5 de agosto, el Essex, aún a medio cargar pero ya con toda su tripulación a bordo, excepto el capitán, rebasó sin problemas la barra de Nantucket, un banco de arena que estorbaba la entrada en el puerto. Por esta razón, la mayor parte de la estiba se realizaba una vez salvado este obstáculo, mediante el uso de barcazas que traían toneles llenos de carne salada, bizcocho (pan cocido dos veces para endurecerlo y conservarlo), agua, etc. También se estibaban toneles vacíos para almacenar el aceite, materiales para fabricar más barriles, pertrechos y herramientas para la caza y el despiece de ballenas, leña para los hornos, recambios para el buque (velas, aparejos) y un largo etcétera. Se decía que un ballenero estaba siempre lleno, pues a medida que se vaciaba de provisiones, se llenaba de aceite.

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A- Alojamientos del capitán y los oficiales; B- Rancho C- Almacén de grasa de ballena; D- Castillo de proa; E- Bodega.

El día 11 se habían concluido las operaciones de carga y aquella noche los tripulantes del Essex tuvieron compañía. Fondeado a su lado estaba el Chili, otro ballenero listo para partir. Probablemente, ambas tripulaciones intercambiaron visitas y celebraron su última juerga (lo que los balleneros llamaban “gam”). Al día siguiente, por la mañana, George Pollard subió a bordo con una carta en la que los armadores habían escrito sus órdenes. Una vez en su puesto en el alcázar, ordenó levar anclas, sabiéndose observado por decenas de catalejos desde la población. Su primer oficial, Owen Chase, recorría la cubierta poniendo en orden a los inútiles manos verdes, muchos de los cuales nunca habían navegado y se sentían abrumados por el entramado de palos, velas y cabos, todos con sus nombres y funciones desconocidas para ellos, que se elevaban sobre sus cabezas. La maniobra sería, inevitablemente, bastante torpe y exasperante para los oficiales. Nickerson expresa en su crónica la transformación que el amable Chase experimentó al abandonar la plácida y cuáquera Nantucket, prodigando insultos y amenazas a los marineros negligentes, entre los que el joven grumete, a pesar de ser un orgulloso hijo de Nantucket, no dejaba de incluirse. Así comenzaba, en la más absoluta normalidad ballenera, el último viaje del Essex.
 
Congo said:
MOBY DICK!!!!

Va, si mal no me equioco en esta historia hubo unos que naufragaron en una isla sino me equivoco...

Esos fueron los que tuvieron suerte :wacko: .
 
A estos el sabor les importaba más bien poco, lo que valía era el aceite. El resto de la ballena la tiraban como los chinos cuando les cortan las aletas a los tiburones. Es curioso que, aun estando siempre tan escasos de provisiones, no aprovecharan la carne, pero en nada de lo que he leído se dice que lo hicieran. :confused:
 
Gabrielillo said:
A estos el sabor les importaba más bien poco, lo que valía era el aceite. El resto de la ballena la tiraban como los chinos cuando les cortan las aletas a los tiburones. Es curioso que, aun estando siempre tan escasos de provisiones, no aprovecharan la carne, pero en nada de lo que he leído se dice que lo hicieran. :confused:
Pues es curioso, porque gustos aparte, es una carne de lo más normal, nada que ver con el pescado. A mí me recordó bastante al hígado -que no lo soporto- pero más magro. Y en algunos sitios estaba muy bien considerada, y siendo además bastante alimenticia, es extraño que no se aprovechara teniendo a veces tanta necesidad y estando tan a mano.
 
El Atlántico (I)

El viaje comenzó con una fuerte brisa del sudoeste, que dificultaba las tareas de izado y manejo de las velas a la novata tripulación del Essex. La primera noche después de perder de vista Nantucket, la tripulación se dividió en dos guardias dirigidas por Chase y Joy, los dos oficiales, con turnos de cuatro horas (en esta época, en los buques de guerra, con más gente en su dotación, se empleaba el sistema de tres guardias, que permitía a cada equipo descansar ocho horas). También se eligieron las tripulaciones de las balleneras, asunto que capitán y oficiales se tomaban muy en serio, procurando conseguir en su bote el mayor número posible de hijos de Nantucket. Pollard y Chase se hicieron con todos y Joy tuvo que apañárselas con los forasteros y los negros.

El Essex contaba con tres balleneras, botes de remos de popa y proa simétricas, de unos siete metros de eslora, con una dotación de seis hombres. Estaban construidos en tingladillo (las tablas superpuestas y atornilladas entre sí, como en los barcos vikingos, en lugar de la habitual construcción en paralelo) con madera de cedro, flexible y ligera pero resistente, lo que les permitía cabalgar o “surfear” sobre las olas en vez de hendirlas, lo que resultaba útil para unos botes que a menudo se alejaban bastante del barco nodriza navegando en condiciones duras de mar y viento, o arrastrados por enormes ballenas. En esta época aun no solían contar con timones de pala y caña, por lo que se manejaban con una espadilla, un remo largo a popa que obligaba al timonel a permanecer de pie. Por esta razón, las balleneras no utilizaron velas hasta la generalización de los timones de pala, que permitían agacharse al timonel mientras la vela cambiaba de banda al virar.

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Réplica de una ballenera de la década de 1850.


A pesar de las pocas posibilidades de encontrar cetáceos en las agotadas aguas del Atlántico, los oficiales mantenían el Essex preparado para emprender la caza. Los marineros, casi todos mareados terriblemente, debían cumplir sus turnos de dos horas buscando ballenas en el tope del palo mayor, un inseguro y bamboleante puesto a muchos metros de la cubierta, mientras el barco navegaba hacia el sureste para hacer escala en las Azores o Cabo Verde y recoger allí los vientos alisios del noreste que llevarían al Essex hasta la costa meridional de América del Sur.

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Los balleneros instalaban puestos como éste en lo más alto del palo, cuando lo normal en otros buques era una simple cruceta. Imagen perteneciente a una colección de cartas de tema ballenero de 1927

El tercer día después de zarpar, con las juanetes izadas y posiblemente también las alas (velas que se izan en botalones a ambos lados de las vergas) adelantaron al Midas, ballenero de New Bedford, con viento cada vez más fresco y fuerte marejada, aunque sin peligro. A lo largo del día siguiente, 15 de agosto, el tiempo siguió empeorando pero Pollard decidió arriesgarse a continuar sin tomar tantos rizos (acortar superficie vélica) como tal vez fuera recomendable, con lo que una nube de tormenta acompañada de fortísimas ráfagas y aparato eléctrico los alcanzó repentinamente poniendo el barco en serio peligro. El capitán quiso caer a sotavento para recibir el viento por la popa y continuar “corriendo” delante de la tormenta, empujados por su propia fuerza. Pero dio la orden demasiado tarde y la ráfaga golpeó al Essex por el costado, a media virada, provocando que se escorara a sotavento hasta que la cubierta llegó a quedar casi perpendicular al agua y los marineros se agarraron a lo que pudieron para no caer por la borda o ahogarse en los imbornales en los que borboteaba la espuma. El barco estaba zozobrando; en cualquier momento, el lastre y la carga podían desplazarse hacia sotavento y romper el precario equilibrio provocando el definitivo hundimiento del ballenero, y así habría sido si la ráfaga no hubiera pasado en poco tiempo, cuando los oficiales estaban a punto de ordenar que se cortaran los palos para aliviar la presión sobre ellos.

Cuando el Essex se enderezó estaba aproado al viento y navegaba marcha atrás, con las olas pasando sobre la popa y el timón inutilizado por la presión del agua, hasta que finalmente arribó unos grados a sotavento y permitió a la marinería tomar rizos y evaluar los daños. Éstos eran cuantiosos: varias velas desgarradas, la cocina inútil y, lo peor de todo, las dos balleneras de babor se las había tragado el mar al escorar el barco y el bote de popa había sido destrozado por las olas, quedando solo dos lanchas sanas, tres reparando el bote. Dado el duro ejercicio al que se destinaban estos botes, era impensable lanzarse a una aventura de tres años sin ninguna embarcación de respeto.

Pollard había decidido volver a Nantucket pero sus oficiales, particularmente el ambicioso e impetuoso Chase, le convencieron para intentar buscar algún bote en las Azores. Esta sería la primera de las muchas veces que Pollard, capitán novato y cuyo primer mando tenía tan poco prometedor comienzo, cedería ante la presión de sus oficiales. Su inseguridad le costaría muy cara a sus hombres.

En las Azores no encontraron lo que buscaban pero en las islas de Cabo Verde, Pollard compró una única ballenera rota y vieja perteneciente a un barco de Nueva York que había encallado. También embarcaron provisiones frescas, entre ellas una treintena de cerdos vivos. Era el día 19 de septiembre.

Pasado el ecuador, algún día del mes de octubre de 1819, a los 30º S, 45º O aproximadamente, el vigía avistó el chorro de la respiración del primer cachalote con el consabido grito de “¡Por allí resopla!”. La tripulación preparaba las balleneras con todo lo necesario (arpones, lanzas, rollos de cabo, etc.) mientras el barco se acercaba al banco de cetáceos y facheaba para detenerse a una milla de los animales. Se arriaron los botes y los tres marineros que no habían sido elegidos para remar en ellos quedaron a cargo del Essex.

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Empieza la caza


En cada ballenera, el oficial llevaba el timón de espadilla desde la popa, el arponero manejaba el remo de proa y los otros cuatro, los otros dos remos de cada banda. La competencia era tal que a veces las lanchas del mismo barco se estorbaban el paso unas a otras para llegar antes a la presa. Cuando se acercaban a los cachalotes, tenían que calcular cuándo y dónde saldrían a respirar las enormes bestias y arrimarse todo lo posible para que el arponero, un marinero experimentado a medio camino de la carrera de oficial, pudiera clavar el hierro a la ballena que, enloquecida de miedo y dolor, comenzaba a nadar a gran velocidad batiendo su cola peligrosamente cerca de la barca y tirando de la estacha del arpón, que debía mojarse para que no ardiera por la fricción. Cuando se tensaba, el cachalote seguía su marcha, sumergiéndose y volviendo a emerger, arrastrando la ballenera sobre las olas a hasta veinte nudos, lo que los marineros llamaban “trineo de Nantucket”. Así continuaban hasta que la ballena se cansaba y empezaban a halar de la estacha para colocarse a su lado y alancearla, honor que se reservaba al comandante del bote que ocupaba el lugar del arponero con la larga lanza (de 3 a 4 metros) de hoja ancha y buscaba, a través de la capa de grasa, las arterias pulmonares del animal para causarle una herida mortal...

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Trineo de Nantucket


Pero nada de eso ocurrió ese día porque el arponero novato de Chase, Lawrence, titubeó a la hora de arponear el cachalote que tenía delante y otro miembro de la manada, al emerger, lo hizo casualmente bajo la lancha, haciéndola pedazos con la cola. Nadie resultó herido pero todos tuvieron que abandonar la caza.

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Muy buen hilo Gabrielillo, la mar de ameno y entretenido de leer.

Lo sigo con atención :)
 
Muy entretenido el hilo.
Yo estuve una vez en New Bedford en Connecticut y allí también habían vivido de las pesca de la ballena durante todo el siglo XIX.
Una curiosidad derivada de esto es la presencia de una elevada cantidad de población de origen portugués en la zona de Nueva Inglaterra.
 
Gabrielillo said:
Pero nada de eso ocurrió ese día porque el arponero novato de Chase, Lawrence, titubeó a la hora de arponear el cachalote que tenía delante y otro miembro de la manada, al emerger, lo hizo casualmente bajo la lancha, haciéndola pedazos con la cola. Nadie resultó herido pero todos tuvieron que abandonar la caza.

Eso si que es un miembro y no lo que tienen algunos... :D
 
Bueno, este es el último capítulo que tengo escrito así que a partir de ahora tardaré más en actualizar, que además se me empiezan a acumular los trabajos de clase.
 
El Atlántico (y II)​


Varios días después se repitió la escena, esta vez con más suerte. Cuando el oficial acertaba con la lanza en el punto preciso (normalmente tras varias lanzadas), se desataba una brutal escena, bastante gore, según la describe el autor del “En el corazón del mar” Nathaniel Philbrick:

“Cuando la lanza finalmente daba en el blanco, el animal empezaba a ahogarse en su propia sangre y su chorro se transformaba en un géiser de sangre que alcanzaba una altura de cinco a seis metros. Al verlo el oficial gritaba “¡La chimenea está encendida!”. Una lluvia de sangre caía sobre los marineros, que remaban furiosamente para retroceder y luego se detenían para contemplar los primeros estertores del animal. El cachalote daba coletazos al agua, lanzaba dentelladas al aire -al tiempo que regurgitaba grandes trozos de pescado y calamar. Luego (...) dejaba de moverse y enmudecía, quedando su gigantesco cadáver negro flotando con la aleta hacia arriba en la mancha que formaban su sangre y su vómito.”

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Cachalote siendo alanceado

Luego se remolcaba la ballena hasta el barco para su despiece y procesado y el barco se convertía durante dos o tres días en un dantesco matadero flotante. La grasa de la que se extraía el aceite está bajo la piel y el procedimiento para conseguirla era tan sangriento y maloliente como la caza. Desde una plataforma de madera, los oficiales abrían un agujero en el cuerpo y metían un gancho, conectado por un sistema de motones al cabrestante. A continuación cortaban una ancha tira y el gancho iba arrancando la grasa como la monda de una naranja. Cuando la tira medía unos seis metros, se cortaba y se llevaba abajo, donde se cortaba en pedazos más manejables para hervirlos en unas enormes perolas de hierro y sacar el aceite. Este fuego se alimentaba con la propia grasa y provocaba una apestosa humareda Cuando se había “pelado” el cachalote, se cortaba la enorme cabeza (una tercera parte del animal) y se agujereaba para sacar a cubos el spermaceti , el excelente aceite que almacenaba. También se buscaba en sus intestinos el ámbar gris, una apreciada secreción usada en perfumería y otras industrias.

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Izando la cabeza de un cachalote.

Los marineros acababan tan sucios que a menudo tenían que tirar la ropa y vestirse con la que les ofrecía el pañol del barco, como refiere Nickerson. Lo que los manos verdes no sabían es que el precio de esta ropa se lo descontarían de su quiñón los ahorrativos armadores del Essex, con los debidos intereses, una vez acabado el viaje.

A medida que se dirigían al sur, la moral de los tripulantes del Essex iba decayendo: primero la tormenta que casi hundió el barco a los pocos días de zarpar, y luego los largos meses en alta mar sin más que una presa capturada. Por si fuera poco, se acercaban a las aguas del Cabo de Hornos, cuya peligrosidad es legendaria. El ánimo de los marineros, especialmente de los novatos, estaba por los suelos y cualquier cosa se convertía en un motivo de crisis, por ejemplo la mezquindad de las raciones de comida. La dieta de proa se componía de bizcocho y carne salada con pocos complementos de alimentos frescos. Los oficiales comían la carne fresca de los cerdos de Cabo Verde y pan horneado por el cocinero. La desigualdad en las raciones también era un hecho.

Los balleneros habían soportado esta situación sin quejas pero la desmoralización estalló un día que se encontraron en su gamella (una tina comunitaria donde se servía la carne de los marineros) una ración más exigua de la habitual. Después de formar consejo, un portavoz llevó la gamella a popa para quejarse a Pollard. El capitán, siempre amable y educado, respondió con gran violencia al desafío que suponía la invasión del alcázar (cubierta a popa del palo mayor, reservada a la oficialidad), rociando a la tripulación de insultos y amenazas para reprimir el incipiente motín, cosa que consiguió. Lo cierto es que era necesario economizar las provisiones, gracias una vez más, a los armadores que embarcaban cantidades ridículas para las largas travesías.

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El Cabo de Hornos

El 25 de noviembre creyeron avistar la Isla de los Estados, muy cerca del Cabo de Hornos, pero resultó ser un banco de niebla, seguido por una furiosa tempestad. No obstante, estaban realmente en la zona del cabo y pasaron más de un mes luchando contra el mar y el viento (los famosos "cincuenta aulladores", como se conoce a la franja de los 50º S) para doblarlo, sumidos en el día casi perpetuo del verano austral. Hasta enero de 1820 no avistaron la costa chilena. Se refugiaron en la Isla de Santa María, junto a otros balleneros de Nantucket. Allí Pollard recibió noticias desalentadoras: las sublevaciones independentistas en Chile y Perú hacían delicadas las necesarias escalas en esta costa y los pescadores de ballenas se quejaban de escasez de cachalotes en el Pacífico. A pesar de todo, el Essex puso rumbo al norte para remontar la costa de Sudamérica en busca de presas.
 
Gabrielillo said:
Bueno, este es el último capítulo que tengo escrito así que a partir de ahora tardaré más en actualizar, que además se me empiezan a acumular los trabajos de clase.
Qué pena hombre, ahora que me había enganchado :(
Dos apuntes y una petición:
Las primeras, apostillar que según parece, los primeros cazadores de ballenas fueron vascos, que las capturaban en el Golfo de Vizcaya, y que acabaron estableciendo algunas bases en Inglaterra y enseñándoles a los ingleses el trabajo.
También decir que el chorro que expulsan las ballenas no es un surtidor vertical, sino que depende de la especie, y en concreto, el cachalote, lo lanza más bien hacia el frente. De hecho, los balleneros experimentados reconocían la especie a la que pertenecía el animal sólo con verle respirar. Ahora que hay pocos, se distingue un ejemplar de otro por las marcas de la cola.
Y la petición es si nos podías ilustrar algo más en cuanto términos marineros, ya que usas muchos y los ignorantes como yo no distinguimos el trinquete del mesana. Ya sabes: somos ignorantes y queremos saber!
Espero haber contribuido en algo a este hilo que de momento está muy ameno e interesante. No te olvides de nosotros, Gabrielillo. ;)
 
Gracias por las puntualizaciones, se me olvidó comentar lo de los chorros, efectivamente así distinguían a los cachalotes de otras ballenas menos rentables. Y sí, Nantucket era casi novata en eso de pescar cetáceos, otras poblaciones de la misma costa de Nueva Inglaterra lo hacían desde hacía décadas, y los vascos desde hacía siglos. Pero llama la atención cómo Nantucket llegó a depender en exclusiva de esta industria y a convertirla en una forma de vida.

Intentaré describir los términos marineros e ilustrarlos. Por ejemplo, quería ilustrar el tema de las alas (esas velas auxiliares) pero no encontraba ninguna imagen a propósito. Aquí hay una. Las alas son las velas marcadas con el 5, 6 y 7. A la más baja (que se larga junto a la vela mayor) también se la llamaba rastrera.
velas.jpg
 
RAE said:
1. m. Mar. Disposición de las tablas de forro de algunas embarcaciones menores, cuando, en vez de juntarse por sus cantos, montan unas sobre otras, como las pizarras de los tejados.

A ver si encuentro alguna imagen que lo ilustre

Tern26.gif

Así sería por dentro el casco de un barco vikingo, las tablas se superponen en vez de sucederse y se unen con remaches o costuras. Las balleneras serían similares pero algo más sofisticadas en los sistemas de unión.

Si tenéis cualquier duda más,preguntadla, que a lo mejor no me doy cuenta de hacer la traducción marino-terrestre ;)