Capítulo XXXIII
Galia delenda est
No fue hasta los 11 de la mañana cuando las líneas francesas fueron rotas y las legiones desbordaron a sus defensores camino de París. Incluso entonces la lucha no cesó. Los soldados galos defendieron cada palmo de terreno de manera que los romanos tuvieron que usar los cañones pesados para pulverizar toda resistencia que hallaran en su camino. Cada esquina de la ciudad fue lugar de sangriento combates. En el Sacré-Cœur se luchó en lo alto del campanario y en sus catacumbas hasta que la enorme cúpula se hundió bajo su propio peso, aniquilando a defensores y atancates. El Arco del Triumfo fue usado por los francotiradores para hostigar a los legionarios que avanzaban por las amplias avenidas y tuvo que ser asaltado y tomado a punta de bayoneta. En la Ile de la Cité, la Conciergerie, que había sido la cárcel de aquellos prisioneros que esperaban a ser enviados a la guillotina, fue reducida a escombros para silenciar el fuego que impedía a los romanos cruzar el puente au Change. La Sainte Chappelle y la catedral de Notre-Dame, saqueada durante la revolución de 1789, salieron sin un solo arañazo de la brutal batalla, pero, cerca de ellas, toda la calle Chanoinesse fue reducida a escombros en los violentos combates que allí se dieron. Así desapareció, en un infierno de fuego, la calle donde había vivido, entre otros Racine.
Tampoco hubo piedad para el Panthéon. Furioso por lo que consideraba una burda copia del Panteón de la Ciduad Eterna, un oficial romano usó el edificio para descargar sus cañones del mismo modo, como dice la leyenda, que hicieron los artilleros de Napoleon con la nariz de la Esfinge, tanto tiempo atrás.
Cuando llegó la noche, París era una ciudad en llamas. Pero una ciudad romana, sin embargo. Tres días después, el Ejército Occidental alcanzaría las líneas en París y los sitiadores se encontraron sitiados. El fin estaba cerca.
Mientras, el frente ruso se hundía a pasos agigantados, más deprisa de lo previsto, de manera que no era el ejécito ruso el que frenaba el avance alemán hacia San Petersburgo, sino la logística.
La guerra en Francia duraría hasta el 21 de marzo de 1915, cuando los franceses pidieron términos para rendirse y descubrieron que no habían ninguno que no fuera la anexión directa. Frente al hecho de que Francia ya no existiría más y volvería ser dividida en las viejas provincias de Gallia Aquitania, Gallia Lugdunensis y Gallia Narbonensis, muchos ciudadanos optaron por huir a África, decididos a no ser esclavos de Roma. "Cuantos más mejor", fue la respuesta romana, encantada por que de este modo se hacía sitio para sus colonos. Pero, por desgracia, no serían tantos como habían esperado Roma o la Francia Nacional, el estado libre Francés que se formaría en los restos del imperio colonial africano galo.
Así, cuando callaron los cañones y el Imperio Romano resurgía, llegó el momento de organizar la paz. Pax Romana, por supuesto.
Apenas se detuvo el gigantesco Zeppelin al lado del
Nautilus cuando la descarga del material secreto comenzó a toda velocidad. Los cazas de la escuadrilla Cicogne volaban en círculos sobre el puerto de Cherburgo, sabedores de que los cazas romanos o alemanes tardarían poco en aparecer.
El general Mercier caminaba lentamente por la superfície metálica del submarino cuando escuchó el ruido de los cazas que se acercaban. Divertido ante los diminutos insectos que se atrevían a desafiarle, levantó la vista hacia los cielos, donde, como si un dios sanguinario lo hubiera preparado, comenzaban una violenta batalla áerea.
Girando bruscamente para evitar el caza galo, Titus maldijo su mala suerte. Giró de manera muy cerrada, intentado forzar al caza enemigo a que lo sobrepasara y este, como un novato, cayó en su trampa. Envuelto en llamas, el SPAD cayó fuera de control. Entonces Titus lo vio. Allí estaban las pálidas formas que salían del dirigible y avanzaban hacia la torre del submarino. Se miró el brazo recuperado y que, por ley de la naturaleza que él había roto, no debía estar allí. Sabedor de los crímenes que había tenido que cometer para recuperarlo, y conociendo que mucha más sangre tendría que derrarmarse todavía para que él pudiera vivir, tomó una decisión en ese mismo momento.
Mercier estaba en la torre del Nautilus, list o para desparecer cuando escuho el rugir del motor del caza de Titus y levantó la mirada. Pudo ver como el caza caía de entre las nubes abriendo fuego con todas sus armas, lanzando en un ataque suicida contra el dirigible. Sonriendo con desprecio, Mercier miró divertido como el caza malgastaba su munición pues, a menos que tuviera balas incendiarias, estaba desperdiciando el tiempo.
Entonces Mercier intuyó lo que Titus estaba pensando. El picado era demasiado pronunciado, la velocidad demasiado alta... Comenzó a descender por la escalerilla tan deprisa como pudo mientras sus criaturas, los vampiros, miraban al cielo. Nunca sabría que una de ellas le había traicionado, sin darse cuenta, al ayudar a Titus. De repente, la hélice del caza rasgó la superfície del dirigible. Titus seguía disparando y, entonces, mientras las ametralladoras expulsaban la última bala, esta causó una chispa. El hidrógeno que se escapaba de una depósito de gas hizo el resto. De repente, el dirigible estalló en una bola de fuego.
Y, como un cometa vengativo, cayó encima del Nautilus.
Encima de los vampiros.
Encima de Mercier.