Los Hermanos Barbango: La refundación de la República
Los hermanos Barbango habían sido los fieles aliados en vida del difunto Giovanni Mocenigo. Cual una maravillosa reencarnación de los hermanos Graco, habían ocupado, como la mayoría de los jefes del partido de Terra Ferma, cargos en el ejército veneciano. Marco había sido gobernador de Mantua y Ferrara, mientras que Agostino había ocupado la capitanía de las tropas venecianas en Grecia, esperando con impotencia y desespero ordenes del Arsenal mientras los Turcos se apoderaban de Constantinopla, la joya del este de Europa, y se dirigían hacia Albania, poniendo sitio a Tirana.
Los graves acontecimientos, el asesinato del Dogo Mocenigo, trajeron de forma abierta los disturbios a la ciudad de Venecia. No era raro encontrar cadaveres flotando en los canales, de un partido u otro... El senado se reunió, con la mayoría de los miembros del consejo de los Diez encerrados en sus casas o conspirando desde el santuario del partido del Mar en Chipre, bajo el auspicio de los Cornari.
Aun así, se reunió la mayoría suficiente y se eligió al hermano mayor de los Barbango, Marco. Por miedo a un grave disturbio en tan sagrada ocasión, se suspendió el ritual de casamiento con el mar del nuevo Dogo... lo cual no hizo más que reafirmar las críticas del partido noble de que la elección había sido ilegal.
Seis horribles meses siguieron... asesinatos, desconcierto y disturbios. Finalmente, en una algarabía hubo un ataque y Marco cayó muerto... el segundo Dogo consecutivo asesinado. El 15 de Agosto, en un día de sofocante y húmedo calor, se celebró el sepelio de Marco Barbango, y su hermano, Agostino, se encargó de dar un discurso que pasaría a la historia.
"Estimados ciudanos, compatriotas de la Muy Serenísima República de Venecia. Hoy, me veo en el triste deber de hablar por mi hermano Marco.
Durante su vida, Marco demostró compasión, generosidad, justicia. Su gobierno de Mantua fue justo y sabio. Su gestión demostró a las ciudades italianas que el dominio veneciano se fundaba en el respeto, en la justicia para todos. Veo aquí muchos nobles ciudadanos de estas ciudades, que junto a nosotros, pueblo afligido, llora a nuestro Dogo.
Marco fue asesinado... De la forma más vil y rastrera posible. No por la espada de un enemigo, no por la vejez, rodeado de sus hijos, de sus sobrinos... sino por el frio y traidor puñal de un asesino. ¿Y yo me pregunto... por qué? ¿POR QUÉ?"
Agostino introdujo su mano en su camisa y extrajo un extraño documento, un poco amarilleado del paso del tiempo.
"Marco fue asesinado porque creía en el pueblo y el gobierno de Venecia. Porque creía en nuestro destino... en el hecho de que los pueblos italianos, eslavos y griegos, tenemos derecho a construir nuestro futuro, a enriquecernos y ser libres. Marco fue asesinado por creer en el legado de ese gran hombre que fue Francesco Foscarini. Este es su testamente, ocultado por los nobles que tanto le odiaron en vida y que le difamaron en muerte."
Extendió el pergamino y comenzó a leer:
"Pueblo de Venecia. ¡León de San Marcos! Al escribir estas palabras, sé que ya estaré muerto, mi memoria difamada injustamente. Yo, Francesco Foscarini, lego al pueblo de Venecia el palazzo Foscarini como centro de Reunión y de comercio. Mi hijo yace muerto... no tengo herederos. Es por tanto mi voluntad que mi gran fortuna sea repartida entre los más pobres de la ciudad, así como mis terrenos ajardinados destinados al uso público."
La multitud reunida en la Piazza de San Marcos se miró estremecida. Era harto conocido que el estado, y más concretamente el consejo de los diez habían confiscado las propiedades y fortuna de los Foscarini cuando la mujer de este murió de pena a los pocos meses de la muerte de su marido. Voces iracundas se alzaron entre el pueblo... Pero Agostino prosiguió, su voz intentando imponerse entre los primeros gritos de indignación.
"... es por eso que Dios no tiene reservado a la República el destino que han sufrido las repúblicas florentina, sienesa... y tantas otras asfixiadas en sangre por la ambición de unos pocos. Nosotros los venecianos, no somos los herederos imperiales... dichos herederos se encuentran en los territorios del Norte y enterrados entre las riquezas de Constantinopla. Nosotros somos los herederos de la Grandeza de la gran república de Roma.
Es nuestra sagrada obligación, amparada por San Marcos, reclamar el puesto que la república Romana, nuestros ancestros, ocuparon. Y donde ellos fallaron, nosotros, guiados por la verdadera fe católica, triunfaremos. Dios os bendiga a todos."
Agostino Barbánigo alzó el documento y lo lanzó a la multitud. Los papeles fueron pasados de mano en mano, con extremo cuidado, cual si una reliquia de un santo fuera. Los hombre lloraban al comprobar la autenticidad del documento, sintiéndose tanto tiempo engañados, pero enjuagándose las lágrimas pare escuchar de nuevo a Agustín.
"Es mi intención reformar la república, si salgo elegido justamente dogo. El consejo de los Diez ha conspirado abiertamente contra el bienestar, ha robado al pueblo de Venecia. En su lugar se repartirán sus atribuciones entre el Dogo y el Senado. Y el Senado será elegido de entre todos los pueblos hermanados con Venecia, según la forma más justa, en comicios centuriados.
Cada ciudadano de la gran república de Venecia será censado y clasificado según su riqueza y posiciones, y como tal establecido en un orden. La antigua república romana se benefició en gran medida de este sistema, y extendió sus benefactoras alas sobre el Mediterráneo, el mar esposo ahora de Venecia. Las ciudades de Trieste, Atenas, Ferrara, Mantua, Ragusa, las de la región de Morea... todos recibirán la ciudadanía. Juntos, ¡seremos más fuertes!"
La multitud vociferó, vitoreando el nombre de Barbango... y aclamando al padre de la nueva república, Francesco Foscarini. En un frenesí devorador, todos los partidarios nobles del partido del mar serían encarcelados y expulsados... la promesa de Agostino de conceder la ciudadanía a las principales ciudades venecianas, una realidad... no teniendo más remedio que dirigirse a Chipre, a la corte de una confundida reina Cornari. En pocos meses, comenzaron a hacerse efectivas las reformas.
Europa miró incrédula a esta revolución veneciana. Algunos, como el Papado y los demás nobles italianos, se mostraron indignados... ¡Proclamarse herederos de la República de Roma! ¿Acaso Venecia estaba reclamando todos los territorios Italianos? Los reyes de Francia y la recién formada España mostraron también su desconfianza ante un estado que derivaba su autoridad del pueblo (aunque fuera del pueblo con posesiones y riquezas...). Todas las miradas se dirigieron al emperador... pues... ¿cómo podía Maximiliano de Habsburgo consentir una república heredera de su imperio?
Pues es exactamente lo que hizo. Ante la sorpresa generalizada, Maximiliano dio su bendición y reafirmó su alianza con la refundada república de Venecia... y secretamente recibió una fabulosa fortuna en ducados para financiar su guerra en los territorios holandeses y su lucha para defender su Herencia en Francia... El mediterraneo se encontró por primera vez en 1500 años con una república fuerte y saludable. Y la nueva Roma sería Venecia. Sustentados por el oro, albergados en una poderosa alianza, nadie osó alzar una mano... y los desesperados refugiados chipriotas empezaron a temblar, temiendo la venganza del pueblo veneciano sobre sus crímenes
Con las reformas en marcha, Agostino Barbango, que, obviamente fue elegido como el LXXIV Dogo de Venecia, centró su mirada en los Balcanes... y en Chipre.
Y la suerte le sonrió. Catalina Cornari de Chipre se hallaba descontenta con los nobles que habían invadido repentinamente su corte. Su amado marido muerto, no cesaban de importunarla con proposiciones de matrimonio. Así que encontró una solución... ¿acaso la nueva República no querría perdonar a la familia Cornari a cambio de la posesión de la isla de Chipre? Ella descansaría de los nobles, que regresarían a Venecia con el perdon del Dogo, y del pesado gobierno, que se le hacía insoportable a la aún bella viuda.
Y las buenas noticias no pararon aquí... con júbilo se recibió la noticia, cuando el dogo Barbango ya estaba comenzando a alzar un ejército para levantar el asedio turco de la católica Albania, que el ejercito Turco, asolado por una terrible plaga, habían levantado el asedio, contentándose en firmar una tregua con el rey de Albania, a cambio de una impuesto nominal. Aun así... Barbango era consciente de que volverían a intentarlo. Pero esto daba un respiro a la república para estar preparada.
Y eso fue lo que hizo durante los siguiente década. Con una previsión extraordinaria, Barbango reorganizó el ejército y la marina venecianos, mejorando la burocracia, fundando acantonamientos. Por expresa voluntad del testamento de Foscarini, se fundó la gran academia de Pintura veneciana, que tan grandes maestros, como Canaletto y Tizziano, daría al mundo. Al mismo tiempo, el dinamismo de la nueva república hizo que se fundara la primera fábrica de telas de algodón en Trieste. Los barcos de mercancías cargados de balas de algodón, llegaron al puerto del Adriático, donde se manofacturarían las más bellas y prácticas telas y tejidos de Europa, en este ligero material.
Así, cuando el 6 de Septiembre de 1499, los Turcos declararon la guerra a Albania de nuevo... Barbango, ya viejo y con todas sus reformas internas casi concluidas, se hallaba listo para declarar la guerra a los turcos, como defensor de la cristiandad.
El ejército ahora no se hallaba comandado por un condottieri, ni formado por mercenarios leales sólo a los nobles del consejo de los diez. Ahora este nuevo ejército se hallaba formado por los nuevos ciudadanos de Venecia... italianos, griegos y eslavos, sus oficiales militares de carrera, fieles a la nueva república.
Los generales encargados de responder a la agresión turca fueron Nicolo Pitigliano, y su subalterno Bartolomeo d'Alviano, que habían sido formados en un hondo conocimiento de las técnicas de la artillería moderna. Bartolomeo se encargaría de trabar combate con las fuerzas otomanas destacadas a la invasión de Albania, mientras que Nicolo en un valiente movimiento, y con la seguridad del respaldo de los nativos, atacaría el Kosovo.
Las fuerzas Albanesas recibieron al general d'Albiano como a un salvador, e interceptaron al numeroso ejército turco en la pequeña ciudad de Elbasa, al sudeste de la capital Albanesa. La batalla fue encarnizada, pero una gran victoria para los cristianos. Hasta el papa olvidó sus reticencias hacia la república veneciana... la reputación veneciana magnificándose al ser la primera potencia que conseguía vencer a los jenízaros turcos en una campaña únicamente terrestre.
La venganza cristiana por tantas derrotas y humillaciones pasadas fue terrible... sin importar el origen cristiano de los jenízaros, y bajo el viejo grito cruzado de 'Dios reconocerá a los suyos', d'Albiano aprovechó su ventaja y masacró a las tropas turcas... el camino estaba libre hacia la llanura de Tracia.
Por primera vez, la esperanza insuflaba los corazones de la cristiandad... y el viejo Barbango sonrió aliviado, pues, quien se atrevería a reclamar contra la república que inspiraba al resto de la cristiandad. Sus excelentes diplomáticos, del reforzado servicio civil, le traían las noticias de la fascinación con la que se miraba ahora a la nueva constitución del León de San Marcos.
Pronto, la misma 'estambul', aún Constantinopla en el corazón de los venecianos, se vió rodeada y sitiada por los venecianos. El Sultán, incomunicado, se desesperaba, al no poder tener noticias de su teórico ejército del Este, que había sido enviado a sofocar las revueltas chiitas, confiado de que los invencibles hasta el momento jenízaros obtendrían una fácil victoria en Albania.
El asedio de Constantinopla fue duro, sucedido de múltiples e infructuosos asaltos, donde el mismo general en jefe, Nicolo Pitigliano, fue herido grávemente, obligado a abandonar la campaña. Por fin, el sultán turco ofreció, antes que ver a los cristianos entrar en su capital, desesperado ante la falta de noticias de Anatolia, devolver las provincias de Kosovo y Macedonia, que serían incorporadas a la república veneciana.
El día de año nuevo de 1501 fue celebrado en todas las cortes de Europa, ya que por fin, la ola turca era rechazada, el cambio de siglo el punto de inflexión de la invasión musulmana. El sultán recibió, sólo dos meses más tarde, y con profunda amargura, la llegada del enorme ejército del Este... la flota veneciana se había encargado de interceptar a todos los mensajeros...
Y aquel mismo año de bendiciones, el Dogo Barbango murió, en el cenit de su carrera, pero impotente ante el paso de los años, habiendo conseguido fundar de nuevo, en nombre de Foscarini, la nueva república de Venecia.