El año 1419 aún no había abierto del todo los ojos, y muchos ciudadanos aún no estaban del todo recuperados de las celebraciones de la noche anterior, en que un nuevo año, lleno de peligros como el hambre, la guerra, las epidemias y otros muchos acababa de empezar. Muchos de los que estaban de fiesta no llegarían a terminar el año, y en muchos casos lo podían sospechar. Y aún así lo celebraban. Eran tiempos difíciles, de una existencia precaria, mas que vivir, se sobrevivía. Y esto mismo podría aplicarse a los numerosos reinos que inmersos en una vorágine de guerras y traiciones, formaban parte del viejo continente.
El Rey de Escocia, James I (3/4/3), ya se había retirado a sus aposentos, no era muy amigo de las celebraciones, y menos aún con la perspectiva que ponía ante su ya maduro rostro un documento que parece ser circulaba por la población, y comenzaba a hacerlo por los círculos de la siempre avariciosa y sedienta de poder alta nobleza, ávida del poder de los Estuardo. Un gesto de preocupación le cruzaba el rostro, y una sombría arruga se pudo atisbar en su siempre pétreo rostro, a la altura del entrecejo:
- Traedlo – dijo, a la vez que se levantaba y observaba la plácida y mor de los festejos ruidosa noche...
No hubieron pasado 10 minutos cuando las puertas del castillo se abrieron, dando paso a las figuras de 6 jinetes al galope abriéndose paso entre las sombras...
A unas horas de rápido viaje de allí, en un pequeño y delicioso pueblecito agrícola, Edward Proctor aún estaba gozando de la compañía de la ardiente hija del cacique del pueblo, “que menos – pensaba el bueno de Edward- que intentar compensar de algún modo las abusivas rentas exigidas por tan vil personaje, y qué mejor modo que este”, pensaba el joven Edward mientras una maliciosa sonrisa se perfilaba en sus aún húmedos labios...
- A veces, no te conozco, me das miedo, Edward....
- ¿Por qué dices eso? Acaso piensas que no disfruto a tu lado?
- Eso es lo que me da miedo, a veces tengo la sensación de que únicamente disfrutas, nada mas...
- Tonterías, dijo Edward, mientras recogía rápidamente sus cosas, mañana tengo que madrugar, Amy, tu padre quiere revisar las cuentas...
Edward se encontraba con el cacique local, el ser sin duda ante el que mas odio sentía, siendo este de tal calibre que a veces llega a nublarle la razón... El padre de Amy, un ser despreciable y panzudo, de tez y dientes amarillentos, se jactaba ruidosamente de haber quemado las tierras de los McConnor, un par de hermanos que no pudieron rendirle cuentas a tiempo. Éste tipo de cosas encendían a Edward, que simplemente sentía ganas de estrangularle ante tamaña estupidez, limitándose simplemente a preguntarle cómo esperaba que los McConnor pudiesen seguir pagándole si había quemado sus tierras, ante lo que el inevitablemente ser reía burlonamente al grito de “¡ya se las apañarán!”.
En estas estaban, cuando unos firmes y duros golpes sonaron en la puerta. El padre de Amy, sorprendido por este insolente modo de llamar, salió profiriendo mil insultos y amenazas hacia el otro lado de la puerta, ante las que Edward simplemente sintió aburrimiento y asco.
- Pero que insolencia es esta?? Qué maneras de llamar tenéis, os llevaréis vuestro merecido, que es lo que estáis buscando, bien lo sabe el altísimm... ah! Pero! Que hacéis, malditos!
- ..........
- Si, si, lo siento, ahí le tenéis, que no escape!! Rápido!
Ante los golpes y el cambio de actitud, Edward no pudo menos que asomarse, pero cuando lo hubo hecho, no pasaron ni dos segundos antes de que una mole pelirroja, le cogiese implacablemente del chaleco de piel que usaba normalmente.
- Sois vos Edward Proctor?
Con una cara de sorpresa infinita, Edward no fue capaz de pronunciar sino un leve sonido con la garganta...
- És él, no hay duda. Que no escape, pero no le hagas daño, compórtate esta vez.
Aún hoy, cuando piensa en ello, Edward no puede evitar sentir un poso del inmenso agradecimiento que instantáneamente profesó hacia la persona que pronunció esas palabras, del mismo modo que aún le atemoriza pensar lo que esas enormes manos podrían haberle hecho en cualquier otra situación...
Cuando se hubo calmado un poco, distinguió a dos Caballeros del Rey, la guardia personal del monarca. No le extrañó un ápice entonces la sumisa actitud del maldito rufián para el que tenía que trabajar.
-Acompáñenos, Proctor. Alguien tiene sumo interés en verle... Es un hombre inteligente, así que no creo que me haga falta decirle que la situación en que se encuentra es sumamente delicada, y que no lograría avanzar ni 3 metros antes de ser alcanzado por Edgar, ya ha tenido ocasión de comprobar que es extremadamente eficiente....
Edward sólo logró asentir de un modo casi imperceptible con la cabeza, ante la terrible mirada que le profirió Edgar –así se debía llamar el gigante que le apresó- y su no menos inquietante sonrisa...
Una voz, atemorizada, pero dirigida por una mente lo suficientemente canalla y falta de escrúpulos como para pasar por alto las circunstancias ante la perspectiva de sacar algún provecho, sonó desde la entrada de la vivienda:
- Bueno, supongo que la presa ha de ser importante, si se ha enviado a capturarla nada menos que a dos Caballeros del Rey, así que es de suponer que habría una cuantiosa recompensa por tan valiosa presa, ya que se podría decir que he colaborado en su captura...
No sin sorpresa, ya que el anfitrión de la casa había pasado a la mas absoluta inexistencia para los demás presentes, los dos caballeros se giraron lentamente, hacia donde provenía esa desagradable e inoportuna voz...
Edgar dirigió una fugaz mirada a su compañero, como si esperase una orden, a lo que aquél respondió con un gesto que daba a entender que no merecia la pena mover un solo músculo ante semejante personaje, y con paso firme se dirigió hacia la puerta, y por ende, hacia el dueño de la casa, que fue lanzado a un lado con una fuerza que Edward consideró simplemente inaudita, mientras con una voz llena de asco y desprecio le musitó al vil personaje que no sería saliva mal gastada la dedicada a rezar por que no regresase, porque dudaba mucho poder verle dos veces sin tener que rebanarle el cuello, ante lo cual el ruin personaje no encontró mejor salida que dirigirse sollozando e implorando clemencia debajo de la mesa mas cercana.
Al salir fuera, Edward se encontró ante tres enormes caballos, dos de ellos cubiertos con los avatares de dos caballeros y una especie de “casco” de guerra que les daba un aire amenazador. El otro caballo, quizás un poco mas pequeño, únicamente se llevaba una silla de montar, aunque por otra parte, a primera vista se apreciaba que era una magnífica silla.
Edgar desató los caballos, y ofreciéndole las riendas a Edward le dijo que subiese.
- “Nunca he montado en un caballo semejante, lo mas a los lomos de mi borrico...”
- “No notarás la diferencia si te montas asiendo fuerte las bridas y con las piernas siempre alerta. Va a ser un viaje duro, tenemos prisa, y no podemos andar enseñándote. Aprenderás sobre la marcha, o sin duda tus huesos lo lamentarán cuando se estrellen contra el suelo.”
- “Bueno Edgar, a los caballos les vendrá bien hacer las primeras millas no demasiado deprisa. Y a nuestro acompañante, sin duda, también” - Dijo el otro caballero, a lo que Edgar se encogió de hombros.
Una vez a caballo, los tres jinetes enfilaron al trote el camino principal del pueblo, con Edward situado en el centro del grupo, convirtiéndose de ese modo cualquier intento de huida en una utopía. Además, Edward se imaginaba que si los Caballeros del Rey eran merecedores de tal título, no sería por dejar a un prisionero el caballo mas rápido a su servicio.
Pasada una media hora de ágil trote, los dos Caballeros espolearon sus caballos y el de Edward, lanzándose a una desbocada carrera, en la que los árboles no eran sino borrosos compañeros de viaje, y en la que Edward varias veces pensó que se rompería la crisma contra el suelo. Los Caballeros aflojaron el ritmo únicamente cuando, ante el asombro de Edward, se divisó en la colina, contra el atardecer, el imponente castillo del Rey... Justo en ese momento fue cuando Edward supo que no llegaría a ver el día siguiente, si no era desde lo alto de una almena, con la cabeza separada del tronco...
El Rey de Escocia, James I (3/4/3), ya se había retirado a sus aposentos, no era muy amigo de las celebraciones, y menos aún con la perspectiva que ponía ante su ya maduro rostro un documento que parece ser circulaba por la población, y comenzaba a hacerlo por los círculos de la siempre avariciosa y sedienta de poder alta nobleza, ávida del poder de los Estuardo. Un gesto de preocupación le cruzaba el rostro, y una sombría arruga se pudo atisbar en su siempre pétreo rostro, a la altura del entrecejo:
- Traedlo – dijo, a la vez que se levantaba y observaba la plácida y mor de los festejos ruidosa noche...
No hubieron pasado 10 minutos cuando las puertas del castillo se abrieron, dando paso a las figuras de 6 jinetes al galope abriéndose paso entre las sombras...
A unas horas de rápido viaje de allí, en un pequeño y delicioso pueblecito agrícola, Edward Proctor aún estaba gozando de la compañía de la ardiente hija del cacique del pueblo, “que menos – pensaba el bueno de Edward- que intentar compensar de algún modo las abusivas rentas exigidas por tan vil personaje, y qué mejor modo que este”, pensaba el joven Edward mientras una maliciosa sonrisa se perfilaba en sus aún húmedos labios...
- A veces, no te conozco, me das miedo, Edward....
- ¿Por qué dices eso? Acaso piensas que no disfruto a tu lado?
- Eso es lo que me da miedo, a veces tengo la sensación de que únicamente disfrutas, nada mas...
- Tonterías, dijo Edward, mientras recogía rápidamente sus cosas, mañana tengo que madrugar, Amy, tu padre quiere revisar las cuentas...
Edward se encontraba con el cacique local, el ser sin duda ante el que mas odio sentía, siendo este de tal calibre que a veces llega a nublarle la razón... El padre de Amy, un ser despreciable y panzudo, de tez y dientes amarillentos, se jactaba ruidosamente de haber quemado las tierras de los McConnor, un par de hermanos que no pudieron rendirle cuentas a tiempo. Éste tipo de cosas encendían a Edward, que simplemente sentía ganas de estrangularle ante tamaña estupidez, limitándose simplemente a preguntarle cómo esperaba que los McConnor pudiesen seguir pagándole si había quemado sus tierras, ante lo que el inevitablemente ser reía burlonamente al grito de “¡ya se las apañarán!”.
En estas estaban, cuando unos firmes y duros golpes sonaron en la puerta. El padre de Amy, sorprendido por este insolente modo de llamar, salió profiriendo mil insultos y amenazas hacia el otro lado de la puerta, ante las que Edward simplemente sintió aburrimiento y asco.
- Pero que insolencia es esta?? Qué maneras de llamar tenéis, os llevaréis vuestro merecido, que es lo que estáis buscando, bien lo sabe el altísimm... ah! Pero! Que hacéis, malditos!
- ..........
- Si, si, lo siento, ahí le tenéis, que no escape!! Rápido!
Ante los golpes y el cambio de actitud, Edward no pudo menos que asomarse, pero cuando lo hubo hecho, no pasaron ni dos segundos antes de que una mole pelirroja, le cogiese implacablemente del chaleco de piel que usaba normalmente.
- Sois vos Edward Proctor?
Con una cara de sorpresa infinita, Edward no fue capaz de pronunciar sino un leve sonido con la garganta...
- És él, no hay duda. Que no escape, pero no le hagas daño, compórtate esta vez.
Aún hoy, cuando piensa en ello, Edward no puede evitar sentir un poso del inmenso agradecimiento que instantáneamente profesó hacia la persona que pronunció esas palabras, del mismo modo que aún le atemoriza pensar lo que esas enormes manos podrían haberle hecho en cualquier otra situación...
Cuando se hubo calmado un poco, distinguió a dos Caballeros del Rey, la guardia personal del monarca. No le extrañó un ápice entonces la sumisa actitud del maldito rufián para el que tenía que trabajar.
-Acompáñenos, Proctor. Alguien tiene sumo interés en verle... Es un hombre inteligente, así que no creo que me haga falta decirle que la situación en que se encuentra es sumamente delicada, y que no lograría avanzar ni 3 metros antes de ser alcanzado por Edgar, ya ha tenido ocasión de comprobar que es extremadamente eficiente....
Edward sólo logró asentir de un modo casi imperceptible con la cabeza, ante la terrible mirada que le profirió Edgar –así se debía llamar el gigante que le apresó- y su no menos inquietante sonrisa...
Una voz, atemorizada, pero dirigida por una mente lo suficientemente canalla y falta de escrúpulos como para pasar por alto las circunstancias ante la perspectiva de sacar algún provecho, sonó desde la entrada de la vivienda:
- Bueno, supongo que la presa ha de ser importante, si se ha enviado a capturarla nada menos que a dos Caballeros del Rey, así que es de suponer que habría una cuantiosa recompensa por tan valiosa presa, ya que se podría decir que he colaborado en su captura...
No sin sorpresa, ya que el anfitrión de la casa había pasado a la mas absoluta inexistencia para los demás presentes, los dos caballeros se giraron lentamente, hacia donde provenía esa desagradable e inoportuna voz...
Edgar dirigió una fugaz mirada a su compañero, como si esperase una orden, a lo que aquél respondió con un gesto que daba a entender que no merecia la pena mover un solo músculo ante semejante personaje, y con paso firme se dirigió hacia la puerta, y por ende, hacia el dueño de la casa, que fue lanzado a un lado con una fuerza que Edward consideró simplemente inaudita, mientras con una voz llena de asco y desprecio le musitó al vil personaje que no sería saliva mal gastada la dedicada a rezar por que no regresase, porque dudaba mucho poder verle dos veces sin tener que rebanarle el cuello, ante lo cual el ruin personaje no encontró mejor salida que dirigirse sollozando e implorando clemencia debajo de la mesa mas cercana.
Al salir fuera, Edward se encontró ante tres enormes caballos, dos de ellos cubiertos con los avatares de dos caballeros y una especie de “casco” de guerra que les daba un aire amenazador. El otro caballo, quizás un poco mas pequeño, únicamente se llevaba una silla de montar, aunque por otra parte, a primera vista se apreciaba que era una magnífica silla.
Edgar desató los caballos, y ofreciéndole las riendas a Edward le dijo que subiese.
- “Nunca he montado en un caballo semejante, lo mas a los lomos de mi borrico...”
- “No notarás la diferencia si te montas asiendo fuerte las bridas y con las piernas siempre alerta. Va a ser un viaje duro, tenemos prisa, y no podemos andar enseñándote. Aprenderás sobre la marcha, o sin duda tus huesos lo lamentarán cuando se estrellen contra el suelo.”
- “Bueno Edgar, a los caballos les vendrá bien hacer las primeras millas no demasiado deprisa. Y a nuestro acompañante, sin duda, también” - Dijo el otro caballero, a lo que Edgar se encogió de hombros.
Una vez a caballo, los tres jinetes enfilaron al trote el camino principal del pueblo, con Edward situado en el centro del grupo, convirtiéndose de ese modo cualquier intento de huida en una utopía. Además, Edward se imaginaba que si los Caballeros del Rey eran merecedores de tal título, no sería por dejar a un prisionero el caballo mas rápido a su servicio.
Pasada una media hora de ágil trote, los dos Caballeros espolearon sus caballos y el de Edward, lanzándose a una desbocada carrera, en la que los árboles no eran sino borrosos compañeros de viaje, y en la que Edward varias veces pensó que se rompería la crisma contra el suelo. Los Caballeros aflojaron el ritmo únicamente cuando, ante el asombro de Edward, se divisó en la colina, contra el atardecer, el imponente castillo del Rey... Justo en ese momento fue cuando Edward supo que no llegaría a ver el día siguiente, si no era desde lo alto de una almena, con la cabeza separada del tronco...
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