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INTRODUCCIÓN


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Murchaid estaba aún recostado en su lecho, pensando. O al menos eso parecía. Recordaba su infancia, junto a su padre. Recordaba las gloriosas (y no tan gloriosas) historias de su familia. Recordaba cuando su ya anciano padre le legó las tierras de Dublín y la isla de Man. “Son bellos parajes, sí” – Se decía para sus adentros. Era un hombre modesto, eso sin duda. Pero esa mañana algo rompió su tranquilidad. Esa mañana de invierno su esposa Tailltu entró en el dormitorio y le advirtió de la llegada de su padre, el Duque de Leinster. Murchaid cambió su gesto. “Padre no suele hacer visitas. Algo debe ocurrir”. Rápidamente se vistió y salió a recibirle. Nevaba y hacía frío, pero no le importaba. Padre iba a venir y eso sólo era motivo de alegría, aunque su corazón temiera que portase malas nuevas.

No tardó en llegar su padre Diarmait, acompañado por Enna, su hermano menor, y primer mariscal de Leinster. Murchaid pronto se aprestó a coger las bridas de sus caballos y a ofrecerles cobijo. “La familia es lo primero, hijo mío, nunca lo olvides”, resonaba en su cabeza cada vez que veía a la figura de su padre.
Diarmait.jpg

Diarmait era ya un anciano en toda regla, pero aún así su presencia imponía respeto. Los tres se acercaron al hogar, uno de los pocos lugares cálidos de la residencia de Murchaid en Dublín. Pronto tomó la palabra, pero fue rápidamente interrumpido por su padre. “Hijos míos,” – dijo – “sabéis que mi fin se acerca. Es ley de vida que los padres mueran y los hijos vivan. Por eso os he reunido, vosotros dos sois mi legado, pero sólo uno de los dos puede heredar Leinster.” Y mirando a Murchaid dijo: “Tú eres el mayor, mi primogénito, y eres el más poderoso de mis vasallos. Tú cuidarás de mis dominios a mi muerte.” Otro escalofrío recorrió la espalda de Murchaid, y no atinó a decir más que: “Así sea, padre”. Mirando a Enna dijo: "La ley es la ley, hijo mío." Pronto la velada cambió el ánimo, a uno más festivo. El Nuevo Año comenzaría en breve, tiempo de cambios, quizá. Corría el año del Señor de 1066, a día veintiséis de diciembre.

Irlanda1066.jpg
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Versión: CK 1.05 (en inglés, si sale en castellano, cambiaré el idioma si no hay problemas).
Dificultad: Normal.
Agresividad: Normal. Quiero sobrevivir antes de que alguno de mis vecinos decida que soy un estorbo :p .
¿Nación? :confused: : Condado de Dublín, Ducado de Leinster (en breve si todo sigue su curso) y luego... :rolleyes: Luego confío en ser Rey de Irlanda, pero eso es otro cantar.
Objetivos: Primero, pasármelo bien. Segundo, que me salga una narración potable y amena, que me conozco. Tercero, y esto ya es de la partida, proclamarme rey de Irlanda. Cuarto... De ahí en adelante les tengo pensados, desvelarlos pronto (a pesar de su obviedad) puede no ser buena idea :D , aunque acepto sugerencias. Intentaré jugar acorde a los rasgos de los personajes, lo que puede llevarme a la ruina en poco tiempo.

Confío en que os guste. No tengo nada jugado, así que puede que me demore en la entrega de las partes un poco, sed comprensivos...

Un saludo.
 
Moooooola... un AAR irlandés del CK. Que no te pase na... o tienes mucha suerte con los herederos y los claims aleatorios, o te va a costar un poquito reunir toda Irlanda. Pero el AAR promete, si señor. :)
 
¡¡Venga, mas AARs del CK, que no pare la cosa!! :rofl: :rofl: :rofl:

Suerte con el AAR. ;)






Un saludo.
 
Capítulo I

Gracias a todos por la acogida, a ver qué sale...
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CAPÍTULO I

Murchaid siempre había respetado a su hermano Enna. Era su hermano menor, pero más de una vez había perdido peleas contra él. Y más de dos. Y de tres. Enna era mejor que Murchaid siempre, en todo. “Enna es el favorito de padre” – se recordaba a menudo. Pero desde hacía años, Muchaid poseía algo que Enna jamás tendría: tierras. A pesar de no ser desconfiado, el ser humano lo es por naturaleza. Por ello la reunión le dejó un trago agridulce. “La ley es la ley.” Al menos tenía el consuelo de la herencia, el hijo más poderoso se lo lleva todo.
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Pero ese consuelo recibió un golpe poco más de quince días después de la visita, pues su padre, Diarmait Ui Mordha revocó el título al conde de Osraige y se lo cedió a Enna, en calidad de obispado. Por un momento pensó que su padre y su hermano se la habían jugado. Pero no, su herencia seguía intacta. “Será un regalo de padre para compensar tantos años sin nada” – comentó. Ya era el año del Señor de 1067, a día 20 de enero.

El invierno pasó, y también la primavera. Murchaid no se movió de su residencia de Dublín en todo ese tiempo. Cazaba y pescaba en los alrededores, pero poco más. Sabía que algún día tendría que llegar. Es ley de vida… Y el día llegó. El día 23 de julio del año del Señor de 1067 un mensajero llegó a galope tendido con la noticia: Diarmait, duque de Leinster ha fallecido por su avanzada edad. No supo como reaccionar. ¿Alegría? “No, padre no merecía que celebrase su muerte” – pensó. Una vez más, ese malestar le recorrió el cuerpo. “Mi señor, habéis de ir al castillo de Laigin a que se reconozcan vuestros derechos” – le puntualizó su canciller, Conchobar O’Brien. Sólo entonces Murchaid reaccionó.
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No tardó en marchar a lo que debería ser su nueva residencia. Volvió al lugar que le vio crecer. Pero nadie le esperaba. Se encontró con una fría acogida del pueblo. Ningún cortesano de su padre se quedó en Laigin, ni siquiera su madre o sus primos. Pero no le importó, la familia O'Brien, sus fieles consejeros, seguirían en sus cargos en la nueva corte, si es que a una colina con empalizada se le puede llamar corte…

“Ahora sois duque de Leinster, actuad como un duque, no como un conde. No tenéis nadie a quién rendir cuentas. Recordad lo que dijo padre: para ser respetados en Irlanda no hay que mostrarse débiles” – le dijo Enna, en la primera reunión con su nuevo señor feudal. “Al parecer puedo confiar en ti, hermano” – contestó Murchaid. Ser poderoso en Irlanda significaba ser respetado por todos los grandes ducados. Y en esta isla, tierra significa poder. Era algo que todo gobernante sabía. “Mi señor, ahora mismo hay varios condados independientes, quizá debamos lograr que nos rindan vasallaje” – dijo muy oportunamente el jefe de espías, Murchaid O’Brien.
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Rápidamente se enviaron emisarios a los condes de Ulaid, Mide y Tir Eoghain, fronterizos con el ducado de Leinster. Pero por desgracia, ninguno accedió. “La libertad es un bien muy preciado” – fue la contestación más habitual.
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Pero sabía que no debía darse por vencido tan pronto. Es de todos sabido que el Ulster es una zona conflictiva. El condado de Tir Eoghain es reclamado por el de Ulaid y Tir Connail, y viceversa. Ello era un dos contra uno en caso de que la paciencia de Cú Ulad se consumiese. Esa debilidad fue usada por Murchaid para atraerse al conde de Tir Eoghain, quien le rindió vasallaje el día uno de noviembre de 1067.
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Fueron desde entonces tiempos tranquilos… en casa, claro. Se oían noticias de guerra entre Gwynedd e Inglaterra. Al parecer los normandos volvían a tener sed de tierra, como antaño. El dieciséis de noviembre de 1068 llegaron dos ofertas de alianza, una de un reino llamado Navarra, del cuál el duque sólo sabía… eh… la segunda oferta de alianza provenía del galés condado de Glamorgan, que se firmó, por su proximidad y por al menos saber dónde estaba en un mapa.

Y como el tiempo pasa, los hijos crecen. Murchaid tenía sólo un hijo, el pequeño Donnchad. Por aquel entonces ya contaba con 5 años y debía comenzar su formación. Lo haría en la corte, junto a su padre y la familia O’Brien, a ver si salía un muchacho de provecho.
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“Mi señor, parece que sabéis manejaros bien como soberano de tan magnífico ducado” – afirmó su esposa y administradora. “Tailltu, querida, realmente no puedes imaginar los quebraderos de cabeza que me suponen, son demasiadas tierras, y aún no puedo cedérselas a Donnchad. Por suerte tú estás aquí para ayudarme” – dijo – “Y mis primos para heredarme, si todo falla” – pensó.
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(Continuará)
 
Adelante con tus bravos irlandeses!!

Cuenta con un lector fiel más :)
 
Mas AAR del CK, ¡excelente!. Todo indica que lo vamos a pasar muy bien con estos irlandeses, animo
 
A todos, muchas gracias por los ánimos, una vez más. Si alguien ha jugado con algúnt territorio de Irlanda sabrá qué es una partida lenta... Espero poder hacerlo un poco ameno mientras poca cosa ocurra. Sin más, otra entrega de lo que llevo jugado (pongan un icono de cara sonriente aquí, que no me deja ponerlo porque "he puesto muchas imágenes"...).
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(Continúa...)

Donnchad seguía creciendo y necesitaba a alguien que le educase. Por la poca actividad presente en la corte y por tanto, el tiempo libre de su padre, Murchaid decidió él mismo ocuparse de su primogénito y por ahora único vástago. Aunque ello quizá le suponga privarse de placeres carnales y le provoque daños en la salud (es de todos sabido que los hijos suelen tener enfermedades que fácilmente atacan con gran virulencia a los adultos…).
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El año de 1071 fue tranquilo, pero menos que otros. Al menos hubo algo de movimiento en la corte. Se presentó en ella una noble local, Dubchoblaig de Laigin, conocida en el lugar por su fama de intrigante. Ello hizo que Murchaid no dudase un momento en nombrarla espía jefe. Murchaid O’Brien quedó sin puesto, pero sus habilidades administrativas, superiores a las de su esposa pronto hicieron que se ganara su cargo. Y por supuesto, se siguieron repartiendo ofertas de vasallaje por los condados de Mide y Ulaid, a ver si a base de ser molestos cedían. Pero ante estos dos no había chantaje posible, y Murchaid no era precisamente un gran diplomático. “Hijo mío, te diría que tienes más mano izquierda que diestra, pero la verdad es que cojeas de ambos pies” – recordando las palabras de su padre. “Donnchad, tú serás todo lo que no he podido ser en esta vida” – dijo a su hijo. Realmente inspiraba ternura.
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También ocurrió ese año que Gruffydd de Dublín, aquel muchacho que siempre correteaba por la corte de niño, y querido casi como a un hijo por Murchaid, cumplió los dieciséis años. Era pues considerado como un adulto. Recibía educación militar y las aptitudes demostradas, incluso antes de acabar su formación, rápidamente le encumbraron como primer mariscal del Ducado de Leinster. Eso sí, pronto finalizó su educación y pudo acceder al cargo con todas las de la ley. Sin duda era todo un soldado duro.
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En noviembre de 1071 sucedió que la nobleza quería que se reconocieran sus derechos de “Prima noctae” en la isla de Man. “Yo soy el soberano de la isla de Man. Mis nobles no” – fue la contestación dada en la asamblea. Murchaid quizá ganó algún enemigo aquel día.
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Los años continuaron siguiendo su curso como el agua de los ríos. Donnchad crecía, Murchaid envejecía, educaba a su hijo, se distraía, en el fondo. También, si su tiempo libre lo permitía, viajaba por sus dominios. Pero siempre de manera muy discreta. Todo estaba muy tranquilo. Y de todos es sabido que la tranquilidad siempre termina. Este periodo apacible acabó cuando llegaron noticias a la residencia ducal de que se había extendido la fiebre tifoidea por la provincia. Era once de octubre del año del Señor de 1073.
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Quizá por este castigo divino Roma miró hacia Irlanda por una vez. Y esta vez no era para imponer su culto, no. Roma advirtió la ausencia de un obispo de la diócesis en Laigin, y propuso a Niall O’Broin para el cargo. “Un irlandés, de acuerdo, bienvenido sea” – sentenció Murchaid. Pronto se puso manos a la obra, había que confesarse.
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“Las fiebres que azotan sus tierras han de ser un castigo. Dios castiga la envidia, mi señor” – le recordó su obispo de la diócesis durante una confesión– “Nada que no solucione una buena oración y penitencia. ¿Por qué no va a ver a su hermano? Dios tiene en buena estima al que sabe olvidar, olvide sus rencillas”. Fue un día extraño ese, sin duda. “¿Acaso habla Dios por la boca de este hombre santo? – se preguntó para sus adentros Murchaid – “Hagamos caso a la Iglesia”. Su honestidad quizá le jugó una mala pasada ante su párroco, pues no es bueno que nadie sepa tus temores en esta isla.

Pero ni el nuevo párroco mejoró la situación. Es más, empeoró cuando el canciller Conochbar O’Brien falleció en su lecho el día dos de febrero de 1074. Había sido un invierno muy frío y sus cincuenta años no lo soportaron. Descanse en paz este buen hombre.
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Ello dejó la cancillería vacante. Murchaid necesitaba un asesor rápido. Fue su esposa Tailltu quien ocupó el puesto. No estaba tan capacitada como su predecesor, pero siempre era gustoso ver que ella le apoyaba hasta en los peores momentos.

Pero 1074 fue un año diferente. El nuevo obispo hablaba de una nueva manera de gobernar, algo como un pacto entre iguales. “Sin duda la cultura es patrimonio eclesiástico” – dijo Murchaid. Lo llamaban contrato feudal, y según Niall funcionaba bastante bien en Hispania. “¿Estáis sugiriendo que ceda parte de mi poder entre los nobles? ¿Qué sea tan sólo el primero de entre ellos?” – gruñió el duque. “Mi señor, ¿he de recordaros que egoísmo y avaricia son pecado?” – contestó Niall. Nadie había visto así a Murchaid, nunca. Ni cuando temió por su herencia siquiera. Pronto la espía jefe medió en la situación: “Mi señor, no sé si os enteráis de que no todos vuestros vasallos hablan bien de vos. Vuestro hermano sí os ha perdonado, pero el conde de Tir Eoghain está receloso de vuestro poder, y además no sois el duque del Ulster, no os tiene por qué rendir vasallaje. ¿Vais a dejar que la llave del Norte se os escape? Mi señor, pensad que cediendo un poco podéis lograr mucho…”. Esas palabras terminaron por hacer que Murchaid cediera, aunque a regañadientes, a instaurar una ley feudal en su territorio. “Hijo, controla a los nobles, no dejes que ellos te manejen y podrás gobernar en paz” – recordaba de nuevo a su padre. Sus recuerdos le atormentaban, y no veía otra solución si quería mantener su gran ducado en pie.
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Así pues, el día dos del décimo mes del año de nuestro Señor de 1074 se celebró una reunión en Laigin entre el propio duque Murchaid, su hermano y obispo de Osraige Enna y su vasallo Domnall O’Néill, conde de Tir Eoghain. En dicha reunión se reforzaron los lazos de unión entre los tres, se juraron de nuevo los pactos de fidelidad y con mucha pompa (o toda la que la humildad permitía) se proclamó el nuevo pacto entre iguales que gobernaría Leinster. Murchaid duque de Leinster se convertía en el primero entre sus iguales. El feudalismo acababa de entrar en Irlanda.
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FIN DEL PRIMER CAPÍTULO
 
Vaya, es una alegría ver un AAR tuyo en progreso. Lo seguiré con atención que de momento pinta bien.
¿Para cuando vas a actuar como un genuino celta usando el acero donde la diplomacia no funciona? ¡ANEXIONA! :D
 
¿Que cuando llegan las tortas? Dale tiempo...
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CAPÍTULO II



Murchaid no se sentía a gusto en Leinster, sentía que su poder se había reducido, que el respeto de sus vasallos era menor. Comenzaba a desconfiar de todo y de todos. Desde luego no era el mismo. Para su suerte, la epidemia de fiebre tifoidea que asolaba Laigin cesaba, y el día siete de noviembre de 1074 se puede decir que se había extinguido. “Dios debe estar complacido con mi humillación, sin duda” – mencionó un día a su esposa.
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Parecía que la paz había vuelto al ducado. El invierno volvió con su habitual fuerza y un nuevo año comenzó. Y al poco de comenzar cristalizó la idea que tanto tiempo andaba rondando en la cabeza de muchos: recuperar los santos lugares de manos del infiel. El Papa, junto al Emperador y los más importantes reyes de Europa acordaron acometer tal empresa. ¡Por Dios, a las Cruzadas! Sí, realmente glorioso aquel dieciséis de enero de 1075… Pero Leinster no se movería, es más, se duda que Murchaid supiera siquiera dónde está Jerusalén, objetivo de la que se llamaría andando el tiempo I Cruzada.
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Mientras la guerra sacudía Oriente, la paz reinaba en la pequeña isla de Irlanda. Bueno, de pequeña tenía poco, la verdad, pero no dejaba de ser la menor de las dos. Murchaid se afanaba por administrar correctamente sus dominios, ponía todo su énfasis en ello, pero no era suficiente. “Mi señor, descansad un poco o quizá acabéis perdiendo la cabeza” – le decía su esposa en ocasiones. Pero no le era posible, tanto que sin duda los nervios se apoderaron de su cuerpo, y el estrés rasgó su tranquilidad. “Viviré ocupado, pero ¿loco? ¡No, no estoy loco!”. No era el mismo, su alma no estaba en paz.
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Por si Murchaid no tenía suficiente, un veintitrés de mayo de 1077 su hermano Enna fallecía. Siempre se culpó de la muerte, y nadie lograba hacerle cambiar de idea. Cinco meses hizo de penitencia, rezando cada mañana y cada noche junto a la tumba de su hermano.
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Pero su ánimo cambió un poco cuando, a fines casi del año presente, sus primos (lejanos, todo hay que decirlo) volvieron a Laigin desde Osraige y Munster. “Siempre es gozoso ver de nuevo a la familia reunida” – se dijo. Rápidamente colocó en los cargos a su primo Loigsech y a su tío Amalgein, como mariscal y canciller, respectivamente. Por primera vez en años Murchaid sonreía de nuevo.
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Loigech era un muchacho prometedor, pero por su vida en el obispado de Osraige quizá no se casó. Había que remediarlo inmediatamente. Repartiéronse ofertas de matrimonio por las cortes de Inglaterra, Escocia, Gales y Bretaña, pero entre la falta de candidatas de una edad decente, y que Loigsech tan sólo era mariscal del condado, la búsqueda fue medianamente infructuosa. Pero la afortunada nueva esposa se encontró en el condado de Vannes. Se llamaba Melisènda de Montesquieou y contaba con 28 años, y matrimonio anterior y tres partos. Aún así, se aceptó. “Menos da una piedra, mi señor” – le dijo Amalgein, padre de Logisech. La boda se celebró el trece de diciembre de 1077.
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Parecían buenos tiempos, tiempos tranquilos al menos. Los meses siguientes discurrieron con normalidad. El obispo de la diócesis vio recompensada su lealtad por un buen servicio y la Orden Teutónica era fundada. “Buenos tiempos para los buenos cristianos, sin duda” – le dijo Niall. “¿Buenos cristianos? ¿Acaso no lo soy? Padre, ¿Dios me odia? Porque si no es así, no entiendo tanta calamidad” – se lamentó Murchaid, quien de mal humor y peor manera abandonó la mesa. Llevaba mucho tiempo comiendo lo justo y durmiendo menos. Su humor era malo, no parecía él.

Se sentía acosado por los nobles, y eso que sólo dos vasallos estaban a su cargo. Pero definitivamente había perdido el control de sus siervos. Los nobles cada vez reclamaban más poder, incluso osaron obligar a que cambiase las leyes sucesorias vigentes. “¡¿Cómo se atreven si quiera a sugerirme qué hacer?!” – gritaba sin cesar en su residencia. Nadie se atrevía a decirle nada en Laigin. Tan sólo Dubchoblaig habló: “Mi señor Murchaid, debéis imponeros a vuestros nobles tan sólo si os veis capaces de vencerlos en caso de rebelión. ¿Estáis seguro de rechazar su ofrecimiento?”. “Ofrecimiento… ¿Se está burlando de mí, Dubchoblaig? ¡Eso no es un ofrecimiento, es una orden! ¡No toleraré que nadie me ordene nada jamás!” Quizá estas frases supusieran el principio del fin de Leinster… O no. El once de abril de 1079 fue el día en que nada volvió a ser igual.

Losnoblesseponenchulostoma1.jpg

(Continúa…)
 
(Continúa...)

El duque salió reforzado del choque con los nobles, pero estos no lo vieron así. El conde de Tir Eoghain realmente gestó un odio irracional hacia Murchaid. Se decía que blasfemaba contra su nombre en su residencia. Mientras, el obispo de Osraige también sintió que su señor no merecía más su fidelidad, pero su cobardía hizo que no intentara nada contra su duque, pues sabía que si se separaba, con celeridad el duque de Munster se arrojaría contra sus despojos. El poco oro de las arcas de Leinster sirvió para mitigar los ánimos de ambos vasallos, al menos un poco.

El tiempo corría despacio en Irlanda, todos lo sabían. Murchaid cada vez tenía más desatendido a su hijo y estaba más ocupado en la administración. Tanto que descuidó a sus vasallos demasiado. La venganza estaba servida, pues había tenido todo año para enfriarse bien. El veinticinco de junio de 1080 amaneció un mal día. Llovía y el sol se negaba a asomarse. “El mal tiempo trae malas nuevas” – dijo cuando vio aparecer en el horizonte un mensajero a caballo. No podía ser peor: el condado de Tir Eoghain había declarado su independencia del ducado de Leinster. La guerra por el Norte había comenzado.
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Pronto reunió las huestes de Leinster y Dublín, para ir a combatir a Domnall, el conde secesionista. La batalla se produjo el nueve de septiembre, con victoria ducal. Esa derrota hizo que Domnall se postrase vencido. Murchaid era un gobernante compasivo, y se limitó a firmar la paz a cambio de unas monedas de oro. No reclamó el título para sí.
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Podía haber aplastado la rebelión, pero no lo hizo, perdonó su honor. Incluso le pidió que volviera al redil, aceptando el veinticuatro de octubre de ese año. Pero antes, quizá por esta debilidad mostrada, el obispo de Osraige volvió a insistir en un cambio de ley sucesiva. Nuevamente, la repuesta fue un rotundo no que se escuchó hasta en Man. Leinster se tambaleaba.
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El poco oro de las arcas ayudó a que el obispado se mantuviera fiel, pero por el contrario todos sabían que Tir Eoghain maquinaba de nuevo una rebelión. Entre tanto caos un rayo de luz: Donnchad, primogénito y único vástago de Murchaid se convirtió en todo un as de la intriga, a quien se procedió a casar inmediatamente. El veintiuno de enero de 1081 Donnchad acababa su educación, y el primero de junio se casaba con Adeliza de Breteuil, hija de William FritzOsbern, conde de Hereford. “Hijo mío, eres la luz que ilumina mi sombría vida, forma una familia, fórmate como gobernante y no me defraudes como yo defraudé a mi padre, es lo único que te pido” – dijo a su retoño el día de la boda. “Padre, ¿eso significa que me entregáis tierras?” – preguntó Donnchad. Murchaid asintió con la cabeza, simplemente. Luego desapareció, como hacía mucho últimamente.
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El siete de julio de 1081 se reconocía a Donnchad como conde de Dublín, y el 16 como conde de la isla de Man. Murchaid se había quitado mucho trabajo de encima, pero el separarse de su hijo realmente le había costado. “Mi señor, si no hacéis eso y os mostráis magnánimo, los nobles realmente se enfurecerán” – dijo su canciller. Un simple dejadme a solas fue toda la respuesta que obtuvo.

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(Continúa...)
 
(Continúa...)


El único hijo de Murchaid se había ido. Algún día iba a Dublín a verle, pero cada vez de manera más esporádica. Salía poco de la residencia, ni cazaba ni pescaba. Los meses pasaban lentamente, y de manera más pausada para un cada día menos activo Murchaid. Se pasaba los días ojeando documentos viejos, códices y escritos similares. Ni siquiera la ilusión por ser abuelo le hizo despertar de su nueva obsesión. El doce de septiembre de 1082 nacía su primera nieta, a quien Donnchad bautizó con el nombre de BenMide.
PrimerahijadeDonnchad.jpg

Una obsesión le rondaba la cabeza: ser el señor del Ulster. Si quería que el conde de Tir Eoghain le fuera realmente fiel, habría de ser de ese modo. “Mi señor,” – le dijo su jefa de espías – “si realmente queréis proclamaros duque del Ulster, tan sólo necesitaréis que el conde de Ulaid o el de Tir Connail os rindan vasallaje. Pero como eso no parece ocurrir, siempre podéis recurrir a la guerra.” Ante la pregunta de cómo lograrlo, Dubchoblaig le contestó: “Reclamad para vos el título de conde de Ulaid. ¿No pasáis el día y la noche leyendo documentos antiguos? Algo habrá. Y sinceramente, si no lo hay, se inventa. ¿A quién le importa lo que pase en esta isla?” Así fue como Murchaid reclamó para sí el título de conde de Ulaid. Por supuesto ello no gustó ni al conde propietario del título ni a sus vasallos ni a sus vecinos. Pero lo hizo, un seis de febrero de 1083.
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El veinticuatro de mayo el descontento visible desde meses atrás de los burgueses se hizo patente cuando presentaron las reclamaciones que pretendían, por escrito, al duque. De mala gana lo firmó, quizá sólo por no respaldar a la Iglesia, que tan poco parecía ayudar. Si su Dios no le ayudaba, él tampoco ayudaría a Dios. ¡Hasta su obispo vasallo se enfrentaba a él en las asambleas! “Decidme Tailltu, ¿soy el primero entre mis iguales o el humillado por sus inferiores?” Su esposa no sabía qué contestar, cada día Murchaid estaba más y más distante y raro.
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Ni siquiera las (pocas) buenas noticias le hacían bajar de la nube en que todo el pueblo decía que estaba su gobernante. Por fin el seis del décimo mes de 1083 nacía su primer nieto varón, Condlae. Había nacido un heredero y todo el ducado lo celebraba. Menos él.
CondlaeprimognitodeDonnchad.jpg

Los años pasaron sin más. Los hijos de Loigsech crecían y Murchaid apenas salía de su “biblioteca”. Su propia esposa apenas le veía, incluso podía pasarse días sin saber nada de él. Pero una tarde fue diferente, sí supo de él, pero querría no haberlo sabido nunca. Decidió llevarle algo de alimento, aunque Murchaid no quisiera. Cuando entró en la sala, la estampa fue desoladora. Alumbrado sólo por una vela, el duque se encontraba leyendo un libro y, cubierto por una manta, repetía una y otra vez: “Brian Boru… Brian Boru…” Tailltu no supo cómo reaccionar, cayó lo que portaba y el ruido trajo de nuevo a Murchaid al mundo de los vivos. Se levantó y se dirigió hacia ella. Su miraba sangraba odio y locura. Agarrándola de los hombros le dijo: “Yo soy Brian Boru, rey de los irlandeses, vencedor de los noruegos. Salid ahora mismo de mi estancia o pagaréis tal ofensa”. Tailltu, cuando el miedo se lo permitió, salió corriendo de la sala. Su marido, definitivamente, había perdido el norte…
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Los sucesos de esa tarde extrañamente cálida de enero (al menos no nevaba ni llovía, algo es algo) rápidamente pasaron de boca en boca por todo el ducado. Hablaban de mentiras, decían que el duque asesinaba a sus criados, los pintaba de azul y que chupaba Biblias por las noches. Mentiras. Bueno, lo de agredir criados por cualquier cosa, por desgracia, no. Murchaid (o Brian Boru, como gustaba que le llamasen a según qué horas) se mostraba mucho más violento y animoso de lo habitual. Inspiraba una especie de miedo mezclado con lástima. “No deja de ser un pobre loco, pero pobre con poder” – se murmuraba por las aldeas. Ello fue la excusa para que el veinticuatro de febrero de 1086 el conde de Tir Eoghain estaba esperando para alzarse en armas (de nuevo) contra su señor. El rebelde volvía a actual, solo que esta vez, por la situación mental del duque, el ducado peligraba muy seriamente.
(Vamos, que Murchaid se ha ganado de paso el Realm Duress, y tengo un gobernante 0, 0, 0, 0...).
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(Continúa...)
 
(Continúa...)

Murchaid no lo dudó en un instante: se puso al frente de sus tropas, llamó a filas a las de su hijo Donnchad y partió con celeridad a combatir por segunda vez a ese conde que le perturbaba la tranquilidad. “¡Yo, Brian Boru, venceré de nuevo a aquel que vino del Norte!” – repetía a lomos de su caballo. Donnchad, a su lado, no podía sentir otra cosa que no fuera vergüenza ajena. Las noticias que recibieron fueron que el conde no les iba a presentar batalla, sino que fue, dando un rodeo, a invadir Laigin. Por ello se mandaron heraldos para que el obispo de Osraige prestara las tropas al servicio de Murchaid para evitar la invasión. Así se hizo, y mientras unos asediaban Tir Eoghain otros combatían en Osraige.
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Por desgracia, las tropas del obispo fueron derrotadas, pero la proximidad de la caída de Tir Eoghain hizo que el conde revoltoso firmase la paz pagando unas pocas monedas por las molestias causadas a aquel que no dudaba en llamarse “Martillo de nórdicos”.
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Y como las desgracias todos sabemos que nunca vienen solas, Munster, aprovechando una reclamación que tenían sobre las tierras de Osraige (y que el obispo no contaba con tropas apenas). Pero “Brian Boru” no permitiría que nadie conquistase a su vasallo, por lo que no dudó en declarar la guerra al “malvado usurpador del trono que le pertenecía por derecho”. El que se creía rey de Irlanda volvió a la carga, previo reclutamiento de las tropas de su hijo y con una partida de mercenarios vascos recién contratados.
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Una batalla decidió la contienda. Se dio en Desmumu, el ocho de agosto de 1086, donde se enfrentaron las tropas de Murchaid, Donnchad y los mercenarios vascos contra Fiachna, hijo del duque de Musnter y conde de Tuadmumu. Las tropas de Leinster vencieron, tras un mes de duras batallas y escaramuzas. Tras ello, el primero de octubre de 1086 se firmó la paz.
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Pero Murchaid “el Loco” no lo percibió como una victoria. Nadie lo vio como una victoria, sino como dos humillantes derrotas. No sólo no había recupareado para sí el condado de Tir Eoghain, sino que Osraige se había convertido en un plato muy apetitoso para muchos nobles, no de la isla, sino de la lejana (o no) Escocia. Tiempos oscuros son los que se avecinan.
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FIN DEL CAPÍTULO II​


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Bueno, ahí va todo lo que tengo jugado. Se me está torciendo más de lo que esperaba, quizá tengamos un Game Over si a Escocia le da por tocarme la moral antes de tiempo. Tengo miedo :( .

Un saludo.