Hace algunos meses que el cenobio en pleno fue reunido en el
reflectorio[9] del monasterio, a primera hora de la mañana y sin previo aviso. La naturaleza urgente de la misma causó extrañeza entre los presentes; fue tal la premura con la que el ayudante del padre prior, hermano
Martí Folc de Cardona[10], convocó a la totalidad de las almas que moramos la abadía que muchos temieron lo peor. Hace tiempo, cuando los primeros monasterios se construían sobre un territorio recién conquistado –actuando más como fortalezas militares que como templos dedicados a nuestro Señor-, uno podía creer que cualquier cosa era posible. Pero aunque hoy no eran frecuentes los ataques de bandidos y hombres de mal, durante las últimas semanas nos habían llegado relatos de indefensos devotos que, en su camino hasta la lejana
Lleida, habían sido objeto de asaltos y robos. Y es de todos es sabido que no hay mayor mentira que los rumores sobre fascinantes tesoros ocultos en pasajes –secretos e inexistentes, tal y como he podido comprobar a lo largo de mis paseos por esta morada-con los que alimentar la tentación de los más frágiles espíritus del condado; a menudo, nuestra seguridad sólo depende de la solidez de nuestros muros y el esfuerzo que nosotros mismos podamos proporcionar en tal labor.
Pero pronto fuimos sabedores del motivo que impulsó al propio
Ponç de Copons a interrumpir, aunque fuera por unas horas, sus labores de ampliación de las instalaciones del monasterio las cuales amenazan en tornarse, a la vez, faraónicas y ruinosas para nuestras mermadas arcas. Hombre de pocas pero exactas palabras,
Ponç nos relató con voz pausada que cercano estaba el tiempo de ver cumplir el medio siglo desde la llegada de los restos mortales de aquel que fuera llamado
Jaume I[11] , conocido como “
el Conqueridor”, Rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, Conde de Barcelona y de Urgell y Señor de Montpellier, hijo de
Pere II de Aragón y
I de Barcelona[12], conocido como “
el Catòlic”, Rey de Aragón, Conde de Barcelona, Girona, Osona, Besalú, Cerdanya, Pallars Jussà y Ribagorça y Señor de Montpellier. Y que era menester y ocupación digna de este monasterio de
Poblet, el de realizar cópias del valioso manuscrito
Llibre dels feits del Rei en Jacme[13] para que la gloria del amado monarca se propagara a lo largo de la historia para dar cumplimiento y tributo al Altísimo de sus hazañas y entrega. Al parecer, el propio
Rey Jacme I expresó su deseo de pasar sus últimos días en este enclave ingresando, como uno más, en nuestra orden cisterciense de
Poblet –a donde se dirigía cuando la muerte le sorprendió en
Valencia-, tal y como se cita en el referido
Llibre:
“E, a en tant, par alguns dies,
com nós haguéssem en cor d’anar a Poblet,
e de servir la Mare de Déu en aquell llogar de Poblet,
e fóssim ja partits d’Algezira, e fóssim en València,
en nós cresqué la malaltia: e plagué a Nostre Senyor
que no complíssem lo dit viatge que fer volíem”.
Estaba claro que el trabajo que se avecinaba debería destacar con luz propia entre el resto de obras –de excelente factura, debo decir- que la abadía ya producía desde tiempos remotos. Por lo que hoy sé, la noche anterior tuvo lugar un encuentro entre
Ponç de Copons y
Martí Folc de Cardona en la intimidad propia de la
sala capitular[14]; los dos máximos responsables del monasterio estudiaron con detenimiento las capacidades de cada uno de nosotros en esta particular materia requerida para el reto asumido. Ni que decir tiene que el punto de desacuerdo entre ambos fue, nuevamente, mi nombre. Solo con la verdadera modestia que el amor a nuestro Señor podría permitir, puedo afirmar que los ecos de la elevación de mis trabajos en
Fontfroide resuenan a lo largo de todo el mundo cristiano, pero con la misma tristeza soy sabedor de que ésta permanece aún manchada por el castigo de mis excesos. Por fin la lógica salomónica imperó y la decisión fue tomada en la hora cuarta de la noche. Un desconocido
Miquel de Marçal sería el responsable de la tarea, con la ayuda de
Dalmau de Montsec y mi colaboración; todos nosotros seríamos acogidos bajo el manto protector –una piadosa forma de expresarlo- del propio
Martí Folc de Cardona y así fue como se nos anunció a la mañana siguiente.
Sit laus et gloria Christo.
Anno Domini Nostri Iesu MCCCXVII,
1317