Para aquellos que vayan a jugar con España en el Victoria, es un pequeño repaso del reinado de Isabel II, centrado en el incremento del poder naval. - y tambien puede daros pistas de como enfocar la politica exterior-
(El siguiente texto esta extraido de una pagina web)
Tras el fallecimiento de Fernando VII en septiembre de 1833, heredó el trono su hija Isabel II, cuando era una niña casi recién nacida, asumiendo la Regencia su madre María Cristina de Borbón, quien, como primera medida, la proclamó Reina y comenzó a gobernar mediante el Estatuto Real (1834).
Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, no aceptó estas decisiones, hizo valer sus derechos a la corona de España y desde Portugal alentó al Ejército y a la Armada a unirse a su causa. El alzamiento de las tropas concentradas en Talavera de la Reina significó el comienzo de la primera guerra carlista (2 de octubre de 1833), propagándose rápidamente el movimiento en las Provincias Vascongadas, Navarra, ambas Castillas, Aragón, Cataluña y Valencia.
El ministro de Marina José Vázquez de Figueroa, pese a sus meritorios esfuerzos, no consiguió paliar la notoria decadencia de la Armada, acertadamente manifestada en la exposición dirigida a las Cortes en agosto de 1834, donde plasmaba el estado de abandono de los arsenales, lo cual imposibilitaba la carena de los pocos barcos en servicio, la mayor parte de ellos de dudoso valor militar: tres navíos del siglo XVIII, cinco fragatas, cuatro corbetas, ocho bergantines, siete goletas y ocho embarcaciones menores.
Isabel II (1839 - 1904), Reina de España (1833 - 1868)
Como con estos medios era difícil mantener el bloqueo del Cantábrico para evitar el aprovisionamiento de los carlistas, se incorporaron a la escuadra mediante compra o alquiler a Inglaterra los vapores de ruedas Isabel II, dos con el nombre de Reina Gobernadora y el Mazeppa (1834-1835); fueron los primeros de esta clase que tuvo la Armada y no dieron buen resultado. A estos siguieron otros de vela o vapor construidos en Ferrol, Cavite, Mundaca y La Habana, o adquiridos en Francia, con lo que comenzó un leve repunte del estado de postración a que había llegado la Armada tras el reinado de Fernando VII.
(tomad buena nota, la reconstruccion de la vetusta armada es una de los primeros pasos para recuperar proyeccion internacional y prestigio)
Durante la guerra carlista, la escuadra de doña María Cristina actuó en la costa catalana, en el norte de Portugal -donde se creía podría encontrarse el pretendiente don Carlos - y principalmente en el Mar Cantábrico. Las fuerzas del bloqueo destinadas en este último teatro de operaciones, sucesivamente al mando de los brigadieres Pérez del Camino y José María Chacón, apoyaron las acciones del Ejército en San Sebastián, Lequeitio, Fuenterrabía, Luchana, levantamiento del sitio de Bilbao y toma del puerto de Pasajes (1834-1839).
La primera guerra carlista finalizó tras firmar Maroto y Espartero el convenio de Vergara (31 de agosto de 1839), aunque Cabrera se mantuvo en armas en el Maestrazgo hasta el verano del año siguiente, teniendo que actuar unidades menores de la escuadra del Mediterráneo en el río Ebro y los Alfaques (1840).
Los años transcurridos de 1839 a 1843 estuvieron marcados por una gran inestabilidad política; como consecuencia, María Cristina renunció a la regencia y abandonó España por sus controversias con Espartero (1840); la insurrección popular de Barcelona (1842) y el pronunciamiento contra el nuevo regente Espartero (1843) trajeron consigo la llegada de Narváez al poder, casi coincidiendo con la mayoría de edad de Isabel II.
Los once años siguientes - conocidos como periodo moderado (1843-1854) - fueron notables para la Armada gracias a la gestión de dos ministros de Marina que intentaron sacar a la Corporación de la indiferencia de las instituciones políticas nacionales sumidas en las luchas partidistas: Francisco Armero, jefe de escuadra y, sobre todo, Mariano Roca de Togores, marqués de Molíns. La labor de ambos se centró en conseguir mejoras presupuestarias -la cantidad asignada a Marina, Comercio y Ultramar en 1845 era más de cuatro veces inferior a la del Ejército -, en la organización y en las plantillas de personal, además de promover transformaciones en los Cuerpos de la Armada, la creación del Colegio Naval en San Fernando (1844-1867) y de la Escuela de Contramaestres (1845).
Pero donde más se notó la beneficiosa gestión de los dos ministros fue en el campo de la construcción naval y la rehabilitación de los arsenales de la Península y de Ultramar, lo que propició el correspondiente incremento paulatino de la fuerza naval, nunca visto en el siglo XIX, gracias a los créditos extraordinarios otorgados por las Cortes a partir de 1850. Así, a finales de 1854 los buques de la Armada en servicio ascendían a tres navíos de línea, cuatro fragatas, cinco corbetas, doce bergantines y veinticinco vapores, además de numerosos buques menores o de transporte. Con estas fuerzas, la Armada colaboró en la ocupación de Fernando Póo, de Guinea (1843) y de las islas Chafarinas en el norte de África (1848), participó en los sucesos de Portugal (1847) y de Italia, en este caso en apoyo del Papa Pío IX (1849-1850), y contra los focos de la piratería que asolaban los mares de Filipinas desde el archipiélago de Joló, destruyendo sus bases en Balanguingui (1848) y en la propia isla de Joló (1850-1851); actuó también para sofocar las tentativas de los insurrectos en Cuba (1851) y, asimismo, intervino en la revolución de Uruguay (1845-1852), que dio origen al establecimiento de una fuerza naval permanente en el Río de la Plata.
Tras el pronunciamiento de Vicálvaro, triunfaron O´Donnell y Espartero (1854) dando origen al llamado "bienio progresista", finalizado en 1856 con la dimisión del segundo, permaneciendo O´Donnell al frente de la Unión Liberal, que propugnaba un centrismo capaz de conciliar las diferentes corrientes políticas de España. Durante los cinco años que permaneció O´Donnell en el poder continuó el paulatino crecimiento de los presupuestos de la Armada, pese al frecuente cambio de ministros de Marina, traducido en falta de programas de construcción naval y en la carencia de planes estratégicos para un empleo correcto de la fuerza naval.
Como ejemplo de estos defectos se puede citar la amalgama de distintos tipos de barcos patente en la revista naval celebrada en Alicante en 1862.
Siguiendo la corriente expansiva colonial e intervencionista europea, particularmente notable en el caso de Inglaterra y Francia, por primera vez desde la guerra de la Independencia, la España de O´Donnell dirigió una mirada al exterior, propiciando la intervención de la Armada y el ejército en Ultramar. En 1858 una fuerza naval ocupó efectivamente Fernando Póo y se estableció allí una estación naval; el mismo año comenzó la participación española en los asuntos de Cochinchina en apoyo de Francia, paulatinamente acrecentada gracias al envío de una fuerza naval y tropas de las que se encontraban estacionadas en Filipinas, las cuales tomaron parte en los bombardeos de Turana y en la conquista de Saigón (1859), retirándose la totalidad de los efectivos en 1863 sin obtener beneficios tangibles del esfuerzo militar realizado.
De más envergadura fue la guerra en África sostenida con Marruecos, motivada por los continuos ataques de los rifeños a las posesiones españolas en Ceuta, Melilla, Alhucemas y aguas limítrofes. Abiertas las hostilidades el 22 de octubre de 1859, la escuadra, mandada sucesivamente por Díaz Herrera y Bustillo, se encargó de transportar a Ceuta la fuerza expedicionaria - que ascendía a 35.000 hombres y 3.000 caballos -, así como de bombardear Río Martín, Arcila y Larache en apoyo del Ejército (1860). Con la ocupación de Tetuán y la batalla de Wad Ras finalizó la campaña de la que España obtuvo algunas concesiones territoriales de Marruecos (Sidi Ifni) y una sustancial indemnización de cuarenta millones de reales (26 de abril de 1860).
En Santo Domingo, país que había accedido a la independencia en 1821, tras la anexión por Haití (1822-1844) y continuas revueltas había alcanzado el poder el general Santana (1846), quien, ante la disyuntiva de mantener la independencia o caer en la órbita de las apetencias expansionistas de los Estados Unidos, optó por reintegrarse a la soberanía española el 18 de marzo de 1861. Para hacerla efectiva acudió una división naval española al mando de Gutiérrez de Rubalcava con tropas que desembarcaron en la isla. La reincorporación de Santo Domingo a la corona española, sancionada por las Cortes, tuvo escasa duración, pues fue violentamente rechazada por una revolución independentista, y tras una penosa campaña, se procedió a la evacuación de la isla (1865) en la que colaboraron todas las unidades navales de la Armada allí destacadas.
Los continuos incidentes que habían salpicado las relaciones de España y México desde la independencia de esta nación, culminaron con la negativa del gobierno mexicano a pagar la deuda contraída en España durante los últimos años del virreinato, lo que unido a la guerra civil que asolaba el país y, por último, a la declaración de persona non grata del embajador de España dictada por el presidente Juárez, provocó la ruptura de relaciones diplomáticas y la firma en Londres, el 31 de octubre de 1861, de un convenio tripartito con Francia y el Reino Unido, por el que se decidía la intervención armada en suelo mexicano con el objeto de proteger los intereses de las naciones firmantes.
Fuerzas navales y tropas españolas procedentes de La Habana, ocuparon inmediatamente Veracruz y San Juan de Ulúa (diciembre de 1861). En enero de 1862 llegó Prim a Veracruz para hacerse cargo del ejército allí destacado, con el auxilio de una fuerte división naval al mando de Gutiérrez de Rubalcava, incorporándose a continuación las fuerzas francesas e inglesas. Al darse cuenta Prim de que las verdaderas intenciones de Napoleón III propugnaban el derrocamiento de Juárez y la instauración de una monarquía de corte europeo, ordenó el repliegue y reembarque de las fuerzas (abril de 1862).
Estas campañas despertaron recelos en las naciones americanas recientemente emancipadas, pues sospechaban que España podría experimentar con ellas una acción parecida. Las suspicacias se acrecentaron y justificaron gracias a la visita realizada por el general de la Armada Hernández Pinzón a diversos puertos de las costas sudamericanas, al mando de una escuadra de dos fragatas y dos corbetas (1863). Los desgraciados sucesos de Talambo (4 de agosto de 1863), y una mala conducción de la crisis subsiguiente desembocaron en la ocupación de las islas Chinchas por la escuadra española. Relevado Pinzón del mando por el más diplomático general Pareja, éste limó las diferencias con Perú; pero el ataque por parte de la población civil a la marinería franca en Lima y el Callao (enero de 1865), condujo finalmente a la ruptura de hostilidades con Perú, Chile y Bolivia. Pareja, fuertemente impresionado por la pérdida de la goleta Covadonga, se suicidó. El brigadier Méndez Núñez, comandante de la fragata Numancia, tomó el mando de la escuadra española con la que realizó una campaña enérgica y agresiva, cuyas principales acciones fueron el bloqueo de las costas enemigas, el combate de Abtao (7 de febrero), y los bombardeos de Valparaíso (31 de marzo) y El Callao (2 de mayo de 1866). Parte de la escuadra española regresó doblando el cabo de Hornos, mientras el resto lo hizo por Filipinas y el cabo de Buena Esperanza, lo cual permitió a la fragata Numancia, al mando de Juan Bautista Antequera, ser el primer buque acorazado que dio la vuelta al mundo.
A partir de enero de 1868 se hizo patente el progresivo aislamiento de Isabel II, que vivía rodeada de un grupo de incondicionales completamente ajeno a las aspiraciones y realidades del resto de la nación; a la separación entre el pueblo y la Reina contribuyó en no escasa medida la drástica represión de la sublevación del cuartel de San Gil en Madrid.
Desaparecidos O´Donnell (1867) y Narváez (1868), únicos hombres capaces de haber podido salvar la corona, los acontecimientos se precipitaron. Prim, decidido a terminar con tal estado de cosas, consiguió el apoyo del ejército, mientras que la escuadra y el departamento de Cádiz a impulsos de brigadier Juan Bautista Topete, encabezaron un pronunciamiento que triunfó en toda España. Como consecuencia inmediata, la reina Isabel II se exilió (26 de septiembre de 1868).
(En cuanto a la politica naval seguida desde entonces, yo destacaria que los sucesivos gobiernos carecieron de vision renovadora, no encargandose unidades navales de primera linea cuando la vision de los almirantes al mando era la de la batalla decisiva. Tampoco apostaron por la innovacion que hubiera supuesto desarrollar el arma submarina , y ni siquiera se estudiaron nuevas tacticas de combate con torpederas, que hubieran servido para inutilizar la armada yanquee en la guerra de cuba del 98.)
ps: si me es posible os dare mas datos de otras areas en breve.
(El siguiente texto esta extraido de una pagina web)
Tras el fallecimiento de Fernando VII en septiembre de 1833, heredó el trono su hija Isabel II, cuando era una niña casi recién nacida, asumiendo la Regencia su madre María Cristina de Borbón, quien, como primera medida, la proclamó Reina y comenzó a gobernar mediante el Estatuto Real (1834).
Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, no aceptó estas decisiones, hizo valer sus derechos a la corona de España y desde Portugal alentó al Ejército y a la Armada a unirse a su causa. El alzamiento de las tropas concentradas en Talavera de la Reina significó el comienzo de la primera guerra carlista (2 de octubre de 1833), propagándose rápidamente el movimiento en las Provincias Vascongadas, Navarra, ambas Castillas, Aragón, Cataluña y Valencia.
El ministro de Marina José Vázquez de Figueroa, pese a sus meritorios esfuerzos, no consiguió paliar la notoria decadencia de la Armada, acertadamente manifestada en la exposición dirigida a las Cortes en agosto de 1834, donde plasmaba el estado de abandono de los arsenales, lo cual imposibilitaba la carena de los pocos barcos en servicio, la mayor parte de ellos de dudoso valor militar: tres navíos del siglo XVIII, cinco fragatas, cuatro corbetas, ocho bergantines, siete goletas y ocho embarcaciones menores.
Isabel II (1839 - 1904), Reina de España (1833 - 1868)
Como con estos medios era difícil mantener el bloqueo del Cantábrico para evitar el aprovisionamiento de los carlistas, se incorporaron a la escuadra mediante compra o alquiler a Inglaterra los vapores de ruedas Isabel II, dos con el nombre de Reina Gobernadora y el Mazeppa (1834-1835); fueron los primeros de esta clase que tuvo la Armada y no dieron buen resultado. A estos siguieron otros de vela o vapor construidos en Ferrol, Cavite, Mundaca y La Habana, o adquiridos en Francia, con lo que comenzó un leve repunte del estado de postración a que había llegado la Armada tras el reinado de Fernando VII.
(tomad buena nota, la reconstruccion de la vetusta armada es una de los primeros pasos para recuperar proyeccion internacional y prestigio)
Durante la guerra carlista, la escuadra de doña María Cristina actuó en la costa catalana, en el norte de Portugal -donde se creía podría encontrarse el pretendiente don Carlos - y principalmente en el Mar Cantábrico. Las fuerzas del bloqueo destinadas en este último teatro de operaciones, sucesivamente al mando de los brigadieres Pérez del Camino y José María Chacón, apoyaron las acciones del Ejército en San Sebastián, Lequeitio, Fuenterrabía, Luchana, levantamiento del sitio de Bilbao y toma del puerto de Pasajes (1834-1839).
La primera guerra carlista finalizó tras firmar Maroto y Espartero el convenio de Vergara (31 de agosto de 1839), aunque Cabrera se mantuvo en armas en el Maestrazgo hasta el verano del año siguiente, teniendo que actuar unidades menores de la escuadra del Mediterráneo en el río Ebro y los Alfaques (1840).
Los años transcurridos de 1839 a 1843 estuvieron marcados por una gran inestabilidad política; como consecuencia, María Cristina renunció a la regencia y abandonó España por sus controversias con Espartero (1840); la insurrección popular de Barcelona (1842) y el pronunciamiento contra el nuevo regente Espartero (1843) trajeron consigo la llegada de Narváez al poder, casi coincidiendo con la mayoría de edad de Isabel II.
Los once años siguientes - conocidos como periodo moderado (1843-1854) - fueron notables para la Armada gracias a la gestión de dos ministros de Marina que intentaron sacar a la Corporación de la indiferencia de las instituciones políticas nacionales sumidas en las luchas partidistas: Francisco Armero, jefe de escuadra y, sobre todo, Mariano Roca de Togores, marqués de Molíns. La labor de ambos se centró en conseguir mejoras presupuestarias -la cantidad asignada a Marina, Comercio y Ultramar en 1845 era más de cuatro veces inferior a la del Ejército -, en la organización y en las plantillas de personal, además de promover transformaciones en los Cuerpos de la Armada, la creación del Colegio Naval en San Fernando (1844-1867) y de la Escuela de Contramaestres (1845).
Pero donde más se notó la beneficiosa gestión de los dos ministros fue en el campo de la construcción naval y la rehabilitación de los arsenales de la Península y de Ultramar, lo que propició el correspondiente incremento paulatino de la fuerza naval, nunca visto en el siglo XIX, gracias a los créditos extraordinarios otorgados por las Cortes a partir de 1850. Así, a finales de 1854 los buques de la Armada en servicio ascendían a tres navíos de línea, cuatro fragatas, cinco corbetas, doce bergantines y veinticinco vapores, además de numerosos buques menores o de transporte. Con estas fuerzas, la Armada colaboró en la ocupación de Fernando Póo, de Guinea (1843) y de las islas Chafarinas en el norte de África (1848), participó en los sucesos de Portugal (1847) y de Italia, en este caso en apoyo del Papa Pío IX (1849-1850), y contra los focos de la piratería que asolaban los mares de Filipinas desde el archipiélago de Joló, destruyendo sus bases en Balanguingui (1848) y en la propia isla de Joló (1850-1851); actuó también para sofocar las tentativas de los insurrectos en Cuba (1851) y, asimismo, intervino en la revolución de Uruguay (1845-1852), que dio origen al establecimiento de una fuerza naval permanente en el Río de la Plata.
Tras el pronunciamiento de Vicálvaro, triunfaron O´Donnell y Espartero (1854) dando origen al llamado "bienio progresista", finalizado en 1856 con la dimisión del segundo, permaneciendo O´Donnell al frente de la Unión Liberal, que propugnaba un centrismo capaz de conciliar las diferentes corrientes políticas de España. Durante los cinco años que permaneció O´Donnell en el poder continuó el paulatino crecimiento de los presupuestos de la Armada, pese al frecuente cambio de ministros de Marina, traducido en falta de programas de construcción naval y en la carencia de planes estratégicos para un empleo correcto de la fuerza naval.
Como ejemplo de estos defectos se puede citar la amalgama de distintos tipos de barcos patente en la revista naval celebrada en Alicante en 1862.
Siguiendo la corriente expansiva colonial e intervencionista europea, particularmente notable en el caso de Inglaterra y Francia, por primera vez desde la guerra de la Independencia, la España de O´Donnell dirigió una mirada al exterior, propiciando la intervención de la Armada y el ejército en Ultramar. En 1858 una fuerza naval ocupó efectivamente Fernando Póo y se estableció allí una estación naval; el mismo año comenzó la participación española en los asuntos de Cochinchina en apoyo de Francia, paulatinamente acrecentada gracias al envío de una fuerza naval y tropas de las que se encontraban estacionadas en Filipinas, las cuales tomaron parte en los bombardeos de Turana y en la conquista de Saigón (1859), retirándose la totalidad de los efectivos en 1863 sin obtener beneficios tangibles del esfuerzo militar realizado.
De más envergadura fue la guerra en África sostenida con Marruecos, motivada por los continuos ataques de los rifeños a las posesiones españolas en Ceuta, Melilla, Alhucemas y aguas limítrofes. Abiertas las hostilidades el 22 de octubre de 1859, la escuadra, mandada sucesivamente por Díaz Herrera y Bustillo, se encargó de transportar a Ceuta la fuerza expedicionaria - que ascendía a 35.000 hombres y 3.000 caballos -, así como de bombardear Río Martín, Arcila y Larache en apoyo del Ejército (1860). Con la ocupación de Tetuán y la batalla de Wad Ras finalizó la campaña de la que España obtuvo algunas concesiones territoriales de Marruecos (Sidi Ifni) y una sustancial indemnización de cuarenta millones de reales (26 de abril de 1860).
En Santo Domingo, país que había accedido a la independencia en 1821, tras la anexión por Haití (1822-1844) y continuas revueltas había alcanzado el poder el general Santana (1846), quien, ante la disyuntiva de mantener la independencia o caer en la órbita de las apetencias expansionistas de los Estados Unidos, optó por reintegrarse a la soberanía española el 18 de marzo de 1861. Para hacerla efectiva acudió una división naval española al mando de Gutiérrez de Rubalcava con tropas que desembarcaron en la isla. La reincorporación de Santo Domingo a la corona española, sancionada por las Cortes, tuvo escasa duración, pues fue violentamente rechazada por una revolución independentista, y tras una penosa campaña, se procedió a la evacuación de la isla (1865) en la que colaboraron todas las unidades navales de la Armada allí destacadas.
Los continuos incidentes que habían salpicado las relaciones de España y México desde la independencia de esta nación, culminaron con la negativa del gobierno mexicano a pagar la deuda contraída en España durante los últimos años del virreinato, lo que unido a la guerra civil que asolaba el país y, por último, a la declaración de persona non grata del embajador de España dictada por el presidente Juárez, provocó la ruptura de relaciones diplomáticas y la firma en Londres, el 31 de octubre de 1861, de un convenio tripartito con Francia y el Reino Unido, por el que se decidía la intervención armada en suelo mexicano con el objeto de proteger los intereses de las naciones firmantes.
Fuerzas navales y tropas españolas procedentes de La Habana, ocuparon inmediatamente Veracruz y San Juan de Ulúa (diciembre de 1861). En enero de 1862 llegó Prim a Veracruz para hacerse cargo del ejército allí destacado, con el auxilio de una fuerte división naval al mando de Gutiérrez de Rubalcava, incorporándose a continuación las fuerzas francesas e inglesas. Al darse cuenta Prim de que las verdaderas intenciones de Napoleón III propugnaban el derrocamiento de Juárez y la instauración de una monarquía de corte europeo, ordenó el repliegue y reembarque de las fuerzas (abril de 1862).
Estas campañas despertaron recelos en las naciones americanas recientemente emancipadas, pues sospechaban que España podría experimentar con ellas una acción parecida. Las suspicacias se acrecentaron y justificaron gracias a la visita realizada por el general de la Armada Hernández Pinzón a diversos puertos de las costas sudamericanas, al mando de una escuadra de dos fragatas y dos corbetas (1863). Los desgraciados sucesos de Talambo (4 de agosto de 1863), y una mala conducción de la crisis subsiguiente desembocaron en la ocupación de las islas Chinchas por la escuadra española. Relevado Pinzón del mando por el más diplomático general Pareja, éste limó las diferencias con Perú; pero el ataque por parte de la población civil a la marinería franca en Lima y el Callao (enero de 1865), condujo finalmente a la ruptura de hostilidades con Perú, Chile y Bolivia. Pareja, fuertemente impresionado por la pérdida de la goleta Covadonga, se suicidó. El brigadier Méndez Núñez, comandante de la fragata Numancia, tomó el mando de la escuadra española con la que realizó una campaña enérgica y agresiva, cuyas principales acciones fueron el bloqueo de las costas enemigas, el combate de Abtao (7 de febrero), y los bombardeos de Valparaíso (31 de marzo) y El Callao (2 de mayo de 1866). Parte de la escuadra española regresó doblando el cabo de Hornos, mientras el resto lo hizo por Filipinas y el cabo de Buena Esperanza, lo cual permitió a la fragata Numancia, al mando de Juan Bautista Antequera, ser el primer buque acorazado que dio la vuelta al mundo.
A partir de enero de 1868 se hizo patente el progresivo aislamiento de Isabel II, que vivía rodeada de un grupo de incondicionales completamente ajeno a las aspiraciones y realidades del resto de la nación; a la separación entre el pueblo y la Reina contribuyó en no escasa medida la drástica represión de la sublevación del cuartel de San Gil en Madrid.
Desaparecidos O´Donnell (1867) y Narváez (1868), únicos hombres capaces de haber podido salvar la corona, los acontecimientos se precipitaron. Prim, decidido a terminar con tal estado de cosas, consiguió el apoyo del ejército, mientras que la escuadra y el departamento de Cádiz a impulsos de brigadier Juan Bautista Topete, encabezaron un pronunciamiento que triunfó en toda España. Como consecuencia inmediata, la reina Isabel II se exilió (26 de septiembre de 1868).
(En cuanto a la politica naval seguida desde entonces, yo destacaria que los sucesivos gobiernos carecieron de vision renovadora, no encargandose unidades navales de primera linea cuando la vision de los almirantes al mando era la de la batalla decisiva. Tampoco apostaron por la innovacion que hubiera supuesto desarrollar el arma submarina , y ni siquiera se estudiaron nuevas tacticas de combate con torpederas, que hubieran servido para inutilizar la armada yanquee en la guerra de cuba del 98.)
ps: si me es posible os dare mas datos de otras areas en breve.