CAPITULO 3. ELCONFLICTO SUCESORIO
El capellán Girard d’Aix da cuenta, en una calurosa tarde del 4 de agosto de 1067, de que el Santo Padre, Alejandro II, ha tenido a bien conceder la absolución de todos sus pecados al Duque Bertran II de Provenza y al mismo tiempo reconocer como su legitima hija y heredera a Cecile Boson, nacida fuera del matrimonio, a unos sudorosos consejeros que se están cociendo bajo sus jubones como si se encontrasen en un horno y no en la sala de consejos del Castillo de Arlés.
- … la principal consecuencia de este reconocimiento es que a partir de ahora vuestra hija Cecile pasa a ser la heredera del Ducado, desplazando a vuestras hermanas Adelaïs, Etinette y Gerberga.- remacha el Obispo d’Aix, satisfecho de haber cumplido fielmente con las ordenes que le dio el Duque. Esta última apreciación no es baladí ya que hasta ahora la heredera del Ducado ha sido Adelaïs, la hermana mayor de Bertran, desposada con el segundo hermano del Duque de Tolouse y heredero del mismo, por lo que en caso de fallecimiento del Duque la Provenza habría pasado a dominio franco, algo que a muchos no gusta.
El jefe de espías es el único que no parece celebrar las buenas noticias llegadas de Roma. Ha estado durante toda la sesión silencioso y cariacontecido. Desde hace meses siente como el Duque lo mantiene alejado de la toma de decisiones y encomienda las misiones diplomáticas al Canciller o al Capellán en vez de a él. Pero el larvado rencor que el Conde de Venaissin ha ido acumulando está a punto de salir a la luz, puesto que el no ha venido a esta sesión del Consejo a oír al Capellán, sino para decir algo. Así que cuando el Obispo d’Aix termina su parlamento, Rainaud se levanta y deja oír su rotunda voz bajo las bóvedas de piedra.
- La actual situación me ha hecho darme cuenta que no es saludable para el Ducado de Provenza dejar un asunto tan importante como la sucesión al libre albedrio de la naturaleza. Si el Duque Bertran hubiese muerto antes de que el Papa hubiese emitido la legitimación de la joven Cecile, la Provenza ahora formaría parte del Ducado de Tolouse. Creo que sería saludable volver a las antiguas tradiciones, cuando la sucesión tenía carácter electivo.- dice mientras el resto de los miembros de la mesa le miran asombrados. La afirmación es un insulto dirigido al Duque, no solo porque el Conde ha hablado sin tener la palabra y abriendo un tema que el duque no ha propuesto a la deliberación de su Consejo. Lo más grave es que está poniendo en duda que la familia Boson sea la que deba ostentar el titulo ducal y que a este pueda acceder cualquier noble provenzal, como el propio Conde de Venaissin.
Bertran, que estaba muy relajado hace solo unos instantes, disfrutando de las buenas noticias llegadas de Roma, al oir al Conde Rainaud ha abierto mucho lo ojos y se ha puesto colorado. Parece que quisiese saltar por encima de la mesa para estrangularlo con sus propias manos, pero en vez de eso, tras un largo silencio en el que la tensión en la sala es claramente palpable, le dice:
- Si eso es lo que pensáis, haríais bien en salir de este castillo y no volver hasta que cambiéis de idea.- dejando claro al Conde que ha caído en desgracia y que espera una retractación pública inmediata. Pero el Conde, después de lanzar su desafío, no está dispuesto a dar un paso atrás y por toda respuesta se levanta y sale de la sala.
En los días siguientes la tensión aumenta cada vez más con el Condado de Venaissin. El Duque Bertran está de muy mal humor desde la última sesión de su Consejo Privado. Desea revocar su título al Conde pero no puede porque en el Sacro Imperio no está reconocida la revocación de títulos. Lo único que puede hacer es cesarlo como miembro de su Consejo Privado y eso es lo que hace a los pocos días, nombrando para sustituirlo a Marçau d’Aix, un letrado del condado de Provenza que hasta ahora trabajaba a las ordenes del Obispo d’Aix. Bertran es consciente de que Marçau no será tan bueno como el Conde de Venaissin en el puesto, pero sabe que al menos le será fiel.
Hacia finales de agosto el Mariscal de Provenza comienza a traer noticias alarmantes de Venaissin, se han detectado levas de tropas en los burgos y villas del condado y también en el Arzobispado de Vivarais. El Senescal tampoco trae mejores noticias y tiene que comunicar que en ambos feudos se ha atacado y expulsado a los prebostes ducales, encargados de administrar justicia y de cobrar los impuestos en nombre del duque, lo cual redunda en la idea de que ambos territorios están a punto de sublevarse.
- La rebelión del conde es peligrosa pero que le secunde el Arzobispo de Vivarais es muy alarmante. El arzobispado pertenece de iure al Ducado de Tolouse y nuestros vecinos podrían aprovechar la ocasión para apoyar a los revoltosos en su desacato a vuestra autoridad con el fin de anexionarse ambos territorios- expone crudamente el Canciller.
- No, mi hermana no dejará que el Duque de Tolouse se meta en los asuntos de Provenza. – replica el duque aunque con poco convencimiento.
- Pero algo tenemos que hacer ante esta amenaza.- replica el Mariscal
- Avisad a los Condes de Vienne, de Forcalquier y a los prebostes del Condado de Provenza para que comiencen a llevar a cabo levas. Si va a haber guerra, tenemos que estar preparados- sentencia el duque.
Un par de semanas después, el día de San Cástor de Apt, la amenaza se materializa. El Conde de Venaissin, secundado por el Arzobispo-Principe de Vivarais, lanza su desafío en forma de proclama que es leída en las ciudades y villas de ambos feudos, en la que reclaman el retorno a las buenas tradiciones y que se vuelva a instituir la sucesión electiva en Provenza, no reconociendo el derecho hereditario de la familia Boson al título ducal ni a legitimidad de Bertran II.
Tras conocer esto el duque ordena que se agilice el reclutamiento de soldados en los feudos que aun le son fieles con la orden de que todas las tropas deberán reunirse en Forcalquier para participar en un ataque contra los insurgentes. El duque, aunque recibió una esmerada educación militar por su padre, el difunto duque Jaufret, no es muy hábil con las armas y no es amante de la guerra, pero sabe que si no quiere perder su ducado tiene que hacer una demostración de fuerza y aplastar a los insurgentes.
En los días siguientes las noticias se hacen más preocupantes. Sus espías en Orange y Viviers le comunican que el Conde de Veniassin y el Arzobispo de Vivarais, cuentan ya con un ejército preparado de casi 450 soldados que se hayan acantonados en dos grupos diferentes repartidos entre ambas capitales, aunque de momento no parece que hayan tomado la decisión de realizar ningún ataque.
Bertran II, mientras, se desespera viendo como no puede hacer frente a los rebeldes. Las levas en sus feudos son lentas y todavía no han terminado de reclutar los soldados ni en sus feudos del condado de Provenza, ni en Forcalquier ni en Vienne. Teme que los rebeldes tomen la iniciativa y comiencen los ataques antes que el pueda disponer de tropas con las que defender sus dominios y sus títulos, pero según sus informaciones el Conde de Veniassin y el arzobispo no se han movido de Orange y Viviers respectivamente, por lo que cada día aumenta más su temor a que estén esperando refuerzos desde Tolouse, lo que provocaría la pérdida del control de los territorios de poniente del Ducado de Provenza.
Los días pasan y no es hasta finales de noviembre cuando el duque dispone por fin de un ejército acantonado en Forcalquier, listo para atacar a los traidores. Pero solo ha conseguido reclutar a 585 hombres, el grueso de los cuales, 428, corresponde al condado de Provenza entre las tropas del propio duque y las del Obispo de Aix. Por su parte su primo de Folcarquier va acompañado de un pequeño grupo de 87 soldados y el Obispo de Vienne, Berenguié, a traido una reducida compañía de 70.
Esta situación no es favorable para Bertran, puesto que cuenta con casi los mismos soldados que los rebeldes, que ahora se han agrupado en Orange, y que ya alcanzan los 534 efectivos. Además se acerca el invierno a pasos agigantados, una mala estación para las luchas, y el duque sabe que el frio es peor enemigo que el ejército rebelde, así que aconsejado por sus consejeros, opta por no moverse de Forcalquier. Los contendientes pasan durante un mes mirándose desde sus respectivas fortalezas sin atreverse a dar el paso definitivo de atacar al contrincante.
Por fin, pocos días después de comenzar el nuevo año del señor de 1068, el Conde de Venaissin decide tomar la iniciativa y la víspera de Reyes ordena a sus tropas dirigirse hacia Arles para asediar la capital del Ducado. Dos jornadas después el ejercito sublevado ya se encuentra ante la empalizada de madera que mandó construir el Duque, y que fue terminada en agosto del año anterior, impidiendo la entrada de víveres en Arles y hostigando a los asustados ciudadanos que se refugian trás sus murallas, dando por iniciada una guerra civil en Provenza.