Capítulo sesenta y uno: Asuntos imperiales y ajetreos americanos
Desde que EEUU se unió a los aliados el 31 de enero de 1916, Roosevelt estaba ansioso por demostrar el compromiso de la manera más feaciente posible. Su determinación quedó deomstrada por una serie de discursos destinados a reforzar la moral nacional y movilizar al país de cara a la guerra. El presidente atacó con dureza a los pacifistas y a los americanos de origen alemán e irlandés que apoyaban la causa germana, a los que tachó de traidores. No se toleraba ni siquiera una voz contraria, ni aunque fuera la de un representante de la nación legalmente elegido por las urnas: el congresista y exgobernandor de Wisconsin, Robert M. LaFollette, que había asegurado en su día que la política armamentística de Wilson estaba bajo la influencia de "
grupo de millonarios que están consiguiendo benefícios astronómicos en la guerra europea ", se encontró siendo investigado por un comité del congreso. La firme posición de La Follette contra la participación americana motivó que el senador John S. Williams le acusara de ser "
pro-alemán, muy pro-godo (1) y pro-vandalo." El partido socialista de EEUU también sufrió un duro acoso por su política pacifista. Su lider, Eugen Debs, fue condenado a 20 años de cárcel por pronunciar discursos poco patrióticos.
Roosevelt en pleno furo nacionalista
Una de las primeras tareas de Roosevelt fue confirmar la postura de EEUU en el conflicto extendiendo la declaración de guerra contra Austria-Hungría, Bulgaria y el imperio otomano. Así demostraría a sus aliados que EEUU iba en serio y se aseguraba que su nación estaría incluida en cualquier negociación de paz que se entablar con estas tres naciones. El Congreso aprobó esta declaración de hostilidades, si bien muchos de sus miembros se preguntaban que habían hecho Austria-Hungría, Bulgaria y el imperio otomano para justificar la hostilidad americana. De hecho, sin embargo, esta declaración de guerra no tendría demasiado peso, pues Roosevelt estaba profundamente convencido de que Francia era el teatro de operaciones donde se decidiría el curso de la guerra y concedía poca importancia a otros escenarios bélicos.
Sin embargo, la nación no estaba lista para entrar inmediatamente en combate. El ejército profesional apenas contaba con 98.000 soldados en filas, de los que 45.000 estaban destinados en ultramar (Filipinas, Panamá, etc) y unos 29.000 eran necesarios para la defensa local. Peor aún, el equipo era escaso y anticuado. Sólo se disponía de 400 cañones pasados de moda y munición suficiente para unos pocos minutos de fuego real; para la tropa se disponía de 1.500 ametralladoras y 285.000 fusiles Springfield, con muy escasa munición. No se disponía de morteros, granadas para fusil o de mano, lanzallamas, obuses pesados o tanques. El Servicio Aéreo del Eje´rcito disponía de 1.185 miembros y 285 aviones en abril de 1917. Roosevelt decidió crear un “Ejército Nacional” formado por reclutas y voluntarios. En seis meses confiaba disponer de seis divisiones listas para ser enviadas a Francia. Pero para expandir las filas del ejército, faltaba equipo. Irónicamente, el U.S. Army tuvo que depender del armamento y equipo británicos y francés, que se estaba construyendo en grandes cantidades en las fábricas estadounidenses. Sin embargo, la gran demanda de armamento del U.S. Army requeriría una considerable transformación de la industria del país para cubrirla.
El USS Recruit fue una “acorazado” de madera emplazado en la Union Square (Nueva Yor) en 1917 para ayudar en la recluta. Fue retirado del servicio en 1920.
No fue ninguna sorpresa que Roosevelt y el general Hugh L. Scott, el jefe del estado mayor del US Army, que se escogiera como comandante de la “Fuerza Expedicionaria Americana” al general de brigada John Pershing. Éste había tenido una variada carrera militar: Había luchado contra siouxs y apaches en 1886-90; en Cuba en 1898; en las Filipinas en 1903 contra la insurrección mora y fue observador con el ejército japonés durante la guerra ruso japonesa de 1904-5. Fue ascendido a general de brigada en 1906 y asumiría el mando de la fallida expedición para capturar a Pancho Villa (1915).
El Gabinete Imperial de Guerra en 1917
Mientras, en Londres, estadistas de todo el Imperio se reunían para discutir la dirección de la guerra. Lloud George era un firme imperialista: su visión del imperio difería en gran medida de la de su predecesor. Para él era crucial que Gran Bretaña presidiera un imperio de justicia unido por lazos de igualdad entre los dominios, que participarían por igual en la causa del bien imperial. Así fue como nació el Gabinete Imperial de Guerra, destinado a coordinar el esfuerzo militar del imperio durante el conflicto.
En al primavera de 1917 nadie podía duda del esfuerzo de los dominios en la lucha: en el frente occidental, la fuerza expedicionaria canadiense contaba con nueve divisiones, los ANZAC con una división neocelandesa y tres australianas, y los sudafricanos tenían en las trincheras otras tres divisiones. Además, los ANZAC también estaban presentes en Palestina, donde dos divisiones neocelandesas y seis australianas luchaban codo con codo junto a las tropas británicas. Incluso la India participaba en la lucha, con ocho divisiones destinadas en el frente de Mesopotamia.
La idea del Gabinete Imperial de Guerra era la más ambiciosa de todas las ideas imperiales hasta la fecha, que empequeñecía a las conferencias imperiales de 1902, 1907 y 1911. Lloyd George estaba decidido a asegurar un cierto nivel de cooperación entre todos los componentes del Imperio. Australia estaba representada por su primer ministro, Billy Hughes, que había tenido grandes problemas con el pleibiscito para introducir el reclutamiento obligatorio en su país y que había sido rechazado por un pequeño margen. Las elecciones eran inminentes y Hughes esperaba que su papel en el Gabinete Imperial de Guerra podía favorecerle para ganas votos.
(arriba) Borden, Hughes, (abajo) Smuts y Massey
El primer ministro de Canadá, Robert Borden, era tan entusiasta como Hughes en conseguir el mejor resultado del encuentro de Londres. Borden había liderado a su país en el conflicto con entusiasmo, a pesar de la oposición de los nacionalistas del Quebec, que amenazaba con dividir el país. Borden estaba decidido a que su país tuviera una influencia en la conducción de la guerra pareja al esfuerzo realizado. Sin embargo, Borden también tenía problemas. La batalla del Somme había causado grandes bajas a sus tropas y sólo había un método para reemplazarlas, dado el descenso entre los voluntarios: el reclutamiento obligatorio.
Casi todos los canadienses francófonos se oponían a esta medida: no se sentían especialmente leales ni a Gran Bretañana ni a Francia. Liderados por Henri Bourassa, sólo se sentían leales al Quebec. Por ello, Borden decidió solucionar este problema antes de partir para Londres, y anunció que se impondría la recluta obligatoria mediante la Acta del Servicio Militar, que se convirtió en ley el 29 de agosto de 1917. Y afectaría a todos los varones de edades comprendidas entre los 20 y los 35 años. Sólo aquellos que fueran esenciales para las fábricas o los objetores de conciencia no estarían afectados por la ley.
Sudáfrica estaba representada por Jan Smuts, que había mandado a las tropas de su país destinadas en Francia. Smuts estaba listo para apoyar los intereses del Imperio, siempre y cuando resultaran compatibles con los sudafricanos. La delegación de la India estaba liderada por el nuevo secretario de Estado para la India, Lord Selborne, e incluía a su alteza el general Sir Ganga Singh, Marajá de Bikaner. Desde Nueva Zelanda llegó su primer ministro William Massey, y Sir Joseph Ward, ministro de economía. Newfoundladn estaba representada por su premier, Edward Morris.
General Sir Ganga Singh, , Marajá de Bikaner.
Las sesiones empezaron con un repaso de la situación militar, y con Lloyd George expresando su confianza en los planes ofensivos del general Nivelle (1) y en las habilidades marciales de Haig, además de garantizar que el imperio otomano estaba a punto de ser derrotado. Pese a ello, y debido a las grandes bajas experimentadas en el Somme en 1916, Borden y Hughes expresaron su preocupación respecto al gasto de vidas que los planes de Haig representaban para los dominios e insistieron en que debían mantener un cierto control sobre sus tropas y no dejarlas ciegamente en manos británicas. Lloyd George mostró su acuerdo y aseguró que se crearía un ejército “imperial” bajo el mando de un oficial de los dominios. Huelga decir que tanto Robertson como Haig no pudieron más que tragarse su desagrado ante semejante idea..
El siguiente tema se refería al Comité de Primeros Ministros, destinado a armonizar las relaciones entre Gran Bretaña y el imperio, mediante unas comunicaciones más directas entre el gobierno del imperio y sus colonias y garantizando el contacto directo de éstas con el primer ministro en lugar de tener que confiar en el Ministerio de Colonias. La idea recibió grandes muestras de apoyo pero, antes de que pudiera ser planteada, noticias procedentes de Francia pusieron fin al encuentro.
(1) Esta reunión tuvo lugar antes de la ofensiva Nivelle.