Habían transcurrido ya varias horas desde que los gallos dieran la bienvenida al nuevo día, pero Ulf Hacha Sangrienta todavía roncaba pesadamente en el interior de la espaciosa tienda de mando del ejército invasor. Los excesos de la noche anterior, llena de hidromiel, venado asado y la compañía forzosa de unas aterradas campesinas, habían hecho efecto en el cuerpo del guerrero que dormía a pierna suelta.
No obstante el suyo no era un descanso reparador pues las preocupaciones le daban caza incluso estando dormido. Hacía ya ocho meses que habían llegado a aquella maldita costa y todavía no había sido capaz de capturar la pequeña capital enemiga. El Pico del cuervo se levantaba sobre afilados acantilados que no podrían escalar ni los guerreros legendarios de las sagas nórdicas. Por su parte, el acceso directo a la península en la que se encontraba el núcleo del poblado era, siendo optimistas, terriblemente angosto y empinado como el demonio. Pese a que los invasores podían divisar que las tropas acuarteladas eran escasas ninguna de las cargas frontales había conseguido tomar la empalizada exterior.
Ulf había instaurado una sangrienta costumbre: todos los días al mediodía se torturaba a tres prisioneros y se les daba lenta muerte delante del Pico del Cuervo. El pagano había jurado seguir con esta práctica hasta que los nobles de Hälsingland rindieran su capital. Sin embargo la amenaza no había funcionado y poco a poco se estaba quedando sin los prisioneros que habían capturado en el poblado costero que rodeaba el inexpugnable fuerte. El resto del condado era un terreno poblado por densos bosques y, pese a que sabían que tenía que haber gentes ocultas en él, sus partidas de guerreros rara vez conseguían encontrar los escondites de los lugareños.
Todo esto hacía que poco a poco sus tropas fueran mostrándose más nerviosas y propensas a desobedecer, ya que hacía ocho meses que habían partido de su hogar en Ösel para lo que prometía ser una fácil conquista y ahora se veían varados allí mientras su patria había quedado indefensa ante posibles ataques de los eslavos.
El principal poblado pesquero de Hälsingland antes de la invasión
Así pues, no habían sido tranquilos los sueños del jefe de guerra de los corsarios de Ösel cuando a media mañana abrió lentamente sus ojos y vio sentado junto a su cama a un hombre vestido con ropajes oscuros que apoyaba sus manos sobre el pomo de una gran espada clavada en la arena. La mente aletargada de Ulf Hacha Sangrienta interpretó aquello como una pesadilla, era imposible que el conde Björn estuviera sentado tranquilamente en su tienda.
Pero cuando volvió a abrir los ojos su enemigo seguía allí y había una sonrisa de burla en sus labios. El guerrero pagano no se paró más a analizar el significado de aquello y reaccionó instintivamente, preparándose para saltar sobre su enemigo pese a estar desarmado y desnudo. Sin embargo un ruido metálico a su espalda lo detuvo. Rápidamente se giró y, aterrado, pudo comprobar que en la tienda de mando había otros cuatro guerreros.
- Sven – dijo el conde- sal fuera y busca a nuestro ilustre invitado. Dile que ya puede entrar a ver a la fiera.
- ¿¡Qué significa esto!? – bramó Ulf con voz desgarrada - ¿Cómo habéis llegado aquí? ¿Cómo habéis pasado entre mi banda de guerreros?
El conde no contestó, simplemente se afianzó en su silla y mantuvo su sonrisa burlona.
Unos minutos después entraron en la tienda dos hombres más. Cuando Ulf Hacha Sangrienta vio de quienes se trataba se le desvanecieron las pocas ilusiones que tenía de salir vivo de allí. Uno de ellos era el rechoncho Iván, hijo del atamán de Ösel y segundo al mando en la expedición de conquista de Ulf.
Pero fue la presencia del otro, que parecía desafiar toda lógica, lo que lo turbó. Se trataba de un hombre alto y delgado con una barba cuidadosamente recortada y que portaba una elaborada armadura y una capa roja con ribetes dorados. En cuanto vio el escudo que lucía y notó que todo el mundo se ponía firme en la tienda al verlo entrar Ulf entendió que estaba ante Olaf Haraldsson; el rey de Noruega.
El rey de Noruega se encontraba en las inhóspitas tierras de Hälsingland
Ulf se había sentado en la cama y observaba el lento avance del monarca. Puesto que todos miraban al rey aprovechó para tantear con su mano la daga que guardaba debajo de la almohada.
Una vez llegado al lado de la cama el rey dijo con voz suave:
- Así que este es el famoso “Hacha Sangrienta”, me esperaba algo más impresionante, supongo que las leyendas siempre exageran.
Ajeno momentáneamente al rey Ulf aulló:
- Iván, ¡maldito saco de grasa! ¿Qué significa todo esto?
- Significa que estás acabado perro. – respondió Iván con una voz lastrada por el rencor– Ayer llegó un mensajero desde las islas de Ösel. ¡Los malditos eslavos han derrotado a la tribu y capturado a mi padre el atamán! Y todo por tu culpa, fuimos unos necios al seguirte en esta
“fácil” campaña de conquista y así desproteger nuestro hogar. – Los ojos de Iván estaban inyectados en sangre mientras seguía hablando. – A primera hora de hoy apareció un gran ejército al mando del rey Olaf. Afortunadamente conseguimos entendernos sin que fuera necesaria una batalla. Pagaremos una considerable suma de oro al noble rey y partiremos de inmediato a retomar nuestro hogar. Pero antes he de verte morir y me llevaré tu cuerpo conmigo. Cuando recuperemos Ösel se lo ofreceremos a Loki para que te maldiga por siempre jamás.
El ataque a Hälsingland dejó la patria de la tribu de Ösel a merced de los ambiciosos príncipes eslavos
- La cabeza, aunque sea francamente repulsiva, me la quedaré yo. – dijo el rey tranquilamente y con gesto distraído.
- ¿Vos? – rugió Ulf – Jamás os había visto y nunca tuve la fortuna de rajar la garganta de ningún miembro de una familia real.
- Hace quince años eras el segundo al mando en la banda de Ralf el Cojo y recorrías los mares con él. – respondió el rey Olaf. - En una de vuestras incursiones de pillaje atacasteis la ciudad de Naumadal y tú mismo te encargaste de torturar y matar al burgomaestre y su familia. El viejo burgomaestre era un buen amigo de mi padre y en mi niñez llegué a llamarlo “tío”. Ahora por fin tomaré venganza y morirás como el perro que eres.
-
¡¡AGGGGGRRRRRRRRRRH!! – con un terrible grito más animal que humano y espuma saliendo por su boca Ulf dio un salto prodigioso. En su mano portaba la daga que había escondido y la dirigía hacia el rey.
El movimiento fue tan rápido e inesperado que cogió a todos por sorpresa. A todos menos al conde Björn, que llevaba un rato inquieto ante tanta charla y temiendo que algo de esta índole pasara. Así pues tuvo tiempo de elevar a Bifrost y descargar un tajo en el costado de Ulf.
Esto hizo que la trayectoria de salto del gigante se viera modificada y cayera a un metro escaso del rey. Inmediatamente todos los presentes en la tienda reaccionaron y ocho espadas, la del rey incluida, se clavaron repetidamente en el cuerpo de Ulf hasta convertirlo en un amasijo de vísceras y sangre.
Una vez salvada la situación el color volvió a las mejillas del rey, que se habían tornado pálidas como la muerte y dijo:
- Conde Björn, todo el reino y yo nos encontramos en gran deuda con vos. Ya me habíais prestado gran servicio al ofreceros a jurarme lealtad y convencer al tozudo magistrado de Jämtland de lo mismo si las tropas del reino os ayudaban a vencer a los lapones y a proteger vuestra tierra. ¡Pero ahora me habéis salvado la vida!
- Es un honor servir a tan honorable y piadoso señor. En mi tendréis al más fiel de vuestros nobles mi rey. – exclamó el conde fervorosamente.
- Me alegra oír tan nobles palabras y creo que debemos dejar este lugar de muerte y dar comienzo en vuestro fuerte a la ceremonia oficial por la que os convertís en mi súbdito y, además del título de conde de Hälsingland, se os concederá el título de conde de Laponia.
El conde Björn rindió vasallaje al rey de Noruega
Fue en esa tienda, sobre la sucia arena de la playa donde se fraguó la amistad entre el conde y su señor el rey y fue allí también donde una época terminó y dio comienzo otra.
Sobre la arena yacía el mutilado cadáver del último vikingo, un hombre que representaba una época en la que la vida se regía por la brutalidad, la ley del acero y el derecho de conquista. Un tiempo donde las gentes del lejano norte adoraban a los viejos dioses nórdicos mientras estos se preparaban para combatir en el Ragnarok.
Lleno de orgullo y ambición abandonó la tienda el conde, que representaba la nueva época que se cernía. Una era en la que prevalecería el cristianismo con sus luces y sombras. Unos tiempos en los que para llegar al poder serían tan importantes las lanzas como los lazos sanguíneos.
Había empezado la época de las grandes traiciones y de los grandes gestos de honor, de amores imposibles y odios eternos, de acciones piadosas y de los más terríbles crímenes, de sangrientas batallas en nombre de Cristo y de dagas que acechan en la oscuridad: en definitiva había empezado
¡la era del ascenso de la dinastía av Hälsingland!
Tras la guerra contra los lapones Olaf, rey de Noruega se afianzó como el más poderoso de los monarcas escandinavos. (las provincias de Hälsingland son las del escudito)