Tras la pronta retirada del conde Björn a la capilla, donde se disponía a rezar sus oraciones diarias, el resto de la corte dio por concluida la ceremonia de nombramiento del nuevo capitán de la guardia y poco a poco se marcharon a sus hogares entre comentarios sobre la marcialidad del capitán, el nuevo vestido de la condesa o la gentileza del conde.
Sin embargo, en la penumbra del gran salón, que era mitigada en parte por la gran hoguera central, permanecían dos cuerpos en busca de calor. Se trataba de la condesa Katarina y el flamante nuevo capitán Olaf Bure. Unos pasos más atrás, ocultos en medio de las sombras, montaban guardia dos hieráticos soldados del condado.
En el centro del gran salón del conde siempre había una hoguera encendida, alrededor de la que los cortesanos podían expandir rumores malintencionados o contar exageradas proezas de alcoba
- ¡Contádmelo otra vez Olaf! – dijo la condesa con entusiasmo mientras se apartaba el pelo de delante de la cara con un gesto coqueto.
- ¡Oh mi señora! No quiero aburriros – respondió el nuevo capitán de la guarida.
- Pero señor, no seáis injusto…. ¡Vos nunca me aburrís! – dijo Katarina con una sonrisa.
El capitán Bure reconoció la excitación que había en los ojos de la mujer, se puso cómodo y tras un trago de hidromiel volvió a contar la historia de su participación en el sitio de Uppsala, había contado ese cuento tantas veces que ya casi se lo creía.
- Como bien sabéis la guerra duró casi un año, pero el resultado estaba claro desde casi el principio, el duque Erik abrazó definitivamente la causa del paganismo creyendo que contaba con suficientes aliados. Sin embargo dicen que a última hora la misma Virgen María – en este punto del relato a Olaf Bure le gusta santiguarse con fingida devoción y esta vez volvió a repetir la rutina – se apareció al conde de Dalarna y éste, conmovido por el milagro, se hizo bautizar y cambió de bando. Fuese este el motivo u otro más prosaico, lo cierto es que el principal apoyo del duque se pasó al bando del rey.
- Lo cual alegró mucho en su día a mi marido. – susurró la condesa.
El capitán, que había percibido el leve gesto de hastío de la señora al nombrar la palabra “marido” siguió narrando con gesto complacido.
- Como a todos los que nos consideremos buenos hijos de Cristo señora. – otro trago de hidromiel y una mirada evaluativa a la delgada figura de la mujer - . La cuestión es que poco a poco las tropas reales fueron empujando al duque hasta su feudo en la ciudad de Uppsala. Entre los ejércitos reales se encontraba la mesnada de mi tío Annud; caballero en la corte del conde de Smäland.
El capitán se preparaba para adoptar la pose cariacontecida que requería esta parte del relato mientras la condesa, con gesto despreocupado, se estiraba como un gran felino.
Miembro de la guardia de élite de Ulf "Hacha Sangrienta"
- Las tropas de mi señor habían participado en otras escaramuzas menores al otro lado del país y fueron de las últimas en llegar a la ciudad, que ya había sido tomada. Los conquistadores, hartos meses interminables de emboscadas y batallas se habían cebado con los supervivientes del bando derrotado. No expondré vuestros delicados oídos a todo lo que allí pasó. Baste decir que hasta un hombre de mundo como yo se sintió asqueado y triste con lo que contempló.
Sin embargo la guerra no había terminado del todo a mi llegada. Los rumores decían que el duque se había quitado la vida dejándose caer sobre su espada cuando vio las murallas de su ciudad caer. Pero su guardia de élite, comandada por el asesino Ulf “Hacha Sangrienta” se había retirado a la torre de honor, donde se habían atrincherado y amenazaban con mandar a muchos guerreros al más allá antes de caer. Esos paganos ignorantes creían que si mataban a los suficientes de los nuestros tendrían un sitio de honor a la mesa de Odín en el mismo Valhalla.
Como no habíamos participado en la batalla y estábamos frescos nos ordenaron a nosotros tomar al asalto ese torreón. Los superábamos en una proporción de diez a uno, pero solamente había una entrada, lo que les confería la ventaja táctica a ellos. Atacamos durante horas y en dos ocasiones fue necesario retirar los montones de cadáveres de nuestro bando de delante de la entrada pues nos impedían el paso. Pero la muerte de esos valientes no fue en vano, ya que poco a poco fuimos diezmando su número y finalmente pudimos tomar el piso bajo. Yo iba en la vanguardia y tras matar con mi espada a un rudo pagano armado con un hacha me di cuenta de que solamente quedaba uno de ellos: era un gigante con la cara deformada por una fea cicatriz. Pese a tener un solo ojo el guerrero había matado a más de mis hermanos de armas que todos los demás diablos juntos. Lo hicimos retroceder hasta la cima de la torre y allí crucé armas con él durante unos momentos que parecieron interminables(el capitán Bure en este punto del relato lanzaba estocadas imaginarias a la oscuridad desde su cómodo asiento).
Los mejores guerreros paganos recibirían un sitio de honor en el Valhalla
Ahí fue cuando el villano me alcanzó y me hizo la herida del brazo. – dice mientras se sube un poco la manga mostrando un bronceado y musculoso bíceps marcado con una fea cicatriz.
- ¡Oh! Pobrecito, debió de ser terrible para vos, allí arriba luchando contra ese monstruo. – la condesa se había acercado más para ver la herida y el capitán al ver más de cerca su níveo cuello no pudo resistir imaginarse sus labios besándolo y sus dedos recorriendo la espalda de la mujer.
La condesa, al notar esos ojos ardientes como tizones sobre su cuerpo sintió un escalofrío y ruborizada pidió al hombre que continuara el relato.
- No hay mucho más que contar señora, salvo admitir que fracasé en dar muerte a ese bastardo. Cuando yo y dos de mis compañeros lo acorralamos en la cima nos lanzó su hacha matando a mi primo Karl para luego, cogiendo carrera, saltar desde la cima de la torre a un pajar cercano del que salió corriendo a gran velocidad pese a que cojeaba ostensiblemente. Bajamos a toda velocidad por la escalera pero nunca lo volvimos a ver. De alguna forma consiguió mezclarse con el ejército vencedor y desaparecer sin que nadie lo reconociera pese a su llamativo aspecto. Es para mí una deshonra que se escapara y no haber podido matarlo en aquella torre.
El capitán estaba relativamente satisfecho con su relato, el deseo que sentía por la mujer nublaba ligeramente su mente y quizás no le había quedado tan florido como otras veces. Sin embargo, en la mirada llena de promesas de ella adivinaba que había sido una buena representación.
Olaf Bure: capitán de la guardia, hábil mentiroso, degustador de los placeres de la vida, cobarde y, como se verá en el futuro, con un destino fatalmente ligado al del conde....
Lo que de verdad había acaecido en Uppsala estaba tamizado de una pátina de suciedad y vileza mucho mayor. Diríase que una vez quebradas las murallas el Señor había retirado su mirada de aquel rincón terrenal de su reino. Efectivamente la partida de Olaf Bure había llegado tarde a la batalla, pero no al saqueo, al que el futuro capitán de la guardia de Hälsingland se dedicó con presteza y gran deleite.
Sucedió en una pequeña cabaña, la chica era guapa pese a estar algo rellenita, Olaf había pasado semanas sin ver una mujer.... una historia tan vieja y despiadada como el propio mundo. Pero cuando se disponía a forzarla un chiquillo surgió de debajo del montón de la leña con un puñal y le rajó el brazo. Madre e hijo escaparon y Olaf Bure acabó en la tienda de un carnicero con ínfulas de cirujano de campaña. Allí conoció a un soldado que de verdad había participado en la batalla de la torre de homenaje y se enteró de la historia de Ulf "Hacha Sangrienta".
Una vez recuperado decidió viajar al norte y así librarse del cascarrabias de su tío. Se presentaría en la corte de algún conde gañán del norte que no conociera lo sucedido en Uppsala de primera mano y le vendería su historia. El éxito había sido rotundo, tan rotundo que no sólo había camelado al conde, que lo nombró capitán de sus tropas debido a su experiencia en la batalla, sino que la condesa parecía haberse encaprichado de él.
La condesa y el capitán de la guardia dando rienda suelta a sus pasiones...
Lo que sucedió los meses siguientes fue algo previsible: la condesa se aburría con su marido, que generalmente estaba más pendiente de los problemas del condado que de los de ella y que visitaba con más frecuencia los establos que las dependencias privadas de su mujer.
Por otra parte el apuesto capitán era un hombre misterioso y de mirada abrasadora que representaba el peligro y lo excitante en el pequeño mundo de Katarina.
Así pues empezaron a verse en secreto pero, para frustración de Olaf, nunca podían llegar demasiado lejos, pues cerca de la condesa casi siempre había algún criado o soldado de la guardia del conde y Katarina tenía miedo de que los descubrieran. La opción de visitarla por las noches tampoco era viable, pues el conde compartía aposentos con su mujer.
La frustración del capitán de la guardia aumentó cuando supo que Katarina estaba embarazada del primogénito del conde y que hasta que naciera tampoco podría satisfacer sus bajas pasiones. Esto le provocó una reacción a modo de venganza bastante infantil aunque efectiva.
Pese a su predilección por la doma de caballos salvajes el conde también tenía tiempo para cumplir con su misión de perpetuar la dinastía
En sus escasos meses al frente de la guardia Olaf había conseguido ganarse a los más viles y corruptos de los soldados, con los que hacía la vista gorda cuando cometeían alguna tropelía y que le profesaban fidelidad ciega. Ya se sabe que los peores hombres se reconocen entre sí con sólo intercambiar una mirada y al segundo intercambio ya se han asociado para conspirar contra los justos de corazón.
El capitán de la guardia hizo que algunos de estos hombres pidieran al conde una ingente cantidad de nuevas capas para el frío, cotas de cuero y malla, espadas, lanzas, hachas y así hasta una lista de 40 piezas de equipo diferente. Cuando el conde afirmó que el tesoro del condado no permitía esos gastos, pero que les buscaría algunas viejas pieles de cabra más para que no pasaran frío, Olaf Bure hizo que sus hombres expandieran el rumor de que el conde era un hombre cruel.
Esto afectó en gran medida al conde que empezó a mostrar síntomas de estrés pese a la buena nueva de estar esperando un heredero: para Björn el tener mala fama entre sus súbditos era una tragedia. Al principio el capitán Bure se sintió reconfortado por el resultado de sus maquinaciones, sin embargo pronto se sintió de nuevo insatisfecho pues eso no lo había acercado a la resolución de su principal problema: las escasas prostitutas de las afueras del poblado no escondían bajo sus ropas una piel tan suave como la condesa.
Las maquinaciones del capitán de la guardia tuvieron un notable éxito