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Capítulo 86

Valle del río Mekong
14 de julio de 1565


El sol escalaba el orbe celeste, prodigando cada vez más su cálido abrazo entre los habitantes del valle. Kenshin tamborileaba nerviosamente con los dedos sobre el mástil de su abanico, que descansaba en sus rodillas. No había nada que hacer, salvo morir dignamente.

Las tropas Chinas habían aparecido sobre las montañas del norte como un alud primaveral. Las innumerables escaramuzas se habían saldado mayoritariamente a favor de los invasores, que en muchos casos duplicaban en número a las tropas japonesas. Kenshin sólo podía recurrir a la guerra de guerrillas, después de que su ejército fuese expulsado de las montañas hacia el sur, y aunque las emboscadas causaban bastantes bajas en el enemigo, no era suficiente para sostener un conflicto duradero. Los chinos controlaban los pasos montañosos, y no paraban de recibir suministros y refuerzos de manera regular, mientras que Kenshin sólo podía rogar a los kami por que le enviasen aunque fueran cinco mil hombres más, aunque sabía que era una vana esperanza. Sus informadores le habían comunicado que el ejército chino contaba con más de setenta mil soldados, y que se había enviado un grupo hacia el norte, y otro probablemente ya estaría cruzando el mar rumbo a Nipon.

Permanecía sentado en su tienda, con la mente en blanco. Ya estaba decidido a morir como un valiente, así que no había más que pensar. Dos hombres sudorosos se afanaban en ponerle su armadura: un criado laosiano de luenga barba blanca, demasiado mayor para huir, y Gakumitsu, el benjamin de los Yamashita, que había sido enviado desde las Islas Sagradas junto con su hermano Gakutora para foguearse. Tendrían un bautismo de sangre. Un soldado laosiano alto y corpulento entró en la tienda e hincó la rodilla ante Kenshin. Era Ho Bing Hua, un veterano de la guerra contra los japoneses, que aceptó el indulto a cambio de ponerse al servicio de sus nuevos amos. Kenshin había tomado un gran aprecio al gigantón, que siempre le había servido fielmente.

-Mi señor, los chinos han enviado un mensajero. Solicitan parlamentar.
-Ya sé lo que ese zorro de Qi Jiguang va a proponerme, y la respuesta es no, pero no voy a renunciar a la satisfacción de decírselo en persona. Ve.- Dijo Kenshin despidiendo a Ho con un gesto de la mano.

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Cuando el criado le entregó su kabuto, un repugnante olor a excremento le abofeteó. Miró al anciano y comprobó que estaba llorando en silencio.

-Lo siento, señor.-Alcanzó a balbucear-A mis años...

Kenshin le puso una mano en el hombro, comprensivo. No todos los hombres afrontan su final con el mismo temple. Al salir de la tienda, acompañado de Gakumitsu, ya le estaban esperando Ho, Hideo, Witten y Gakutora, que debían componer su séquito.

-Desmontad, no vendréis conmigo.

Sus generales se miraron entre sí, confusos, con la excepción de Ho, que tenía la vista fija en el suelo.

-Es una locura combatir en campo abierto, nos masacrarán sin contemplaciones. Hideo, tú y el Ryu-Mon os refugiaréis en el campamento fortificado japonés, al otro lado del valle. Ho, tú marcharás con la milicia local y el resto de la infantería a proteger el palacio real de Vientiane, más al sur. Hideo cubrirá tu marcha, y yo con la caballería me enfrentaré al ejército de Qi Jiguang para retrasarles lo más posible y daros tiempo a marcharos

Una cacofonía de protestas y súplicas se elevó en torno a Uesugi Kenshin. Éste alzó enérgicamente la mano derecha y el coro de voces rugientes cesó de repente.

-Ho, hazte cargo de Gakutora y Gakumitsu, su padre me los confió y no puedo permitir que les pase nada, si sucede lo peor, sólo tienes que seguir las instrucciones que te he dado.

Los dos aludidos dieron un paso al frente, y tras realizar una respetuosa reverencia, Gakutora dijo.
-Con todos los respetos, mi señor, pero creo que estarías insultando a mi padre si nos impides morir con honor.-Igualmente Gakumitsu se adelantó, y dijo:

-Mi señor, juré por nuestro Señor servirte fielmente. Si me apartas de tu lado ahora me estarás haciendo faltar a mi palabra y cometiendo un terrible pecado. Combatiré por ti hasta mi último aliento, hasta mi última gota de sangre, con la ayuda de Dios- Witten y Gakutora se persignaron, y Kenshin asintió, resignado.

-Mi señor, sabes que de todas formas vamos a morir todos ¿Por qué nos ordenas huir como cobardes?-Dijo Hideo.

-No se trata de huir, mi veterano amigo, sino de presentar resistencia de la forma más ventajosa posible. Si mi plan sale bien y Ho llega con las tropas a palacio antes de que lo tomen los chinos, nuestras tropas sufrirán el mínimo de bajas posible, y el enemigo no tomará la provincia.-Hideo le miró, confuso, y después miró a Ho, que continuaba con la mirada perdida en el suelo pedregoso. Entonces enarcó las cejas y asintió levemente, comprendiendo el plan de Kenshin.

Instantes después, todos se pusieron en movimiento según las órdenes de su gobernador. Ho ordenó formar y marchar al otro lado del río a paso ligero, mientras que Hideo reunía al Ryo-Mon y se dirigía al sureste para montar la defensa del campamento fortificado. Kenshin respiró hondo, se calzó el kabuto y subió a su montura. La suerte estaba echada, reunió a la caballería y se dirigió al norte para el estéril parlamento con Qi Jiguang.

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-El número de tus tropas es aún más escaso de lo que creía, Kenshin
-Cada uno de mis samurai vale por diez de tus campesinos, general-Dijo Kenshin en voz suficientemente alta para que los soldados chinos lo oyeran.
-Admiro tu valor, Kenshin, pero esta lucha será en vano. Perderéis esta batalla, perderéis vuestros territorios continentales, perderéis vuestras colonias y finalmente vuestro sagrado “emperador” deberá inclinarse ante su Majestad Imperial Shizong.-Dijo Qi Jiguang, desafiante, pero Kenshin no se alteró.
-Me imaginaba que ese era vuestro plan desde el principio. Lo de los embajadores fue una trampa para tener una excusa con la que apoderaros de nuestro reino.-Jiguang se removió incómodo en su montura, consciente de que en su petulancia había cometido un error. Sin dejarle responder, Kenshin continuó- Tal vez ganéis esta batalla, pero cuando vuestra tiranía oprima la Tierra, la sangre con la que mis hombres regarán estos campos harán germinar la semilla de la rebelión. ¡Tal vez vosotros sobreviváis a esta batalla, pero nuestro honor nos hará inmortales!-Y jaleado por los gritos de sus hombres, Kenshin espoleó a su caballo de vuelta a sus filas, sin dar opción de réplica al general chino, que sólo pudo murmurar:
-Magnífico hijo de puta... –E hizo volverse a su montura, con cierto pesar por los bravos hombres que estaban a punto de desperdiciar su vida.

Kenshin desplegó a sus jinetes en una fila, en un desesperado intento de aparentar un mayor número ante la infantería enemiga. Los chinos comenzaron a avanzar, subiendo la pequeña rampa, y Kenshin ordenó la carga total. La batalla sería rápida y su resolución ya estaba escrita, pero si se desplazaban ágilmente entre las filas enemigas tenían la posibilidad de demorar un poco el resultado. Los samurai se lanzaron valientemente sobre los piqueros chinos, gritando sus linajes, para honrar a sus antepasados. Algunos de ellos eran guerreros desde hacía más de cuarenta generaciones. Los arcabuceros y la caballería chinas comenzaron a flanquear al ejército japonés de forma imparable. Kenshin se dirigió junto a su hatamoto hacia un grupo de arcabuceros a su derecha, y ordenó una furiosa carga. Los chinos, aterrorizados, comenzaron a cargar apresuradamente sus armas. Kensin los veía lanzar breves miradas mientras cebaban sus arcabuces, a la par que el oficial al mando se dejaba la voz dando enérgicas órdenes.

Cuando sólo quedaban unos metros, la mayoría de soldados chinos ya tenía sus arcabuces apuntando a los jinetes que se les echaban encima, y unos pocos que no habían podido completar la carga, lanzaron sus arcabuces al suelo y salieron corriendo. Entonces Kenshin oyó la orden de disparar y el tiempo pareció aletargarse. Un gigantesco estruendo le dejó sordo. Vio caer de sus caballos a dos samurai que cabalgaban delante de él, y finalmente comenzó a sentir impactos de metralla en su coraza. También notó que alguna bala entraba en el cuerpo de su caballo, y en el instante en que este caía, un balazo le dio en el costado derecho, dejándole sin aire y proyectándole fuera de su silla. En ese momento el tiempo recuperó la velocidad normal, y Kenshin sólo pudo ver de reojo el césped del suelo acercándose cada vez más deprisa.

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Capítulo 87

Campamento fortificado japonés, valle del Mekong
27 de julio de 1565


Ho avanzó, horrorizado, sobre la montaña de maderos y cuerpos carbonizados. Atravesó lo que algún día fue el patio de armas, y penetró por las ruinas, aún humeantes de lo que fue la torre del homenaje.

Hacía tan sólo dos días que las fuerzas chinas habían llegado al pie de la muralla del palacio real de Vientiane, certificando así la derrota de las fuerzas japonesas del campamento. Ho supo que Hideo y los demás líderes japoneses habían muerto sin duda. Ahora él estaba al mando. Sólo cabía, pues, seguir las instrucciones que Kenshin le confiara. Se colocó sus mejores galas y solicitó parlamentar con el general chino.

Qi Jiguang se vio sorprendido por la oferta, pues conocía la terquedad de los japoneses, que había quedado patente en el último asalto y durante toda la campaña, y por lo tanto no había enviado la comitiva para instar al enemigo a rendirse, como era su costumbre. Se limitó a comenzar a instalar las armas de asedio cuando un pequeño grupo de jinetes salió de palacio acompañando a un carruaje, adornado con extraños estandartes. De él bajó un laosiano de estatura considerable vestido con ricos ropajes. Sin duda no era un samurai.

-Saludos, gran señor. Quería agradecer personalmente nuestra liberación al gran general que ha expulsado a las tropas de ocupación japonesas.-Dijo, realizando una gran reverencia.
-Gracias... -Susurró un confuso Qi Jiguang-Disculpad mi ignorancia ¿Puedo saber quién sois?

Con una perfectamente fingida indignación, un murmullo de protesta recorrió las filas de los jinetes laosianos. El gigantón les mandó callar con un gesto de la mano, y, forzando una sonrisa, dijo:
-Comprendo que no hayáis oído de mí, por la juventud de nuestro reino, señor. Mi nombre es Ho Bing Hua, soberano del país de Luang Prabang. Ya hemos enviado un representante de nuestro pueblo a presentarse ante vuestro emperador.

La confusión en la mente de Qi Jiguang era evidente. Pero tras unos segundos comprendió. La provincia que estaban invadiendo había aprovechado la retirada de las tropas japonesas para independizarse. Qi sonrió, pues estaba claro que era un truco para evitar la expansión china hacia el sur, pero no podía arriesgarse a actuar sin instrucciones de su soberano.

-Sea. Espero que nos permitáis establecernos temporalmente en vuestras tierras mientras acabamos con el resto de tropas japonesas que queden.
-Por lo que sé huyeron remontando el cauce del río, seguramente hacia sus tierras, para tratar de cortarles los suministros-Dijo Ho, tratando de que el ejército chino se marchase lo antes posible.
-En ese caso, nos reaprovisionaremos en tus tierras antes de partir hacia el norte.- La voz de Qi era claramente amenazadora.

El órdago no había funcionado, estaba claro que los chinos tenían la sartén por el mango, así que Ho decidió no continuar el pulso dialéctico y aceptó los términos. En cuanto los chinos se hubiesen marchado, se declararía vasallo de Nipon.

En cuanto los chinos hubieron elegido un lugar donde establecerse, Ho organizó una expedición para visitar el campamento y salvar lo que se pudiese. Al acercarse, unas finas columnas de humo indicaban el lugar de la tragedia. Cerca de la entrada derruida, montones de cráneos calcinados daban una siniestra bienvenida. Prisioneros empalados, mujeres violadas y descuartizadas. Cuerpos despellejados, decapitados, desangrados. Piras formadas por cadáveres aún embutidos en sus corazas.

El precio del orgullo en la derrota. Ho subió la precaria escalera de la torre del homenaje con el corazón encogido. En los pisos superiores había unas habitaciones en las que descansaban los cuerpos putrefactos de algunas mujeres y niños, probablemente las familias de los oficiales. Conservaban sus cabezas porque no eran guerreros, y a los soldados chinos no les pagarían por ellas. Ni siquiera se habían molestado en retirar los cuerpos.

El último piso se hallaba sorprendentemente intacto por las llamas. El mobiliario estaba revuelto, había una espada rota, astillas por doquier, enormes charcos de sangre y otros signos de lucha. En un rincón había un pequeño cofre roto y un rollo arrugado en el suelo. Pincel y tinta también estaban tirados a unos metros de lo que parecía una especie de diario. Ho comenzó a leer.

Séptimo mes, día decimoséptimo.
Han llegado a las puertas de la fortaleza. Las primeras aproximaciones de sus ojeadores han sido bienvenidas a flechazos. Comienzan a construir sus máquinas de asedio.
Esta tarde, el señor Hideo ha muerto mientras inspeccionaba el foso desde la empalizada. Una flecha disparada por una patrulla china le atravesó el cuello y murió en pocos minutos ahogado en su propia sangre. Un grupo de jinetes persiguió a los chinos y les dio muerte, pero tuvieron que volver rápidamente, hostigados por la caballería ligera china.
Empiezan a disparar cañones y arcabuces. El número de bajas es alarmante. La moral está por los suelos.
Al anochecer cesan los ruidos.

Séptimo mes, décimo octavo día.
Al alba se reanuda el bombardeo y la empalizada salta hecha pedazos por doquier. Tras dos horas sus cañones callan. El señor Witten, que ha tomado el mando nos da orden de resistir tras los restos de la empalizada destrozada, pues el ataque es inminente. No se equivoca y los chinos penetran en la fortaleza como un torrente. Muchos de ellos caen, pero nuestras bajas son inaceptables. Se nos ha acabado la pólvora y las flechas.
Nos han desbordado y esta tarde nos hemos refugiado en la torre del homenaje. Hemos atrancado la puerta y de momento no pueden entrar, pero en la precipitación de la retirada algunos compañeros han quedado fuera, entre ellos mi hermano Gakutora. Oímos sus gritos desgarradores al ser brutalmente ejecutados por los chinos. Lanzan sus cabezas decapitadas contra las trampillas de las ventanas una y otra vez.

Séptimo mes, vigésimo día.
Ya no nos queda agua y aquí dentro no tenemos provisiones. Llevamos varios días (he perdido la cuenta) de vigilia continua. Los chinos parecen meditar la forma de masacrarnos. ¿Por qué no disparan sus cañones y nos sepultan ya?
Discutimos sobre si suicidarnos para que no capturen nuestras cabezas en batalla. El señor Witten nos convence de que eso es pecado y de que nos cortarán la cabeza muertos o vivos, así que se las haremos pagar caras.
Este mediodía han prendido hogueras en la dirección del viento. Pretenden asfixiarnos aquí dentro. En ningún momento nos han propuesto la rendición. Saben que no la aceptaremos. Pronto incendiarán la torre.
No podemos salir. No podemos salir. Han tomado las dos primeras plantas y suben hacia aquí. El señor Witten ha muerto en la refriega en la planta baja. De hoy no pasaremos.
Que Dios me perdone. He tenido que matar a las mujeres y niños que se refugiaban con nosotros. No soporto la idea de lo que les puedan hacer los chinos. Las mujeres, orgullosas ,estaban de acuerdo en no caer en sus manos y aceptan resignadas su destino. También he tenido que matar a mi esposa y mi hija. Que Dios Misericordioso me perdone. He condenado mi alma para ahorrarles el sufrimiento.
No podemos salir. El fin se acerca. Tambores, tambores en lo profundo. Estan al otro lado delapuerta.....


Este último trazo es tembloroso e irregular. Al parecer pudieron forzar la última escotilla y dispararon sus arcabuces a bocajarro, a juzgar por la cantidad de metralla en las paredes.

Ho se arrodilló en el sucio suelo, llorando en silencio. Jamás traicionaría la memoria de aquellos bravos guerreros.

El resto de la guerra fue un paseo para China. En agosto, Nipon concedía la independencia a Manchuria para que estos territorios no acabasen en manos chinas. La colonia norteña de Vanin era conquistada el día 17.

En noviembre las tropas chinas desembarcan en Ezochi, y en enero lo hacen en Taiwan. Las tropas japonesas de Mekong, que habían huido hacia el norte, se dedicaban a hacer actos de bandidaje, merodeando por el inmenso territorio. Las fortalezas chinas eran inasequibles para los apenas nueve mil hombres que huyeron de la espantosa masacre, y su número decrecía por momentos. Finalmente fueron localizados por el ejército de Qi Jiguang en la provincia de Shaanxi en marzo de 1566, y cuando se preparaban para morir en combate, llegó un mensajero del norte.

China firmaba la paz con Japón, a cambio de las provincias de Ezochi y Taiwan. Los prisioneros serían repatriados.

Pero en el ánimo de todos los japoneses estaba el vengar aquella humillación. Tarde o temprano.
 
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Vaya, estoy muerto... Mierda de chinos. :mad:

Aunque ese toque tolkieniano... :D
 
No tenias que haber eliminado a los Manchues, te hubieran solucionado muchos problemas. O al menos un par :p

Humillación si que es, vaya... pero épicos estos dos capítulos un rato también son.
 
Viden said:
Vaya, estoy muerto... Mierda de chinos. :mad:
Lo siento, tu personaje ya debía rondar los setenta y no podía alargarlo mucho más. Pero quien sabe, tal vez haya un pequeño Witten Jr. ;)

Viden said:
Aunque ese toque tolkieniano... :D
:rofl: No he podido resistirlo. Me estaba quedando un capítulo muy sombrío y no tenía mucho tiempo para acabarlo (cosas del curro, tengo tanto estrés que ya casi no puedo acabar de leer el periódico :D ), así que me salió la vena.

Por otra parte me alegra que pongas atención. Gallifante pa ti.

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:D

DarkReborn said:
No tenias que haber eliminado a los Manchues, te hubieran solucionado muchos problemas. O al menos un par
Créeme, si no hubiera "eliminado" a los manchúes, ahora formarían parte de China, como casi la totalidad del noreste de Asia. Cuando ataqué Manchuria la primera vez China ya se le había comido un buen trozo. Si no llego a intervenir no los salva ni el tato.
Es la partida en la que estoy viendo a China más agresiva y voraz. Sólo puedo aliarme con ellos y esperar a que se les deshinche el globo. Ya habéis visto que estoy con ellos o contra ellos.

De todas formas ahora Manchuria vuelve a existir. Algo es algo. :D
 
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Capítulo 88

Kyoto
10 de julio de 1567


El aire tibio de la tarde acariciaba el rostro de Naosuke. Aún le dolía el costado por una caída que sufrió durante una refriega con unos rebeldes cristianos.

Eran curiosos y extraños, los cristianos. No creían en la reencarnación, y sin embargo tenían una extraña filosofía sobre el karma. El año anterior, mientras el ejército marchaba hacia el norte, atravesaron un poblado que había sido arrasado por un tifón unos meses antes. Una anciana ponía flores sobre unas tumbas marcadas son rudimentarias cruces de bambú. Había perdido a su marido, sus cuatro hijos y siete nietos, y si embargo continuaban rezando a su dios y cantando sus alabanzas. “Ha sido una prueba de fe” dijo la anciana, melancólicamente. “Ahora están con el Señor en una vida mejor”.

No le extrañaba a Naosuke que esa gente aterrorizara a los grandes sacerdotes budistas, conscientes que una gente sin miedo a morir eran una tremenda fuerza opositora. Más si tenemos en cuenta que varios grupos de guerrilleros cristianos habían estando extorsionando a comerciantes e incluso pequeños señores de religión budista. Las tensiones entre cristianos y budistas iban en aumento y estallaban en esporádicos brotes de violencia, cada vez más sangrienta. Naosuke recordó un incidente mientras estaban acampados en la provincia de Hitachi. Unos predicadores cristianos se dirigían a una multitud curiosa, en una aldea budista. Al poco comenzaron las burlas, los abucheos, los insultos. El orador cristiano, impasible, continuaba comunicando a los presentes las enseñanzas de un profeta cristiano llamado Ye-Su, intentando que su voz se impusiera a la cacofonía reinante. En un momento dado, recitó las palabras “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra...”, y en unos segundos, una piedra como un puño impactó en su sien. Vitoreada por los asistentes, la acción fue repetida por hombres, mujeres y niños, que acabaron lapidando a los tres hombres, que se limitaron a alzar sus ensangrentados rostros al cielo implorando una muerte rápida. Naosuke trató de intervenir, pero sin el apoyo de los samurai que le acompañaban, de religión budista, que si bien no imitaron el comportamiento de sus correligionarios, tampoco movieron un dedo para impedirlo. Unas semanas después, una milicia cristiana asesinó a un grupo de campesinos de la aldea mientras trabajaban en los arrozales.

No sentía especial simpatía por los cristianos, pero el comportamiento de los budistas tampoco estaba siendo ejemplar. Y todo esto no hacía más que debilitar al país. Eso había quedado meridianamente claro en la última guerra.

Un criado abrió el panel que daba acceso a los aposentos del kampaku Nobunaga, que estaba moliendo una barra de tinta. Se sentó a su lado, saludándole con un gesto distraído. Entre ellos se podía permitir esas confianzas, aunque por supuesto, en público debía guardar las apariencias.

Al ver el mohín pensativo de su amigo, Nobunaga dejó sobre la mesa la jarra con el agua para mezclar con el polvo de tinta.
-Está bien ¿Qué te pasa?
-Estoy apesadumbrado por los acontecimientos de nuestro país.-Nobunaga enarcó las cejas.
-¿Te refieres a la guerra?-
-Precisamente. No he conocido más que la guerra. Durante toda mi vida, Nipon ha estado en guerra. Durante toda la vida de mi padre, Nipon ha estado en guerra. Desde que vivía mi tatarabuelo, tengo noticias de una u otra guerra, dentro o fuera del país. Desde hace más de cien años, los esfuerzos económicos del imperio han ido a parar a la guerra. El arroz requisado para las tropas, las forjas y carpinterías dedicadas en exclusiva a la producción de armas y barcos, en vez de herramientas de trabajo y casas. Miles y miles de jóvenes han muerto en el campo de batalla, en vez de producir riqueza para el país. ¿Y de qué ha servido? China nos barrió como una mota de polvo sobre la tarima.- - Dijo Naosuke, pasando la palma de la mano sobre el maderamen del entarimado.

Nobunaga, con gesto serio, asentía levemente mientras se acariciaba la perilla.

-Los enfrentamientos y la violencia no son casuales, Naosuke. Responden a una cuestión de fondo que es más antigua que el origen de Nipon y tiene su génesis en el nacimiento de los propios kami, al principio de los tiempos. Las gentes buscan su supervivencia, y el dominio absoluto de los recursos es el único método para asegurársela. Ello se puede conseguir de dos maneras, o te unes con tus vecinos y os repartís equitativamente los recursos, o los destruyes y te quedas con todo. Por ello desde hace siglos nuestro pueblo lucha internamente de forma incansable, porque hemos llegado a un punto de asociación en que nos parece más rentable destruir a nuestros similares y eliminar la competencia. Sucedió durante la guerra de los daimyos y sucede en la actualidad. No importa si nos agrupamos en torno a un mon o en torno a un ideal religioso, estamos en una tesitura que nos impide ver que nos costaría menos esfuerzo unirnos como colaboradores que eliminarnos como competidores. Yo cambiaré esta tendencia, Naosuke. Bajo mi mando, el imperio volverá a estar unido y caminaremos todos en la misma dirección.- Naosuke alzó la cabeza, y Nobunaga pudo leer el escepticismo en sus ojos. Los ojos de un joven veterano.
-De todas formas, hemos perdido mucho tiempo. Jamás dejaremos de estar a la sombra de China.
-Si nunca lo intentamos, desde luego que no. De momento es tiempo de la diplomacia para unir a Budistas y cristianos, y atraer de nuevo al esquivo clan Shimazu al bakufu. Pronto promulgaré un decreto que proclame la laicidad del gobierno, y aunque la religión del Estado siga siendo el shintoísmo, con el emperador como cabeza visible, se tolerará al budismo y el cristianismo.
Hemos de integrar a los budistas, que son mayoría y ofrecen una formidable fuerza de combate, y a los cristianos, que tienen un gran poder económico y las mejores tecnologías, en el mismo gobierno, de forma que el país se nutra de sus respectivos puntos fuertes.
-Naosuke parecía sorprendido.
-¿Has dicho que promulgarás un decreto...?
-...que firmará el shogún, por supuesto.-Interrumpió Nobunaga, adelantándose a la pregunta de su amigo, y después, con una enigmática sonrisa, añadió- Todo a su tiempo, muchacho, todo a su tiempo.

El plan diplomático de Nobunaga pasaba forzosamente por restauras de nuevo la alianza del norte. Era la única manera de que Japón no se quedase aislado por el gigante chino. Por vergonzosa que fuera la situación, había que buscar de nuevo cobijo bajo el ala del Reino Central.

El diecisiete de octubre de 1566, un debilitado emperador Jiajing firmaba con mano temblorosa el tratado de alianza con Japón. Sería su última aparición en público antes de su muerte en enero del año siguiente. Su hijo Longqing, un joven ambicioso y con gran talento para el gobierno, le sucedió en el trono. Se rumoreaba que el propio Longqing fue la causa de la enfermedad de su padre, envenenándolo con mercurio, para acceder al trono y acabar con las corruptelas que el dilatado mandato de su padre había creado. Para Nobunaga, era un contratiempo que China tuviese un monarca tan activo. A Nipon le interesaba que China se fuese degradando.

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Emperador longqing

Para el verano siguiente, Nobunaga se disponía a dar el segundo paso de su plan: reconciliar a budistas y cristianos. Para ello convocó una conferencia en Edo, que ambas partes consideraban terreno neutral, para reunir al Obispo de Nipon y al Gran Abad budista.

Al mediodía la ciudad era un hervidero de gente. Cientos de cristianos y budistas se habían desplazado a Muromachi y se enzarzaban en pequeñas riñas. Pero el dispositivo de seguridad organizado por Nobunaga evitó que la sangre llegara al río. Literalmente.

Naosuke era el encargado de conducir al Gran Abad hasta el fabuloso castillo de Edo, por una ruta prediseñada y distinta a la que conduciría a Takeda Shingen y el Obispo al mismo punto. Naosuke nunca había visto al Gran Abad, pero algo en él le resultaba familiar. A pesar de que el abad vestía su túnica y se cubría el rostro con un gran sombrero de paja, su ademán aristocrático le recordaba a alguien. Su voz era mansa y melodiosa, y durante el trayecto amenizó a sus escoltas con el melancólico sonido de una flauta de madera, cuyo sonido también era conocido para Naosuke. Ambas comitivas penetraron a la vez en el castillo y coincidieron en la puerta de la sala de audiencias para entrar juntos. Hasta tal punto se había cuidado Nobunaga de no ofender a ninguna de las dos partes.

Tras entrar los dos líderes religiosos en la sala de audiencias, en la que ya esperaba el bakufu y el shogún Ashikaga Yoshihide, Takeda felicitó a Naosuke por haber traído al abad a salvo y entró también en la sala para unirse al bakufu. Naosuke quedó entonces encargado de disolver la escolta, dándoles nuevos cometidos en la seguridad del castillo.
Sin embargo, al cabo de unos minutos, oyó voces y un gran revuelo en la sala. Llamando a los guardias, abrió las puertas y entró, desenvainando su espada. Sin embargo el arma quedó a medio camino al contemplar la escena. Varios miembros del bakufu, mas Nobunaga y el propio abad, habían reducido al obispo y le estaban atando las manos.

-¡Quietos! No pasa nada, volved a vuestros puestos.-Ordenó Nobunaga a los guardias que entraban en tropel tras Naosuke.
-Creo que te debemos una explicación, Naosuke-Dijo Takeda sonriendo, mientras Nobunaga se llevaba al obispo a los calabozos.-Durante meses hemos intentado reconciliar a cristianos y budistas sin éxito, así que Nobunaga y yo, junto con algunos miembros del bakufu urdimos este plan: capturar a los dos líderes religiosos y forzarles a dictar órdenes de reconciliación con la otra parte. Más adelate se les darán cargos ficticios en el bakufu, y mientras tanto serán nuestros... ejem, “invitados”.Todo se ha llevado en el más escrupuloso secreto, porque no podemos fiarnos de nadie. En realidad esta conferencia no era más que una estratagema para capturar al Obispo. Hace un mes que el Gran Abad fue detenido en Kyoto, en una operación secreta.-Naosuke no tenía palabras, durante unos segundos miró boquiabierto a Shingen sin saber qué decir.
Finalmente pareció recobrar la compostura, y mirando a Gran Abad, dijo.
- Pues si el Gran Abad está preso en Kyoto ¿Quién demonios eres tú?-Soltando una carcajada, el falso abad se aflojó la sujeción del sombrero, descubriéndose.
-Un demonio no sé, amigo Naosuke, pero tal vez te parezca que soy un fantasma que ha vuelto de entre los muertos- Y Naosuke cayó de rodillas, vencido por un sentimiento mezcla de incredulidad y alegría.

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Que finalazo de "temporada"!

Con China otra vez en el redil, y Japón con esas reformas, creo yo que es hora de que Nippon se haga notar en el mundo. A lo mejor si navegas un poco hacia el este...

:D
 
¿+3 Servidumbre y -3 Innovación? Joder que dolor.
 
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Capítulo 89

Castillo de Edo
24 de julio de 1567


Aún nervioso, Naosuke se llevó una taza de sake a los labios, con mano temblorosa. Su gran amigo Kenshin estaba vivo, y le miraba con una socarrona sonrisa desde el otro lado de la mesa. Estaban solos en una pequeña estancia anexa a la gran sala de audiencias, donde el shogún celebraba una consejo de gobierno extraordinario en donde solo se oía la poderosa voz de Takeda Shingen. Nobunaga, mientras, se encontraba en los sótanos del castillo “negociando” con el obispo un final rápido para el conflicto religioso.

Naosuke, tras apurar el sake, abrió la boca para decir algo, pero sólo pudo suspirar, agitando la cabeza. Adivinando sus pensamientos, Kenshin comenzó a hablar con voz alegre.

-Me imagino las preguntas que se agolpan en tu mente, dándose codazos por salir la primera. Permíteme que sacie tu curiosidad lo mejor que pueda.

>Todo comenzó en la batalla del valle del Mekong. Aquellos malditos arcabuceros estaban martilleando nuestra caballería desde lejos. Los nuestros caían como moscas. Muchos buenos y bravos muchachos vieron sus últimas luces ese día. Yo mismo pensaba que me reuniría con mis antepasados tras la última carga de mi cada vez más menguada caballería. Sin embargo, tras un agitado sueño, la sombra del abismo se aclaró al abrir los ojos, y desperté en una suntuosa villa en Taiwan. Tardé aún unos días en darme cuenta de que estaba vivo y a salvo, y a pesar de mis preguntas ninguna de las criadas se atrevía a informarme sobre mi paradero y lo que me había sucedido. Cuando por fin pude abandonar el lecho, recibí una visita en la estancia que había sido mi hogar desde el momento de mi “muerte”. El general Qi-Jiguang aparecío por la gran puerta con dos criados apartando los visillos. Como comprenderás, mi sorpresa fue mayúscula, y en cuanto me hube recuperado solicité a mi anfitrión una espada con la que acabar con mi vida, pues suponía para mí un deshonor insoportable el haber caído prisionero. Jiguang esbozó una risita bajo el fino bigote y me dijo que eso no sería necesario, que nuestras naciones volvían a ser aliadas y que yo no era su prisionero, sino su invitado.

>Tardé aún un par de meses en terminar de recobrarme, tiempo en el que me puse en contacto, mediante un emisario personal de Qi-Jiguang, con el kampaku Nobunaga, explicándole mi situación. Mi viejo amigo me respondió enseguida con una misiva llena de muestras de alegría… y un plan secreto del que yo, insospechado agente, tendría un papel fundamental.

>Al parecer, existía entre todos los budistas un Gran Abad. No era una autoridad formal, pero era reconocido como líder por todos los monjes budistas. Los espías de Nobunaga informaron de que su complexión y estatura era similar a la mía, y eso le dio una idea.

>Hace un par de meses viajé a Kyoto de incógnito, como un humilde monje. Los agentes de Nobunaga me esperaban en el templo Ryoanji.


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El “Jardín de Rocas” del templo Ryoanji

>Nos las arreglamos para asaltar al gran abad y su grupo de asistentes, capturándoles. Acto seguido, tomé su identidad, y cubriendo mi rostro divulgué un comunicado por el cual iniciaba una penitencia por la violencia religiosa imperante, haciendo voto de silencio y peregrinando a Edo, donde esperaba ser recibido por el shogun para protestar por las matanzas de los últimos años y la inoperancia del gobierno. Del resto de la historia, has sido testigo en primera línea, amigo mío.

Naosuke había ido serenándose mientras su amigo le contaba su fantástica odisea. Sin duda el futuro ya no pintaba tan negro ahora que el “triunvirato” Oda-Takeda-Uesugi, volvía a estar en su esplendor.

Los meses siguientes transcurrieron en una aparente calma, tan sólo alterada por grupúsculos de disidentes que no se conformaban con el “status quo” de igualdad. Nobunaga continuaba con labores de gobierno, haciendo preparativos para una profunda reforma socioeconómica del país, mintras Uesugi continuaba la farsa de los líderes religiosos y Shingen se afirmaba como líder militar.


En noviembre se dio el último paso diplomático, incluyendo a Manchuria en la reconstituida alianza del norte.

Pronto los ríos de Indochina volverían a bajar teñidos de sangre, pero antes, era necesario un último e importante cambio que asegurase la unificación definitiva.
 
DarkReborn said:
Algo me dice que al Tenno le va a ocurrir algo, ya no se si bueno o malo... o a lo mejor me equivoco, vamos :rofl:
El emperador es intocable. Pero el shogún ya es otra historia... y mejor no digo más :p
 
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Capítulo 90

Bahía de Hakata
1 de enero de 1569


Naosuke aguardó en el muelle hasta que el velamen del junco desapareció en el horizonte. Sus hombres, que ya habían montado, desaprobaban con pequeños murmullos la tardanza de su señor.

Lo cierto es que Naosuke no tenía prisa por volver a Kyoto. En su casa de Heian le esperaba su amante esposa, Tachibana no Shonagon. Era una dama delicada y dulce, inteligente y de una de las mejores familias de Nipon. El propio Nobunaga había arreglado el casorio para uno de sus mejores oficiales y amigos.

Pero por desgracia, Naosuke había heredado el legendario desinterés que sufrían los Yamashita por los asuntos amatorios. Hacía una semana que estaba casado y solo había pasado una noche con Shonagon, en la que ni la había tocado. Naosuke se sentía perdido en compañía de una mujer. Se había criado con hombres y siempre había estado en compañía masculina, siendo las damas de palacio poco más que muebles y ornamentos. Al principio Naosuke no sentía interés por el sexo opuesto. A pesar de que había visitado los burdeles de las afueras, fue solo para calmar el fuego que latía en su bajo vientre y nada más.

Pero su visión de las mujeres cambió al conocer a Shonagon. A parte de su madre, era la única mujer con la que había sostenido una conversación coherente. Los conocimientos y la sagacidad de la princesa le desarmaron. En cierto modo, sentía temor hacia su esposa ¿Y si le ponía en ridículo? Tendría que cometer seppuku, acosado por la vergüenza ¿Cómo se lo explicaría a su amigo: el shogún Nobunaga?

El shogún Nobunaga. Qué bien sonaba aquello. Naosuke trató de apartar sus miedos mientras su caballo caminaba mecánicamente hacia Kyoto.

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Efectivamente, Nobunaga confirmó las sospechas de Naosuke al conseguir ser nombrado shogún con un hábil truco burocrático. Hacía tiempo que el enfermizo shogún Ashikaga Yoshihide no ejercía su cargo, cuyo peso había caído por entero en el Consejo Imperial. Cuando en enero de 1568, Yoshihide cayó gravemente enfermo, el bakufu decidió sustituirlo, y tras muchas deliberaciones, se presentaron dos candidaturas al Emperador.
El mejor situado, por la tradición de sucesión dinástica, era el primo de Yoshihide, Yoshiaki. Sin embargo, no era el favorito del bakufu. El orondo heredero de los Ashikaga representaba más de lo mismo en el gobierno de la nación, siguiendo también la tradición de debilidad y descontrol en que había caído la dinastía shogunal en los últimos cien años.
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Ashikaga Yoshiaki contaba 31 años en 1568

Por otro lado, el propio Nobunaga se presentó como candidato al puesto. Recibió algunas críticas de sectores minoritarios de la corte y el bakufu, alegando que para aspirar a tal dignidad, su familia debía descender de alguno de los cuatro grandes clanes de Nipon. Aquellos murmullos fueron rápidamente acallados con la presentación de una extensa bibliografía que relacionaba la casa de los Oda de Owari con la familia Fujiwara, y que en realidad no era sino una obra maestra de la falsificación documental.

Como predijo Nobunaga, este golpe de efecto, unido a la hábil trama para acabar con las guerras religiosas, produjo una sensación de seguridad y de unión como hacía siglos no se veía en el Imperio. Investido con sus nuevos poderes, Nobunaga dirigió la atención de la nobleza hacia el exterior, de forma que todos los esfuerzos militares del belicoso país se dirigieran al tradicional enemigo: la alianza del Sur de Indochina.

Los siguientes meses fueron frenéticos. Nobunaga estaba obsesionado por la mejora de la calidad y la tecnología de sus tropas. Se construyeron nuevos y modernos astilleros y se mejoraron las forjas y armerías del país. La guerra con China había dejado patente que Nipon no era más que otro insecto en el juego de poder de oriente, en comparación con el gigante Reino Central. Eso debía cambiar. El imperio debía estar preparado para cuando volviese a estallar la tensión en Indochina.

Y era una situación inminente, pues si algo sobraba en Indochina, era tensión. En marzo Dai Viet declaró la guerra a Annam. La joven nación se había independizado de Dai Viet unos años antes, en 1561, y ahora sus antiguos amos codiciaban recuperar sus territorios. Camboya y Jemer se apresuraron a ponerse del lado de su poderoso vecino. Sin embargo se dio un hecho que marcaría el destino de Indochina.

Hacía unos años, desde que varios territorios de Dai Viet se independizaron, que la relacion entre el reino vietnamita y Ayutthaya se estaban deteriorando. No cabe descartar que los espías chinos estuvieran metiendo cizaña entre sus dos principales enemigos, pero el caso es que tras el ataque a Annam, Ayutthaya rompió la alianza del sur y declaró la guerra a Dai Viet.

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El tablero estaba dispuesto y las piezas en su sitio, y Nipon debía aprovechar la oportunidad. Solo quedaba un detalle, refrendar la alianza del norte, para evitar que China posase su enorme garra sobre el botín.

El mismo mes de marzo, unos emisarios del emperador Longqing traían un documento que garantizaba la independencia de Nipon. Los representantes chinos fueron cortésmente agasajados, y en cuanto cruzaron la puerta, Nobunaga se levantó de la tarima y cogió el rollo firmado por el emperador chino.

-Mi señor ¿Dónde vais?-preguntó Takeda.
-Tengo que ir al retrete- respondió Nobunaga con una sonrisa, mientras rompía el documento en varias tiras.

Naosuke bajó de su montura al llegar a su casa de Kyoto y se frotó el trasero. Había sido el último de muchos viajes a caballo. El resto del año 1568 fue un frenesí de preparativos militares. La última expedición de soldados para Indochina, a la que había escoltado Naosuke, llevaría al comandante Kuki Yoshitaka a explorar el terreno en el norte de China. Hacía falta información sobre las defensas y la productividad de las provincias interiores del imperio vecino. Era una lección que Nipon había aprendido del general chino Qi-Jiguang, de manera bastante dolorosa.

Entró en sus aposentos quitándose el fajín, pensativo y fatigado del viaje, y entonces la vio. Shonagon estaba desnuda encima del futón, acostada de lado y con la cabeza apoyada en la palma de la mano. Un temor irracional le invadió y dio un paso atrás, pero su esposa saltó como una pantera, y agarrándole de las solapas del kimono le dio un cálido y largo beso. Hechizado, se dejó conducir por ella al lecho nupcial y no opuso ninguna resistencia cuando empezó a desnudarle.

En brazos de su diosa de marfil, Naosuke descubrió que había placeres más allá del simple sexo, y que lejos de temer el poder de su esposa, debía contar con ella como una formidable aliada.

Sin duda, se abría una nueva era en Nipon y en su vida.
 
¡Bien! Miedo me daba que esto se hubiera acabado.
 
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Capítulo 91

Palacio Imperial, Kyoto
13 de septiembre de 1571


-Deberíamos quemarlos a todos-Las nobles cabezas del consejo del bakufu se alzaron a un tiempo al oír la frase de Nobunaga.
-Mi señor, no creo que ese sea el camino más adecuado…
-Por si no te habías dado cuenta, Kenshin, estamos en medio de una guerra, y lo que están haciendo tus amigos budistas es un chantaje-Interrumpió el shogún.

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Un incómodo silencio se apoderó de la sala, todos sabían que no convenía contradecir a Nobunaga. Pero en este caso, se corría el riesgo de volver a los años de las guerras religiosas, justo en medio de una importante guerra exterior.

Aprovechando el desmebramiento de la alianza del sur, Nipon comenzó a presionar diplomáticamente a Dai Viet. Años antes, se había acordado un enlace dinástico con Dai Viet, que no era más que una forma de tener un agente espiando en la corte vietnamita. Al estallar la guerra con Ayutthaya, el shogún ordenó a Dai Viet repatriar a la dama a Nipon, “por su seguridad”. La negativa fue tomada como una ofensa, y la excusa perfecta para declarar la guerra.

Dai Viet no estaba saliendo muy bien parado en su conflicto con Ayutthaya, a pesar de que aún conservaba su territorio intacto, el reino siamés ya se había anexionado Camboya, y Jemer estaba a punto de correr la misma suerte.

Apenas un mes después de la declaración de guerra, Japón ya estaba asediando las provincias de Hanoi y Lao Cai, con el ejército vietnamita marchando hacia el sur para evitar una invasión de Ayutthaya. Atrapado en dos frentes, Dai Viet dividió su ejército, y envió una mitad de nuevo hacia el norte. Esas tropas jamás fueron una amenaza para los samurai.

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A principios de abril, apenas tres meses después de la declaración de guerra, Nipon ya tenía medio país en sus manos, o bajo asedio. La marcha hacia el sur era un rosario de victorias para el ejército japonés, que redujo a las menguadas tropas enemigas a un grupo de guerrilleros que resistían en la selva.



Sin embargo, en agosto la invasión llegó a la frontera con Annam, y Takeda Shingen, que era el comandante de la expedición, ordenó aguardar a que las plazas fuertes que habían quedado atrás cayesen para no estirar más las líneas de su ejército. El parón duró casi un año, porque las guerrillas vietnamitas fueron una constante molestia para las tropas que asediaban las ciudades del norte, pero lo único que consiguieron fue retrasar lo inevitable. En febrero de 1571 había caído Lao Cai y en junio Tahn Noah. Sólo Hanoi permanecía aún sin conquistar, pero era cuestión de tiempo y no requería distraer muchas tropas de la ofensiva principal. Todo estaba dispuesto para atacar la parte sur de Dai Viet, aunque había que atravesar el territorio de Annam. Evidentemente, el pequeño país permitió encantado que las tropas del enemigo de su enemigo pasase por sus tierras.

A pesar de la buena marcha del conflicto, era previsible que durase al menos un par de años más. Era lo que algunos grupos extremistas religiosos estaban esperando para retomar el conflicto cristiano-budista, y en agosto de 1570, un grupode exaltados cristianos se rebelaron en Tohoku. Fue algo efímero y la situación se controló con facilidad, pero desató una ola de protestas entre los budistas de todo el país.

En septiembre de 1571, los monjes del complejo de templos de Enryakuji se armaron y amenazaron con marchar hacia la capital si no se imponía el orden entre los cristianos.

Eso fue lo que dio lugar a la respuesta de Nobunaga “Ellos están perturbando la paz igual que los cristianos, si desean que se imponga el orden lo impondremos igual que nos los cristianos. Deberíamos quemarlos a todos”. Uesugi Kenshin, que se había metido tanto en el papel de líder budista que se había convertido en monje, no dudó en salir en defensa de sus correligionarios. Eso sí, no lo hacía por camaradería hacia ellos, sino por pura lógica. Los cristianos de Tohoku habían sido fáciles de vencer, pues solo eran unos cuantos campesinos mal armados. Pero los shoei del templo Heian Enryakuji eran otra cosa. Aún con mil arcabuceros serían difíciles de parar. Kenshin lo sabía, pero ¿Cómo hacérselo entender al terco e irritable Nobunaga?

-Tenéis razón, mi señor. Quemar el complejo de templos debilitará notablemente a la secta budista más poderosa del país.-Nobunaga dedicó una mirada inquisitiva a Kenshin.

La secta Tendai de Kyoto había sido siempre un engorro para el Gobierno, y sólo había habido un elemento capaz de mantenerles a raya: la desunión que había entre las distintas sectas budistas, sobre todo a partir de que se estableció la paz religiosa.

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El complejo Enryakuji llegó a comprender 3000 edificios como esta pagoda

Nobunaga se rascó la barbilla, pensativo. Ese zorro de Kenshin tenía razón. Si atacaban Enryakuji les daría a los budistas un enemigo común y volverían a los tiempos de la guerra religiosa.

Era hora de aprobar un nuevo paquete de medidas que beneficiase a cristianos y budistas, para tratar de calmar los ánimos… y permitir que la guerra en Indochina continuase sin contratiempos.
 
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Capítulo 92

Provincia de Da Lat
23 de enero de 1572


El centinela apoyó el codo el la barandilla de madera y la barbilla en la palma de la mano, dejando que su arcabuz descansara en su cadera. Cerrando los ojos, dejó que la suave brisa meciera sus cabellos mientras la mortecina luz del ocaso le lamía el rostro y los trinos y cantos de cientos, miles de aves que se dirigían a sus nidos a pasar la noche, le acariciaban los oídos.

Era una frágil y cálida sensación de paz que no iba a durar mucho. Acosados por los japoneses al norte, tan sólo el poderoso río Mekong les salvaba de una invasión a gran escala por parte de Ayutthaya, con quien el reino vietnamita ya había iniciado negociaciones de paz. Con el imperio japonés, ni se habían molestado en intentarlo. Japón había barrido al ejército de Dai Viet en la parte norte del país, y sólo las dificultades logísticas habían frenado su avance. En octubre, habían sufrido una incursión terrestre que fue rechazada a duras penas. Tan sólo había sido una avanzadilla, pero sufrieron mucho para empujar a los samurai de nuevo a su refugio en Annam. Tener vigilado el curso bajo del Mekong para prevenir un ataque de Ayutthaya significaba prescindir de un alto número de tropas para defender la frontera.

Un prolongado toque de corneta le hizo dar un respingo ¡Al fin terminaba su guardia! Todos los reclutas bajarían presurosos al pueblo gastarse la paga en alcohol, juego y prostitutas. Con las prisas, el centinela olvidó el precario equilibrio en que tenía su arcabuz, que cayó al suelo con estrépito, arrastrando consigo la bolsita de cuero repleta de monedas que el muchacho llevaba al cinto, y esparciendo su contenido por el suelo.

Maldiciendo su mala estrella, el joven comenzó a recoger las piezas de metal, y al agacharse a recoger la última, divisó un mercante que bajaba el río y estaba cabe la empalizada vietnamita. La cubierta estaba sembrada de pequeñas antorchas. Extrañado, el muchacho se incorporó. Pensó en llamar a los otros centinelas, pero en esos momentos todos bajaban apresuradamente las escaleras para coger el mejor sitio de la taberna. Entonces oyó un corto siseo, como el de una cobra que ataca, mientras los diminutos puntos de luz partían del barco hacia la empalizada y el campamento.

Tras eliminar al último soldado enemigo, los soldados de Naosuke salieron por el otro lado del campamento, la más lejana al río, y allí se toparon con otro grupo de soldados que venía del norte, tenuemente iluminados por el vacilante resplandor del campamento en llamas. Al grito de “¡Banzai!” los soldados del ejército japonés se reconocieron mutuamente, y Naosuke buscó el caballo de Takeda en la columna recién llegada.

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Vista aérea del Delta del Mekong, último escenario de la guerra

El plan de Shingen había sido un éxito. Estaba visto que los vietnamitas tenían vigilados los pasos desde Annam, para prevenir un ataque japonés. Y también vigilaban intensamente el curso del río para evitar un ataque de Ayutthaya… desde el sur. Al bajar desde el norte por el río, los japoneses burlaron la vigilancia de las tropas de Dai Viet y pusieron pie firmemente en territorio enemigo. Takeda dio instrucciones de montar un campamento sobre una colina y descansar.

Al cabo de una semana los vietnamitas volvieron con refuerzos, pero la ventaja táctica ya estaba del lado japonés, que se podía permitir el lujo de elegir el terreno.

Con muchos menos arcabuceros que el enemigo y sin apenas caballería, los ocho mil soldados vietnamitas comenzaron a subir la colina en cuya cima estaba esperando el ejército japonés. Takeda había hecho talar buena parte de la vegetación de la pendiente, y había aprovechado la madera para construir parapetos para su infantería, dejando un gran claro frente a ellos que dejaría a la infantería enemiga expuesta. La idea era machacarles desde lejos con fusilería y rematarles después con cargas de caballería.

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Nada más aparecer la vanguardia enemiga por la linde del bosque, algunos arcabuceros impacientes empezaron a disparar. Naosuke empezó a gritar a los capitanes de escuadra para que cesara el fuego, pero Shingen le detuvo, y ordenó disparar aleatoriamente a un arcabucero de cada sección. Naosuke, extrañado, tardó unos minutos en darse cuenta de la estratagema. La infantería de Dai Viet, al observar fuego ligero, se acercó despreocupadamente a los parapetos japoneses. Cuando alcanzaron los 50 metros de distancia, se dio la orden de disparar a discreción a todos los arcabuceros. En tan sólo unos minutos cientos de soldados enemigos tapizaban la ladera, y el resto huía perseguido por la caballería, que los diezmaba aún más.

En la siguiente semana, hubo un par de escaramuzas más hasta que los restos del ejército vietnamita huyeron precipitadamente río abajo. En febrero Dai Viet suplicaba la paz a Ayutthaya. Para el mes siguiente, los japoneses ya habían invadido el Delta del Mekong y presionaban hacia el sur. Se preparaba la última gran batalla de la guerra.